Plaza Pública

Vientos de cambio

François Ralle Andreoli

Hay un viento, según me cuentan, que sopla en los Pirineos y que viene de España, la balaguera. Se trata de un viento cálido que debe reconfortar a los que, en las llanuras del Rousillon, se abrigan al caer la noche.

Estos días, en España, se han multiplicado las iniciativas solidarias a favor del no en Grecia, lo que permite ver en acción las fuerzas que desean un cambio en este país. En esta movilización española se percibe que el Eurogrupo ha dado en el clavo y que la asfixia de los griegos tiene miras que van más allá de Atenas. El adelanto electoral de Samaras, el pasado mes de enero, con el acuerdo –al menos en apariencia– de las autoridades internacionales que determinan nuestras vidas en la sombra, tenía como objetivo llegar a este punto. Había que acorralar a Tsipras en pleno verano, con una de las negociaciones más complicadas que le esperaban, justo antes de que sus discípulos españoles se aprestaran a acudir a las urnas.

¿De verdad es la pequeña Grecia y su deuda lo que preocupan? ¿Un país al que se le ha perdonado tanto ya –incluso coaliciones que incluían a la extrema derecha de Laos– como sucedió con el gobierno de Papademos? No, lo que está en juego es la posibilidad de que las cosas cambien y que España, la cuarta economía del continente, caiga también en manos de los que piensan que “otro mundo es posible”.

Aquí, en ausencia de una fuerza soberanista de extrema derecha, las fuerzas del cambio representan la esperanza de los que viven asfixiados por las políticas de austeridad puestas en marcha por el PSOE de Zapatero (el que introdujo la “regla de oro” financiera en la Constitución) y que intensificó el PP de Mariano Rajoy. A pesar de la versión oficial que habla de la supuesta “recuperación”, los indicadores macroeconómicos no cambian la realidad de una población que sigue padeciendo a diario la lacra del alto nivel de paro y de los desahucios, más de 600.000 desde el año 2008.

En las plazas y en las concentraciones a favor del no griego, convergen Podemos (reticentes a sumarse a los “comunistas” de IU) y el resto de fuerzas. Todas las izquierdas se unen, incluso las que ya no quieren utilizar este término, pervertido por la socialdemocracia o relacionado con el “perdedor”. Coincidencias, palabras, intercambio de opiniones, en un pasillo, alrededor de un café, con la enorme responsabilidad de dar con la fórmula ganadora de cara al otoño, cuando se celebren las generales. Cada vez más se oye hablar de la formación de equipos, todavía muy verdes en cuanto a la delimitación de intereses e identidades, encuentros informales de debate entre militantes, dirigentes y a veces representantes públicos dispuestos a romper la disciplina de los unos o los otros y que hacen de la necesidad de adelantar al PSOE, la prioridad. Sin esto, como en las comunidades autónomas después de las elecciones del 24-M, cuando en el mejor de los casos Podemos se quedó a menos de un punto de los socialistas, el movimiento tendrá que desempeñar un papel subsidiario y conformarse con el papel tradicional de la izquierda alternativa, el de fuerza complementaria.

Todos buscan la solución que pudiera alzarse como ganadora entre Podemos, IU, Equo, los partidos de la izquierda autonómica y las candidaturas ciudadanas que se impusieron recientemente en Barcelona y Madrid. Todos reconocen que a pesar de la terrible resistencia a la apertura de Podemos, cuya dirección acaba de acelerar la celebración de primarias de cara a las legislativas, con el fin de soslayar la demanda creciente de apertura que reclaman las bases, la mayoría comparte la idea de que la fórmula de unidad popular puede alzarse con la victoria, como ya ocurrió en las municipales, en Madrid y Barcelona.

Todos defienden la idea de que esta unidad no tendría que presentarse, en ningún caso, en la España posterior al 15M y a los indignados contrarios con la política institucionalizada, como un Frente de Izquierdas que se reúne de forma periódica y encorsetada ni como una coalición tradicional cualquiera. Hace falta un amplio movimiento ciudadano, como en las municipales, primarias abiertas, programas participativos e interactivos, caras nuevas.

Es impresionante comparar cómo el panorama político se acelera aquí y cómo se ralentiza en Francia. Los periodistas franceses con los que he hablado [en España], como el equipo de Arte, me trasladan una impresión idéntica. Constatan el entusiasmo que provoca la efervescencia al sur de los Pirineos y el desconcierto que se vive en el norte.

Hace unos días me encontraba en Francia, donde fui para enterrar al que tanto significó para mí (por no decir que lo fue todo), en el partido de Izquierda en el que milito hasta la fecha, François Delapierre. Aunque no vivo en el país, por esas casualidades de la vida y porque este hombre tuvo la visión necesaria para construir un gran partido en el que se hacía necesario sumar fuerzas más allá de la periferia de París, tuve la suerte de seguirlo muy de cerca. Pude aprender con él y recorrer España en varias ocasiones. Por esas cosas de la vida, una de las jóvenes camaradas que viajaban con nosotros a las tierras ocupadas por los jornaleros andaluces es ahora una de las asesoras de Pablo Iglesias.

Pienso ahora en todo lo que él sintió y lo que explicaba hace exactamente un año, tras la irrupción del fenómeno Podemos y del éxito de la izquierda española que seguía con gran interés. François tenía una capacidad inaudita para anticipar los movimientos, las indignaciones y las posibles formas de traducción al campo de la política. Sabía que había que buscar figuras populares, “populistas” de la sociedad civil que son las verdaderamente capaces de hacer emerger los movimientos telúricos calladamente contenidos en la sociedades sumisas a los terribles tratamientos de las instituciones financieras internacionales. Así lo habrían de demostrar Pablo Iglesias, Ada Colau, Manuela Carmena.

Para nosotros, en Francia, en un contexto más difícil, él habría podido representar esta figura. El Parti de Gauche (Partido de Izquierda) que el propio François Delapierre creó debía haber conocido una segunda juventud, según sus propias palabras. Por ejemplo, pensaba mucho en la idea de tener que llevar como un fardo el concepto de Izquierda, unido a su nombre y que nos confunde con los que traicionaron definitivamente también la idea socialdemócrata insustancial de que el capitalismo puede ser regulado; los que defienden argumentaciones pobres sobre los romaníes; no amnistían a los sindicalistas criminalizados con Sarkozy; sumergen al país en el pesimismo, el dogmatismo financiero y lo empujan poco a poco a los brazos de los charlatanes del odio. Forman con sus comparsas liberales/conservadoras con las que comparten votos, codo con codo en el Parlamento Europeo, la Gran Coalición Francesa que ha conducido a nuestro país al callejón sin salida de la regresión social y llaman a los griegos a votar . Hasta en el panorama político francés, se tiene también la sensación de que no será tampoco un partido al uso el que ponga en marcha un proceso ciudadano capaz de despertar a los abstencionistas y a los desencantados del social-liberalismo actual, sino que será más bien la puesta en marcha de un movimiento constituyente transversal como en España y la listas ciudadanas transversales a las elecciones.

El ejemplo español, que no es nada simple ni fácil de transferir, aunque el grado de desarrollo social y de movilización es mucho mayor que en Francia, nos proporciona importantes pistas. Aquí, la izquierda real tiene las ideas claras. En primer lugar, la ecología política está manifiestamente comprometida en la confluencia de una izquierda alternativa, social y solidaria sin jugar a ser ambiguos con el PSOE. Es verdad que no tiene el mismo peso que en Francia, pero el compromiso de Juantxo Uralde (portavoz de Equo) con una alternativa social al bipartidismo no puede ser más clara y el aporte programático ecologista es esencial en un país cuyo modelo económico low cost basado en el sector inmobiliario y del turismo no es perenne. También es así con el partido ecologista valenciano Compromís y con los ecosocialistas de ICV en Cataluña. La joven generación de los dirigentes de Izquierda Unida, comunistas o no, al frente de los cuales se sitúa Alberto Garzón, también es consciente de la importancia del momento histórico que exige pasar página de las derivas burocráticas y de las políticas de coalición con los socialistas de sus mayores.

Podemos, aunque aún es una formación joven y heterogénea, a cuyo frente se encuentra una dirección que deja quizás demasiado lugar a la táctica con la tentación de imponer la hegemonía para descartar fluctuaciones de la línea, es sin lugar a dudas la fuerza llave de este cambio; la formación que ha sabido reinventar el modo de hacerse con el discurso de la renovación. Pablo Iglesias se revela como la figura capaz de catalizar este vasto movimiento popular al que apela, por encima de los límites de su organización. Hay mucho más que catalizar fuera de los partidos organizados como los vastos movimientos sociales, las marchas de la dignidad, las plataformas diversas que han reactivado la vida política española estos últimos años. Esto es lo que Podemos debe comprender, si quiere superar la barrera del 20% de los votos y al PSOE en una fórmula de unidad generosa pero innovadora.

Este sentido de la responsabilidad, ¿se impondrá en España? Muchos están trabajando en este sentido, fuera de las escuderías y de las etiquetas de partido: intelectuales, medios de comunicación independientes...

¿Puede surgir un proceso similar en Francia?

Hemos visto aparecer fórmulas interesantes de alternativas ciudadanas en los departamentos, donde se construyen procesos pacientes y participativos entre simples ciudadanos y partidos organizados y experimentados: los unos apoyan a los otros en una sinergia esencial y que se han movilizado en Toulouse, en el Jura, en Grenoble [sur-sureste de Francia]. Parece que también en Francia, cuando se da prioridad a la escucha y a la participación, se despiertan las ganas y se catalizan las fuerzas. Para que esta dinámica se instale, es necesario que todo el mundo se entienda rápidamente y que las escuderías embriagadas por la primacía de las elecciones presidenciales, comprendan como en España y en Grecia que solo cuenta un resultado para el pueblo, la victoria. Que esta victoria suponga una reinvención de lo que somos, para despertar la movilización ciudadana y que todas las fuerzas presentes asimilen la importancia del momento histórico, allí donde se juega la bifurcación definitiva a una Europa alemana y norteamericanizada, en detrimento del consenso social relativo a la posguerra.

Sí, es posible que este 5 de julio, en Grecia, tras un terrible estrangulamiento financiero, el mismo que conoció la izquierda en la historia (el gobierno Allende antes del ataque militar), las filas alternativas se vean severamente afectadas en caso de victoria del sí. Para los desmovilizados, ecologistas, ecosocialistas, regulacionistas keynesianos, los socialistas que todavía lo son, se empañarán las perspectivas de modificar la terrible máquina supranacional y pervertida que nos ha impuesto la Gran Coalición, pese al referéndum de 2005. Pero al sur y al norte de los Pirineos, habrá que seguir avanzando.

Y quizás, como la balaguera, nos llegue de Atenas un viento cálido.

* François Ralle Andreoli es consejero consular de los franceses/francesas en España e integrante de una lista ciudadana, Front de Gauche, Écologistes, indépendants (Frente de Izquierdas, Ecologistas, independientes)

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