Francia

Contra Dieudonné, pero sin Valls

El cómico francés Dieudonné durante una actuación.

Se está urdiendo la comisión de un delito y no vamos a ser cómplices. Sí, un delito, es decir, un atentado contra las libertades. En los sistemas republicanos, al menos en las repúblicas realmente democráticas, la libertad de expresión es un derecho fundamental, igual que lo es la libertad de información. Lo que implica que no es posible censurar con carácter previo ninguna de dichas libertades esenciales. Podemos pedir cuentas sobre lo que estas suponen, de sus opiniones o de sus informaciones. Emprender medidas judiciales, reclamar a los tribunales que las condenen, pero solo a posteriori, sin atentar a priori contra los derechos fundamentales que fortalecen –no debilitan– las democracias: el derecho a decir, el derecho a saber.  

Desde la guerra de Argelia, es la primera vez que un Gobierno de izquierdas está decidido a acabar con esta tradición republicana, por iniciativa de su ministro del Interior, Manuel Valls. En el largo camino de las libertades, en el que la izquierda militante con frecuencia iba a la cabeza, hace más de un siglo que le ley no preveía la prohibición a priori de un espectáculo, de ningún tipo. Si acarreaba desórdenes, si atentaba contra las personas, si insultaba o difamaba, el arma democrática empleada no podía ser la prohibición administrativa, que permite al Estado erigirse en guardián de las buenas costumbres y de las ideas. Solo la Justicia puede sancionar los hechos, al juzgarlos una vez cometidos, no por la mera sospecha ni sometiéndolos a una auténtica caza de brujas.  

En la circular [en francés] del 6 de enero enviada por el ministro del Interior a los prefectos se cuestiona esta herencia democrática. Los "espectáculos de Dieudonné M'Bala M'Bala" son la excusa. Sí, la excusa. Porque el trasfondo delictivo de los espectáculos de Dieudonné, militante antisemita convertido en propagandista antisemita, no tiene nada de nuevo. Aquí mismo mostramos nuestra consternación, a finales de 2008, después de que invitase a subir al escenario del Zénith de París al negacionista Robert Faurisson para otorgarle el “premio a la insolencia” en una puesta en escena claramente antisemita, al asumir sin ambages la difusión de una ideología criminal. Cinco años después, Manuel Valls finge descubrir la ruindad moral dieudonesca y su abyección, hasta el punto de transformarla en prioridad número uno del orden público, muy por delante de las miserias económicas, sociales, urbanas, que minan y dividen el país.  

En dos ocasiones, la circular de Valls utiliza el adjetivo “excepcional” para calificar lo que se presenta como legitimo: la intervención de la autoridad administrativa, del Estado, de sus prefectos y de la policía, para prohibir los supuestos espectáculos de Dieudonné, convertidos en la práctica en reuniones antisemitas. No se trata de una casualidad puesto que se pretende introducir un Estado de excepción en nombre del combate, evidentemente legítimo, contra el racismo y el antisemitismo. Pero he aquí la trampa que se está tendido a los demócratas y a los republicanos, este camino en el que la libertad se extravía al prohibir con carácter previo a aquellos que se considera enemigos, los enemigos de la libertad. Se extravía y se pierde de forma sostenida en el tiempo porque, mañana, pasado mañana, otros vendrán y enarbolarán sus propios criterios en defensa de la libertad y, aplicando el mismo razonamiento, se sentirán libres de prohibir sin más lo que les molesta o lo que no les gusta.

Solo el derecho, y por tanto el juez –la jurisprudencia, sus instancias, sus recursos, sus debates contradictorios, sus derechos procesales, las leyes, la Constitución francesa y los tratados europeos–, puede proteger nuestras libertades. Dejar al Estado que tome las riendas, de forma “excepcional”, supone abrir las puertas a la arbitrariedad. “Cuando una democracia se ve atacada en sus aspectos fundamentales, se muestra fuerte cuando aplica sus principios. Es débil si, frente a los extremismos, sucumbe”. Estas son las dos primeras líneas del magnífico comunicado difundido el 6 de enero por la Liga de Derechos del Hombre, que critica la decisión del ministro del Interior, sus “prohibiciones con carácter previo, que adolecen de escasa fundamentación jurídica, y con un resultado político incierto, incluso contraproducente”.

La Liga de los Derechos del Hombre habla con conocimiento de causa. Nacida tras el caso Dreyfuss, para combatir el antisemitismo francés, la Liga de los Derechos del Hombre quedó marcada, en sus orígenes, por el rechazo de las “leyes villanas” mediante las cuales la joven III República había creído defenderse de los ataques anarquistas atentando contra la libertad de expresión de los intelectuales anarquistas, de sus ideas y de su propaganda. Uno de sus jóvenes juristas, auditor del Consejo de Estado, responsable en la época del argumentario jurídico que rechazaba esta trama, con la que la democracia fingía defenderse al renegar, no era otro que León Blum, en lo sucesivo, figura del incipiente socialismo francés y presidente del consejo del Frente Popular francés.

LA POLÍTICA DEL MIEDO DE LOS NEOCONSERVADORES

Con Manuel Valls, pero también François Hollande que le ha dado su respaldo desde un país que no destaca precisamente por su respeto de los derechos humanos, Arabia Saudí, o con Aurélie Filippetto, ministra de Cultura, con Valls, por tanto, nos encontramos lejos de esta tradición democrática de la izquierda francesa.  

Por el contrario, estamos más bien próximos a la nueva política encarnada al otro lado del Atlántico por las diversas corrientes neoconservadoras que, tanto desde la derecha como desde la izquierda, se adueñan de los desórdenes aparentes de las naciones y del mundo para reinstaurar una dominación estremecedora y debilitadora. Intelectualmente, el argumento al que se apela para prohibir sin someter a proceso alguno a Dieudonné es el mismo que en Estados Unidos ha legitimado la Patriot Act que cuestiona las libertades fundamentales norteamericanas con el pretexto de los atentados del 11-S. En la práctica, el resultado será también desastroso, produciendo nuevos desórdenes en lugar de contribuir a apaciguamientos duraderos.

Por ese motivo, los defensores de las libertades se alarman como nosotros sin con ello hacer la más mínima concesión a la postura victimista tomada por el agresor antisemita Dieudonné. En una entrevista muy pedagógica publicada en Le Monde, el universitario Danièle Lochak explica porqué “se debe desconfiar de cualquier prohibición preventiva pronunciada por una autoridad aministrativa”. Y precisa: “Es el precio que se debe pagar en una democracia que pretende velar por la defensa de las libertades”. Y en su conocido blog “Journal d'un avocat”, el abogado Eolas habla tanto de Dieudonné como de Manuel Valls, con rigor jurídico pero con un toque de humor, al  explicar “porqué no hay que hacer callar a Dieudonné, pero tampoco escucharlo”.  

Finalmente, de modo sobrio incluso algo abrupto, un exministro socialista del Interior poco sospechoso de laxitud, Pierre Joxe, hizo saber el 2 de enero todo lo malo que piensa del camino regresivo emprendido por su sucesor: “Quizás tuve mejores consejeros que él…”.

Manuel Valls, al imponer su duelo con Dieudonné como el folletín mediático del momento, hace todo de modo sencillo y siniestro, ejerce de Nicolás Sarkozy. Exacerba, contribuye a la histeria, divide, dramatiza, para imponerse como protagonista en solitario de una república reducida al orden establecido, inmovilizada en una política del miedo, obsesionada por la designación de enemigos a los que combatir, dándole la espalda a cualquier esperanza transformadora, auténticamente democrática y social. Con esta política envilecida, reducida a las emociones sin pensamientos, a los reflejos sin debates, a las urgencias sin discusiones, queríamos poner punto y final en 2012 y, mira por dónde, ahí seguimos.

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Con Nicolás Sarkozy, desde 2009, nos encontrábamos como en la canción de Rodolphe Burger que proponía estar, de nuevo, reunidos “juntos”… “pero sin ti”, añadía el estribillo, apuntando al que erigía a Francia contra sí misma.

Al rememorar esta canción-manifiesto nos erigimos, hoy, contra Dieudonné, pero sin Valls.

Traducción: Mariola Moreno

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