Héroes

Fofito: "El coronavirus no puede hacer desaparecer al circo"

Eva Baroja

El secreto de la ilusión que Fofito Aragón mantiene intacta es seguir sorprendiéndose cada día como si fuese un niño. A sus 71 años, retirarse de los escenarios y dejar de cantar Había una vez un circo le parece una utopía: “Mientras me sienta con ánimo y fuerza, ahí estaré”. Con lo que no contaba el eterno payaso de la tele era con una pandemia que azotaría los cimientos del arte y la cultura en nuestro país y que dejaría al circo, como a tantos otros espectáculos, en una situación extremadamente complicada.

Desde hace casi dos años, Fofito es la estrella principal del Gran Circo HolidayGran Circo Holiday, uno de los pocos circos ambulantes y familiares que quedan a día de hoy en España. Llevan desde finales de los ochenta haciéndonos viajar al lugar en el que todo es posible, pero hoy el coronavirus amenaza con hacerlos desaparecer para siempre. “Hemos estado cuatro meses parados que nos han supuesto 35.000 euros de pérdidas. Si hubiese otra segunda ola, sería la hecatombe porque los ayuntamientos están temerosos y tardan mucho en concedernos el permiso para actuar”, explica con impotencia el director del Holiday, Justo Sacristán. Él es la quinta generación de una familia que ha nacido y crecido en torno a la carpa del circo. Aunque quienes abrieron camino, allá por el siglo XIX, fueron sus tatarabuelos titiriteros: “Tenían un carro y un burro e iban por los pueblos haciendo trucos. Vivían de lo que les daba la gente en la calle, en las posadas y en las plazas, cuando pasaban la bandeja entre el público”, recuerda.

En este “pequeño Circo del Sol”, así lo define Fofito, trabaja toda la familia de Justo. Su mujer, de la que se enamoró tras una función cuando ella fue como espectadora, y sus tres hijos: el equilibrista Jon Ander, María Mar, que es dependienta, y el pequeño payaso Chicharrín, de solo doce años. Todos se han educado en una escuela itinerante del circo, dentro de un tráiler, con una profesora que siempre les acompaña. Durante los meses de confinamiento, varados en un pueblo de La Rioja, ellos y algunos otros artistas se vieron obligados trabajar en el campo recogiendo fruta para llegar a fin de mes. Mientras, por la tarde, ensayaban los números de equilibrismo, trapecio y malabarismo en una pequeña carpa. “Siempre el mundo del circo ha sido discriminado y cuando van pasando los años va a peor. La gente no valora lo que nos jugamos la vida. Son muchas horas de sacrificio, de muchos golpes, hasta que llegas a dominarlo y consigues hacerlo”, comenta Justo.

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Estos días recuerda con nostalgia aquellos años en los que su llegada a la ciudad era todo un acontecimiento. Las farolas y las fachadas se empapelaban con carteles y la megafonía anunciaba por las calles que el circo ya estaba allí. Eran buenos tiempos. Hoy, su futuro se antoja más complicado que nunca porque a la falta de público que venían sufriendo en los últimos años se ha unido la crisis del coronavirus: “Hemos pasado muchos baches: la muerte de uno de mis hermanos por un golpe en la cabeza en un número de trapecio, la crisis del 2008, un accidente de tráfico que se llevó también a mi hermano pequeño cuando transportaba los tráileres, el fallecimiento de mi madre por cáncer, y ahora esto”, explica. Pero él no se rinde, tiene claro que quiere seguir luchando por sacar adelante el circo que levantó su padre con esfuerzo. Lo hace, sobre todo, por sus hijos, quienes no se ven jamás dedicándose a otra cosa.

El Gran Circo Holiday volvió a abrir su característica carpa roja y blanca hace unas semanas en Pamplona y al primer espectáculo después de la pandemia solo acudieron 30 personas de un total 1.800 localidades: “La gente tiene miedo a venir, pero garantizamos todas las medidas sanitarias: cuando los espectadores entran se les toma la temperatura, se les regala una mascarilla y se respeta la distancia de seguridad”, explica el director. Una de estas primeras funciones fue gratuita para sanitarios, policías y bomberos y tenía como objetivo hacerles un homenaje. “Al final del espectáculo, recitamos una poesía que dice algo así como que estamos pasando por un mal momento y que tenemos que tener cuidado. Vimos que el público se ponían a llorar. Fue muy duro”, recuerda Fofito emocionado.

Ni Justo ni su familia, tampoco Fofito, han echado nunca de menos poder echar raíces en un lugar. Son gente de mundo, viajeros incansables, y su objetivo es hacer soñar, aunque, eso, hoy en día, cueste el doble. Quizás, para paliar todo este dolor que llevamos acumulado estos meses, sería recomendable recuperar la ilusión perdida e intentar ver el mundo con ojos nuevos, al igual que hacen los niños. En esta tarea seguro que ellos, los del circo, nos pueden echar una mano. “El coronavirus no puede hacernos desaparecer porque mientras haya un niño en el mundo, existirá un circo”. Palabra de Fofito.

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