Héroes

Manuel de la Puente, de comandar 'Elcano' a restaurar lámparas de edificios históricos desinteresadamente

Ha pasado 3650 días navegando, en total, más de una década sin salir del mar, la mar, sólo la mar, cómo escribía su paisano Rafael Alberti. De puerto en puerto, de ciudad en ciudad. Siempre de un lado para otro. Cada dos años, Manuel de la Puente (Cádiz, 1958), su mujer María del Mar, —“¡no podía llamarse de otra forma!”— y sus tres hijos hacían las maletas, metían todos los muebles en un camión y se mudaban al nuevo lugar al que le habían destinado. Después de media vida viajando por el mundo y viviendo en ciudades de toda España, hoy, desde su Cádiz natal, este lobo de mar que nunca ha perdido su marcado acento gaditano dedica su tiempo libre a restaurar lámparas antiguas que iluminan iglesias y grandes palacios: “Para algunos será aburrido, para mí es muy entretenido".

Este marino es curiosamente el tercer Manuel de la Puente que lideró el barco más emblemático y simbólico de la Armada Española, el Buque Escuela Juan Sebastián ElcanoJuan Sebastián Elcano. Antes vistieron el mismo uniforme almidonado de impoluto blanco su padre y su tío abuelo, con su mismo nombre. En Elcano, los Guardias Marinas aprenden la profesión y los secretos del mar. “A bordo tu labor es doble: enseñar a navegar a los alumnos que ese año pasan por el barco y, a la vez, representar a España por el mundo. Elcano es la mejor embajada que tenemos”, explica orgulloso. Cuando su padre se enteró de que su hijo Manuel iba a comandar aquel barco que tantos buenos recuerdos le traía solo le dio un consejo: "Léete todo lo que han escrito sobre el barco los anteriores comandantes desde 1927”. Le hizo caso.

Mari León, marinera en un mundo de hombres: “Siempre hay alguien que hace algún chiste: 'Pero, ¿tú vienes al mar?'”

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Durante dos años al frente del buque, el marino gaditano dio la vuelta a Sudamérica entrando por el Estrecho de Magallanes y llegó hasta el centro de Londres navegando por el Támesis. En cada ciudad, la tripulación y los alumnos se quedaban unos cinco días haciendo actividades, visitas culturales y acogiendo a autoridades y diplomáticos. “La recuerdo como una época muy bonita. Gobernadores, embajadores, alcaldes… En el barco, la vida era muy familiar. Los fines de semana si hacía buen tiempo comíamos en cubierta un plato especial del cocinero: un arroz o un solomillo”, explica con cariño. El mar fue su vida hasta que, cumplidos los sesenta, pasó a la reserva y volvió a Cádiz: “Al no tener destino pensé que tenía que hacer algo, ser voluntario de algo”.

Lo que no imaginó en aquel momento es que encontraría su mayor afición arreglando y restaurando lámparas. Tampoco que pasaría tantas horas en su taller engarzando cristalitos en “un garaje lleno de porquería”, comenta riendo sobre su particular taller. Y mucho menos que se subiría a grandes andamios para descolgar lámparas del techo de iglesias y palacios. “En el Palacio de la Capitanía de Cartagena, me encontré veintitantas y empecé a desmontarlas, limpiarlas, cambiarles la electricidad… Cuando volví a Cádiz, fui por las iglesias a ver si alguien tenía necesidad de mi servicio. En una de ellas, el párroco me confesó que restaurar una lámpara les había costado 4.000 euros mientras que yo solo cobro el precio de los repuestos y materiales”.

Desde el año 2013, Manuel de la Puente ha conseguido restaurar más de sesenta lámparas, muchas de ellas de gran tamaño: de dos metros y medio de altura, un metro y medio de ancho y treinta y seis brazos. Generalmente, lo que más le cuesta es encontrar algunas piezas muy antiguas o que ya no se fabrican, pero el secreto, sobre todo, es tener paciencia, mucha paciencia: “Cuando estoy metido de lleno en una lámpara a lo mejor le echo seis horas al día. Una lámpara de las grandes tiene unas dos mil piezas de cristal y hay que engarzar una a una con alambre de latón y un alicate. Las mujeres antiguamente hacían punto, yo me pongo con mi colección de cristales”.

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