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Relato de una ambición (Capítulo 1)

Antonio Brufau y el camino que acabó en la expropiación de Repsol en Argentina

Antonio Brufau, presidente de Repsol, y el presidente del grupo argentino Petersen, Enrique Eskenazi, en Madrid, en diciembre de 2007.

Al día siguiente de las elecciones de marzo de 2004, sin esperar a que José Luis Rodríguez Zapatero asumiera su cargo, el presidente de La Caixa, Isidro Fainé, desató una ofensiva para deponer al CEO de Repsol YPF: “Si no dejáis cambiar a Cortina, sabiendo que nosotros los accionistas queremos, estáis siendo intervencionistas”. Zapatero dedujo que el plan tenía el visto bueno de Argentina. No era prudente forcejear con Néstor Kirchner. Meses después, el 27 de octubre, Antonio Brufau recibió el mando de la petrolera, despidiéndose de La Caixa con una pensión de 22,5 millones de euros. Alfonso Cortina cruzó el puente de plata hasta la dirección de Inmobiliaria Colonial, una rama del banco catalán.

En sus Recuerdos (2013), Pedro Solbes, vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Economía y Hacienda entre abril de 2004 y abril de 2009, recapitula los hechos: “La operación suscitó de inmediato todo tipo de especulaciones. En parte, impulsadas desde el nacionalismo catalán, que no ocultó su entusiasmo ante lo que calificaba como 'puñetazo en la mesa' de La Caixa, que catapultaba a un empresario catalán, Antonio Brufau, a la cúspide de una de las grandes multinacionales españolas, y así a gravitar el poder empresarial un poco más hacia Cataluña”. Y añade que la maniobra “contaba claramente con el aliento del mundo político catalán… empeñado en ganar relevancia en el ámbito empresarial para reequilibrar a favor de Cataluña, lo que, desde la óptica nacionalista, se consideraba el centralismo económico imperante”.

Los canales de comunicación entre Fainé y Argentina se afinaron con la venida del embajador Carlos Bettini, en agosto de 2004. El diplomático, que no lo había sido antes en ningún otro país, era una de las personas que hablaba al oído de Néstor Kirchner. Un analista afirma que, “frente a la complejidad de Argentina, el grupo de Fainé y Brufau abusó de su catalanidad como declaración de intenciones”. Desde este punto de vista, “renunciaron a su soberanía moral, porque los problemas con su antecesor debían de resolverse en casa, en Madrid o en Catalunya, no delante de Kirchner”. El presidente argentino, un animal político antediluviano, caló a sus nuevos socios. Supo desde ese momento que se representaban a sí mismos; cumplían el código peronista: la palabra “pacto” está en la letra A de su diccionario. Al poco tiempo, Brufau no dudó en renunciar a su perfil catalán, adaptándose al estereotipo argentino que ve un gallego en cualquier español. Antoni se convirtió en “don Antonio”.

Néstor Kirchner y su esposa apoyaron a Carlos Menem para privatizar YPF a comienzos de los noventa. Más que por ideología —maldecida en el discurso, avalada en la práctica—, el gobernador y la senadora de Santa Cruz lo secundaron porque Menem fue hábil ahorrándose obstáculos: prometió un desembolso millonario a las provincias que tuvieran petróleo. ¿El concepto? Pago de regalías atrasadas. Kirchner declaró en mayo de 2002 que obtuvo 527 millones de dólares entre bonos y efectivo. “Prefiero preservarlos hasta que se aclare esta tremenda crisis nacional”, dijo, y la suma entró en una zona gris. Se sabe que ese dinero jamás fue “pesificado”, que fue a parar a Suiza y a Luxemburgo, y que fue repatriado a Argentina en cantidades imprecisas hasta 2008. La justicia archivó el caso. Brufau sabía que Kirchner vendió a Alfonso Cortina, en 1999, el 5% de las acciones de Santa Cruz en Yacimientos Petrolíferos Fiscales. Los Kirchner están ligados al fiasco de Repsol-YPF desde el comienzo.

La época que va de finales de 2004 hasta el invierno austral de 2007 es irresponsablemente apacible para Antonio Brufau. Una semana al mes, atravesaba el Atlántico en —la para él fatigosa y denigrante— clase business, visitaba sus posesiones y se dedicaba a hacer vida social en los círculos de poder. Casi siempre lo acompañaba Roser Penella, su esposa. Compró un piso enorme en La Recoleta, en la avenida más afrancesada de Buenos Aires. Gracias a una agresiva y dispendiosa estrategia de marketing, era aclamado por la prensa; el establishment lo trataba como uno de los suyos. Encarnaba una especie de diplomacia alternativa a la oficial en territorio argentino. Miraba sobre el hombro a embajadores y cónsules españoles, y no se dignaba a mezclarse con los pequeños empresarios emigrados de la Península. (Como si se tratase de una revancha involuntaria del gremio, el día de la expropiación de YPF, el embajador español Román Oyarzun, se encontraba de vacaciones en Nueva York).

Por el peso de YPF en la cuenta de resultados de Repsol, Brufau fijó en Buenos Aires la capital de su patrimonio latinoamericano. Se fiaba más de un político propenso al regateo, como Néstor Kirchner, que de un ex militar impredecible como Hugo Chávez. En Bolivia, donde también goza de recursos energéticos, se acentuaban la ingobernabilidad y la crisis económica. Antes de renunciar en junio de 2005, como su predecesor Gonzalo Sánchez de Lozada, el presidente Carlos Mesa convocó  un referéndum que, al cabo de varios muertos, se pronunció a favor de que el Estado recuperara la propiedad del gas. Una reivindicación popular en la que Caracas iba a aplicarse mediante la Ley de Hidrocarburos de 2001. A lo largo de la década, la Revolución bolivariana obligó a las corporaciones extranjeras a crear sociedades con la participación de Petróleos de Venezuela S.A.

El pacto Kirchner-Brufau-Eskenazi

Antonio Brufau celebró su primer aniversario en Repsol-YPF acumulando querellas. Varios inversionistas lo acusaron de haber mentido acerca de sus reservas bolivianas y venezolanas para “inflar artificialmente” el valor de las acciones, que bajaron en la bolsa un 7,6%. La reducción de su almacenaje fue del 25%, un perjuicio traducible en 1.254 millones de barriles menos. En ese contexto político, Argentina era el elemento que oxigenaba la maquinaria industrial de Brufau y, de paso, confería la influencia de Néstor Kirchner sobre sus pares latinoamericanos. Según recuerda un ex funcionario español, “los Kirchner y Brufau estaban a partir un piñón”. Al idilio no lo interrumpía ninguna nube gris o pájaro de mal agüero. Brufau defendía la línea política argentina. De regreso a Madrid se comportaba como su segundo embajador, un “hombre K” en misión permanente. Ante los mercados, en calidad de CEO de una multinacional asentada en treinta y tres países, intercedió como su “gran valedor”. La Casa Rosada lo agradecía dándole alas. Por ahora, bajaba la cabeza ante las salvajemente asimétricas columnas de dividendos y de inversiones.

Así fue perdiendo la perspectiva. Brufau dejó de pisar la tierra y se elevó por encima de España, de la compañía y de los accionistas que pagaban su salario de potentado. En el límite de su vanidad supuso que le estaba ganando la mano de póquer a Kirchner, un tahúr invicto. Como no había nada más productivo que hacer, Brufau lanzó su segunda OPA; esta vez contra Endesa, en septiembre de 2005, y también fracasó. Fuera del Upstream petrolero, que debería de ser su prioridad, “Brufau estaba tan enfermizamente obsesionado buscando enemigos en España —recuerda el ex funcionario—, que no se esperó el golpe de Argentina”.

El directivo, al que Josep Vilarasau calificó de “fuera de serie", supo lidiar con los impuestos a las exportaciones, y con las “retenciones móviles” si el barril de petróleo superaba los 35 dólares. No lo perturbó la congelación de precios, su descenso o subida según lo apremiara el Gobierno. Brufau consintió la intromisión de Kirchner porque era consciente de que Repsol-YPF se movía por lo vendido en Argentina y por lo exportado desde allá. Diariamente extraían 1,2 millones de barriles. Con esas mismas reglas de juego, inconstantes y perniciosas, Alfonso Cortina multiplicó por tres los beneficios de la compañía y por cinco sus ingresos totales.

El vuelco que inquietó a Brufau fue la jugada maestra de Néstor Kirchner: teniendo derecho a un segundo mandato, y bastante gancho electoral para repetir, “abdicó” a favor de su esposa. Kirchner sabía que si optaba a la reelección inmediata acabaría peor que Menem. “El primer día de mi segunda presidencia tendré menos poder que el último día de la primera”, solía repetir a sus amigos. En consecuencia, Kirchner I delineó una intercalación de períodos con su alter ego y pareja. El plan era tan sagaz que su sucesora transmitía una mezcla de renovación y continuidad; lo mejor: Kirchner II podría renacer socialmente como una Evita. Así que los años que Antonio Brufau permaneciera al frente de Repsol-YPF, no iba a relacionarse con otro poder que no fuera el matrimonio Kirchner.

El 28 de octubre de 2007 se cumplieron los pronósticos. Como su cónyuge arrasó en las urnas, correspondía alejarse de los reflectores. En la sombra, Néstor Kirchner avanzó algunos movimientos en su ajedrez particular. Uno de esos ataques estaba dedicado a Repsol-YPF. Con el arma de la inversión escasa, tenía un negocio que ofrecer a los españoles: concederle el 25% de YPF a un socio argentino. O eso o nacionalizaba. Cierta cláusula no escrita obligó al vendedor a prestarle al comprador la cantidad necesaria para hacerse con las acciones. Este patrocinio —1.269 millones de euros— es el núcleo de una transacción insólita, que incluía una serie de ventajas contractuales.

Con esas prerrogativas, los Eskenazi entraron por la puerta grande, a pesar de que jamás se habían dedicado a la industria del petróleo, ni siquiera en sueños. “Antonio Brufau aceptó —indica una fuente del mercado bursátil argentino—, pero exigió a cambio flujo de caja. Demandó una rentabilidad descomunal para que Enrique Eskenazi y su familia pudieran pagar el préstamo”. Acordaron repartir el 90% de los beneficios anuales. Parados sobre dos centímetros de cristal se echaron sobre los hombros una tonelada de dinero. “No hay empresa, pequeña, mediana o grande, que pueda soportar tal régimen de expolio”, sostiene ese buen conocedor de la operación. El pacto, como dictado por Fausto, traicionó las urgentes y costosas tareas de exploración. “Aquel dineroducto —ironiza la misma fuente— fue la debacle de Respol-YPF y, a la larga, la sentencia de muerte de Brufau”dineroducto.

El banquero de los Kirchner

El socio argentino bendecido por Néstor Kirchner era el ingeniero químico Enrique Eskenazi, nacido en 1925. Antes de su salto a la construcción y a la banca, fue ejecutivo en la emblemática Bunge & Born. A finales de los setenta, su amigo Carlos Alberto Petersen, dueño de Petersen, Thiele & Cruz, tiró la toalla ahogado por las deudas. Eskenazi accedió a reflotar la constructora y se la quedó en 1980. Estableció contactos políticos, lo que puso a su alcance el mundillo de las licitaciones. En 1996, con el favor de Carlos Menem, adquirió el Banco de San Juan. Ese año conoció a Néstor Kirchner, entonces gobernador en Santa Cruz. Gracias a su amistad, compró el banco de esa provincia. El progreso de Eskenazi no registró otro pico hasta que Kirchner ganó la presidencia. En septiembre de 2003, el Grupo Petersen se amplió con el Banco de Santa Fe. Dos años después, fue el turno del Banco de Entre Ríos.

Con Enrique Eskenazi como presidente del Banco de Santa Cruz, la escurridiza cantidad que Néstor Kirchner recibió por las regalías petroleras, dejó de ser una cuenta personal constituyendo un fideicomiso administrado por la entidad santacruceña. Tapadera de la que procede el membrete “banquero de los Kirchner”. ¿Ignoraba estos vínculos Antonio Brufau? ¿O por eso convino que el Grupo Petersen era el colaborador perfecto para seguir rentabilizando YPF?. “A alguien como Brufau —responde un empresario— no se lleva hasta allí si no quiere”.

Enrique Eskenazi prometió supeditar a Antonio Brufau al perfil nestoriano. La misma gente que nunca dejó de susurrarle a Kirchner que Repsol estaba sobreexplotando los yacimientos, y que su ejecutivo estrella era un incompetente que no echaba músculo a la exploración, se sorprendió con el socio elegido. Los ilusos que añoraban el esplendor nacionalista de YPF se quedaron helados. En un negocio donde se juegan miles de millones de dólares al día, nadie entendió que el presidente trajera a un octogenario, lego en hidrocarburos, para reestructurar una petrolera grande y deteriorada. ¿No sabía Kirchner que los Eskenazi eran los últimos de la cola en los que confiar el futuro energético del país? El asombro revirtió en horror cuando el apalancamiento y la apropiación del 90% de las ganancias recalaron en la prensa. ¿Es que Kirchner era un ingenuo? Lo expresa un destacado abogado porteño: “Kirchner sabía lo que hacía: jamás iba a poner en peligro su patrimonio”.

Con la toma de posesión de Cristina Fernández de Kirchner, el 10 de diciembre de 2007, Antonio Brufau tuvo dos amos a los que obedecer: la presidenta y su marido, el auténtico poder tras el trono. Ese tango no lo iba a saber bailar. Fernández se estrenó con un problema de protagonismo. Para aquellos que necesitaban favores, o no caer en desgracia, valía más el silencio del ex presidente que una palabra de la presidenta. Gente como Enrique y Sebastián Eskenazi, o como Antonio Brufau, menospreciaban la autoridad de Cristina Fernández. Tenían en cuenta sus palabras con obediencia fingida. “No se lo digás a mi mujer”, pedía Kirchner, después de dar instrucciones en asuntos sensibles para Argentina. La presidenta empezó a hartarse de que el petróleo fuera cuestión masculina.

Cuando los Eskenazi empezaron a defraudarlo, Néstor Kirchner presionó a través de la burocracia estatal y asignó tareas de agitación a las juventudes de 'La Cámpora', un grupo de choque fundado y liderado por el primogénito —Máximo— para la propaganda de sus padres. Esta es la definición que da un periodista argentino: “Son una agencia de empleo: han llenado el Gobierno de amigos y de parientes. Pontifican sobre política y economía alrededor de un mate. Pero ojo: están organizados y hacen mucho, mucho ruido”. Las ideas fijas con las que Kirchner los movilizó son llanas, verídicas: "Repsol no produce, no invierte; está llevándose nuestra plata". El otro blanco era la desidia traidora de la familia Eskenazi. Específicamente Sebastián, al que repelían por yuppie. La Cámpora cinceló esa revancha peronista, y la dramatizó todavía más con la muerte del ex presidente en 2010. De ahí vienen los carteles —“¿Dónde está la producción?”— que aparecieron sistemáticamente en las provincias petrolíferas entre 2011 y 2013.

Según cuenta Luis Majul en El dueño (2009), un libro que repasa los negocios de Néstor Kirchner, éste llamó a Sebastián Eskenazi, nuevo CEO de YPF, pocos días después de la navidad de 2007. “Ahora preparate, porque si no empiezan a invertir, los vamos a hacer mierda”. Dicho y hecho. La falta de inversión era un mantra kirchneriano. Se lo dijo a Brufau en Buenos Aires y en Madrid; se lo repitió a José Luis Rodríguez Zapatero en Viena, en mayo de 2006, y lo refrendó delante de su esposa Cristina en Quinta de Olivos, en noviembre de 2007: “Quiero que Repsol se involucre más, que explore, que invierta. Esto no puede seguir así”.

El giro de los acontecimientos no impidió que Brufau inaugurara la nueva sede de Repsol-YPF a finales de 2008. Una torre de 160 metros de hermoso y brillante acero. 134 millones y, de improviso, su despacho en el piso 32 no sería el único en su especie: compartiría las alturas con Sebastián Eskenazi, un advenedizo. Brufau lo tomó con filosofía financiera y vio en el edificio un homenaje a sus seis décadas de vida. Kirchner vio otra cosa: en la cúspide de la construcción, las letras de Repsol se recostaban, hirientes y perezosas, sobre las de YPF.

Brufau explica el pacto

El rostro de Antonio Brufau es el que tienen los prelados que van a recibir el título de cardenal. La calvicie ha indefinido una cabeza algo combada, pulida por las manchas de sol y por los flashes, de los que es veterano. El pelo, que crece sólo en los lados, refuerza su disfraz de clérigo acostumbrado a los inciensos y a que le besen la mano. La nariz aguileña, caída, como un instrumento falible para oler el petróleo. Usa gafas, o ya no. El poder lo ve todo. Su apariencia la enfatiza un tic: mientras habla, la mano izquierda se eleva y se retuerce como una garra.

Con esa actitud altiva y una voz sofocada, Brufau explicó a sus accionistas lo inexplicable. Lo narra un testigo: “Dijo que había una presión potente y que la única manera de mantenerse en Argentina era dejar entrar a una familia recomendada por el Gobierno. Iban a servir como 'abrepuertas' político”. Al Consejo de Administración lo sedujo el razonamiento y el plazo: “Si una cosa conviene, entre tener el 100% y nada, es preferible quedarse con el 75%. Brufau nos aseguró —sigue contando el testigo— que el pacto sólo iba a durar un año, y que estaba garantizado que el Estado no iba a intervenir o nacionalizar YPF”.

Los Eskenazi eran el precio de la paz con los Kirchner.

Dentro de lo grave hubo algo todavía peor: “Jamás se habló de traspasarles el control técnico de la empresa”. La capacidad de los Eskenazi era la adecuada para una red de bancos provincianos; por tanto, no se esperaba que hicieran el trabajo por el que pagan a Antonio Brufau. De la noche a la mañana, los denominados expertos “en mercados regulares” no sólo absorbían su parte del 90% de las utilidades de YPF, sino que dirigían la petrolera. Como gondoleros gobernando un portaviones.

Brufau dejó que YPF fuera un botín para nepotes. Estos eran los cargos que ocupaban los Eskenazi: Sebastián, vicepresidente ejecutivo y CEO; Enrique, vicepresidente; Matías, director adjunto; y Ezequiel, vicepresidente de la Fundación YPF. Del clan, faltaron únicamente Esteban, que no les habla, y Valeria, que vive a su aire. Hasta el abogado de la familia, Mauro Dacomo, fue nombrado director general de Asuntos Legales de YPF. “No es posible conducir un camión con dos volantes”, le dijo el patriarca Eskenazi a Brufau, y éste, dócil, se hizo a un lado, precipitando el desprestigio de la empresa y el pavoroso déficit operativo.

Continúa una fuente económica argentina: “Este abandono español en los mandos de YPF se exacerba con el relevo de Antonio Gomis Sáenz, que fue director general de Operaciones de YPF hasta 2010, cuando Brufau le da su cargo a los Eskenazi. Gomis Sáenz pasa a ser el 'director de España en Argentina', pero no ocupa más que un 'puesto florero'. En la jerarquía sólo se mantuvo otro español: Tomás García Blanco, director general de Exploración y Producción, desde 2009, porque Brufau quería que alguien cuidara el grifo”.

En diciembre de 2007, con la firma de un acuerdo de intenciones, Petersen Energía obligaba a Repsol-YPF a formalizar, en los siguientes dos meses, un contrato de compraventa para la adquisición del 14,9% de su capital. Librándose de la OPA de rigor, los Eskenazi pagaron 2.235 millones de dólares. Para ajustar metieron la mano en el bolsillo del comprador: Repsol-YPF les concedió un préstamo de 785 millones de euros. “Mirá si habrá sido contra natura ese acuerdo —señala un economista argentino— que los Eskenazi, con la primera participación del 14,9%, manejan todo”.

En febrero de 2008, Repsol y Petersen Energía, suscribieron otros dos acuerdos adicionales, por los que, dentro de un periodo máximo de cuatro años, Petersen Energía podía comprar las participaciones restantes del 0,1% y del 10% de YPF. Nueve meses después, los Eskenazi ejercieron la primera de las opciones de compra por el 0,1% a un costo de 13 millones de dólares. La segunda se llevó a cabo en mayo de 2011, con la adquisición de 39.331.279 acciones, que equivalían al 10%. El precio de venta fue de 1.302 millones de dólares, una cantidad cubierta en parte por un segundo préstamo de Repsol-YPF, que transfirió a su comprador 484 millones de euros.

Antonio Brufau, presidente de Repsol, en el despacho del entonces presidente argentino, Néstor Kirchner, el 13 de diciembre de 2005 | EFE

A la par que suministraba liquidez, el pacto exigía a Brufau servir de fiador ante los bancos. En junio de 2008, el Banco Santander otorgó un crédito de 198 millones de dólares a Petersen Inversora. Curiosamente, las sociedades anónimas que el Grupo Petersen involucró en estas operaciones tenían sede en Madrid y formaban parte de un conglomerado australiano.

Es verdad que el mecanismo de compra utilizado está inscrito en la práctica comercial. Se llama Vendor's Loan o “préstamo del vendedor”, y ha sido mencionado varias veces por los beneficiarios del pacto. El problema que deslegitima la invocación de esta fórmula radica en la marca política del acuerdo, en la magnitud de la suma y en el tipo de industria en el que se aplicó. Si bien un vendedor puede prestar dinero al comprador para que consiga un producto o una propiedad suya, con o sin intereses, incluso regalándoselo, es completamente sui generis que ocurra en un campo donde deben predominar los intereses nacionales.sui generis Por ese motivo, la connivencia y la simulación son los rasgos que sellan la financiación del Grupo Petersen por parte de Repsol-YPF.

“Kirchner nos presionó para que tengamos a alguien suyo en YPF. Era necesario hacerlo, porque de lo contrario nos expropian”. Son las palabras de Brufau que resuenan en los oídos de nuestro testigo. “Dijo que Enrique Eskenazi era amigo”. Con tono de broma, pero muy en serio, los mexicanos y los constructores le recomendaron: “Pues pon 4 ó 5 amigos más, Antonio, porque en Argentina éste es amigo hoy, pero mañana seguro se pelean”. La sugerencia acabó siendo profética: en la escala de cariños, que es paralela a los negocios, Eskenazi e hijos acabaron reemplazados por Cristóbal López, otro empresario K. “El kirchnerismo es un elemento básicamente inestable —escribió Martín Caparrós—: se prende fuego fácil al contacto con el agua o el aire. La lista de sus enemigos es, caso por caso, la lista de sus ex aliados”.

Un CEO que vende perros y compra gatos

A pesar del traspié mayúsculo, el CEO de Repsol-YPF estaba satisfecho, como si los Eskenazi hubieran salido de la sala de máquinas de ExxonMobile; o como si la fortuna que les confió fuera a centuplicarse en un abrir y cerrar de ojos. Para Brufau, es ley del mercado venderle-prestando-al comprador. No será la última vez que haga un lance anómalo como presidente de Repsol. Veamos cómo ilustra un empresario español lo que podríamos designar el “estilo de negocios Brufau”: “Es el hombre que logra vender a su perro por 2 millones de euros, y cuando le preguntas qué hizo con tanto dinero, te contesta, muy orgulloso: 'Pues comprarme una ganga, un gato de 2 millones de euros'. Ese es Brufau”. Entregue perro o gato, Antonio Brufau cuenta con el apoyo total de su Consejo de Administración. Ha sabido sentarse al mismo tiempo en la silla del presidente ejecutivo, en la silla del presidente de la Comisión Delegada y en la silla del presidente de la Fundación Repsol. Este poder le da margen para ser arrogante, equivocarse y mecerse entre los aplausos. Es tan bueno que la compañía le compró en 2009 un jet privado Gulfstream G5. Los magníficos negocios que cierra Brufau valen esos 40 millones de euros.

Fuera de los consejeros dominicales que representan a CaixaBank, Pemex, Sacyr y Temasek, estas son las personas responsables de refrendar las decisiones de Brufau. (Por supuesto, escogidas y promovidas por él):

2 consejeros del PSOE:

Paulina Beato, con 264.891 euros anuales, ex consejera de Mario Conde en Banesto y esposa de Julio Viñuela, presidente de la Compañía Española de Tabaco en Rama —Certasa—, entre 2004 y 2012, gracias a su íntimo amigo Pedro Solbes; y Luis Carlos Croissier, con 220.743 euros anuales, ex ministro de Industria y Energía en el segundo gobierno de Felipe González, y ex presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores entre 1988 y 1996.

2 consejeros catalanes: Artur Carulla, con 397.337 euros anuales, presidente del grupo familiar Agrolimen; y la notaria María Isabel Gabarró, con 264.891 euros anuales.

2 consejeros vascos: Javier Echenique Landiribar, con 441.486 euros anuales, ex director general del Grupo BBVA, es vicepresidente del Banco de Sabadell y Consejero de Telefónica México, entre otros cargos; y Mario Fernández Pelaz, con 220.743 euros anuales, ex vicelehendakari del Gobierno Vasco, presidente del BBK y presidente ejecutivo del Kutxabank.

Y 2 consejeros surgidos de la pura amistad: el primero, Ángel Durández, con 264.891 euros anuales, empezó su carrera en Arthur Andersen en 1965; fue nombrado socio director en Barcelona, en 1976. Allí fue jefe de Antonio Brufau. En el epílogo de El legado de Arthur Andersen (2009), de Carmelo Canales y Francisco López, se jacta de que uno de los valores transmitidos por aquella empresa era la meritocracia: “nepotismo cero”, afirma. Dentro de Repsol se hace cargo de su especialidad: la Comisión de Auditoría y Control. El segundo es un francés nacionalizado brasileño, Henri Philippe Reichstul, con un sueldo anual de 353.188. De todos los consejeros independientes, este ex presidente de Petrobrás es el único que tiene experiencia en la industria energética.

No hay ningún consejero que provenga de las filas del Partido Popular. Algo extraño porque a Antonio Brufau, como un tiburón que nada en todas las aguas, le gusta congraciarse con el poder de turno. Sólo un ejemplo: en junio de 2007, Jesús Fernández de la Vega se jubiló como Director General de Recursos Humanos de Repsol-YPF, puesto que ocupó durante más de veinte años. Y lo hizo con una pensión de 10,9 millones de euros. Al año siguiente, Antonio Brufau lo fichó para presidir la Fundación Repsol. “Sin duda lo hizo como un gesto hacia María Teresa Fernández de la Vega”, asegura un funcionario de la época socialista. “Era ella la que preparaba las Cumbres Iberoamericanas”. En verano, mientras la mayoría de sus compañeros de gabinete tomaban vacaciones, la entonces vicepresidenta primera, ministra de la Presidencia y portavoz del Gobierno, viajaba para afianzar lazos con los presidentes de América Latina. Cuando estalló el escándalo, el equipo de Zapatero presionó para que el hermano de Fernández de la Vega dimitiera.

El Consejo de Administración de Antonio Brufau está hecho a la medida de sus decisiones. Los 2,428 millones de euros que cuesta su unanimidad al año, y el reparto del 1,5% del beneficio neto de la compañía, vigente hasta junio de 2013, lo preservan de críticas y disensos. Esa subordinación revela por qué se aprobó el pacto con Néstor Kirchner y los Esquenazi, y por qué si pretendía conservar el lucro de las reservas argentinas —imprescindibles para la contabilidad general—, permitieron que Brufau pusiera en marcha un plan de desinversión. En teoría, el propósito de esta oferta pública de venta era aligerar la participación de Repsol en YPF y reequilibrar su cartera de activos. Por su propio carácter bursátil, resultó estridente para la hipersensibilidad argentina. Fue el mecanismo escogido por Brufau para no perder raiting, y acabó desafiando a la Casa Rosada. La recaudación de capital no servía para buscar hidrocarburos en territorio argentino, pero sí para amortizar la deuda de la petrolera y mantener los abultados salarios de su directiva.

El aterrizaje de los Hedge Funds

A lo largo de 2010, Repsol-YPF vendió un 0,97% de las acciones de YPF por 105 millones de euros. El 23 de diciembre de 2010, Eton Park Capital Management compró un 1,63%. Capital Guardian Truts Company y Capital International, Inc. adquirieron otro 1,63%. Con los dos intercambios, Repsol-YPF facturó 384 millones de euros. El 14 de marzo de 2011, Repsol traspasó a Lazard Asset Management un 2,9% del capital social de YPF. Otros inversores se quedaron con un 0,93%. La caja registradora siguió sonando: 446 millones de euros. Ese mes, mediante una oferta pública de venta y por un valor de 862 millones de euros, se entregó un 7,67% de la empresa.

Si las acciones de YPF estaban por los suelos y se percibía que la compañía estaba mal gestionada, ¿qué estaban comprando los astutos Hedge Funds? Un experto en bolsa lo explica: “Al quedarse con esos porcentajes de utilidades, estaban sustrayendo flujo de caja, es decir, la parte más jugosa del acuerdo por el 90% de los beneficios. Y lo hacen sabidos [sic] de que el dividendo que paga esa compañía es monumental, mientras dure la fiesta”.

La presencia de los fondos de alto riesgo en el corazón de YPF enrareció el ambiente. La gobernanta argentina fue informada de que Antonio Brufau había iniciado una operación gradual de salida. Estaba troceando la petrolera sin su autorización. El comportamiento del CEO español fue interpretado como una prueba de deslealtad. Estaba en la disposición de invertir 46 millones de euros (junio de 2011) en derechos de promoción en tres parques eólicos en la costa escocesa, pero en Argentina no mostraba el mismo entusiasmo emprendedor. Hubo quienes entendieron este despliegue operativo como una estrategia financiera, de las que Brufau era asiduo, y hubo quienes se limitaron a añadir este gesto a su lista de agravios.

La osadía de Antonio Brufau estaba relacionada con la muerte de Néstor Kirchner, ocurrida, súbitamente, el 27 de octubre de 2010. “Con él, había muerto el único garante del pacto entre Brufau y los Eskenazi”, dice un abogado argentino. Sobraban los motivos para que Brufau estuviera preocupado. O quizá la aflicción no fuera tan desconsolada como pensamos. En algún momento, la mentalidad especulativa de Brufau, inclinada siempre a tiburonear, contempló una ganancia marginal: con la desaparición del actor que más ejercía coacción sobre él, la agonía de su casta era factible. Y mientras llegaba la ruina del kirchnerismo, la viuda sería una figura dolida y desorientada que se prestaba a la manipulación. Si no estaba dispuesta a transigir, no daría la guerra que su difunto esposo. Brufau ya no se sentía obligado a rendir cuentas ante los Kirchner. Era el escenario perfecto en el que prescribían todos los pactos.

Pero Cristina Fernández tenía una cabeza propia y el deseo de tomar las riendas. “Muerto Néstor —vuelve a repasar la misma fuente—, la figura del hijo crece muchísimo en el entorno familiar. La madre, entrada en sus sesentas, encuentra en Máximo su apoyo psicológico más fuerte”. Desde su tumba, y a través de La Cámpora, Néstor Kirchner iba a romper con Brufau y los EskenaziLa Cámpora. Como ninguno cumplió su promesa de invertir con el mismo brío que sacaban tajada, debían de pagaran las consecuencias.

Hasta ese punto de quiebre, Antonio Brufau había corrido con suerte. El primer año de mandato de Fernández de Kirchner fue sacudido por un lockout patronal, en protesta por el aumento de las retenciones a la exportación de soja y de girasol. Entre marzo y julio de 2008, la mirada del Gobierno no abarcaba otra cosa que no fuera el diálogo con el sector agroganadero y la sucesiva reparación de los daños. Al irrumpir la crisis financiera, Brufau se convirtió en un refuerzo esencial para que los argentinos mantuvieran a raya a sus acreedores. Lo mismo ocurrió en España, donde los aportes de Repsol-YPF al Ibex-35 rayaban en el maná bíblico.

Brufau se aferra a la presidencia de Repsol a pesar de su fracaso en el acuerdo con YPF

Incluso Hugo Chávez respetaba a Brufau. O no. En Madrid le preguntó delante de los periodistas (El País: 12/09/09): “¿Qué vamos a hacer con tanto gas?” “Alguna utilidad le encontraremos”, respondió Brufau. El encuentro destacó porque, a los pocos minutos, el presidente venezolano llevó al CEO de Repsol-YPF de copiloto camino al aeropuerto de Barajas. Sin embargo, hay una parte de la conversación en la que Chávez sacó el tema de Termobarranca, una planta eléctrica y de gas. El activo, ubicado en Barinas (Venezuela), pertenecía a Repsol-YPF desde 2001. Brufau se limitó a referir que la “venta” se trataba de un proyecto hecho “de común acuerdo”. Era una nacionalización de libro y cuajaría en febrero de 2010, cuando la empresa española entregó la licencia de exploración y explotación a PDVSA. El informe de Auditoría de Cuentas Anuales Consolidadas de 2011, anota en tono críptico: “Como consecuencia de esta venta se dieron de baja 132 millones de euros”. Y Chávez que le había dicho: “¿Te das cuenta? No somos tan diablos”.

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Mañana, capítulo 2: 'La historia no contada del desplante a Lukoil'capítulo 2

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