Elecciones

Reino Unido se juega su futuro en la Unión Europea

David Cameron, en un mitin en el colegio femenino de Hayesfield, en Bath, Reino Unido, este 4 de mayo de 2015.

“El reto europeo no es una prioridad para la mayoría de los ciudadanos. Se habla de sanidad, de educación, de empleos. Después del 7 de mayo, si llegamos al poder, no vamos a pasarnos los dos primeros años de mandato organizando un referéndum que solo interesa a una minoría de los británicos. Queremos reactivar la economía, ayudar a los que más lo necesitan. Es cuestión de prioridades”. Jude Kirton-Darling es una joven eurodiputada del Partido Laborista, la formación de Ed Miliband que puede alzarse con la victoria en la noche del 7 de mayo. A preguntas de Mediapart, esta eurodiputada, que procede del mundo sindical, se desmarca del debate que estremece a los funcionarios europeos –y un poco menos, quizás– a los electores británicos: la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea o "Brexit" (British exit).

Las elecciones generales del próximo jueves 7 de mayo se prevén inciertas. Las posibles coaliciones son múltiples, pero sobre el papel sólo hay dos hombres susceptibles de convertirse en jefe del Gobierno. Por un lado, el conservador David Cameron aboga por la celebración de un referéndum sobre la salida del Reino Unido de la UE de aquí a 2017, una vez que Londres –según se ha comprometido– recupere competencias que ahora están en manos de Bruselas. Por su parte, Ed Miliband, su rival laborista, aboga por “reformar” Europa, aunque no tiene previsto realizar una consulta a corto plazo.

“Estamos en contra de organizar un referéndum en una fecha que no tendría vinculación alguna con la realidad europea”, precisa Jude Kirton-Darlong. “Los tories han anunciado un referéndum, que ha generado demasiadas incertidumbres tanto para las empresas como para los ciudadanos”. La dificultad estriba en la posibilidad de que ninguno de los dos partidos, ni tories nilaboristas, alcancen el apoyo suficiente como para gobernar en solitario. De modo que tendrán que recurrir al apoyo –que se puede materializar bajo la forma más o menos formal de una coalición– de los liberal-demócratas de Nick Clegg (europeísta) o de los nacionalistas escoceses de SNP. Las combinaciones posibles son numerosas y vuelven a plantear la duda de qué sucederá  tras el 7 de mayo, lo que origina no pocos quebraderos de cabeza a los “eurócratas” de Bruselas.

Los problemas británicos con la Unión Europea no son nuevos. No obstante, para muchos el auge de UKIP, el partido de Nigel Farage –ganador de las elecciones europeas de mayo de 2014 (26,6%) con su discurso antiinmigración y antieuropeísta– está tras el discurso demagógico de David Cameron sobre Europa. El actual jefe del Gobierno ha ido endureciendo su postura, desde su discurso sobre Europa de enero de 2013, en el que anunciaba su famoso proyecto de referéndum, que reduce la Unión a un amplio mercado interior y que supone el triunfo del ala euroescéptica del partido.

“Lo paradójico es que la pertenencia de Gran Bretaña a la UE no es algo que, según los sondeos, los británicos consideren prioritario. Los movimientos de política interna, en el seno del partido conservador, dirigidos a frenar el avance de UKIP han llevado a Cameron a arremeter contra Europa”, escribe Roger Liddle, exasesor eurófilo de Tony Blair, en un ensayo reciente (disponible, en inglés, en este enlace). “A ojos de las bases de los conservadores, que no pasan por su mejor momento, el electorado de UKIP lo integran aliados naturales y amigos que teóricamente tendrían que volver a su verdadera casa”, la de los tories, prosigue Liddle.

Sin embargo, Syed Kamall, un destacado eurodiputado de los tories, rechaza que el posicionamiento actual de Cameron responda a una estrategia: “Los electores con los que me he entrevistado, al menos aquellos que marcan diferencias entre Westminster, la alcaldía y la Unión Europea, me dicen que no es por esta Europa por la que votaron”, mantiene. Kamall se refiere a la única consulta popular celebrada en el Reino Unido sobre la UE, el referéndum de 1975 sobre la permanencia de los británicos en el mercado común (dos años después de que Londres firmase el Tratado de Roma). Entonces, el obtuvo el 67% de los votos, con el apoyo activo, durante la campaña, de Margaret Thatcher, que todavía no había llegado al poder. En 2006, estaba prevista la celebración de otro referéndum sobre el proyecto del Tratado Constitucional Europeo (TCE), pero el no a la consulta, un año antes, en Francia y Holanda, lo hicieron innecesario.

“Cuando voy a puerta a puerta, lo que me dice la gente es que no votaron para conseguir más integración europea... Se habló de comercio y de mercado interior”, continúa el eurodiputado conservador Syed Kamall. “La relación entre Gran Bretaña y la UE se ha basado siempre en el registro de la transacción, nunca de la emoción. Los británicos quieren saber lo que les cuesta y lo que obtienen a cambio”, puntualiza Mats Persson, al frente de Open Europe, sin lugar a dudas el think thank británico más influyente de Bruselas, muy próximo al partido conservador.

Según Persson, una victoria de los laboristas no atenuaría la probabilidad de un Brexit, al contrario. “Los riesgos de la salida de Gran Bretaña de la UE disminuiría los cinco próximos años con un Gobierno de Miliband, pero estos riesgos pueden ser mucho más elevados dentro de diez”, pronostica. Estima que, con Miliband, los euroescépticos se recuperarían en la oposición, a base de argumentos fáciles.

Por su parte, el sociólogo Anthony Giddens, teórico de la difunta “tercera vía”, defendida por el Nuevo Laborismo de Tony Blair, juzga imposible vaticinar qué escenario es el más probable entre el Brexit y el BrexitBremain (neologismo acuñado por él mismo para hablar de la permanencia de Londres en la UE). “Hay demasiado contingencias en juego”, estima. Pero el intelectual, europeísta, se atrevió a lanzar su pronóstico en una conferencia celebrada el pasado 30 de abril en Bruselas: “Si vencen los laboristas se descarta la celebración de un referéndum. Si la victoria es para los conservadores, también Cameron tendrá dificultades para mantener su promesa, porque deberá alcanzar un acuerdo de Gobierno con los liberal-demócratas... A menos que UKIP obtenga una victoria importante, algo que no parece probable, a tenor de los últimos sondeos”. UKIP, a quien el sistema electoral de estos comicios generales no favorece, puede obtener, como mucho, un puñado de escaños.

La limpieza de la Comisión Juncker

Los responsables europeos recibieron mal el discurso de Cameron de enero de 2013 y su proyecto de celebrar una consulta popular. Sin embargo, Jean-Claude Juncker no cierra por completo la puerta a la hora de introducir “modificaciones al margen” de los tratados. “Descarto cualquier modificación de calado de los tratados cuando la libertad de movimiento está en juego, pero se pueden abordar otras cuestiones”, señaló el pasado 28 de abril, en un intento por suavizar algunas afirmaciones de antaño mucho más duras. Desde la llegada del luxemburgués al frente de la Comisión Europea el año pasado, Cameron y Juncker mantienen una relación tensa, después de que el premier británico se haya enfrentado en varias ocasiones a Juncler en la prensa londinense.

En Bruselas son muchos los que dudan de que se puedan realizar cambios en los tratados. “Si Cameron resulta reelegido, tendrá que exponer en el Consejo Europeo de junio sus intenciones”, pronostica un diplomático europeo. “No obstante, celebrar un referéndum en 2017 sobre la reforma de los tratados parece un calendario demasiado atrevido”. Dicho de un modo menos diplomático, hay que colegir que Cameron no tiene ninguna posibilidad de lograr la reforma de los tratados en un año y medio. Los franceses no quieren; los alemanes, tampoco –para disgusto de Cameron que apostó mucho, en 2013, por el apoyo de la canciller, Angela Merkel–.

El proyecto de Cameron, sobre el papel, es muy vago. La “renegociación” que quiere llevar a cabo con los 27 Estados miembros versa sobre tres aspectos: la legitimidad democrática de la Unión, la relación entre los 19 miembros de la eurozona y el resto de países (entre ellos, el Reino Unido) y, por último, las medidas para reforzar la competitividad de la UE, donde el “mercado único” tiene que ser el pulmón central. “En el hipotético caso de que Cameron organizara un referéndum en 2017, sería necesario, para que haga campaña por la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea, que consiga algún avance en cada uno de estos asuntos, pero todo depende del nivel en el que sitúe el listón”, aventura Mats Persson.

Los tories son muy críticos, por ejemplo, con que se refuerce la integración en el seno de la eurozona –a la que no pertenece Gran Bretaña– por la crisis. “La Unión Europea evoluciona para sostener la moneda única y esto tiene consecuencias importantes para cada uno de nosotros, estemos o no en la zona euro”, señaló en enero de 2013 David Cameron, a quien le gustaría dejarse oír, de un modo u otro, en las cuestiones de integración. A los británicos tampoco les ha gustado no tener voz en el nombramiento del presidente de la Comisión Europea, Juncker, elegido por la derecha europea (PPE) y los socialdemócratas, y dado que los tories de Cameron optaron por salir del PPE para lanzar otro grupo en el Parlamento Europeo (el ECR).

Cameron también podría volver a pedir un “opt out”, es decir, que Londres no se sume a aspectos adicionales de la política comunitaria, del mismo que Gran Bretaña decidió no entrar en el euro en los años 90. Para Londres, lo ideal es disponer de una Europa a varias velocidades, a la carta, donde cada país presente su propia “lista” y se desentienda del resto. “¿En qué momento la proliferación de estos “opt-outs” corre el riesgo de convertirse en un desmantelamiento generalizado? Ese es el verdadero riesgo que presentan las reivindicaciones británicas”, comenta el diplomático europeo. “El giro radical del discurso británico, entre el de un Tony Blair en 2014 que quería un Reino Unido en el “corazón de Europa” y el de Cameron de hoy se ha producido de forma muy rápida. Esto explica el declive de la imagen de los británicos en Bruselas”.

Frente al alejamiento de los británicos (drifting apart), la Comisión de Juncker quiere hacer ver que entiende sus preocupaciones. El luxemburgués hizo campaña en 2014 con un lema que suena muy bien en los oídos de algunos anglosajones: Europa será “big on big things, and small on small things” (fuerte en los asuntos importantes y modesta en el resto). Los asuntos de regulación financiera prácticamente se han caído de la agenda en la capital belga, a la espera de las elecciones del 7 de mayo, para no causar molestar a Londres y en la City. Por el contrario, el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, del que el Reino Unido espera mucho, es una prioridad absoluta para el Ejecutivo europeo.

El vicepresidente de la Comisión, Frans Timmermans, a quien Juncker describe como su “mano derecha”, es el encargado de llevar a cabo una misión clave, la de una “mejor regulación” (better regulation, en el argot de bruselas). El socialdemócrata neerlandés trabaja, desde que llegó al cargo, en reducir los textos legislativos europeos no actualizados o anticuados o en suprimir proyectos puestos en marcha por la Comisión precedente que ahora se consideran inoportunos. Así, en marzo anunció la cancelación de 73 proyectos de ley que se acumulaban en los cajones. De ahí a pensar que la limpieza de Timmermans bastará para frenar las inclinaciones aislacionistas de los británicos...

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Traducción: Mariola Moreno

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