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Los atentados de París

Los servicios secretos vigilaron y escucharon a los hermanos Kouachi hasta el verano pasado

Captura de vídeo sin fechar que muestra a quien parece ser Hayat Boumeddiene, buscada por la policía por su supuesta complicidad en los ataques de París, en el aeropuerto de Estambul.

La vigilancia se interrumpió seis meses antes de la masacre. Said y Chérif Kouachi, los dos autores del atentado contra el semanario Charlie Hebdo, estuvieron sometidos, entre 2011 y 2014, a vigilancia policial. En el caso de Said, fueron 15 meses de escuchas y cuatro meses de seguimiento físico; y, en el caso de su hermano, dos años de escuchas telefónicas. Todo ello según las informaciones a las que ha tenido acceso Mediapart. Los servicios de inteligencia franceses pusieron fin a las interceptaciones en el verano de 2014, ante la ausencia de elementos probatorios que permitieran vincular a los hermanos con un grupo terrorista conocido o con un intento atentado concreto.

Chérif Kouachi, junto a su hermano mayor Said, viejo conocido de la justicia y de la policía, tras ser condenado en 2008 por su vinculación con las células yihadistas Buttes Chaumont, se vio implicado dos años después en un plan para ayudar a escapar al autor de los atentados de París de 1995 (en los que no fue condenado). Chérif Kouachi apareció en los radares de las fuerzas contraterroristas francesas en el otoño de 2011.

Todo partió de una primera información de los servicios de inteligencia norteamericanos de octubre de 2011, a tenor de la cual un miembro de Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) , movimiento terrorista presente en Yemen desde 2006, contactó con una persona situada en un cibercafé de Gennevilliers (inmediaciones de París). Es decir, no muy lejos del domicilio de Chérif Kouachi, que residía en el número 17 de la calle Basly. Entonces no había –a día de hoy, tampoco– confirmación alguna que lleve a pensar que Chérif Kouachi fuera el responsable francés de AQPA identificado por EEUU, aunque sea tentador creerlo de este modo.

Un mes después, en noviembre de 2011, los servicios de inteligencia norteamericanos transmitieron a sus homólogos franceses de la Dirección Central de Inteligencia Interior (DCRI, más tarde conocida como DGSI), una información nueva según la cual Said Kouachi se había desplazado al extranjero, entre los días 15 de julio y 15 de agosto de 2011, acompañado por una segunda persona. Los norteamericanos son categóricos en su nota por la que informaban de la estancia de los susodichos en el sultanato de Omán y hacían partícipes del posible paso clandestino a Yemen. “Estas informaciones no fueron entonces corroboradas ni por fuentes humanas ni técnicas”, matiza ahora una fuente cercana a investigación relacionada con Yemen.

Sin embargo, la información atrajo la atención de la DCRI, que lanzó entonces una operación de vigilancia administrativa –es decir, no confiada a la autoridad judicial–. A partir de diciembre de 2011, Chérif Kouachi fue sometido a vigilancia y a escuchas telefónicas. Hasta el mes de diciembre de 2013. Los servicios secretos franceses descubrieron a un hombre que, si bien seguía relacionándose con algunos conocidos muy vinculados con grupos radicales, parecía poco a poco alejarse del mundo terrorista. Al menos, en apariencia.

Chérif Kouachi parecía estar entonces dando un giro hacia una delincuencia mucho menos peligrosa, a saber, el negocio de la falsificación de ropa y de calzados con China. Hablaba de ellos sin tapujos por teléfono, aunque mostraba preocupación por la posibilidad de ser rastreado en las aduanas. Aunque no por el antiterrorismo, que lo graba todo.

Su hermano mayor, Said, quien por su parte había logrado dar esquinazo a la justicia, solo figura muy tangencialmente en los casos que implicaban a Chérif, también estaba en el punto de mira de la DCRI.

Según las informaciones recabadas por Mediapart, fue objeto, en 2012, de ocho meses de escuchas telefónicas y sometido a cuatro meses de vigilancia y a dos meses más de escuchas en 2013, cuando concluyen las investigaciones. La recompensa era poco sustanciosa. La Comisión Nacional de Control de las Interceptaciones de Seguridad (CNCIS), autoridad que regula la ejecución de las escuchas, desmiente a día de hoy en un comunicado haber preconizado en una primera ocasión el fin de la vigilancia.

Sin embargo, en febrero de 2014, los servicios obtuvieron una nueva pista. Lograron un testimonio que confirmó el viaje a Omán de Said Kouachi, sin que exista seguridad sobre su paso –y aún menos de su entrenamiento– en Yemen. Este testimonio llevó a ampliar las escuchas durante cinco meses más, hasta que se vieron interrumpidas en junio de 2014. Algunas fuentes relacionadas con la investigación aseguran que esta nueva interrupción de las escuchas se produjo por orden de la CNCIS (que lo niega). Las interceptaciones no permitieron identificar que existiese un plan para atentar ni tampoco desveló actividad terrorista alguna.

En este momento, los hermanos Kouachi desaparecieron de los radares del contraterrorismo francés, que consideró que no tenía bastantes elementos para solicitar a los servicios competentes la apertura de una investigación judicial. Esto es lo que llevó a decir al ministro del Interior Bernard Cazeneuve, el viernes 9 de enero, hablando de los hermanos Kouachil que “nada demostraba que pudiesen llegar a cometer un acto de estas características. No se había iniciado un proceso judicial contra ellos”.

Las preguntas, numerosas, siguen surgiendo. Los hermanos Kouachi, ¿ocultaron tan bien su juego hasta el punto de engañar a los servicios de inteligencia?, ¿hallaron la forma de comunicarse, vía internet, por ejemplo?, ¿o cortaron sus vínculos con las redes operacionales del pasado antes de caer nuevamente en los propósitos terroristas, que se encuentran en el origen de la campaña de atentados más sanguinaria de los últimos cincuenta años?

“Me he movido mucho”

Es cierto que, de los dos hermanos Kouachi, Said aparece ahora como el que mejor logró pasar desapercibido. Y desde hace mucho tiempo. Pese a que fue él el que introdujo a su hermano en el entorno del predicador Farid Benyettou –figura central de la célula iraquí de Buttes-Chaumont de 2005, en aquella época– en una declaración aseguró condenar la deriva de Chérif, según recuerda una fuente judicial.

El caso del tercer terrorista, Amedy Coulibaly, autor de los asesinatos de una policía en Montrouge y de cuatro rehenes judíos en el hipermercado kosher de Porte de Vincennes, en París, es potencialmente el más problemático para el mundo de la inteligencia francés porque, al contrario de lo que sucede con los hermanos Kouachi, Coulibaly permanecía en el ángulo muerto de los servicios de inteligencia, que no supieron ver la que se avecinaba.

Amedy Coulibaly, condenado a cinco años de cárcel el 20 de diciembre de 2013 por participar en el plan de fuga del artífice de los atentados de París de 1995, quedó en libertad en marzo de 2014, tras ver reducida la condena y tras haber permanecido en prisión provisional durante tres años. Se le instaló una pulsera electrónica hasta mayo. Después, nada. Ni escuchas ni vigilancia. Los servicios antiterroristas, que trabajaron mucho en su caso en 2010, ¿fueron informados de su salida de prisión?

En un vídeo reivindicativo colgado en internet tras los atentados de la semana pasada, Coulibaly afirmaba haberse “movido mucho” tras quedar en libertad y haber “recorrido las mezquitas de Francia, un poco, y mucho las de la región de París”.

La investigación de 2010 sin embargo había dado como resultado el retrato de un hombre peligroso, que pasó del robo a mano armada –se vio implicado en una quincena de casos– a la radicalidad islamista tras entrar en contacto con varios antiguos yihadistas en prisión. En mayo de 2010, la Subdirección Antiterroristas (SDAT) de la Policía Judicial le presentaba ya como un “islamista rigorista”. Escuchas telefónicas intervenidas en esta época le presentaban como un hombre completamente influido por Djamel Beghal, terrorista condenado en el marco de un intento de atentado en 2001 contra la embajada de EEUU de París y cabecilla de una célula operacional de obediencia takfir, movimiento sectario salafista.

Las escuchas habían permitido constatar sobre todo que Beghal manejaba la vida de Coulibaly incluso en los asuntos más nimios hasta el punto de impedirle ir a votar a las elecciones, una acción juzgada entonces como “un gran, gran pecado, peor que los pecados mayores”. Beghal le había convencido también para que ingresara dinero a un “antiguo combatiente en Afganistán que ha participado en numerosas acciones yihadistas y derivadas”.

El 18 de mayo de 2010, los investigadores de la SDAT hallaron en casa de Coulibaly, escondidos en una lata de pintura, 240 cartuchos de calibre 7,62 compatibles con un kaláchnikov y la funda de un revólver.

Los últimos flecos de la investigación sobre los atentados de París de la semana pasada confirman la querencia de Coulibaly, alias Doly, por las armasDoly. En un apartamento, que tenía alquilado hasta el 11 de enero de Gentilly, se encontró todo un arsenal (armas automáticas, detonadores...) Y en la tienda kosher de la Porte de Vincennes, Coulibaly dispuso un sistema de explosivos y de granadas que afortunadamente no detonó en el momento del asalto del RAID y de la BRI.

Por su parte, los hermanos Kouachi lograron un lanzacohetes de tipo M80 de origen yugoslado además de varios kaláchnikov que hicieron correr la sangre en la sede del Charlie Hebdo y en las calles de París. Esta arma de guerra es la que puede verse en la espalda de Chérif Kouachi, el jueves 8 de enero, en el vídeo de vigilancia de la estación de servicio Avia situada al sur de Villers-Cotterêts, que vació con su hermano.

En el primer coche (robado) que emplearon en su huida el miércoles 7 de enero antes de abandonarlo en el distrito XIX de París, los investigadores también dieron con material para fabricar una decena de cócteles molotov, esposas, banderas yihadistas y una go-pro, una cámara portátil que pudo servir a Mohamed Merah para filmar el atentado en la escuela judía Ozar-Hatorah de Toulouse.

En este punto de la investigación, no se ha encontrado ningún teléfono de los terroristas. No se sabe si se comunicaron entre ellos entre el 7 de enero, el día de la matanza en el semanario Charlie Hebdo, y el 9 de enero, día de su muerte caídos por las balas de las fuerzas del orden.

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Traducción: Mariola Moreno

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