Turquía

“Erdogan quiere gobernar como si el Estado fuese una sociedad anónima y él su director general”

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, durante un mitin en Eskisehir, este 5 de junio de 2015.

Los turcos votan este domingo 7 de junio la composición del nuevo Parlamento. De nuevo, la cuestión no es saber si el partido musulmán conservador AKP, en el Gobierno desde 2002, puede salir derrotado, sino si este partido del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, puede alcanzar sus objetivos, cada vez más ambiciosos: aspira a superar el 50% de los sufragios en esta cita electoral que se celebra a una sola vuelta.

Esta semana, el presidente turco se ha hecho notar de nuevo al arremeter contra The New York Times, diario al que acusa de falta de rigor, a su entender, por publicar una crítica mordaz sobre el fundador del AKP, titulada “Nubarrones negros sobre Turquía”. Desde las revueltas del Gezi Park de Estambul, en el verano de 2013, Erdogan ve enemigos del Estado en todas partes y se halla inmerso en una deriva autoritaria que preocupa a todo el ámbito político turco. El actual presidente de la República, que ocupó el cargo de primer ministro durante una década, quiere reformar la constitución para instaurar un presidencialismo al que se oponen el resto de partidos. ¿Lo conseguirá, amenazando con ello a una democracia que, pese a todo, él mismo contribuyó a consolidar a principios de siglo? He ahí la incógnita que se plantea de cara a los comicios.

“El caso Erdogan es interesante a la hora de comprender hacia dónde va Turquía, pero también el sistema de reproducción de los autoritarismos o de las democracias autoritarias del siglo XXI”, dice Ahmet Insel, economista e intelectual turco, autor del libro La nouvelle Turquie d'Erdogan [La nueva Turquía de Erdogan].

PREGUNTA: Estas elecciones legislativas ponen de manifiesto una vez más la omnipresencia de Erdogan en la esfera política turca. Usted mismo escribe: “¿Es Tayyip Erdogan el nuevo Putin de Turquía?”. ¿A qué se refiere con esta comparación?

RESPUESTA: Hago un análisis comparado de los autoritarismos y, antes de nada, preciso que la forma de autoritarismo que se ha instalado con el Gobierno de AKP no tiene nada de nuevo en Turquía. Sus raíces son profundas, están hundidas en el seno de la sociedad, a principios del siglo pasado y en el kemalismo [en referencia a Mustafá Kemal, fundador de la República de Turquía]. 

Tayyip Erdogan se ha ido convirtiendo paulatinamente en un líder dominante en su partido, en el Gobierno, después en el Estado y ahora su objetivo es adaptar el régimen institucional de Turquía a sus anhelos de poder. En resumen, quiere transformar el régimen parlamentario actual en un régimen presidencialista, con un presidente elegido por sufragio universal que dirija el Ejecutivo y que no tenga que enfrentarse a los contrapoderes capaces de frenarlo en el periodo entre elecciones.

Erdogan reconoce la legitimidad electoral pero, una vez elegido, considera que tiene derecho a actuar conforme a lo que cree justo para el país. Hace dos años ya lo expresó en estos términos, cuando puso en marcha un mecanismo para convencer a los ciudadanos de la necesidad de contar con un régimen presidencialista. A través de una serie de discursos, dejó claro que el Parlamento, y sobre todo la Justicia, eran frenos para actuar con rapidez, y definió su “sueño diplomático”: convertirse en el director general de Turquía, gestionar el país como si el Gobierno, el Estado, fuesen una especie de sociedad anónima de la que sería dirigente.

De modo que su concepción del poder está muy cerca de la de todos estos nuevos autoritarismos que han emergido con el siglo. He puesto el ejemplo de Putin porque es el más conocido. El presidente ruso se elige igual, aunque el resultado de las elecciones rusas sea cuestionable, al contrario que en Turquía donde se llevan a cabo de forma satisfactoria. También podríamos tomar como ejemplo el caso de Viktor Orban, en Hungría.

P.: ¿En qué medida se pueden comparar uno y otro? ¿En las derivas del lenguaje, la estigmatización continua de la prensa, los ataques contra las ONG, la Justicia?

R.: En todo eso, sí, y en esta idea que comparten de transformar en enemigos, personales y del Estado, a todos sus adversarios, a todos los que le critican. Erdogan pide a la “nación AKP” que se movilice como un solo hombre detrás de él en contra sus enemigos. Y estos pueden ser los kurdos, el partido en la oposición CHP, los intelectuales, los periodistas, la Justicia, los policías que inician investigaciones por casos de corrupción entre los miembros del Gobierno o la hermandad Gülen.

También se dan casos de glorificación del pasado. En el caso de Orban, es la gran Hungría; para Erdogan, el Imperio Otomano, transformado –en su opinión– por los kemalistas en un país occidental. Erdogan desprende así una suerte de romanticismo de la grandeur imperial. Erdogan es además un creyente sincero. Al mismo tiempo, quiere erigirse en líder de los creyentes, como puede hacer Orban o incluso el nuevo primer ministro indio, Narendra Modi.

P.: El ascenso político fulgurante de Erdogan y su persistencia hacen de él, no obstante, un personaje impresionante, que fascina a una gran parte del electorado turco. Ha llegado incluso a “construir” a su electorado, si se puede decir así, y todo eso en menos de dos años, después de crear un partido, el AKP, tras salir de la cárcel en el año 2001, ganar las elecciones en 2002 y convertirse en primer ministro en 2003...

R.: Erdogan militaba ya en su juventud, en los años 70, en el islamismo. Ya en esa época, se dejaba notar su liderazgo. En Estambul, fue el dirigente regional más joven del partido, antes de convertirse en alcalde de Estambul en 1994, cargó al que se presentó en contra de la opinión de la dirección del partido. Tiene dos pasiones, la práctica religiosa y la política, que le ocupan desde siempre. Se trata de alguien muy combativo. Para bloquear su ascenso, los militares se habían inventado un proceso para incitar al odio racial, porque Erdogan había leído un poema. Y cumplió cuatro años y medio de cárcel por ello e incluso se vio obligado a dejar la alcaldía.

Pese a todo, en cuanto salió, volvió a las andadas y creó su partido –el AKP–, llevándose con él a los jóvenes dirigentes del viejo partido musulmán conservador. Este episodio le confirió el estatus de víctima, de alguna forma, lo que le hizo más popular en el seno de su partido. Es un gran organizador y un buen orador, totalmente dedicado a su movimiento y, lo que es más, valiente, ya que en los 90, las amenazas de atentado que sufrió no le hicieron apartarse de su camino.

“Erdogan pone al AKP en peligro”

P.: Desde la llegada al poder del AKP, nadie le ha hecho sombra en el seno del partido. ¿Cómo se explica?

R.: Erdogan ha hecho el vacío a su alrededor. Los fundadores del AKP eran cinco, entre ellos Abdulá Gül [expresidente turco], que era al que la militancia otorgaba mayor legitimidad, junto con Erdogan. Hasta 2007, cuando era ministro de Asuntos Extranjeros y Erdogan primer ministro, Gül tenía un verdadero contrapoder en el partido. En el entorno del AKP se dice que el hecho de que Gül fuese elegido presidente en agosto de 2007 liberó a Erdogan en el seno del Gobierno. Algunos creen que aquí dio comienzo la deriva autoritaria de Erdogan. Entonces, Erdogan no entonces frente a él ninguna autoridad de su nivel.

Actualmente, Gül y Erdogan se observan y Gül aguarda a que Erdogan tropiece para regresar, en calidad de salvador del partido. Pero sabe que mientras que Erdogan no empiece a perder su aura, su capital electoral, no tiene ninguna posibilidad de hacerle sombra. Erdogan hace campaña abiertamente en contra de la oposición, pese a su estatus de presidente de la República, y cada día organiza un mitin. Haciendo esto, pone en un problema al AKP.

P.: ¿Qué quiere decir?

R.: Se estima que el AKP va a obtener entre el 42 y el 43% de los sufragios. En las últimas elecciones legislativas de 2011, alcanzó el 49% y, en marzo de 2014, durante las últimas municipales, el 43%. Para un partido que gobierna, en solitario, desde hace 13 años, superar el 40% de los votos es algo impresionante. No obstante, simultáneamente, Erdogan pone en un aprieto a su partido porque le ha encargado la misión de alcanzar los dos tercios de la Asamblea [que cuenta con 550 diputados, elegidos de forma proporcional]. Ese es el umbral necesario para poder cambiar la Constitución para pasar de ser un régimen parlamentario a un régimen presidencialista. Los otros partidos se oponen.

Para conseguir el objetivo, el AKP necesita el 50% de los sufragios, impidiendo que el partido kurdo (HDP) supere el 10%, de los votos, el umbral de representación preciso en la Asamblea, que permite obtener entre 45 y 50 diputados. De modo que estos escaños pasarían automáticamente al primer partido, AKP, siempre que el partido kurdo no alcance dicho umbral, y Erdogan puede esperar sumar de 340, 350 escaños en la Asamblea, cuando se necesitan 330 para reformar la Constitución.

Por el contrario, si el AKP logra un 43% de los votos, el partido kurdo supera el 10%, el partido de Erdogan sólo tendría mayoría simple y de lo que se deduciría que el presidente turco y el AKP han perdido su apuesta, pese a haber obtenido un resultado más que digno para un partido en el poder. Pero a Erdogan todo esto no le preocupa, lo que quiere es ser un nuevo presidente fundador, punta de lanza de la Turca conservadora, un nuevo Mustafá Kemal. Un segundo padre de Turquía. Y para esto, quiere poderes plenos.

P.: Desde hace un año, el exministro de Asuntos Exteriores, Ahmet Davutoglu, sucede a Erdogan como jefe de Gobierno. ¿Qué balance hace de su gestión?

R.: Ahmet Davutoglu no es el verdadero primer ministro de Turquía. Erdogan ni siquiera le deja ocuparse de la campaña electoral. Desde que ocupa esta nueva función, no brilla. Todo el mundo en Turquía opina que es el presidente de la República quien dirige el Gobierno. Davutoglu no lo oculta. A principio de su mandato, intentó promover algunas medidas. Para acabar con las numerosas acusaciones que salpican a su partido, quiso someter a votación una ley que obliga a los candidatos locales a hacer público su respectivo patrimonio. Erdogan lo impidió, aduciendo en un discurso público que de ser así el AKP se quedaría sin candidatos. Desde entonces, Davutoglu es percibido como el ayudante de Erdogan, eso es todo.

P.: Fuera de Turquía, Ahmet Davutoglu es conocido fundamentalmente por su doctrina de política extranjera comúnmente llamada “cero problemas con los vecinos”.  Aunque esta doctrina, a día de hoy, ha fracasado: Turquía no ha logrado acelerar la caída de Bashar al-Asad (el pasado 29 de mayo, el diario turco Cumhuriyet publicaba varias fotos y un vídeo que supuestamente demostraban que desde principios de 2014 se suministran armas a los rebeldes sirios), al menos hasta esta primavera. Al mismo tiempo, Ankara mantiene unas frías relaciones con Israel y se ha visto expuesta en el escándalo del tráfico de oro con Irán...“cero problemas con los vecinos”Cumhuriyet

R.: La política internacional de Davutoglu, que aparecía como muy brillante, un poco romántico en el sentido del romanticismo conservador alemán del siglo XIX, funcionó por un momento. Pero el segundo tiempo de las revoluciones árabes resultó fatal. En condiciones normales, Davutoglu tendría que haber pagado su fracaso y no ser nombrado primer ministro. Ha perdido todo su prestigio internacional, pero Erdogan no quería dejar sin función a alguien capaz de hacerle sombra.

P.: La economía fue una de las grandes bazas del AKP, Erdogan se apoyó en un modelo ultraliberal para modernizar una nueva clase media en Turquía, apostando continuamente por grandes proyectos faraónicos como el Marmaray o el tercer puente de Estambul. ¿Esta campaña de las legislativa tiene el mismo tono?

R.: Desde el punto de vista económico, Turquía ya no presenta un crecimiento “a la china”, próximo a los dos dígitos, como en la década pasada, sino que se encuentra estable en torno al 2%-3% [de crecer el 9,1% en 2010, el crecimiento turco cayó hasta un 2,9%, en 2014]. Desafortunadamente para la oposición, una mayoría de las clases medias consideran todavía que la salida del AKP y de Erdogan del poder traería inestabilidad económica. A día de hoy, la campaña del AKP está más enfocada a la amenaza que supondría para la economía la ausencia de una mayoría fuerte del partido tras las próximas elecciones, cuando los años de reinado de la oposición se identifican con los años negros de la década de los 90, de la hiperinflación y de la crisis económica.

Al contrario, durante las elecciones anteriores, el AKP hizo campañas positivas. Presentaba objetivos, la puesta en marcha de una justicia social nueva, grandes obras, etc. Ahora ya no se habla de grandes obras. El AKP esta a la defensiva, pero su electorado todavía le sigue.

P.: Al otro lado, ¿aprecia dinamismo en las filas de la oposición? El CHP (Partido Repúblicano del Pueblo, de centroizquierda) no consigue, parece, salir del doble callejón sin salida en que se encuentra. Por un lado se identifica con el régimen militar y, por otro, está la crisis que atraviesa la socialdemocracia europea?

R.: El CHP se ha movido. Los elementos nacionalistas kemalistas más duros han abandonado el partido, el programa se articula especialmente en torno a las promesas de justicia social y el futuro de Turquía, sin multiplicar las polémicas con Erdogan. El CHP ha renovado también la forma de designar a sus candidatos, convirtiéndose en el único partido que permite que sean las bases quienes los elijan. Pese a todo, los sondeos no le dan todavía una progresión espectacular. Muchos electores del CHP se han dado cuenta que una buena forma de bloquear el AKP es votando por el partido prokurdo HDP, haciéndole superar la barrera del 10% de los votos, como he señalado.

P.: La paradoja radica en el hecho de que presentándose como “el nuevo padre” de Turquía, Erdogan ha dividido Turquía de facto en dos, polarizando al electorado a su favor o en su contra, para centrarse en criterios identitarios.

R.: Esto explica que las divisiones en Turquía no se basen, por desgracia, en criterios socioeconómicos. Se trata de divisiones que no son nuevas, datan de un siglo atrás. Hay dos Turquías, sí, una musulmana conservadora y ultraliberal, en el plano económico, y otra, modernista pero elitista, laica, en el sentido turco de la palabra, y autoritaria [El artículo 2 de la Constitución turca en vigor precisa que “Turquía es un estado de derecho democrático, laico y social”, pero la laicidad turca tiene muy poco que ver con el concepto francés del mismo nombre].

Erdogan ha comprendido que cuanto más fomentaba esta polarización, más progresaba porque se sigue encontrando del lado de la mayoría sociológica, la población que se dice musulmana conservadora. Además, se posiciona del lado de la identidad turca frente a los kurdos y detrás tiene al 80% de la población. También se erige en defensor de la identidad sunita frente a los alevis y detrás está el 90% de los turcos, etc.

No obstante, los acontecimientos del Gezi aportaron algo nuevo, habida cuenta de que esta polarización no funcionaba. En la plaza Taksim, había kurdos, turcos, mujeres con o sin pañuelo... En cierto modo, Erdogan perdió un poco en este terreno con el cambio sociologico de Turquía y quizás también por que el Gobierno AKP banalizara el estatuto victimario de los musulmanes. Su herramienta de polarización cultural, ética y religiosa ya no funciona tan bien. De ahí que la forzara un poco, utilizándola de forma más brusca.

P.: ¿Estamos ante una de las razones del debilitamiento de la democracia turca a la que asistimos desde 2013, un periodo marcado por los casos de corrupción, en el que se apartan a los policías al frente de las investigaciones, las críticas contra las redes sociales y los intentos por prohibirlas, la represión kurda y el encarcelamiento de numerosos periodistas?

R.: Sin lugar a dudas. Desde hace varios años, asistimos a un debilitamiento muy claro del proceso democrático turco y va a más. La independencia de la Justicia en Turquía nunca ha sido tal, pero gracias a las reformas emprendidas a finales de la década pasada, iniciadas con Erdogan, dicho sea de paso, se habían experimentado mejoras sensibles, sobre todo en lo que respecta al proceso de negociaciones abierto con la Unión Europea. Actualmente, por razones defensivas, porque teme la acción de la Hermandad Gülen [principal apoyo de Erdogan en 2002, antes de convertirse en su adversario en 2014. La Hermandad Gülen, que dice contar con varios millones de simpatizantes en todo el mundo, fue fundada por Fethullah Gülen, un imán de 73 años que vive exiliado en Estados Unidos desde 1999, controla varias cadenas de televisión, así como el principal diario en turco, Zaman], quiere controlar la Justicia y sobre todo ha creado tribunales intermedios que deciden sobre las detenciones. También trata de controlar el consejo superior de la magistratura para nombrar a jueces y fiscales.

El Ejército ha quedado neutralizado, lo que es bueno, pero Erdogan trata de dar más peso a los servicios secretos, cuyo poder e inmunidad ha aumentado. Ellos dirigen las negociaciones con la organización kurda del PKK. También se producen escuchas telefónicas, hay represión contra periodistas y las empresas sospechosas de financiar a la oposición, o de inteligencia con un movimiento terrorista porque supuestamente realizó donaciones a asociaciones próximas del movimiento Gülen...

Ante todo, hemos retrocedido mucho comparado con la década pasada y es muy preocupante. Las elecciones son la única esperanza porque pueden hacer retroceder al AKP y obligarlo a ponderar su modelo de gestión. A Erdogan le gustaría ser Putin, pero aún no ha podido crear lo que Putin llama la “vertical del poder”, un sistema parecido al que se apoya el presidente ruso. En parte, esto es lo que se decide en estas elecciones.

Traducción: Mariola Moreno

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