Héroes

Juana o cómo volver a la vida y a su peluquería después de perderlo todo

Eva Baroja

Nota: Recomendamos leer el reportaje mientras se escucha, bajito, la canción La leyenda del tiempo de Camarón. La leyenda del tiempo

Los primeros acordes de La leyenda del tiempo, de Camarón, rompían el silencio de las calles de Madrid aquel sábado de principios de abril. Se escuchaba en medio centenar de casas, de San Blas a Vallecas, a la una de la tarde. Todo para homenajear al padre de Juana, que había fallecido unos días antes por culpa del covid-19. Además de arrasar con todo, el virus la había privado de despedirse de él rodeada del cariño de los suyos: “A mi padre no le hubiera gustado que llorásemos. No era un hombre muy católico, pero sí andaluz y muy rumbero. Mi hijo Javier y él se pasaban tardes y tardes escuchando flamenco”. Por eso, a los familiares, amigos, vecinos y clientes de su peluquería que le daban el pésame, les pidió que, a la misma hora, pusiesen en sus casas la canción de Camarón y pensasen en “cosas bonitas”. Eran los días más duros de la crisis y Juana, que no podía encontrar consuelo en los brazos de sus dos hijos ya independizados, creía que ésta era la despedida más bonita que, desde la distancia, le podía hacer.

Reproduce de nuevo la canción y nada más sonar los versos lorquianos, El sueño va sobre el tiempo flotando como un velero, se le escapan las lágrimas. En su mirada hay dolor, pero también fortaleza, esa que solo conocen las mujeres como ella, porque “Juana es mucha Juana”. San Blas la ha visto nacer, crecer y convertirse en la luchadora que es. Ahora, a punto de cumplir sesenta años, tiene multitud de cicatrices por fuera y por dentro, pero sigue siendo igual de risueña que cuando tenía veinte. A pesar de haberse enfrentado a varias operaciones de vida o muerte, siempre ha priorizado a sus hijos por encima de todo y además ha conseguido sacar adelante ella sola el J. Reche Salón, una pequeña peluquería que regenta en la zona de Hispanoamérica: “Fue muy difícil abrirme camino porque con dos niños pequeños, divorciada y con un tumor cerebral, tenía todas las papeletas para no encontrar trabajo. Que te etiqueten humilla mucho”.

Como la de tantos otros autónomos y pequeños empresarios, su vida dio un vuelco el día que se decretó el estado de alarma hace ya tres meses: “Estaba atendiendo a unas clientas y, de repente, le tuve que quitar el tinte a una de ellas rápidamente porque nos echaron de la peluquería como si hubiese una bomba”. Su salón de belleza está integrado dentro de una cadena de gimnasios, así que, al considerarse una gran superficie, no pudo volver a trabajar hace dos semanas como el resto. “Veía que todas las peluquerías estaban abriendo y que yo le tenía que decir a mis clientes que no. Con una competencia tan grande, han podido probar otra peluquera y no volver”, explica con mucha impotencia. Tantos meses con el negocio cerrado le han ocasionado innumerables pérdidas económicas además de vivir con la incertidumbre de si su peluquería podrá volver a ser lo que era.

Juana lleva regentando sola su peluquería más de veinte años.

A mediados de marzo, preocupada por su negocio y haciendo cuentas a todas horas, recibió la llamada más dura que podía imaginar: su padre, al que llevaba años cuidando día a día, tenía que ser ingresado en pleno apogeo de la pandemia. Desde el día en el que se lo llevaron en ambulancia, no volvió a verle, y todas las novedades sobre su estado de salud se las fueron comunicando por teléfono: “El médico me dijo que me preparase para lo peor y que estuviese pendiente del teléfono porque mi padre estaba muy mal y había llegado al hospital ahogándose. Me pasé toda la noche llorando y abrazada al móvil”. A pesar de tener 91 años y problemas respiratorios, Ángel o El Yayi, como todos le llamaban en casa, estuvo a punto de recuperarse. “Cuando me dijeron que mi abuelo había dado positivo en coronavirus, pensé que era una sentencia de muerte, pero era un campeón y empezó a mejorar, los médicos alucinaban con él”, cuenta uno de sus nietos. Desgraciadamente, pasaron los días y, tras luchar durante casi una semana más contra la enfermedad sin ayuda de ningún medicamento, la fuerza de Ángel, el de la “sonrisa eterna”, terminó agotándose en la soledad de la muerte a la que condena la cara más cruel del coronavirus.

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De un día para otro, Juana se chocó de bruces con una pandemia que se había llevado por delante a su padre, la había dejado sin trabajo y aislado del resto del mundo, con el dolor como único compañero: “Cuando cerraba los ojos me veía en un laberinto, desnuda y desprotegida, sin saber qué camino coger porque lo había perdido todo”. La angustia únicamente se mitigaba cuando hablaba por teléfono y WhatsApp con sus hijos, los mismos que, de pequeños, junto a su abuelo, la hacían rabiar. “Estaban muy unidos. Mi padre había tenido hijas y, claro, ellos eran dos chicos, así que iba a buscarlos al colegio, hacían manualidades, veían el fútbol... Hicieron un equipo: los tres contra la Juana”, recuerda riéndose.

Juana junto a su padre celebrando un cumpleaños.

Ayer, por fin, se puso un vestido, se pintó los labios y bajó al centro de Madrid para reabrir su peluquería, un pequeño rayo de luz en estos meses tan oscuros e inciertos. Todavía no sabe si J. Reche Salón volverá a llenarse y tiene un miedo tremendo a no tener una bolsa de clientes suficiente que le permita seguir adelante. Lo único seguro a partir de ahora es que, como cantaba Camarón, su padre estará flotando como un velero mientras ve, orgulloso, cómo su hija pequeña va volviendo poco a poco a ser feliz porque tal y como le dijo una vez: “Soy el hombre que más te va a querer en la vida”. Ella, a día de hoy, no tiene ninguna duda.

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