Héroes

Vivi, la madre coraje que se plantó ante la ira de sus vecinos para proteger al pequeño Martín, su hijo con autismo

Vivi junto a su hijo Martín.

Eva Baroja

Miraba hacia arriba y no entendía nada. Solo quería escapar y llevarse a su hijo de allí cuanto antes. Les gritaban e insultaban desde cuatro edificios a la vez, como locos: “¡Para casa!, ¡Por culpa de gente como tú se está muriendo otra!, ¡Hija de puta! ¡Ojalá os muráis!”. Intentaba explicarse pero no podía: “Era muchísima gente increpándonos a la vez. Lo pasé muy mal porque en ese momento tienes que controlar el ataque que le da al niño y no ponerte tú más nerviosa”. Esto es lo que ocurrió el primer día que Vivi López-Castro intentó salir con su hijo Martín a la calle. Tiene tres años y es un niño con autismo. 

Desde que llegó la pandemia, todo se hace más cuesta arriba. El domingo salir a jugar al sol como el resto de niños no fue tan fácil. A los demás padres les sirve con extremar un poco las precauciones y poner una mascarilla a sus hijos. Vivi, sin embargo, va de un lado para otro. En una mano sostiene un bote de spray y en la otra una bayeta. Los que se cruzan con ella la miran raro. No es para menos. Corre como una loca intentando anticiparse a cada uno de los movimientos de su hijo. Todo para desinfectar los objetos antes de que él pueda tocarlos. Como un ángel de la guarda pero de carne y hueso y con una larga melena rizada de color negro. “Ponerle guantes y mascarilla es imposible porque tiene mucha sensibilidad. La gente se ríe de mí pero yo no puedo explicarle a Martín por qué no puede subirse encima de un banco. Se pone a gritar. Mi única opción es el desinfectante, por su seguridad y por la mía porque si yo me pongo enferma, ¿quién le va a cuidar?”.

Cuando a Martín le diagnosticaron TEA, Vivi tuvo que dejar su trabajo como dependienta en una tienda de telefonía para dedicarse exclusivamente a su hijo. Conciliar no era una opción para ella. Desde entonces, viven en una pequeña casa en Oviedo con un salario social de 500 euros al mes, de los cuales 200 se van a un logopeda privado. Martín no habla, no atiende a órdenes y no se relaciona con otros niños pero puede llegar a ser “el rapaz” más feliz del mundo guardando piedrecitas en sus bolsillos que luego dejar caer, con orden, en “el prao” o en las alcantarillas. No necesita a nadie más. Es el Rey Midas de su parque, al tocarlas las convierte en su tesoro.

El día a día de esta madre y su hijo, hasta hace mes y medio, trascurría entre alarmas, horarios y pictogramas que ayudaban a hacer comprensible a Martín un mundo exterior que a él se le antoja apabullante, confuso, caótico: “Nos levantamos, desayunamos, nos vestimos, cogemos el elefante, vamos al cole, volvemos a casa, nos echamos la siesta, vamos al parque y cenamos. Si la comida está caliente, le pongo el pictograma del fuego y las manos. Si no, no sabe lo que le quieres decir. Con los niños con autismo tienes que adelantarte siempre a lo que va a ocurrir porque si no lo saben, les descolocas”. Tras varios días encerrado y sometido a un cambio repentino de rutina, el niño estaba muy nervioso y Vivi decidió sacarle a dar una pequeña vuelta por los alrededores. Lo que nunca habría imaginado es que ese momento de respiro que tanto necesitaba su hijo acabaría provocándole una crisis mayor. Bajó a la calle con una carpeta repleta de documentos que acreditaban que el niño tenía autismo, por si se encontraba con algún agente, pero eso a los vecinos les dio igual. “Yo miraba hacia arriba y pensaba: “Pero, ¿y quiénes sois vosotros para gritar a nadie? ¡Llamad a la policía si estáis viendo algo raro!”.

Vivi, madre de un niño con autismo: "Martín me enseña cada día que no hay nada imposible"

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Cuando llegaron a casa, el estrés de la situación provocó que Martín estallase. Lo que le pasa no es un enfado ni una rabieta como la de cualquier otro niño, es un tsunami que lo arrasa todo: “Cuando hay demasiado ruido grita, lanza cosas, va de una habitación a otra sin parar, empieza a tirar todo al suelo, incluso se autoagrede”. Entonces vuelve a aparecer su ángel de la guarda, su madre, intentando mantener la calma y aplacar la tempestad. Con la mejor de las sonrisas e ignorando el agotamiento porque delante de él no puede permitirse el lujo de dejar aflorar ni un ápice de debilidad: “Me tiro al suelo, a su altura, muy despacito y empiezo a decirle: “Tranquilo, cariño, no pasa nada. Mamá está aquí”. Con voz muy dulce y muy suave, aunque él me esté mordiendo en ese momento. Todo hasta que consigo que se apoye en mí. Ahí empiezo a balancearle y a acariciarle la espalda”. Y así, poco a poco y aunque le cueste horas, consigue lo que parecía imposible: que Martín vuelva a respirar tranquilo mientras abraza con fuerza uno de sus diecisiete muñecos de elefante, su animal favorito.

Al tercer día de gritos y con un sentimiento de impotencia tremendo, Vivi abandonaba su casa con una pancarta de un metro dispuesta a parar a sus vecinos. En ella se podía leer “El niño es autista”, con letras mayúsculas muy grandes. “No es la solución que me gusta, tampoco la del brazalete azul porque bastantes etiquetas le han puesto ya con tres años y le pondrán a lo largo de su vida”. El cartel hizo efecto y consiguió frenar la incomprensión y la falta de empatía, escondiendo a muchos, avergonzados, dentro de sus casas. Solo se disculpó una vecina, cuando bajó al parque a pasear a su perro al día siguiente: “Me dijo que lo sentía mucho, que aquel día había venido de hacer una guardia en el hospital y no se había parado un momento a pensar”.

Estas semanas de confinamiento están siendo días duros para Vivi. Ni siquiera tiene tiempo para peinarse: “Mi hermana me dice que parezco la Señorita Rottenmeier”, dice entre risas. Puede contar con los dedos de una mano las noches que ha salido en los últimos años a tomar algo con sus amigas. Tampoco recuerda la última vez que se compró ropa o que se maquilló y aunque a veces le gustaría “regalar sus superpoderes e igualarse a los demás”, como dice la canción de Izal, no cambiaría su vida por nada del mundo. Lo único que le importa, su mayor satisfacción, es ver bien a su hijo ahora y siempre: “Algunos creerán que mi vida es una mierda, pensarán que soy una pobritina, pero yo soy feliz y tiro con lo que tengo. Cuando quieres a alguien como yo quiero a Martín, todo lo demás te da igual”.

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