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Kiko Veneno: "Todo es un gran timo y el pueblo está un poco atontaete"

María Granizo Yagüe

Volando va, volando viene. Sesenta y ocho años de travesía vital y más de cuarenta de camino musical entreteniéndose. Cantando como oficio y como forma de vida. Con poesía popular, pero alzando la voz para no dejar títere con cabeza. Estudiando Filosofía y Letras. Creando un mundo sonoro, alegre y callejero con una impronta rítmica sureña. Reivindicando la magia de Jimi Hendrix y la honradez de Bob Dylan. Viviendo de “la innovación y el riesgo”. Parándose a echar un cantecito para aferrarse a nuestra esencia: “A una cultura que ha retrocedido tanto como hemos aumentado en burbuja inmobiliaria estos últimos treinta años”.

Enamorándose de la vida aunque a veces duela, el catalán más andaluz, que nunca viaja sin su guitarra, deplora el marketing y el encubrimiento de nuevas estrellas como Lady Gaga, y se declara adicto desde crío a la radio aunque nos pongamos “las orejeras y no queramos escuchar el latido social de lo que está pasando de verdad: de las políticas ventajistas, de un mundo de antivalores contra los que luchaba John Lennon, en el que el poder está probando los límites del sistema y hasta qué punto puede aguantar el ciudadano”.

Dando una vuelta más a la clavija del clavijero, Kiko Veneno continúa con su afán de buscar ritmos al margen de las modas. Reinventándose “por nuestra salud y la de la cultura”, este verano se sube a los escenarios de medio país porque “la música tiene más poder que las palabras, éstas son el patrimonio del sistema, la mentira institucionalizada, los titulares que lo dominan todo”. Por eso, pese a los años andados, a tablas compartidas con Jackson Browne, Jonathan Richman, Jorge Drexler, Martín Buscaglia o Julieta Venegas, el hombre que cantó a Joselito, el de la voz de oro, bebiendo de nuevas fuentes musicales continúa enjuagando la garganta fiel a sus principios de “cooperativismo y solidaridad: la conciencia humana es la única esperanza que tenemos”.

La banda sonora de su vida: la radio

Un mechón blanco de su flequillo le ganó el mote con el que se convirtió en Kiko. Y escuchando a Bob Dylan encontró la autopista a seguir. Pero él no llegó ni a la vida ni al cante En un Mercedes blanco por más que entonarlo le trajera, después de treinta años, el éxito comercial necesario para dedicarse a la música en exclusiva. Cuando José María López Sanfeliu, el nombre real del Veneno, abrió los ojos al mundo, la gente se desplazaba en su Girona natal andando, en Vespa o en burro. Era 1952, la España franquista de la miseria y el hambre generalizados que comenzaban a encontrar algo de alivio con el fin al racionamiento de alimentos de primera necesidad.

Siguiendo los pasos inquietos del padre, militar de profesión con frecuentes traslados, la familia llegó a la bahía de Cádiz, donde Kiko recuerda una primera infancia “de luz brillante, de libertad y felicidad”. Unos años en los que el mundo empezaba y acababa “en un patio de vecinos” y que se fue ampliando, según soplaba velas, con las idas y venidas al colegio de los salesianos y “con la aventura de cruzar la avenida principal para ir a la playa a jugar al fútbol si estaba la marea baja”. Tiempos de sabor a mar “comiendo manojitos de boquerones”. Y en sus oídos, la banda sonora de su vida: “La radio que siempre tenía puesta mi madre”. Emisoras que ya le conectaban con el ritmo del mundo: “Me empapé de todo, de Sara Montiel, de Joselito, de Nat King Cole, de Caracol, de Antonio Molina. Aquella música de radio era muy sentida, desde la pobreza, en un país devastado moralmente por la guerra. Escuchar aquellas canciones era como recibir un bálsamo”. Después, ya viviendo en el sevillano barrio del Nervión, descubrió a Camarón y al “Beatle español”, Serrat. También al rock sinfónico con Triana y la resurrección de Lorca a través de Lole y Manuel: “Su música suponía revivir desde donde quedó cortada la cultura española por la guerra”.

Contracultura y canciones para cambiar la realidad

La Universidad de Sevilla le situó en los mismos pupitres de Alfonso Guerra. Sin embargo, él no apostó por “palabrería ni promesas traicionadas” sino por activar revueltas estudiantiles elevando la voz con historias de gente corriente: “Las canciones pueden hacer la vida mejor”. Estudió Filosofía en la rama de Historia Contemporánea y comenzó a devorar las cuarenta y seis novelas, que ahora relee, en las que Galdós narra, como él en sus composiciones,”historias de la Historia” a través de Los Episodios Nacionales. Mientras escuchaba jazz con In a Silent Way de Miles Davis, su disco de cabecera, se fue encendiendo más su compromiso político de izquierdas que le llevó a debutar como cantante en una huelga universitaria a finales del franquismo. Pisó la cárcel pero no en suelo español. Haciendo autostop, con un par de amigos, recorrió festivales de la Costa Azul hasta llegar a Suecia: “Me ganaba la vida con mi guitarra. Tenía mi repertorio de canciones españolas, cantaba en la calle y ganábamos mucho dinero. Pero estaba prohibido y me metieron preso. Los suecos defenderán mucho los derechos humanos pero a mí me retuvieron sin poder ir ni a mear”.

Después de tres meses trabajando en una fábrica y entonando rumbas de Peret, otro de sus ídolos, consiguió comprarse un billete para ir a EE.UU. Curiosamente, en San Francisco, a nueve mil quinientos kilómetros de distancia de su adoptada Andalucía, descubrió el flamenco con un gitano de Morón, casado con una americana, con el que cantaba en fiestas un repertorio typical spanish. Ocho meses después, con una mochila repleta de contracultura, regresó a Sevilla y decidió volcarse en la música para cambiar la realidad. Se fijó en lo que tenía más cerca, en los personajes del barrio, en las tabernas, en los refranes, en la chirigota, en lo popular “que hace que las canciones sean de la gente, de esa cuya alegría y expresividad son lo mejor de nuestro país. Lo peor: esa pirámide en la que la corrupción chorrea de arriba hacia abajo, aplastando a la mayoría de la población”.

'Veneno' enganchado a 'Better call Saul''Veneno' enganchado a 'Better call Saul'

La segunda mitad de los años setenta le trajo la amistad de los hermanos Raimundo y Rafael Amador, con los que gestó su primera banda. Las alabanzas de la crítica a su primer disco llegaron, pero después de la disolución el grupo. La ausencia de mánager, de contrataciones y de plataformas de lanzamiento propiciaron el fin de la continuidad pasado un año. Con menos ruido, pero al tiempo que los Sex Pistols, el grupo se disolvió en 1978 tras una severa discusión entre los músicos durante una actuación en Barcelona. Volando voy, la rumba flamenca obra de Kiko y publicada por primera vez en La leyenda del tiempo de Camarón de la Isla se convirtió en un himno versionado por decenas de artistas. Y como vino se fue el sueño del grupo. Sin embargo, su nombre se convirtió para siempre en la seña de identidad de Kiko: Veneno.

Desconcertado, como el picapleitos Goodman protagonista de Better call Saul, su serie favorita, Kiko siempre ha encontrado una salida para reponerse de los traspiés en su carrera. Con la música aparcada, puso un chiringuito en una gaditana playa de Conil para sacar adelante a su hijo. Allí conoció a Maribel Quiñones, Martirio, con quien haría el single Si tú, si yo. Y mientras servía copas, en esa década de éxodo musical, conoció a Joselito, “un marinero muy golfo” cuya historia le cautivó tanto que la inmortalizó en un tema que acabaría convirtiéndose en uno de sus mayores éxitos: “Joselito se levantaba, se tomaba dos copas y ya no iba a pescar ni ná. Me fui apuntando sus frases y nació la canción: el ambiente en tecnicolor, siete novias tuve, más novias que un moro, a las siete dejé…”. Hasta que llegó ese álbum, nada de lo que hizo durante 12 años cuajó y, en pleno bombazo de la movida, estuvo a un tris de no volver a cambiar las cuerdas de su guitarra. Santiago Auserón fue parte del milagro en el resurgir del autor de Seré mecánico por ti, su primer LP en solitario:”Radio Futura es para mí el mejor grupo que había en España. Conocía a Santiago desde 1978. Quedé en mandarle maquetas y él, muy sutilmente, me iba dando confianza”. Esas canciones se convirtieron en el Échate un cantecito, su álbum de consagración. Después, vinieron Está muy bien eso del cariño, Punta Paloma, La Familia Pollo, El hombre Invisible, Dice la gente, Sensación Térmica, El Pimiento Indomable, Sombrero Roto. Álbumes con un amplio puñado de temas, que siguen creciendo en el tiempo, con distintas fusiones y el nexo del relato poético de lo común.

Cuando la cultura se hace molesta porque pregunta

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En 2010 recibió la Medalla al Mérito de las Bellas Artes y, dos años después, un mensaje le anunciaba el Premio Nacional de las Músicas Actuales. Pero ni baches ni galardones le han cegado: “El tuit que me gustaría recibir es uno que dijera: está usted convocado por este ayuntamiento, junto a los vecinos y vecinas, para las decisiones que vayamos a tomar sobre el futuro y el presente de este pueblo”. Incapaz de abstraerse de la realidad social que le rodea, Kiko habla sin vacilaciones del estado de salud de nuestro país: “Tuvimos unos años, en la transición, en que el pueblo tuvo un montón de esperanza de que fuéramos a algún lado, pero nos hemos entregado a unos políticos incapaces de hacer otra cosa que no sea buscar su propio beneficio, crear un sistema de poder, hacer un régimen. La transición tuvo un gran empuje cultural pero una de las cosas que se necesitaba para establecer un régimen pseudodemocrático era frivolizar y eliminar la cultura. Porque la cultura molesta, la cultura pregunta. Entonces empezó el no pidas cuentas, no pidas justificaciones. Coge el dinero que te está dando el banco, invierte, especula. La conciencia empezó a ser vista como una cosa anticuada, que no estaba en su tiempo, derrotista. Hemos dilapidado una enorme ilusión que había en el país por construir algo nuevo y hemos conseguido dar un extraordinario retroceso cultural”.

Con amargura pero sin veneno, el artista que canta al Pueblo guapeao, denuncia las “disfunciones del sistema” y reclama la necesidad de herramientas: “La gente aguanta esto porque se lo cree, todavía se lo cree. Es un gran timo. Para que un timo funcione, el pueblo primero tiene que estar atontaéte. La bolita está donde quiere el tahúr, no donde quiere el tío que va atontao por la calle. La realidad es una. Todo lo que dice la canción de Lennon, Imagine, hay que ponerlo al revés y sigue siendo actual. Imagínate un mundo donde funciona el cielo sin firmamento sobre nosotros, la Iglesia sin IBI, en el que funciona la ambición, el dinero, la crueldad, en el que funciona todo eso. El mundo es uno pero de esta otra manera, y todos participamos de ese engaño porque todos, de alguna forma, esperamos obtener nuestro beneficio. No hemos captado todavía el componente social de todo esto. La actitud tiene que ser otra, tenemos que establecer otro tipo de civilización. Otro tipo de reparto de las tareas y otro tipo de compromiso social”.

Sin dejar de afinar la guitarra porque “la música no puede cambiar el mundo, es lo que nos dejan para que el mundo sea soportable”, Kiko despide su Playlist deseando “que el dinero deje de ser lo único importante”. Nos anima a luchar contra “la dictadura de las finanzas y la acumulación que sustenta el sistema capitalista a base de recortar salarios y derechos sociales”. Cantando a la vida de muchas maneras, recuerda que no hacen falta libros ni tratados para darse cuenta de la realidad social: “Hace falta mirar, hablar con la gente, preguntar, explicar dónde está el bolsillo, dónde está el interés y dónde está el trabajo de la gente”. Y, aunque vayamos volando, por el camino, entretenernos.

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