Francia

Mediapart, el presidente y su vida privada

El presidente francés François Hollande comparece en una rueda de prensa en París.

Edwy Plenel (Mediapart)

La legitimidad de las informaciones publicadas por Mediapart sobre el apartamento de la rue du Cirque de París, no muy lejos del Palacio del Elíseo, donde François Hollande vivía su relación amorosa, en aquel momento secreta, con la actriz Julie Gayet, ha sido discutida por algunos de nuestros socios que creen ver en ello la deriva de este periódico hacia la prensa del corazón.  

Vaya por delante que Mediapart se mantiene fiel a su ambición de hacerse eco, de forma absolutamente independiente de los poderes –de cualquiera de ellos– de toda información de interés público que los ciudadanos tengan derecho a conocer para formarse su propia opinión, en total libertad, especialmente si dichas informaciones están relacionadas con los gobernantes, sus políticas o con los actos de los que son responsables.  

La gran virtud de un periódico participativo es que permite mantener este debate en el momento exacto en el que sucede y en tiempo real. Con estas líneas queremos iniciar un debate con aquellos y aquellas a quienes, en un primer momento, no ha satisfecho la información publicada el domingo 12 de enero (leer aquí), y ampliada más tarde el martes 14 de enero (disponible aquí) y que desvelaba la vinculación existente entre la mujeres que vive en el apartamento y el entorno del crimen organizado corso.

Dejo a un lado las críticas de mala fe, que nos acusan equivocadamente de cometer un error en lo que se refiere a la propiedad del apartamento. Cualquier lector leal puede constatar que nunca hemos abordado la cuestión de ese modo, sino que nos hemos referido a las vinculaciones de la mujer que reside en ese apartamento –arrendataria– con dos implicados en la organización mafiosa la Brise de Mer. Se trata de Michel Ferracci, su exmarido y a nombre de quien figura el apartamento en la guía telefónica – condenado recientemente a 18 meses de prisión con sobreseimiento en el proceso del casino Wagram– y François Masini –con el que vivía la mujer hasta hace algunos meses- y que fue asesinado el 31 de mayo de 2013, en Córcega en un ajuste de cuentas.  

Nuestras últimas informaciones enredan un poco más, todo este embrollo inmobiliario, escenario de los amoríos presidenciales. Emmanuelle Hauck, la arrendataria que prestaba el apartamento a su amiga Julie Gayet, no solo tiene vínculos con las personas mencionadas, sino también con Jean Testanière, exsecretario general del casino Wagram, condenado a prisión firme, y con Jean-Angelo Guazello, alguien del entorno, según consta en unas grabaciones en manos de la Justicia.

En todo este asunto, subyace el debate de la legitimidad y la pertinencia de publicar estas informaciones y, más aún, existe la discusión sobre el respeto de la prensa a la vida privada de los responsables políticos. Estas cuestiones no solo enfrentan a lectores y periodistas, se dan también en las redacciones, en un intercambio de ideas que es tan viejo como el periodismo siempre que surgen asuntos de este calado, donde la frontera entre lo público y lo privado se confunde o incluso se desdibuja. La redacción de Mediapart no es una excepción y, desde que la revista Closer desveló el affaire el viernes 10 de enero, también ha debatido al respecto en varias ocasiones y con disparidad de puntos de vista.  

A fin de intentar aportar algo más en esta discusión, sin voluntad de dar por zanjado el debate, vayan las clarificaciones que siguen:

1. Mediapart respeta la vida privada, incluida la de los responsables públicos, aunque estos pertenezcan al más alto nivel del Estado. Cada individuo tiene el derecho inviolable de que se respete su vida privada (sexual, familiar, entorno de amigos). La única limitación a este derecho es que al amparo de dicha privacidad no se cometan actos delictivos cuya revelación pudiera ser de interés público. Si, por ejemplo, un periódico logra pruebas de que, en un lugar privado, se han cometido infracciones graves relacionadas con el dinero y la política, el derecho es hacerlos públicos. Nos encontramos ante el mismo caso que dio origen al debate judicial por el caso Bettencourt, en el que nuestros lectores nos dieron su respaldo firme.

2. La mejor prueba de este respecto de la vida privada de los responsables públicos, incluido el mismísimo presidente de la República, radica en el hecho de que a Mediapart tenía constancia, desde hace meses, de la existencia de una relación sentimental entre François Hollande y Julie Gayet. Optamos por no informar al respecto, no indagamos más, no fuimos más allá, aun cuando en otras ocasiones seguimos con las pesquisas aunque finalmente decidamos –si se demuestra que el asunto carece de interés público– no publicar nada al respecto. En este caso preciso, consideramos que el caso no concernía al funcionamiento del Estado ni a la función presidencial, que era un asunto que afectaba a la vida privada de los protagonistas. Sin embargo, dicha decisión puede ponerse ahora en cuestión dado el devenir de los acontecimientos, que ponen en evidencia que al pecar de falta de curiosidad, quizás dejásemos de lado cuestiones de interés público que hoy son objeto de debate.

3. Porque, por el contrario, desde el primer momento, desde el inicio del quinquenato de François Hollande, consideramos que lo relativo al estatus otorgado a su compañera oficial, la periodista Valérie Trierweiler, era un asunto de interés público. Así lo manifestamos públicamente, al posicionarnos, los primeros, en contra de ese papel de “primera dama” que tenía en el Elíseo, papel que no tiene legitimidad republicana alguna. 

Este posicionamiento era coherente con nuestra actitud durante la presidencia anterior, la de Nicolás Sarkozy, en la que se estableció esta mediatización, inspirada en el show business de la compañera del presidente de la República. En aquel momento denunciamos la “privatización de la República” al publicitar una relación que, para nosotros, debía quedar limitada a la esfera privada. En el caso de la Presidencia de Hollande, nos mantenemos firmes en nuestras convicciones iniciales. No quisimos saber porqué, a pesar de las advertencias, su compañera era oficialmente erigida en “primera dama” lo mismo en la página web del Elíseo que en las redes sociales. Y quizás, una vez más, a tenor de los acontecimientos, nos equivocamos al quedarnos al margen. Vida privada o vida pública: ¿dónde fijar los límites?

4. Es en este contexto, en el que nuestra cultura profesional se ve frente a situaciones inéditas, improbables o incluso impensables, en el que hay que entender las preguntas que surgen tras las revelaciones de Closer, no desmentidas por el Elíseo ya que son de facto incontestables. En el debate que establecido en Mediapart, consideramos que más allá de lo que entienda cada uno en este embrollo sentimental en el que se halla inmerso el presidente de la República francesa, se plantean dos cuestiones que son de interés público: la de, precisamente, este estatus inexistente de “primera dama” y, sobre todo, la de la seguridad presidencial, expuesta por estas escapadas en las que apenas iba escoltado. De hecho, se trata de dos preguntas de interés público que se plantearon en la rueda de prensa presidencial del martes 14 de enero.

5. He aquí que, durante el fin de semana posterior a las revelaciones de Closer, supimos que el apartamento implicado, situado en el número 20 de la rue Cirque, estaba marcado por lo que los policías consideran “antecedentes” muy comprometedores para la seguridad presidencial: los lazos (familiares, sentimentales, amistosos) de la que mujer que prestaba el piso con el entorno del crimen organizado corso. El redactor de Mediapart, Fabrice Arfi los resumió muy claramente en su propio blog [en francés]  al señalar el evidente interés público de estas informaciones. Cuando los lectores, a a menudo de izquierdas, incluso socialistas, se inquietan en exceso por nuestras revelaciones, ¿como no pensar cuál habría sido su reacción si esta historia hubiese afectado a Nicolás Sarkozy, un año y medio después del inicio de su quinquenato? ¿No hubiesen alertado del riesgo que corría la función presidencial, de despretigio, de su descrédito?

6. Dicho de otro modo, en esta historia que pone a prueba al periodismo en un caso límite, el de un presidente que ha dejado él mismo que su función pública caiga en la trampa de su vida privada, estamos ante el elemento esencial de la identidad editorial de Mediapart y para la confianza con sus lectores, sin la que no podemos construir nada que perviva en el tiempo, evidentemente, se trata de la independencia. Es la misma cuestión a la que tuvimos que hace frente, el año pasado, cuando algunos lectores y algunos medios de comunicación no nos creyeron cuando publicamos que el ministro de Hacienda, Jérôme Cahuzac, tenía una cuenta en Suiza.  

Evidentemente, los hechos no tienen nada que ver, pero la cuestión de base que hace que nos planteemos es la misma: ¿Va a reaccionar Mediapart profesionalmente frente a esta Presidencia como lo habría hecho con la precedente, aun cuando le dio su apoyo al desear pasar la página de Sarkozy? Todos nuestros lectores tienen la respuesta ante sus ojos, y creo, sinceramente, que es la mejor prueba de confianza para el futuro.

7. Para acabar con la cuestión que se ha debatido hasta el infinito en las redacciones, relacionada con los límites entre la vida pública y la vida privada al tratarse de personajes públicos destacados y que acumulan grandes responsabilidades, tan solo quiero precisar mi posición personal al respecto –que no es necesariamente la misma que comparte la redacción de Mediapart–. No he cambiado mi forma de pensar desde que me manifesté en este sentido durante la larga presidencia de François Mitterrand cuando, ya, en ocasiones, se nos reprochó que nos pasáramos de la raya. Lo he explicado en mi libro La Part d’ombre (publicado en otoño de 1992) y después lo repetí en Un temps de chien (aparecido en la primavera de 1994). Por supuesto, es discutible y la traigo a colación para eso, pero lo que significa exactamente, es que, al tratarse del poder –hombres que lo ostentan, lo ejercen y lo controlan- el periodismo se ve frente a casos particulares, que se salen de lo ordinario, donde debe arbitrar, en conciencia, entre imperativos contrarios para servir a su único magisterio: el derecho de saber lo que es de interés público.  

Hollande anuncia su ruptura con Valérie Trierweiler

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Al referirme en Un temps de chien “al gran espacio común existente entre lo público y lo privado, paralelo al movimiento por el cual el Estado se socializa mientras que la sociedad se estataliza” continuaba así: “Por consiguiente, se circunscribe del mismo modo ese hueco, el espacio del conflicto en el que las fronteras se hacen y se deshacen en un juego de relación de fuerza. Lo privado también se convierte en un espacio de seguridad y de autonomía para el individuo en el que puede escapar a los controles y a las normas que le imponen sus vidas social y profesional. A la inversa, estos controles y estas normas tienen en ocasiones una tendencia poco afortunada a extenderse hasta la esfera privada, fingiendo ocuparla, para formar un individuo conforme y dócil. Sucede que el Estado invade nuestro espacio privado, nos espía, nos ficha o nos escucha. Sucede también que tenemos derecho a pedir cuentas a los representantes del Estado sobre esas injerencias de sus vidas privadas en el espacio público, sobre el uso privado que hacen de su poder público”.  

Año y medio antes, en La Part d’ombre, añadí a esta reflexión sobre el espacio, estos casos límites donde la frontera entre lo público y lo privado se confunde, lo siguiente: “Para decirlo con franqueza, sin rodeos: la vida privada no puede ser la coartada del poder. Es, para cualquier periodista que esté un poco preocupado por la deontología, las fronteras inviolables en el día a día en su trabajo. Transgredir estos límites llevaría a consagrar una mirada panóptica totalitaria, a negar el derecho del hombre privado a emanciparse del ciudadano público, a rechazar a cada individuo el derecho al secreto y al silencio, a la contradicción y a la ambigüedad. Pero estas fronteras ya no son tan evidentes, salvo que se renuncie a cualquier vigilancia crítica cuando se trata de los que nos gobiernan, porque nos gobierna. Porque tienen un inmenso poder sobre los seres y las cosas, el poder de nombrar, de favorecer, de ayudar, de privilegiar, de dar ventajas, de proteger, de respaldar, etc. Y porque, en proporción a este poder, están continuamente sometidos a la tentación de extender sus prerrogativas públicas a su universo privado, familiar o a su círculo de amigos. En otros términos, el perímetro reservado de intimidad intocable y sagrada es más estrecho cuando se trata de individuos autorizados a hablar, a decidir, a dirigir y a dominar en nombre de otros hombres”.  

Espero que todas estas precisiones contribuyan a elevar el debate entre todos, en el respeto de las convicciones de cada uno.

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