Cultura

La capacidad política de la felicidad y la risa

El presidente estadounidense Donald J. Trump.
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Se pregunta Gabriel Albiac en el prólogo de Breve tratado sobre la felicidad: "¿Hace la felicidad felices a los hombres?". Él tiende a responder que no. "La felicidad suele, más bien, trocarnos en imbéciles. Que es, al final, la más cruda de todas las desdichas. Y la más humana". Desolador, ¿no?

"La afirmación es desoladora, cierto, pero sucede que discrepo de Albiac". Habla Ricardo Moreno Castillo, autor del libro prologado. "La felicidad que procede de tener amigos, aprender cosas nuevas…, nos hace más personas y en consecuencia más inteligentes". Licenciado en matemáticas y doctor en filosofía especializado en historia de la ciencia, firmó hace no tanto otro Breve tratado, éste sobre la estupidez humana. Lo cual lo convierte en la persona adecuada para contestar a la pregunta que surge de su respuesta: ¿Es la estupidez (la ignorancia, dicen otros; y otros, la conformidad) un camino hacia la felicidad? "No estoy de acuerdo en absoluto. La estupidez, la ignorancia y sus derivados (la suspicacia, la susceptibilidad…) no son el camino hacia la felicidad, más bien la obstruyen".

Dijo Camus, y su aseveración ha sido millones de veces repetida, que el único problema serio es el suicidio. Sin llegar al sinsentido de afirmar que es el único que merece la pena analizar, Moreno Castillo sí cree que la felicidad debería estar por encima en la clasificación de intereses. "Por supuesto, desde Sócrates hasta nosotros, la felicidad en este mundo es el fin y la meta de la mayor parte de la reflexión filosófica"; y añade que casi todos los demás asuntos (la amistad; el saber; el amor, como cantaba Palito Ortega: "La felicidad, ja, ja, ja, ja, me la dio tu amor, jo, jo, jo"…) apuntan también a la felicidad. "Es verdad que la reflexión sobre muchos otros muchos temas (el espacio o el tiempo) ha sido guiada por la curiosidad humana, no la felicidad; pero la satisfacción de la curiosidad forma parte esencial del ser humano, y por lo tanto también de la felicidad".

El libro es una conversación con clásicos que se han ocupado del asunto, pensadores que ya han recorrido este camino. Le pregunto qué ha encontrado al volver sobre las huellas de Voltaire, Goethe, Unamuno, Borges o Savater. "He encontrado algo que siempre he sospechado: que todas las personas inteligentes pertenecen a la misma época, y si volvieran a la vida podrían entenderse fácilmente. Y es por esta razón que no podemos prescindir de los griegos, porque ellos nos enseñaron a filosofar. Y no solo son nuestros maestros, también nuestros compañeros de viaje, porque solo es posible filosofar en diálogo con ellos".

Los problemas que han hecho reflexionar a los hombres: la felicidad, la muerte, el tiempo, Dios… son (casi) siempre los mismos. Si no nos entendemos a veces con nuestros contemporáneos, dice Moreno Castillo, no es por la disparidad de opiniones (que eso se solventa por medio de un civilizado diálogo) sino por los prejuicios que bloquean la mente e impiden la reflexión. "Como las personas más lúcidas cuyas obras han llegado hasta nosotros son las que usan ideas y no prejuicios, la distancia en el tiempo se puede salvar fácilmente. Tanto más porque ningún filósofo reflexiona sobre la nada, sino desde lo que se ha filosofado antes que él".

Tras leer lo anterior, a nadie extrañará que nuestro interlocutor suscriba lo dicho por Madame de Châtelet: "El amor por el estudio es, de todas las pasiones, la que más contribuye a la felicidad"; y discrepe de Ernest Hemingway cuando el estadounidense sostiene: "La felicidad en la gente inteligente es la cosa más rara que conozco".

La felicidad como propósito político

"El objeto del Gobierno es la felicidad de la nación", decía la Constitución de 1812. Más recientemente, el president de la Generalitat, Pere Aragonès, aseguró que el nuevo Govern trabajaría para lograr la "libertad y felicidad para todos". De la libertad hablaremos otro día, pero no sé yo si los políticos son competentes para proveernos de felicidad.

"Ni están capacitados ni es su tarea. La tarea de los políticos consiste en trabajar en una sociedad lo más libre y próspera posible. En definitiva, en proporcionar los ingredientes para que cada ciudadano pueda fabricarse su propia felicidad (donde no hay libertad y hay hambre y guerras es imposible ser feliz). Pero construir la propia felicidad es una tarea de cada cual". Moreno Castillo cree que quien es inteligente usará su libertad de un modo inteligente y se irá realizando en cuanto persona, pero quien es estúpido usará la libertad de un modo estúpido y se irá deteriorando en cuanto que ser humano. Entonces podemos decir que para ser felices son precisas dos cosas: la libertad y la inteligencia. Solo la primera es incumbencia de la política, pero la segunda la proporciona la naturaleza (y con bastante avaricia y poca equidad, dicho sea de paso), pero en esto los poderes no tienen nada que hacer".

Menos hablan los políticos de la risa, aunque en ocasiones la provoquen; bien pensado, a lo peor nos reímos de ellos porque nos hacen sufrir, y de alguna manera hay que protegerse. Decía Darío Fo que la risa libera al hombre de sus miedos, que "la sátira es el arma más eficaz contra el poder: el poder no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos".

"El amordazamiento de la prensa satírica atestigua el papel histórico que jugó la risa de protesta en la democratización del Estado", escribe Thierry Devars, de La Sorbonne, en su aportación a L’Empire du rire, libro publicado en Francia. Sus editores, los especialistas en literatura francesa Matthieu Letourneux y Alain Vaillant, defienden que, con el advenimiento de la democracia, la risa aparece como un bien común, compartido por todos y que impregna el espacio público. "Como se considera algo insignificante, no te das cuenta, pero en el siglo XIX se produce el surgimiento de una cultura mediática de la risa", sostiene Vaillant.

Por lo demás, la risa responde a una necesidad antropológica más amplia: proporciona alivio a las ansiedades de la existencia y permite experimentar el placer de la connivencia social y el de la fantasía imaginativa. Vaillant recuerda que los grandes escritores galos del XIX, Victor Hugo, Honoré de Balzac y Charles Baudelaire, siempre pusieron la risa en el corazón de su obra. "Pero los ‘pedagogos tristes’, como los llama Hugo, para hablar de mis compañeros o antecesores, nunca quisieron ver esta presencia de la risa".

Cosa extraña, porque si hay algo universal es eso, la risa y porque (lo hemos escuchado hasta la saciedad) el ser humano es, casi por definición, el único animal del mundo que se ríe. Eso sí, de cosas distintas. Y, sin embargo, Mary Beard explica que los chistes que los ingleses cuentan de los irlandeses, los franceses de los belgas y los españoles de los habitantes de Lepe, se parecen mucho a las que los antiguos griegos referían dando protagonismo a los habitantes de la ciudad de Abdera, situada al norte de la Grecia actual. Para comprobarlo, basta con repasar las páginas de un compendio del humor titulado Philogelos, que significa adicto o amante a la risa.

La historia de la risa

Peter Jones es un investigador interesado por la política del humor en los siglos XII y XIII. Su libro Laughter and Power in the Twelfth Century (La risa y el poder en el siglo XII) explora el uso de la risa como modo de autoridad espiritual y soberanía política: la risa, no nos quepa duda, es una manera de hacer política.

Repasando la historia de la risa, recupera las tres teorías clásicas. La primera teoría es la superioridad: nos reímos cuando llegamos a reconocer que somos realmente superiores a algo. Otra teoría alude a la represión, es la teoría de Freud, la idea de que la risa expresa nuestros deseos tácitos y no reconocidos, que cada broma es como algo dentro de nosotros que queremos que surja, burbujee hasta la superficie. La tercera teoría (la teoría que a él más le interesa) es la incongruencia y Henri Bergson la desarrolló en su libro La risa, un estudio del entonces popular problema de la comicidad, misterio "que se yergue en impertinente desafío a la especulación filosófica".

Pero volvamos a la política, y al poder de la risa en esa actividad. Jones evoca un caso de estudio "fascinante": Ucrania, donde un candidato comediante es elegido presidente. Lo cual dice mucho sobre lo que puede hacer la risa, sobre la comedia como forma de política. En la campaña, preguntaron a Volodímir Zelenski: "¿Qué tienes que decir sobre las carreteras de Ucrania?", y él respondió: "No tengo nada que decir porque no hay carreteras". En opinión de Jones, es una buena broma y consigue algo que una respuesta más formal a esa pregunta no podría hacer.

Otro ejemplo: Donald Trump, la prueba de que un bufón puede convertirse en un príncipe, de que "un payaso puede hacer algo más poderoso o hablarle a la gente a un nivel que un discurso más racional no puede. No estoy diciendo que sea algo bueno en absoluto, solo estoy observando que a veces la risa puede ser enormemente poderosa".

Posdata 1

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Tanto nos parecemos a nuestros ancestros que hace unos años, el comediante Jim Bowen obtuvo un gran éxito con la interpretación de una selección de chistes de Philogelos. "¿Cómo explicamos el hecho de que los chistes romanos todavía puedan hacer reír a la audiencia, tantos siglos después, en un mundo tan radicalmente diferente?"

Posdata 2

Le comento a Moreno Castillo que tengo una amiga que, cuando le preguntan: ¿qué eres?, en lugar de responder lo que todo el mundo respondería, diciendo su profesión, dice: "Soy feliz". "Quien se cree feliz, es feliz. Uno puede creerse listo, simpático, atractivo y no ser ninguna de esas cosas: La felicidad es el único sentimiento que coincide con la realidad".

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