Humor al cubo

Antonio Castelo: "Cuento cosas para quitarme el dolor de lo que me pase o de algo loco que veo en las noticias"

Antonio Castelo es un auténtico profesional del humor. Alicantino, se crió en un entorno militar en el que su padre trabajaba como médico. Ha ejercido como cómico desde muy joven. Su popularidad se la debe sobre todo a su trabajo en la radio (actualmente en el A vivir que son dos días, de Javier del Pino, o Comedia Perpetua en la SER) y en la televisión (ha pasado por el Caiga Quien caiga, Buenafuente o Todo es mentira). Tiene una curiosa factoría de podcasts de libre acceso para cómicos, Phi Beta Lambda. Puede decirse de él que ha hecho de todo dentro del mundo de los cómicos. Conoce como pocos lo que eso significa.

Pregunta. ¿Lo de dedicarte al humor lo tenías claro desde muy joven?

Respuesta. El primer recuerdo que tengo de estar loco de ganas por contar chistes fue en una excursión del colegio. Normalmente, manejaba un montón de chistes y me encantaba la reacción de la gente. En el autobús del colegio me hice con una colega, creo que se llamaba Raquel, que era muy amiga mía y le encantaba también contar chistes. Contábamos muchos y nos reíamos los dos un montón. Éramos buen público el uno del otro. Me acuerdo de que, a la vuelta del viaje en el bus, yo llevaba aparatos y de tanto reírme me raje la cara por dentro, todo el moflete. Entonces pensé: ¡Me ha dado igual!, de lo que me gustaba reírme, contar el chiste, que me lo contasen…” y ahí pensé: “Me flipa esto, porque me ha dado igual que me doliera. Esto me gusta, no me gusta un poco, me gusta muchísimo”.

P. Bueno, suelen decir los artistas que todo éxito tiene su precio. El tuyo no fue caro, pero sí un poco sangriento. Supongo que una vez que empezaste a trabajar profesionalmente, las actuaciones fueron menos arriesgadas para tu físico.

R. La primera vez que sentí que era profesional fue en la apertura del curso universitario de València, que era una fiesta en la que actuaba M-Clan, Pignoise y otros grupos. Era en la plaza de toros de la ciudad y yo nunca había hecho una actuación. Me llamó la delegación de alumnos: “Nos han dicho que eres bastante gracioso, ¿quieres actuar?”. Y por primera vez pensé: “¿Y si hago stand up?”, porque yo seguía mucho la tele americana y veía mucho late night por satélite. Estudiaba Informática y tenía unas tarjetas que pirateaban el canal satélite y lo veía todo. Me encargaron tres presentaciones de tres minutos antes de cada grupo. Me preparé un stand up. Lo escribí a medias con Adolfo Valor, que ahora es un guionista de cine de comedia muy famoso en España.

P. ¿Fue tu primer éxito en un escenario profesional?

R. Salió muy muy mal. Pero no me pareció muy grave. Sentí que había disfrutado, para lo desastre que había sido. Desastre tal que volaron botellas al escenario. Eran como 20.000 personas, era gratis, iba todo el mundo... La gente iba a ver a M-Clan y salía yo antes. Por cierto, es un clásico de stand up no ir a presentar conciertos. Te odian. El público de la música dice: “¡Por favor, ya está bien! ¡Que salga alguien a tocar! Que estamos aquí en otro rollo”. Y siempre se asocia, ¿no?: “Que salga un cómico”. Ese fue mi primer bolo, en la plaza de toros de València. Lo pasé muy mal, pero lo pasé tan bien que seguí haciendo más.

P. ¿Siempre has tenido facilidad para la risa? ¿Has sufrido algún ataque de risa de esos inolvidables?

R. Pues el mayor ataque de risa que he tenido fue en una misa. De niño, era monaguillo en una iglesia. Mi hermana era la monaguilla y yo era monaguillo. En casa, antes de ir a misa los domingos, hacíamos la broma de comulgar en el desayuno. Mi madre traía una cosa que tenía como una oblea por abajo. Entonces, la separábamos y la cortábamos redonda. Era igual que las obleas de la misa, solo que sin consagrar. Yo imitaba los movimientos del cura y hasta hacía el sonido del crack al morder la oblea. Mi hermana se descojonaba. Un día, no sé qué hicimos que nos reíamos especialmente en el desayuno, y cuando fuimos una hora más tarde a la iglesia, el cura empezó a hacer justo lo mismo que yo había hecho y lo veíamos y empezábamos a reírnos muchísimo. Nos tiraron para siempre de monaguillos. Fue un mal trago, nos reímos mucho.

P. ¿Qué es lo más complicado que tiene la carrera de un cómico?

R. Empezar es lo más difícil. Creo que hay un espacio de dos años que si lo pasas, ya lo has superado. Si haces una actuación cada dos semanas, durante dos años, ya has sobrepasado el arrecife, el rompeolas, y ya puedes entrar en un mundo más amable, pero el principio es muy duro. Entre mis primeros bolos y actuaciones tengo muchas muy malas, la verdad. Una vez tenía un tío en el público que empezó a insultarme todo el rato. Era una locura de gritos, se tiraba al suelo. Yo no sabía qué hacer, y de repente empecé a rostearle, que es como meterme con él: “¡Pero bueno, este tío! ¡Yo la primera vez que bebí también me comporté así! ¡Tranquilos sus amigos, no os avergoncéis de él! …”. Y alguien me dice: “Le ha dado un brote psicótico ahora. Esta viniendo la ambulancia”. ¡Madre de dios! Era una cosa… una situación super trágica. Me agobié un montón.

P. En tu experiencia ¿consideras que ser un tipo gracioso ayuda a superar problemas en la vida cotidiana?

R. Creo que te salva ser gracioso muchas veces y te mete en problemas en otras. Creo que en ocasiones he hecho chistes super inconvenientes o comentarios de mierda que te llevan a pensar: “¿Por qué lo tienes que hacer?”. A veces haces un chiste, por ego, pero también por decir: “¡Que gracioso ha quedado esto!”. En realidad, es más como: “¡No! No ha sido gracioso, te ha parecido gracioso, pero no”. A partir de ahí, tus superpoderes de ser gracioso te pueden hacer sacar de ahí, pero creo que a la vez te han metido ahí. Una noche en una cena, estaba con un proyecto para la tele y de repente hago una broma sobre un personaje ultra famoso, querido por todo el mundo. Uno de los que está en la mesa me dice: “Es mi mejor amigo”. Me tiré, sin exagerar, una hora y media recogiendo cable sutilmente metiéndome en líos yo solo. Sudé, eh, sudé.

P. A lo largo de tu carrera has tratado a multitud de gente muy famosa ¿Alguna a la que haya que hacer referencia en una entrevista sobre comedia?

R. Durante una época trabajé en el Caiga quien Caiga, con Manel Fuentes de presentador y Arturo Valls y Juanra Bonet también en la mesa. Yo era muy nuevo en Madrid. Como hablaba inglés, me mandaron a hacer reportajes internacionales y me enviaron al estreno de Rataotuille, en París. Apareció John Lasseter, jefe de Pixar, y Brad Bird, que era el director de la película. Pero, sobre todo, era también de Los Simpsons. De todas las temporadas que te gustan de Los Simpsons, los capítulos están dirigidos por Brad Bird. Le entrevisto, me firma un libro, le doy las gafas y me digo: “¡Esta noche en la fiesta conozco a Brad Bird!”. Así que, me acerco para hablar con él y resulta que era un borracho de kilo, que no te atendía para nada. Se tiró en medio de la pista y empezó a hacer fotos a la gente desde el suelo, por debajo de la falda a las chicas, y a los tíos el culo, el paquete. Se lo llevó la policía en plan: “¡Seguridad, a la calle!”, tirándolo por el suelo. Su mujer se quedó en la fiesta y dijo: “¡Es que mi marido es un borracho!”.

P. Una de las cuestiones que más sorprende cuando ves el trabajo de los monologuistas es que actuáis en todo tipo de locales como teatros, eventos o bares de mejor o peor reputación ¿Cambia mucho el trabajo dependiendo del escenario?

R. Los bares para actuar son especialmente malos, porque todo lo que está haciendo la gente de comer y beber, ir al servicio… te interrumpe un montón. Una vez fui a la inauguración de un bar y se montó una pelea del copón. Destrozaron el local. Salí por patas. Al final, el dueño del bar, al que conocía de antes, se acerca y me dice: “Sal otra vez conmigo y zanjamos esto. Que haya un final. Que no sea que te has ido en mitad de una pelea, que queda muy mal para ti y para todos”. Salgo con él y llorando se dirige a los que allí quedaban: “¡Lo que habéis hecho aquí hoy!”. La gente gritando: “¡Perdón, no volverá a pasar!”. El tipo sigue llorando: “¡El día de mi inauguración…! y con un tío (por mí) que es colega mío, y de mi chica del instituto, y está aquí. Una persona que por venir aquí gana... ¡lo que vosotros en cuatro meses trabajando!”. Y nada más decir eso, lluvia de vasos, lluvia de botellas otra vez (ja, ja, ja). Avivó el fuego de buena manera. Y, además: ¡Lo de mi salario era mentira!

P. Hay un tópico super clásico que dice que a muchas chicas les encantan los tipos divertidos que las hagan reír. Seamos sinceros: ¿Ser cómico ayuda a ligar?

R. Ser cómico para ligar es un poco “¡Qué pesado!”. Hablar un montón en una cita es lo peor. Creo, si eres cómico, tu primera tentación es hablar de tus cosas que te encantan, de tus actuaciones… Creo que es lo peor. No se puede utilizar la comedia profesional para ligar. Nunca me ha funcionado. Ser gracioso es guay, pero dar la chapa, ser muy gracioso todo el rato, tener la conversación muy arriba, siempre que lo he hecho las chicas han acabado atorradísimas. Ser gracioso es lo contrario a ser misterioso, porque es contarlo todo, verbalizarlo todo, todo el rato, y ser misterioso es lo mejor para ligar. Te gusta la gente que no conoces y en la que rellenas lo que no conoces con partes de ti. Por eso creo que es muy mala idea ser gracioso para ligar.

P. También es muy habitual que os contraten en convenciones o fiestas de empresas, ¿qué tal suelen funcionar?

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R. Alguna vez he sufrido en una cena de empresa. Es como lo de los conciertos, la gente no ha ido a verte a ti. Está mucho más a beber y a que le gusta alguien del departamento de Legal de la empresa. Ahí he estado tirando chistes al vacío varias veces…. Y los chistes así contados no se alargan, se acortan, porque acaba uno y tiras otro rápidamente para que no sea incómodo. Dices otro y no se ríen. Dices otro más y tampoco se ríen… y lo que pensabas que duraba media hora dura apenas 10 minutos y necesitas 20 minutos más de algo que no tienes. Y ni siquiera has sido gracioso con lo que tenías preparado. Es un sentimiento muy cabrón.

P. ¿Consideras el humor una profesión o una forma de ver la vida?

R. El humor lo vivo como una profesión claramente, pero también en mi día a día me gusta mucho reír. A mí me gusta hacer reír. Disfruto y me ha servido mucho para lidiar con el dolor, cosas que no entiendo, cosas que me duelen, cuando me pasa algo… Básicamente en mi alrededor lo cuento todo. Mis amigos saben todas mis cosas, mis familiares igual. Enseguida cuento cosas para quitarme ese dolor de encima de algo que me ha pasado, algo loco que he visto en las noticias… Creo que es una manera egoísta de quitarte mucho dolor y sobrellevarlo. Pero creo que es un arte que tiene una cosa que es guay, porque es efímero: yo te cuento algo a ti y desaparece, no queda nada si no lo grabamos. Y, aun así, desaparece porque tendrías que estar viéndote a diario cientos de horas de monólogos. Es un arte efímero porque tú le cuentas algo a alguien, se ríe, y ahí se acaba todo. La risa esa, y ya está.

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