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El fútbol como constructor de la nación brasileña

Ronaldo Helal

LAMIA OUALALOU (Mediapart)

Rio de Janeiro. El futbol es una de las manifestaciones culturales más expresivas de la sociedad brasileña, que moviliza a millones de personas de todas las clases sociales. En este sentido, se ha convertido en una puerta de entrada privilegiada para entender lo que son los brasileños, y lo que quieren ser, como explica Ronaldo Helal. 

La pasión por el fútbol en Brasil es tan grande que parece parte de la identidad nacional. ¿Es un mito o una realidad?

Para entenderlo, hay que trasladarse al final del siglo XIX, antes de la llegada del fútbol. En aquella época, hubo debates acerca de la abolición de la esclavitud (1888) y de la caída del Imperio para dar paso a la República (1889). Pero existen muy pocos escritos acerca de la identidad brasileña. Nada que ver con lo que pasaba en Argentina, cuando la idea de nación ya era fuente de una importante literatura. Al principio del siglo XX, la escena intelectual está dominada por el pensamiento racista, con autores como Oliveira Vianna. Concibe el mestizaje de manera positiva solamente en la medida en que es un proceso de “blanquecimiento” de la población.

Es a partir de los años 30 cuando la diversidad étnica deja de ser percibida como un retraso, para ser revindicado como la característica del hombre brasileño.

¿Cuál es el papel del fútbol en aquella ruptura?

En 1933, aparecen los primeros clubs profesionales, siguiendo el ejemplo de Argentina y Uruguay. En la prensa deportiva, el periodista Mario Filho se impone como el nombre principal de la profesión. Hoy en día, el estadio mítico de Maracaná lleva su nombre.

Él describe los partidos como batallas épicas. Es un gran amigo de Gilberto Freyre.

Los dos están convencidos de que el fútbol es el instrumento de integración ideal en un país tan gigante y diverso como Brasil. En 1947, Mario Filho escribe un libro fundamental, El negro en el fútbol brasileño. Mientras Brasil empieza a preguntarse lo que significa “ser brasileño”, el fútbol parece contener las respuestas. En este sentido, el “país del fútbol” no es una realidad natural, pero sí una construcción social realizada por periodistas, intelectuales y políticos en un momento histórico.

¿Cómo explica que el eslogan haya sido tan famoso, hasta convertirse en un símbolo de Brasil?

Afirmando que Brasil es el país del fútbol, nos afirmamos como únicos, singulares… En 1938, Europa se fascina por el talento de Leônidas da Silva, el “diamante negro”. Por primera vez, Brasil es admirado en el extranjero. El mundial se interrumpe durante la segunda guerra mundial.

En 1950, Brasil llega queda en segunda posición. Y entre 1950 y 1970 gana tres veces la copa (1958, 1962 y 1970), en el momento en el que el estado-nación está cada vez más sólido. Al mismo tiempo, juegan Pelé, Garrincha, Milton Santos. Blancos, negros, mestizos, todos jugaban juntos. A partir de 1958, mientras la selección se afirma como el símbolo de la identidad nacional, el Brasil, seguro de sí mismo, gana.

Por supuesto, en todo el mundo, el mundial es una estructura narrativa que estimula los nacionalismos. La idea es hacernos creer que esos once jugadores en el terreno encarnan el país. Nelson Rodrigues declaró que la selección era “la patria en crampones”. Hoy, la idea no ha cambiado: el último eslogan publicitario del fabricante de cervezas Brahma, uno de los patrocinadores de la copa, es simplemente “El fútbol vuelve a su casa”, lo que no está exento de arrogancia.

¿Diría que los brasileños son un pueblo arrogante en el terreno de fútbol?

Totalmente. El brasileño es por esencia el mejor. Aquí, una derrota en el mundial no puede ser explicada jamás con criterios técnicos. Acúerdense de la final con Francia en 1998. Objetivamente, Francia tenía un equipo muy bueno, jugaba en casa, y Zidane era a la cima de su juego, superior a Ronaldo en este momento. Pero esto no es una realidad aceptable. Durante meses, hemos tenido una comisión de investigación en el parlamento, rumores de corrupción, alimentadas por la prensa diciendo que el partido era comprado. Que la FIFA había pagado para dejar ganar a Francia. Hoy, somos más modestos. En los diarios, se lee que Brasil juega peor que otros países, pero porque los otros, como España, nos han imitado…

¿En este principio del siglo XXI, diría todavía que Brasil es el país del fútbol?

Menos que en el pasado. Primero, porque tenemos más opciones de divertimiento que antes. Hoy ya no es la selección que encarna la pasión por el fútbol. Con la mundialización de los 80 y la emergencia de internet en la década siguiente, asistimos a una frágilización de los Estados-naciones, y aquí en Brasil a una verdadera “deterritorización” de los ídolos. Nuestros principales jugadores juegan mayormente en Europa, de ahí una menor identificación.

En 1950, cuando Brasil perdió contra Uruguay, el partido fue percibido como la desbandada de un proyecto de nación. En 1970, la victoria en el mundial por tercera vez fue celebrada como el éxito de la nación brasileña, lo que fue explotado en abundancia por la dictadura militar. Hoy, celebramos o lloramos la seleccióm, pero no un proyecto nacional. Lo podemos interpretar como el impacto positivo de una democracia en consolidación, después del fin de la dictadura en 1985.

¿Desde este punto de vista, cómo comparara el último mundial organizado en Brasil en 1950 con este?

Igual que en 1950, hay la misma preocupación: “Qué país vamos a mostrar al mundo”. En aquella época, el desafío era probar que Brasil era un país importante en la escena internacional. Hoy, Brasil es reconocido, es la séptima potencia económica en el mundo. Pero el desafío es diferente. En 1950, 200.000 personas asistieron al partido en el gigante estadio de Maracaná. Los otros brasileños lo escucharon en la radio, y los europeos conocieron el resultado varias horas después. Ahora, todo es instantáneo. Una manifestación o una agresión a un turista y las imágenes darán la vuelta del mundo en pocos segundos.

¿Cómo explica el rechazo de una parte de la población respecto al mundial?

Primero, hay que dejar de pensar que los amantes del fútbol están contentos por tener el mundial en Brasil y no se manifiestan. La idea de que los brasileños están ciegos ante la realidad porque aman el futbol es falsa. Pero hemos esperado demasiado de la copa. Por supuesto, hubo escándalos, como la construcción de un estadio en Manaus que no tiene ningún equipo de primera división. Probablemente hemos perdido una oportunidad de usar la competición para mejorar las infraestructuras de transporte, pero no podemos exigir al mundial una mejora del sistema de educación y de salud, no es su función. Existe también una clase de elite que no soporta la reducción de las desigualdades en la última década y aprovechan para manifestarse contra el gobierno porque estamos cerca de las elecciones. 

¿El precio creciente de las entradas en los estadios, denunciados por numerosos hinchas, tuvo impacto sobre la pasión por el fútbol?

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A largo plazo, creo que sí. Yo por ejemplo, soy hincha de Flamengo y voy raramente al estadio, pero nunca me pierdo un partido en la televisión y la radio. De niño, iba. Y pienso que lo que te convierte en hincha, es justo la primera vez que vas al estadio.

Históricamente, ir al estadio costaba más o menos lo mismo que ir al cine. Ahora, es mucho más caro, las plazas más baratas cuestan 30 euros en el Maracaná. El cálculo de los clubs es tener un público más rico, consumiendo más, un “publico diferenciado” como dicen aquí. Es un escándalo, primero porque la reconstrucción del Maracaná se hizo con dinero público. Y a largo plazo es muy peligroso. Excluyendo niños y familias, los clubs cavan su propia tumba privándose de los hinchas. Y es la pasión de los hinchas que la que mantiene viva la llama del futbol todo el año.

Traducción: Matthieu Delmas

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