Túnez

El hundimiento de Libia salpica a Túnez

Libia, entre el caos de la guerra civil y el agujero negro del Estado Islámico

El portero del hotel explica cómo los identifica: “Las mujeres casi siempre llevan velo y los hombres coches grandes, vehículos todoterreno o Mercedes y sacan fajos de billetes cuando pagan”. Durante un instante, reflexiona y añade: “Son buenos clientes. De verdad. Se quedan bastante tiempo y gastan dinero”. Utiliza ese “se”, para referirse a los libios refugiados en Túnez y, en concreto, a los huéspedes de un importante hotel de la capital.

Desde que comenzaron las protestas en Libia, en los primeros meses de 2011, y ahora, inmersa en una guerra civil que no parece tener salida, Túnez absorbe el impacto de la desintegración del país vecino y, sobre todo, el de los libios que huyen del territorio. Según Omer Kasparan, uno de los responsables del Banco Mundial, “aproximadamente dos millones de libios viven en el exilio, aunque es difícil disponer de las cifras reales porque no se registran como refugiados. El Gobierno tunecino calcula que en el país puede haber alrededor de un millón, pero a menudo se oyen cifras más elevadas”. Puesto que no es necesario visado para cruzar la frontera y dado que los libios pueden permanecer en Túnez durante tres meses sin hacer ningún trámite, muchos de ellos emprenden el viaje de ida y vuelta entre los dos países con regularidad.

Con independencia del número de libios refugiados en Túnez, ya sean 500.000 o, al contrario, casi dos millones, representan un flujo de población considerable. ¡Se ha llegado a decir que se ha producido un aumento de entre el 5% y el 18% de la población de Túnez, que tiene 11 millones de habitantes!

Aunque el atentado cometido en el Museo del Bardo el pasado 18 de marzo –que costó la vida a un matrimonio español– ha encendido todas las alertas en materia de seguridad (los dos terroristas supuestamente se habían entrenado en Libia y los explosivos que portaban provenían de los almacenes de Gadafi), el impacto del conflicto libio en Túnez es sobre todo económico y social, lo que repercute una vez más en las dificultades por las que atraviesa un país sumido en la crisis.

“No sé lo que me voy a encontrar en Libia cuando vuelva”, explica Marwan Taliaoui, uno de esos libios que han hallado refugio en este importante hotel de Túnez. No se ha decidido a alquilar una casa en su país de acogida con la esperanza de que la guerra entre facciones baje en intensidad, incluso que se termine, pese a las escasas posibilidades de que esto ocurra de forma inmediata. “Estoy muy agradecido a los hermanos tunecinos por habernos acogido así, con todos nuestros problemas, sin hacer preguntas, sin quejarse, sin ponernos palos en las ruedas. Cuando las cosas mejoren en Libia, regresaremos”.

Aunque no todos los libios tienen posibles –nada más lejos de la realidad–, en términos generales han sabido sacar partido a las rentas procedentes del petróleo de la época de Gadafi, en un país poco poblado (cuenta con seis millones de habitantes) y, a menudo, pasan por “ricos” a los ojos de los tunecinos. Además, tal y como recuerda Omer Kasparan, “los libios más acomodados están en las principales ciudades tunecinas, como Túnez, Sfax, Susa o Yerba, mientras que los más pobres no tienen medios para salir de Libia o localizan a parientes lejanos o con vinculaciones tribales en las regiones más rurales del sur de Túnez”.

De modo que a pesar de que a veces la situación hace aflorar cierto resentimiento, o incluso algunos piques, hacia “esos libios adinerados que se instalan en el país como si estuviesen en su casa” y aunque existan tiranteces entre jóvenes de las zonas rurales del sur por cuestiones relacionadas con el empleo, la acogida en Túnez de cientos de miles de libios se desarrolla sorprendentemente bien.

“Toda una lección sobre la que los europeos deberían meditar”, sonríe Abdelwahad, un trabajador social tunecino que trata de ayudar a los libios que pasan por dificultades. Y añade: “Los libios pueden trabajar, montar empresas y circular libremente en Túnez, pero no tienen acceso a servicios sociales públicos como la enseñanza o la sanidad. La mayoría de los casos de los que me ocupo están relacionados con niños que no pueden matricularse en una escuela pública o con familias que dudan antes de ir al médico por miedo a no disponer de suficiente dinero para pagarlo”.

Abdelwahad admite también que en ocasiones debe ejercer de mediador entre familias libias y tunecinas. “Un ejemplo frecuente es el del grupo de cinco o seis estudiantes que antes se juntaba para alquilar una casa en una ciudad universitaria. Ahora, los libios están alquilando estos alojamientos y están haciendo subir los precios del mercado inmobiliario, lo que disgusta a los tunecinos”.

El comercio de bienes ilegales es marginal

En efecto, no deben desdeñarse las consecuencias macroeconómicas de este flujo poblacional. Para Habib Zitoun, director general del Instituto Tunecino de Competividad y de Estudios Cuantitativos, “la presencia de ciudadanos libios en Túnez ha dejado sentir sus efectos en la inflación, sobre todo en el sector inmobiliario, el sector agroalimentario y en los servicios. Donde más se nota es en la hucha de las subvenciones, por el alza del consumo”. El Estado tunecino subvenciona productos de primera necesidad como la harina, el aceite o el azúcar, lo mismo que la energía o los transportes públicos. De manera que, a mayor demanda de estos productos, mayor será su repercusión en el presupuesto tunecino.

Aunque la llegada de refugiados libios también ha tenido un efecto positivo en numerosos comercios tunecinos (hoteles, restaurantes, supermercados, escuelas y hospitales privados...) –su aportación a la economía tunecina se calcula en 1.000 millones de euros–, el precio que se debe pagar a cambio es más elevado. “La crisis libia le ha costado a Túnez 5.000 millones de dólares”, según precisó Abdalá Dardari, miembro de la Comisión Económica y Social para Asia Occidental de Naciones Unidas, a la emisora de radio Mosaïque FM. “Una mejora de la situación en Libia tendría una repercusión de dos puntos en el PIB tunecino, mientras que en un contexto negativo, el PIB tunecino podría contraerse”. Libia también suministraba a Túnez aproximadamente el 25% de sus importaciones petroleras, a precios muy ventajosos. Pero ahora que la producción petrolera libia se ha hundido literalmente (varía, en función de la intensidad de los combates, entre 200.000 y 500.000 barriles diarios, frente a los 1,5 millones de barriles anteriores a 2011), Túnez debe abastecerse a precios superiores.

El último elemento que cada vez adquiere un peso mayor es la permeabilidad de los 500 kilómetros de frontera que separan a los dos países. Tradicionalmente ha existido, a ambos lados, contrabando y “economía sumergida”, dados los múltiples lazos familiares y tribales existentes entre tunecinos del sur y libios del noroeste. Pero dado el debilitamiento progresivo por el que atraviesa el Estado tunecino, tras la revolución, y el hundimiento de las estructuras libias, el comercio ilegal no ha dejado de aumentar, según diferentes fuentes. Se trata sobre todo de la comercialización de petróleo, de bienes de consumo procedentes de China o de Turquía, de productos textiles y de alimentación. “Los comerciantes ilegales” se aprovechan de las diferencias en el precio de los aranceles entre ambos países. Todo esto acarrea unas pérdidas, para el Gobierno tunecino, de decenas, centenares de millones de euros.

En lo que respecta al comercio de bienes ilegales (alcohol, armas, estupefacientes), aunque existe, es relativamente marginal y no supone una amenaza real para Túnez. “Estos últimos tiempos se habla mucho de las armas, pero lo cierto es que en estos momentos es mejor transportar armas de Túnez a Libia, donde se demandan más y se venden más caras”, asegura Ommeya Seddik, presidente de la asociación Al Muqaddima y representante del Centro para el Diálogo Humanitario. “Por supuesto existen grupos que pueden transportar armas a Túnez, pero se trata de grupos muy concretos y marginales que actúan movidos por motivaciones criminales. Esto puede suceder en cualquier parte y no representa un flujo significativo. Libia no supone, hasta la fecha, el peligro que se piensa para Túnez. Ninguna de las principales facciones libias siente verdadera hostilidad contra Túnez. En cuanto a Daesh [la rama iraquí de Al Qaeda], no está presente en la frontera. Por supuesto, hay jóvenes tunecinos que van a Libia, pero la inmensa mayoría lo hacen para trabajar, porque los sueldos son más altos, pero no para entrenarse en la yihad”.

La investigación sobre el atentado del Bardo, que hasta la fecha ha permitido el arresto de una veintena de supuestos cómplices, no ha puesto al descubierto ninguna implicación libia, a excepción de las armas. Al contrario, los servicios de seguridad tunecinos investigan la pista de un yihadista argelino vinculado con Al Qaeda y no con el Estado Islámico.

Cerrar la frontera entre Túnez y Libia, con independencia de las dificultades que entrañaría, acarrearía consecuencias nefastas, según Ommeya Seddik: “Sin el comercio informal entre ambos países, Túnez se encontraría de rodillas, porque mucha gente vive y saca provecho de él. El objetivo es conseguir organizar dicho mercado y regularlo, pero no de acabar con él de raíz”.

En el vestíbulo del gran hotel de Túnez, el libio Marwan Taliaoui se acaricia la barba rala después de responder al teléfono, que le permite saber de su hermano, que continúa en Trípoli. “Si se hubiese logrado desarmar a las milicias y se hubiese evitado que se enfrentasen tras la caída de Gadafi, se habría podido considerar un futuro común y próspero de ambos países, porque somos complementarios”, suspira. “Pero a día de hoy el país pequeño es el que sostiene al grande...”. Para los tunecinos, supone un acto de orgullo y de solidaridad que, pese a suponerles un coste, demuestra que la transición democrática del país permite seguir albergando esperanzas.

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Traducción: Mariola Moreno

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