Francia

Marine Le Pen, la pesadilla francesa

Marine Le Pen, durante un acto de campaña en 2012.

CHRISTIAN SALMON | Mediapart

Esta es sin duda la peor de las mistificaciones: Marine Le Pen no encarna una alternativa al sistema, pero es la reveladora de su sentido heurísticosistema. El Frente Nacional es desde hace 30 años el cuarto oscuro de la ideología dominantecuarto oscuro, el laboratorio de un modelo de gestión autoritario de la crisis.

“Acabamos de asistir a una ópera bufa”, exclamó Jean Baudrillard después de la aplastante victoria de Jacques Chirac contra Jean-Marie Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2002. Diez años más tarde, la escena de esta ópera bufa está lista de nuevo para nuestro gusto o para nuestra desesperación. Pero lo que llenó las salas en la temporada de las elecciones presidenciales ha invadido nuestros medios de comunicación y ya nada impide que esta ópera bufa, que nos mantiene unidos al teatro político desde hace treinta años, vuelva a causar náuseas. La historia siempre tiene lugar en la misma rancia parcela: la batalla del bien contra el mal, los valores humanos contra el vicio vergonzoso.

Más allá del alivio cobarde de los medios de comunicación en 2002, engañados por el espejo deformante de una elección mariscal con más del 82%, como lo fue, cinco años más tarde, por la supuesta “siphonnage” de las voces del FN por Nicolas Sarkozy que, tomando prestado los temas al FN, habría desecado su terreno electoral, el “diablo está siempre ahí”, en plena forma. Da prueba de una vitalidad asombrosa y parece alimentarse de sus derrotas.

La razón es simple: lejos de amenazar al sistema, le da la réplica, lejos de hacerlo tropezar, es la pata de palo. Y es por eso que el sistema político en su totalidad cojea a su lado como un pobre diablo… Lejos de ser un remedio a la falta de soberanía que devora el campo político, la fiebre “lepenista” es el síntoma más agudo…

Y el “sistema” puede blandir bien sus “valores” desde el más alto al más bajo, lanzar en todo momento anatemas contra el diablo, pero nada funciona; la clase política es tan poco creíble, que sólo transforma al diablo en un ente más simpático y atractivo. Nada hay más deseable que el mal, es bien conocido. A Alfred Hitchcock le gustaba repetir: “Cuanto mejor es el malo, mejor es la película”. Sympathy for the devil. Simpatía por el diablo.

En lo sucesivo, es un diablo con un nuevo look, “desdiabolizado”, un diablo de mujer que se viste con vaqueros de color crudo. Gracias a un drástico régimen perdió 11 kilos, corrobora la prensa profesional, “lo que afina su silueta y las arrugas de su cara”. Hasta cuentan que se hizo sacar sus molares para atenuar sus salientes mandíbulas. También cambió de corte de pelo: una melena semilarga, afilada y cerca del rostro. “Gana así finura en su aspecto, pero también en sus ideas”, afirma Nathalie Vidal-Lamuela, consejera de comunicación en L'Atelier. Nada se improvisa.

Pierre Poujade decía sobre aquel que había sido elegido diputado en 1956 bajo la etiqueta del Movimiento de Defensa de los Artesanos y Comerciantes (UDCA): “Le Pen es la bandera francesa sobre la caja registradora". El fabricante de papel de Saint-Céré tenía el secreto de la fórmula. Él sabía lo que es una marca. Medio siglo más tarde cuando la hija relevó al padre a la cabeza del negocio familiar, la definición de actualidad se enriqueció con toda clase de significados. Pasemos sobre el más evidente, el más sucio también, aquel que, en nombre del patriotismo descarriado valió a Jean Marie Le Pen para heredar repetidas veces propiedades, carteras de acciones, cuentas en Suiza y donaciones de militantes que han hecho posible su fortuna.

Si la fórmula de Poujade merece ser tomada en cuenta es porque alumbra a posteriori un trayecto político sinuoso, rupturas de alianzas y de tornillazos ideológicos… De hecho, bajo la autoridad del cabeza de familia, la pequeña empresa familiar Le Pen prosperó recubriendo con la bandera francesa las causas más diversas y a su clientela, “las cajas registradoras” electorales. Subido oportunamente al tren poujadista que le abrió las puertas del Parlamento durante el final de la Cuarta República, se convirtió en el abogado de comerciantes y artesanos. Luego, una vez que De Gaulle volvió al poder y Argelia recuperó su independencia, echó el ojo a los perdedores de la descolonización, los repatriados de África del Norte cuya frustración fue canalizada bajo la fórmula del racismo antiinmigrantes, verdadera trastienda del Frente Nacional. Más tarde captó a su favor el viento de la revolución neoliberal al principio de los años 80 y ambicionó convertirse en el Reagan francés en el momento en el que la izquierda llegaba al poder en Francia, reciclando ciertas palabras del breviario neoliberal como el «Compra productos americanos» o «América, la amas o la dejas» y la historia de Reagan de Welfare Queen, que se compró un Cadillac con los subsidios de desempleo.

El Frente Nacional nunca se ha preguntado por buenas cuestiones

Lejos de paralizarse por sus contradicciones, el FN se enriquece desde hace treinta años de sus referentes ideológicos sucesivos. Agrega sucesivamente clientes que las crisis políticas, económicas y sociales le sirven en bandeja. Son los perdedores de la colonización, los repatriados de África del Norte quienes van a abastecer los batallones electorales del FN antes de que las crisis económicas y financieras que se han sucedido desde hace treinta años vengan para engordar sus filas con los perdedores de la mundialización.

La habilidad del FN consistió en ofrecer a todos sus perdedores no un programa político capaz de mejorar su situación, sino cómodos chivos expiatorios para calmar su sed de revancha. A cada perdedor, el responsable de su situación: a los repatriados, los inmigrantes; a los franceses, los extranjeros con o sin papeles; a los trabajadores honrados, los asistidos o todo defraudador del Estado del bienestar; a los parados (franceses), los obreros chinos o coreanos culpables de dumping social; a los nacionales, las élites universalizadas, los burócratas europeos o el poder oculto de los mercados y banqueros… La xenofobia del FN no es tanto el resultado de un racismo congénito que habría que combatir en nombre de los valores republicanos, sino un prisma que permite reconfigurar la sociedad, trazando una frontera entre los contribuyentes honestos y los especuladores del modelo social francés, para salvarlo mediante la exhaustiva caza de los que son considerados una amenaza.

La fórmula de Poujade –"Le Pen es la bandera nacional sobre la caja registradora"– no es más que una simple fórmula, descubre el modo de trabajar del Frente Nacional desde hace treinta años. Recicla las frustraciones en boletines de voto. Sella los miedos. Es una franquicia, una marca registrada que fija bajo una etiqueta común (la bandera nacional) los electorados más volátiles, las causas perdidas. El FN es el partido de la protección nacional que promete a la vez la vuelta en la casa del franco y la movilización patriótica contra los invasores inmigrantes, de mercancías o de capitales… ¡Todo aquello que se mueve!

Marine Le Pen puede con toda tranquilidad cazar furtivamente tanto sobre las tierras de la izquierda como de derecha, tomándole prestado a la izquierda la crítica de la mundialización neoliberal y a la neoliberal derecha su denuncia de los inmigrantes aprovechados, de rumanos sin rey ni ley, defraudadores del Estado del bienestar. Lejos de combatir estos temas, la izquierda ha validado las llamadas "buenas cuestiones " que planteaba el FN en los años 1980 sobre la inmigración hasta el programa de "enderezamiento nacional " que defiende hoy la izquierda, sin olvidar la llamada compartida por las trompetas de la izquierda y de la derecha bajo el tema "no dejemos al Frente Nacional el monopolio de la identidad, de la nación, de la seguridad, de la inmigración".

¿Hay que compartirlos con él? Esta es la retórica bien conocida del monopolio, utilizada por ciertos intelectuales como Alain Finkielkraut en su regreso, que llega a legitimar los fantasmas del Frente Nacional e incluso adopta su lenguaje. Por no proponer una alternativa al nacional-chovinismo del FN, éste ganó los espíritus de los mismos que pretendían combatirlo: hablan como él, blanden banderas francesas, cazan a rumanos en sus barrios de chabolas y se preguntan arduamente sobre su “desdichada identidad”.

El FN jamás planteó buenas preguntas, al contrario, este es su poder de desorientación, de diversión, que le vale el éxito desde hace treinta años. Plantea mal las cuestiones que pregunta, a las que la izquierda y la derecha no encuentran respuesta. Cuadra el debatedictando los términos, realizando una especie de hechizo sobre el debate público que condena a la izquierda y a la derecha a un papel secundario y de amplificadores. Por no haber cazado al diablo, por no haberlo vencido en el plano de las ideas, es la desviación entre el diablo y el buen dios que se difumina bajo nuestros ojos hasta desaparecer en un gran consenso nación-seguridad en vías de constitución. Es la última batalla semántica librada por Marine Le Pen, que aspira a que su partido gane una plaza no en la extrema derecha sino en el centro de la vida política.

Mantenido en los márgenes del sistema electoral, el diablo frecuenta la conciencia democrática; es la pesadilla de la sociedad francesa traumatizada por el debacle de 1940. Es la mala conciencia del petainismo y de la colaboración. Es la vergüenza de la tortura en Argelia y de quien le sobrevive. Es el miembro fantasma del Imperio despedazado por las guerras de independencia. No un petainismo transcendental a lo Alain Badiou que resurgiría como fuente de luz que no se combate, que después de todo le haría mucho honor. Es el mal sueño francés que agita la noche democrática con su comitiva de signos y de emblemas; vestigios de los viejos combates ideológicos de hace siglo: cascos coloniales, cruces célticas coloreadas en azul, blanco y rojo, estatuas de Juana de Arco… y su pueblo de espectros: los vencidos de la historia nacional que exigen venganza, los ancianos de la Argelia francesa, católicos tradicionalistas, nacionales revolucionarios y monárquicos, algunos reaparecen durante las manifestaciones contra el matrimonio para todos.

Asociar el cuento de los orígenes del padre 

La longevidad del Frente Nacional no se explica de otro modo. Es el inconsciente colectivo que, por no ser analizado, está manos a la obra en el fenómeno lepenista tal y como se manifiesta a través de estos juegos de palabras, retruécanos y lapsus burlescos de contraposición de letras que no sino unos resbalones o errores que si la hija corrigiera le permitirían ganar una cuota de entrada en la realidad política, es decir al sistema. Estas son las firmas de un fenómeno político que echa raíces en el inconsciente colectivo. Porque a ojos del inconsciente, el lepenismo es estructurado como un lenguaje. El FN no lleva sus batallas a las calles como en los viejos tiempos en sus enfrentamientos estériles con los izquierdistas, sino a los medios de comunicación, en el terreno de las palabras: estas son las batallas semánticas donde lo que está en juego es el control de la agenda mediática, el enfoque y el control de lo que los anglosajones llaman la conversación nacional.

Marine Le Pen comprendió bien que el control del debate político pasa hoy por las palabras, las imágenes y las metáforas utilizadas. Si evita cuidadosamente toda alusión a Shoah, no se priva de comparar las oraciones de los musulmanes en las calles con un ejército de ocupación que despierta los recuerdos de la ocupación alemana o va hasta el imaginario reclamo de las cruzadas blandiendo la amenaza de un nuevo califato en el país. No tiene nada que envidiarle a su padre en materia de juegos de palabras odiosas, cuando para designar el UMP y el PS, forja el acrónimo ROM como Reunión de Organizaciones Mundialistas.

Georges Lakoff, un profesor de lingüística cognitiva en Berkeley, publicó en 2004 un libro (Don't think of an Elephant!) que tuvo un gran éxito en los Estados Unidos. En él explicaba cómo los republicanos consiguieron controlar el debate público imponiendo un registro de lenguaje y creando metáforas. A menudo cita el ejemplo de la expresión tax relieve (alivio de los impuestos) que pasó a formar parte del vocabulario nacional después de la elección de George Bush. Los medios de comunicación lo repitieron por su cuenta y los demócratas mismos se animaron a utilizarlo aceptando la idea de "aliviar" a la nación de impuestos, aceptando también que el sistema de contribuciones era una enfermedad y que el presidente Bush era el médico capaz de aliviar a la nación de sus males. Pero el ejemplo más célebre utilizado por Lakoff era el famoso mandato: “¡No pienses como un elefante!”, que había lanzado un día a sus estudiantes, suscitando en su espíritu la imagen de un elefante, el animal fetiche de los republicanos. Esto es exactamente lo que hizo Marine Le Pen con la orden "no diga que el FN es de extrema derecha". Sus opositores cayeron en la trampa del framing lepenista situando de nuevo a Le Pen en primera plana.

Marine Turchi catalogaba recientemente, en una notable investigación, las victorias semánticas de Marine Le Pen victorias semánticas desde su elección a la presidencia del FN. "En numerosos medios de comunicación ella ya no se llama Le Pen, sino Marine”, escribe Turchi. Sus candidatos no eran más frentistas o lepenistas, sino marinistas. Eslóganes frentistas fueron repetidos por los periodistas: "ola azul marino”, “desdiabolización del FN"," el “FN light” y el “nuevo FN", "los mozos de Marine".

Lejos de romper con su padre, Marine Le Pen es su mejor invención, la última probablemente, la única sin duda capaz de asegurar la perennidad de la marca, la descendencia de su nombre. Marine Le Pen hizo resurgir la ideología de la revolución nacional en la edad del marketing político. Su estrategia de marca consiste en asociar la historia de los orígenes del padre y el neobranding de la hija. El primero tiene un fuerte poder de diferenciación con respecto a otras marcas desmonetizadas (UMP y PS) al precio de una diabolización deseada y alimentada por las provocaciones paternales. El segundo pretende imponer una marca joven de aspecto agradable y no conformista, identificada con la hija, el nuevo icono moderno, que encarna a la vez el conservadurismo y el cambio, la religión y la laicidad, el orden y la transgresión… Marine Le Pen reescribió el cuento de los orígenes de la vieja marca frentista, con riesgo de inventarse otros padres más presentables que el suyo como Georges Bidault, el sucesor de Jean Moulin en la cabeza del Consejo Nacional de la Resistencia, que participó en la fundación del FN en 1972.

El petainismo en boina vasca está acabado. El antisemitismo odioso ya no divierte a nadie. Se ruega a las cabezas rapadas que se vuelvan a vestir. "Dar consignas a los militantes a propósito de su aspecto es un hecho bastante nuevo", observa Jean-Yves Camus, especialista de la extrema derecha francesa. No hay más que ver en una reunión de Marine Le Pen a estos jóvenes neonazis que secuestraron la marca Lonsdale (ropa y equipo para el boxeo) ocultando las dos primeras y las dos últimas letras para revelar "NSDA": refiriéndose a la NSDAP, el partido de Adolf Hitler. Lefigaro.fr, al contactar con el jefe de prensa de Marine Le Pen, recibió esta respuesta demoledora: "¿Lonsdale? No me dice nada. ¡Conozco sólo Dior, Saint Laurent y Chanel!"

Mamá Marine y Maestra Le Pen

Marine Le Pen evoca a las nuevas musas de la derecha ultraconservadora americana, Sarah Palin o Michele Bachmann, que encuentran un eco popular en el vacío sideral de la política institucional. "Dicen en voz alta todo lo que el mundo dice en voz baja", entendemos. Vox populi. A la vez madres y sexy, son capaces de increpar a un ministro, de fustigarle en directo, delante de millones de telespectadores, presentando la cara afable de una madre de familia. "Su fuerza es la ambivalencia de su estilo", afirma Nathalie Vidal-Lamuela, consejera en comunicación: a la vez próximo y lejano, afable y distante, "accesible", pero "muy altivo”, incluso autoritario. Mamá Marine, maestra Le Pen.

Enemigos se le conocen sólo dos: los emigrantes y los banqueros. Los emigrantes tienen que temer todo de ella. En cuanto a los banqueros, veremos bien… Los medios de comunicación le agradecen que naturalice el FN, que lo cambie de imagen, que lo haga frecuentable, aceptable. De repente, la retórica del original y de la copia cara del fundador del FN no funciona más. No hay más que simulacros. UMP se mariniza a través de su filial de la Derecha Popular mientras que el FN se normaliza en la escuela del neobranding marinista.

Marine Le Pen entiende por instinto los códigos del sampling ideológico. De Chevènement a la Nueva Derecha, hay sólo un paso para Marine Le Pen, que no limita su discurso a la derecha nacional, ni vacila el citar a Karl Marx o Bertolt Brecht, Victor Schoelcher, Jorge Orwell o Serge Halimi. Algunos veteranos del FN no han regresado, como Yvan Blot, que gratificó a la hija del fundador del FN con el sobrenombre de Marine la roja. Pero Yvan Blot tiene la culpa de tomar en serio la inspiración marxista de Marine Le Pen, un hecho de moda desde los años 1990 que el autor de Generación X apelaba a la "mezcla de sonidos de las décadas " y que definía como: "Combinación aleatoria de dos piezas o más nacidas en décadas diferentes con la idea de crear un aura personal. Intenta imaginarse una identidad compuesta a bases de obras que toma prestadas de las modas ideológicas más diversas. Su libro atestigua este name dropping recogido por celebres novelistas como Bret Easton Ellis o Michel Houellebecq, que consiste en citar indiferentemente nombres de personajes públicos o marcas. Encontramos allí una mezcla de autores que pretenden seducir a la audiencia: G. Lipovetsky, E. Todd, Sr. Gauchet. Halimi, Franklin-D. Roosevelt, P. Rosenvallon, Karl Marx, Jorge Orwell, Jean-Claude Michéa, e incluso… J.-L. Mélenchon hace uso de esta operación de neobranding.

Para ella, el dilema derecha-izquierda está caducado. El emblema del Frente Nacional que reina por encima de la nueva Alianza Azul Marino (RBM) no es más la llama tricolor, sino la veleta a merced de los vientos. El RBM es un partido líquidopartido líquido, para repetir el paradigma de Zygmunt Bauman, como un camaleón, capaz de adaptarse a todas las frustraciones y de captar todas las impulsiones en una lógica de marketing. Porque las adhesiones políticas no se hacen más sobre el registro de las ideologías y de las convicciones, sino el del deseo y atenciones.

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"Soy de la generación Disney", reconocía un día el padre. Su hija es de la generación Madonna, su rival únicamente verdadera sobre el tablero de ajedrez de la notoriedad. Se quiere diva, icono, acogido como estrella del rock en las reuniones. A Pierre Poujade y Jean-Marie Le Pen les interesaban las Mitologías de Roland Barthes. Mariene Le Pen es un objeto baudrillardiano, y mismo warholiano: el Pen II como el Mao II, en el cuadro de Andy Warhol.

En la época de Cool Britannia de Tony Blair, Kate Moss se había hecho fotografiar vestida en la Unión Jack para encarnar, en la insignia de la vieja casa Burberry, la mutación de la vieja Inglaterra en un país joven y tranquilo. Marine Le Pen no actúa de otro modo; lo que viste con la bandera francesa, son las frustraciones nacionales que despierta y actualiza. Es sin duda la llave de su éxito irresistible. Si se quiere combatirlo, los viejos códigos del combate antifascista no bastarán; no más que el recuerdo de los "valores". Hace falta allí otro paradigma político llevado a cabo por un movimiento social de amplitud. Su orden: ¡Cambie de imaginario!

*Traducción: Irene Casado Sánchez

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