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La militarización de las calles

Con el aumento de la amenaza terrorista en las calles de muchas ciudades europeas y los tristes sucesos que hemos vivido recientemente (Bruselas, París, Niza) hemos observado la multiplicación de patrullas militares en las calles de muchas ciudades europeas. Cualquiera que haya pasado por el centro o el barrio europeo de Bruselas, o por las principales avenidas de París, habrá podido observar militares en uniforme de camuflaje portando armas de guerra.

Pero esto no es de ahora. Francia inició la operación Vigipirate hace casi 40 años tras un atentado en el aeropuerto de Orly y la toma de rehenes en la embajada de Irak en París y desde entonces la operación ha sido reactivada en varias ocasiones. También en el país vecino se puso en marcha la operación Sentinelle, con motivo de los asesinatos cometidos por terroristas yihadistas en el semanario satírico Charlie Hebdo y en el supermercado Hyper Carcher en enero de 2015, con un despliegue de 10.000 soldados por todo el territorio nacional continental, despliegue que se mantiene tras los atentados de Saint Denis y la sala Bataclan del mismo año y la masacre del pasado verano en Niza. Bélgica ha sufrido también recientemente la zarpa del terrorismo con los atentados del aeropuerto de Zaventem y la estación de metro de Maalbeek por lo que su gobierno ha decidido desplegar a unos 300 militares para la vigilancia de las zonas céntricas, estaciones de tren y metro y ciertas embajadas.

La primera pregunta que surge es: ¿Es eficaz el despliegue de militares en las calles para labores de vigilancia, disuasión y prevención de los delitos de terrorismo?

Se podría responder que poco eficaz ha sido, al menos en el caso de París, puesto que la puesta en marcha de Sentinelle dos días después de los ataques contra el semanario Charlie Hebdo no impidieron que sólo unos meses más tarde ocurrieran los atentados en Saint Denis y Bataclán.

Una segunda pregunta sería: ¿Se sienten los ciudadanos realmente protegidos y seguros con la presencia de militares armados en sus trayectos diarios hacia el trabajo o cuando van de compras?

De acuerdo con algunas publicaciones, la presencia de soldados fuertemente armados en las calles puede producir un impacto sobre la atmósfera social e inducir inseguridad y miedo subjetivos entre una parte importante de la población.

Es bien sabido que los militares son formados y están preparados para atacar o para repeler un ataque, algo que no suelen hacer los terroristas, que actúan de forma cobarde y en los lugares donde más daño pueden provocar. Las fuerzas armadas también son eficaces –así lo demuestra la Unidad Militar de Emergencias (UME) en España– para ayudar a la población en casos de catástrofes, naturales o provocadas.

Un militar no recibe en sus centros de enseñanza la formación o entrenamiento específico para actuar en casos y situaciones problemáticas propias del entorno urbano. Sus reglas de enfrentamiento pueden ser válidas para operaciones militares en territorios ocupados por organizaciones como Daesh o Boko Haram, pero no para actuar en una avenida, un centro comercial o un intercambiador de transportes. Un policía, por el contrario, recibe instrucción sobre seguridad ciudadana, técnicas de investigación, persecución de delitos, es decir, egresa de su academia con unos conocimientos específicos de la función policial encaminada a la protección del ciudadano.

Recientemente tuve la ocasión de participar en un mesa redonda celebrada en Bruselas, organizada conjuntamente por la Confederación Europea de Sindicatos Independientes, CESI, y la Organización Europea de Asociaciones y Sindicatos Militares, Euromil, bajo el lema El uso de las fuerzas militares para la seguridad interna. En ella, los ponentes (holandeses, alemanes y belgas) se mostraron de acuerdo en que la presencia militar en las ciudades debe responder exclusivamente a labores de apoyo a la policía y quedó patente la falta de formación específica de las fuerzas armadas para este tipo de tareas.

Yo añadiría también que es necesario limitar en el tiempo dicha presencia militar al estrictamente necesario para que las fuerzas y cuerpos de seguridad se hagan con la situación. Vivimos unos tiempos en que las amenazas para la población e incluso para los Estados no provienen de un supuesto ataque o invasión por parte de un país hostil. El enemigo potencial para una nación ha cambiado de aspecto y de estrategia, pudiendo adoptar la forma de ataque cibernético, especulación financiera, grandes organizaciones criminales, etc., peligros tan reales como los que la historia de acciones bélicas nos ha enseñado.

Despertemos a la bella durmiente

Si esta situación de amenaza terrorista, tal como está conformada, no cambiara en los próximos años podríamos encontrarnos con que una medida excepcional y temporal, como es la presencia de soldados armados en las calles, podría perder su excepcionalidad y convertirse en norma. Las misiones habituales de la policía podrían ser derivadas a las fuerzas armadas con el peligro de que algún día nos encontráramos a una compañía de infantería, por poner un ejemplo, reprimiendo una protesta ciudadana, una manifestación de trabajadores o un movimiento social. Es legítimo, pues, que los ciudadanos tengan miedo ante un escenario así.

Casi todos los países de nuestro entorno cuentan con cuerpos policiales de naturaleza militar homólogos de nuestra Guardia Civil (Gendarmes, Carabinieri, Maréchaussée, Guardia Nacional Republicana) cuyos integrantes son profesionales especializados en la protección ciudadana, al igual que los miembros de las fuerzas policiales. Son agentes, ambos, que tienen capacidad para hacer frente a situaciones de tensión provocadas entre la población civil por la comisión de delitos a gran escala, incluidos los de terrorismo, así como para la gestión de las consecuencias de catástrofes. El menor o mayor acierto en su misión no depende tanto de su actuación sino de los posibles fallos en el diseño o la conducción de las operaciones y, sobre todo, en la tantas veces comprobada ausencia de coordinación y cruce de datos de inteligencia, no sólo entre las fuerzas policiales nacionales, también entre los servicios de inteligencia de los países. Utilizar a las fuerzas militares para suplir estas deficiencias sólo pueden ser útiles en el corto plazo y siempre en labores exclusivamente de apoyo.

Los tiempos han cambiado y las amenazas también. Quizás sea ahora oportuno pensar en la reducción de efectivos en las fuerzas armadas y el aumento en las plantillas de los cuerpos y fuerzas de seguridad para un mejor servicio a los ciudadanos.

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