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Franco y la cruz laureada de San Fernando (9/17): Un oficial y caballero empieza a mentir

Para comprender ésta y las próximas entregas conviene recordar dos cosas: la primera es que en la época a que nos referimos, los juicios contradictorios no eran ya una bagatela. Implicaban el examen minucioso de los hechos y los testimonios de numerosos testigos que debían dar cuenta formal de lo que habían presenciado. Lo cual no implica que no hubiera movimientos de fondo que no aparecen en los papeles. La segunda es que una gran parte de lo que exponemos en este artículo figura en el apéndice a la hoja de servicios de Franco publicada (pp. 93- 98). Es decir, nadie en su sano juicio podría aducir ignorancia. No es, pues, admisible que eminentísimos historiadores de la talla de Stanley G. Payne o Luis Suárez puedan alegar que escribieron sus simpáticas biografías de Franco, que tanta fama y tanto honor les han reportado, pero que dejaron de lado una pieza fundamental. El caso de Payne/Palacios es todavía más sangrante, al haber ignorado a un historiador militar, el coronel Carlos Blanco Escolá, autor de un notable libro sobre Franco, en el que ya hizo uso de la información contenida en la publicada hoja de servicios.

Nos encontramos, pues, con la primera sorpresa, que ya destacó este último autor. El capitán (a la sazón ya ascendido a comandante cuando prosiguió el juicio contradictorio) Fernando Lías Pequeño se escurrió como una lagartija y declaró “que Franco fue muy gravemente herido y que coronó la loma, sin precisar el tiempo que medió desde la herida hasta ser recogido, ni las bajas que hasta ese momento había sufrido”. ¡Caramba, caramba! Obsérvese la galaica astucia del paisano del aspirante a caballero de San Fernando.

El tal Lías Pequeño la lió (valga la broma) de las buenas: no se necesitaba ser un genio administrativo porque debía saber, antes de lanzarse a la aventura de pedir la Laureada para Franco, que entre los requisitos exigidos por la Ley de 1862 ambos aspectos eran absolutamente prioritarios. ¿Por qué, pues, se lanzó? ¿Tenía que saldar alguna deuda con Franco? ¿Cuestión de dinero? ¿Tal vez de mujeres? ¿Algún otro aspecto turbio? Quizá historiadores gallegos puedan aportar alguna luz en el futuro. También es impensable (aunque no imposible) que, antes de promover lo que daría, inevitablemente, paso a un juicio contradictorio, Lías no hubiese hablado con los oficiales y suboficiales de Franco.

De lo que hay constancia documental e inequívoca es de que tan entusiasta superior accidental se escabulló, al declarar, de toda posible indicación precisa. Sin embargo, recordemos lo que señala la hoja de servicios publicadapublicada: “en el parte de la operación, dado por [Lías Pequeño], [Franco] figuró como muy distinguido por su incomparable valor, dotes de mando y energía desplegada en dicho combate”.

Es más, se añade que “en telegrama recibido por el general en jefe de fecha 30 de junio del ministro de la Guerra, y publicado en la Orden General del día 2 de julio en Tetuán, es felicitado por el Gobierno de S.M. y ambas Cámaras” (p. 38). En román paladino, ya se había montado un show mediático sobre la carga de El Biutzshow y Franco se había llevado muchas palmas. No hace falta entrar en estos detalles, sin duda importantes, pero no en esta serie. En 1916, como hoy, la publicidad ya hacía milagros y, sin duda, más de un estudiante de grado podrá escribir algún paper utilizando la prensa de la época.

Probablemente Franco se enteró de todo ello cuando recobrara su lucidez. Es normal que se hubiera puesto muy contento. Incluso que llorase de emoción. ¿Por qué no? No le proponían a uno para una Cruz Laureada todos los días. Sin embargo, lo que cabe preguntarse es: ¿por qué entonces dijo Lías Pequeño lo que dijo en el expediente, tras reincidir en solicitar a petición de Franco que no se demorara el juicio contradictorio? Otro misterio.

Tampoco cabe olvidar que ya en 1916 el propio Franco se había personado en el expediente tan pronto le fue posible. No sabemos si conocía los términos del testimonio de Lías Pequeño. Probablemente. En todo caso, no es importante. Lo que sí es importante para enjuiciar el comportamiento de un oficial y caballero como él, sin duda, se consideraba y era también considerado, es mirar de cerca su declaración en el juicio contradictorio. ¿Y qué hizo? Pues, simplemente, mentir como un bellaco, aunque no en términos tan fantasiosos como en 1961.

El futuro Caudillo declaró en el comienzo del juicio contradictorio que, con su compañía de 113 hombres, sufrió “la baja de sus cuatro (sic) oficiales y 56 más [suponemos que simples soldaditos], casi todos antes de ser herido gravemente, cuando estaba a media ladera, y pasado un cuarto de hora fue retirado después de coronar la loma, siendo curado en la ambulancia”. Ruego a los amables lectores que tengan presente esta solemne declaración. La he subrayado en negritas. Pero, ¿qué ocurrió? No se publicó en el apéndice a la hoja de servicios del caudillo. Tampoco la recogió el comandante Gudín en su exposición final ante el consejo de guerra y marina. Los motivos no se explicitaron. Quizá tuvieron que ver con el hecho de que para entonces ya se había ascendido a Franco a comandante. O tal vez porque sobre Gudín se hizo alguna que otra presión.

Cualquier lector observará que hubo alguna contradicción entre Lías Pequeño y Franco. ¿Se quedó tendido el gallardo herido a media ladera? ¿Subió trabajosamente hasta la cresta (¿cómo?, ¿cuándo?) a pesar de una herida gravísima? He reproducido en itálicas y negritas el punto central: la compañía sufre cuantiosas bajas ANTES de que el valiente declarante cayera herido. No lo dice servidor. Lo afirmó Franco como oficial sin tacha, suponemos que, jurando por su honor de caballero, o sin jurar tal vez, porque en el Ejército español de la época y en aquellas sangrientas campañas en las que tantos morían el honor y el valor se sobreentendían. Sobre todo, en materia de ascensos.

Aun así, en el expediente del juicio contradictorio empezado a incoar en 1916, según reprodujo el fiscal dos años más tarde –el 29 de marzo de 1918–, constan otros testimonios que sí fueron publicados en la tan mencionada hoja de servicios publicadosdel supuesto salvador de España.

Llaman la atención dos. Uno de los valedores de Franco, nada menos que el general de División Joaquín Milans del Bosch y Carrió, comandante de la plaza de Ceuta y de su territorio, incluyó el caso del valor del capitán en el supuesto sexto del artículo 25 de la Ley de 1862, que mencionaremos más abajo. A mayor abundamiento, añadió otro, el caso cuarto del 27 cuarto(“en momentos dudosos, o decisivos, cargar el primero y con buen éxito al enemigo, causándole la pérdida de un tercio de su fuerza”). Fue, además, ditirámbico: la 3ª compañía mandada por Franco atacó “apoderándose de la primera trinchera en que se sostuvo, librando rudo combate quedándose sin oficiales y continuando en su mando hasta ser gravemente herido”. Exageró en ambos aspectos, pero esto permite pensar dos cosas. O bien que Franco ya tenía algún valedor en las alturas o que la Superioridad consideraba que por la acción de El Biutz convendría que el Ejército amasara tantas Cruces Laureadas como fuese posible. Sin poder demostrarlo, la experiencia comparada apunta a esta segunda posibilidad.

Como cualquier aficionado a las películas de tema bélico sabrá, si ha visto Zulú (coprotagonizada por Stanley Baker y un jovencísimo Michael Caine, en su primer papel estelar), mientras el Ejército Imperial británico era aniquilado en la batalla de Isandlwana el 22 de enero de 1879, un pequeño contingente de soldados galeses y algunas tropas coloniales (poco más de un centenar de efectivos) defendieron una posición en Rorke´s Drift contra varios miles de zulúes sedientos de sangre blanca. La defensa se saldó con once cruces Victoria, que si bien de reciente creación era ya la más alta distinción militar británica al valor. Se rumoreó que en Londres tal acumulación de concesiones de tan preciada condecoración en un solo hecho de armas quiso contraponer tal éxito al deshonor de Isandlwana. ¿Respondió a la misma motivación el deseo de generar el mayor número de Laureadas en un insignificante encuentro con los rebeldes marroquíes? Tal vez hubo más motivos, pero no he encontrado EPRE. Otros quizá la hallen.

En el juicio contradictorio también intervino el coronel Juan Génova, jefe de la columna. No precisó las bajas causadas, pero añadió, como Milans del Bosch, que Franco caía dentro del supuesto sexto del artículo 27 (“rehacer instantáneamente una tropa desordenada por las pérdidas sufridas, y dispersar con ella al enemigo cuyas fuerzas no sean inferiores o tomar o recuperar en el acto una batería o posición”). Me parece evidente que tan distinguido coronel se pasó de rosca varios metros y ruego al lector no olvide esta afirmación porque fue esencial… y radicalmente falsa. ¿Dudar de las palabras, ahora, de todo un general y de todo un coronel? Pues sí. Ambos mintieron. Lo lamento, pero son cosas que pudieron demostrarse sobre la marcha en el juicio contradictorio. Lo que no sé es quién extrajo las oportunas consecuencias. Pudo ser el fiscal comandante Gudín, pero si fue el caso, prudentemente no hizo mención alguna en sus conclusiones.

Otra sorpresita es que en favor de Franco se pronunciaron igualmente un capitán apellidado Palacios y los tenientes Muñiz y Valcárcel. Pero, ¿cómo se pronunciaron? Dijeron haberlo visto y añadieron otro supuesto de concesión de la Cruz Laureada. Ahora fue el segundo del artículo 27 (“defender el puesto que se le confía hasta perder entre muertos y heridos la mitad de su gente”). A primera vista absurdo. Franco y su compañía no defendieron una posición. La atacaron porque estaba en manos del enemigo. No obstante, los dos primeros declarantes no precisaron el número de bajas entre los rifeños y el tercero únicamente que “Franco fue uno de los primeros que retiraron en el momento en el que las bajas todavía eran menos de la mitad”. Naturalmente esto implicaba que si las bajas fueron 60 o 66 de los 118 hombres de que constaba la 3ª compañía del 2º tabor de Regulares no todas podrían computarse a la actuación y mando de un capitán que había sido de los primeros en caer, malherido, en la acción.

La superpalma se la llevaron otros dos oficiales. El primero fue el capitán López de Haro. Pero, ¡ay!, desgraciadamente, ignoraba muchos de los particulares que se le preguntaron. Otro, el teniente Martínez. Este sabía que Franco asistió al combate y que fue herido, “ignorando que realizase acto alguno digno de estar comprendido en la Orden de San Fernando”. Así que, a la salva distancia de cien años, nos sorprenden las razones por las cuales habrían sido convocados. No es de extrañar que también las declaraciones hayan llamado la atención de Andrés Rueda (p. 66s), pero que no se cuestiona los motivos.

De todas maneras, las cosas no tardaron en empezar a ir de mal en peor para Franco. Esto no lo afirma servidor. Se desprende de su hojita de servicios publicada cuando ya era Jefe del Estado, quizá un poco pasado de rosca, como lo demostró ante el Dr. Soriano Garcés.

El comandante González Tablas, los capitanes Carreras y Monís y los tenientes Romero y Loma afirmaron que el capitán Franco no había hecho más “que auxiliar el avance de la caballería, sin ninguna cosa de particular en su actuación, pues todo lo ignoran, como que pueda estar dentro de la Ley del 18 de marzo de 1862, como asimismo el número de bajas que sufriera cuando fue retirado, las del enemigo y cuando fuera curado”. ¡Bravo! ¡Por fin un poco de luz! Ignoramos, ciertamente, los motivos por los que fueron convocados. ¿Un procedimiento de rutina? ¿Se presentaron voluntarios? ¿Alguien dio su nombre? ¿Por qué?

Sin respuestas posibles a estas preguntas debo concluir que no cabe sino sospechar –siendo bondadoso– que Lías Pequeño y algunos de sus compañeros habían abultado el heroísmo sin límites del capitán Francisco Franco. La cuestión sigue siendo la misma: ¿por qué?

De todas maneras, las declaraciones más alucinantes por su carácter anodino corresponden a un capellán del Cuerpo Eclesiástico del Ejército que tuvo que dejar al menos un día o un par de días su destino en el Batallón de Cazadores de Barbastro. Se llamaba Carlos Quirós Rodríguez. Respondió a las preguntas de rigor afirmando que: no conocía al capitán Franco; solo sabía de él por referencias; había oído que había sido herido en la acción; no podía precisar ni cuándo ni el tiempo que permaneció herido en el lugar de los hechos; tampoco sabía si el capitán había perdido el conocimiento o no. En cuanto a los cuidados médicos afirmó que la mayoría de los heridos los recibían tan pronto llegaban al puesto de socorro, pero de manera deficiente por carencia de medios. Preguntado si prestó a Franco los auxilios de su sagrado ministerio respondió que lo hacía con todos los heridos, oficiales y clases y que por ello no podía precisar si también ocurrió con Franco; tampoco sabía si llegó a darle la extremaunción y que nunca la daba sin consultar previamente con el médico. Igualmente, y esto es lo más importante para lo que se dilucidaba, ignoraba si Franco había estado en condiciones de mandar. Por no saber, desconocía si había hecho algún acto heroico o no. No sabía el número de fuerzas y sus movimientos a las órdenes de Franco porque había estado ocupado en ejercer sus propias funciones.

Es decir, uno se pregunta por qué diablos había comparecido el capellán en el juicio contradictorio que se ventilaba. No extrañará que en la hoja oficial de servicios publicada no hubiese la menor referencia a tal testigopublicada. El editor de la misma pudo ser un “pelota”, pero no necesariamente lelo, y lo más probable es que no le preocupase ahorrar papel y tinta.

Esta es la ocasión de indicar que los rumores que circulan o han circulado por el mundo editorial y cibernético de que Franco pidió confesión al capellán Quirós Rodríguez ya fueron desautorizados por el propio eclesiástico. ¡Qué no se ha dicho y se dirá sobre Franco!

(continuará)

Franco y la cruz laureada de San Fernando (7/17): Se supera a sí mismo y deja a uno con la boca abierta

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*Esta serie está dedicada a la memoria del Dr. Miguel Ull y de mi primo hermano, Cecilio Yusta, fallecidos a causa de la pandemia, que me ayudaron a desentrañar el primer asesinato de Franco, en la persona del general Amado Balmes.

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Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo.

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