Cambio climático

Bill McKibben: “Las petroleras deben convertirse en los nuevos parias”

Bill McKibben, cofundador del movimiento 350.org, que apela a la "desinversión" en combustibles fósiles para luchar contra el cambio climático, cree que acabar con el poder de las multinacionales petroleras y del carbón es mucho más eficaz que negociar un acuerdo sobre el clima. Mediapart, socio editorial de infoLibre, le ha entrevistado coincidiendo con su primera visita a Francia, país al que viajó para pronunciar una conferencia internacional sobre la desinversión.

Pregunta: Se encuentra entre los firmantes del manifiesto contra los delitos climáticos. ¿Por qué?manifiesto contra los delitos climáticos

Respuesta: Porque hay que hablar sin tapujos de la situación en la que nos encontramos. Existe cierta tendencia, en las negociaciones sobre el clima, a perder de vista las cuestiones básicas: destruimos el planeta a un ritmo trepidante. Hace falta un discurso enérgico para romper con estos hábitos. El reto de la conferencia de París de diciembre no puede limitarse a la firma de un acuerdo. Si queremos que tenga algo de sentido, el reto de la COP 21 es que conduzca a la obtención de progresos reales.

Existen dos realidades. Por un lado, la realidad política. Es duro alcanzar un acuerdo, hacer avanzar a todo el mundo en la misma dirección; requiere de mucho trabajo. Es importante respetar esta realidad política y trabajar en ese contexto, pero eso solo si se tiene en mente que también existe una realidad real. La negociación sobre el clima no es asunto de Francia, China y Estados Unidos, sino de todos los seres humanos y de la física. No es una negociación fácil… porque la física no se preocupa realmente de los problemas. No busca el compromiso.

P: En su opinión, la reducción de las emisiones de CO2 representa la piedra angular de la lucha contra el cambio climático. ¿Bautizó por esa razón el movimiento como 350.org, en alusión a las 350 partes por millón (ppm) de CO2 en la atmósfera que habría sido necesario no superar para que el calentamiento global no supere los +2° C?

R: Al principio, todo el mundo creyó que era mala idea. En mi opinión, me parece que:

1) Es la cifra más importante del mundo.

2) Sabía que si querían hablar de nosotros, los periodistas se verían en la obligación de explicar en cada ocasión lo que significa 350 ppm.

3) Pretendíamos crear la primera campaña global contra el cambio climático, algo que finalmente logramos. Las cifras son mejores que las palabras para comunicar a nivel planetario porque no necesitan traducción. 350 significa lo mismo en todo el mundo.

P: Dice que es la cifra más importante del mundo. ¿Por qué 350 y no 300 o 400 ppm, que son otros umbrales de referencia en las discusiones sobre el clima?

R: Le pregunté a mi viejo amigo James Hansen, un científico de primer nivel, cuál era la cifra buena. Corría el año 2007, la mayor parte de los científicos y activistas hablaban de 450 ppm, pero nadie había hecho realmente un análisis de fondo. Jim propuso trabajar en esa línea con su equipo. Me volvió a llamar al cabo de unos meses y me dijo: “Tenemos una cifra que te interesa, pero no te va a gustar. Se trata de 350 ppm”.

A la gente le preocupaba que llamarse 350 sonase demasiado deprimente ya que habíamos superado ese umbral de concentración de CO2 en la atmósfera. Yo no lo pensaba. Para mí, es como ir al médico. Si él doctor le dice a su paciente: “Si sigue comiendo tanto queso le subirá mucho el colesterol y puede darle un infarto”, no se va a preocupar. Si le dice: “Tiene el colesterol muy alto, corre el riesgo de morir de un infarto”, empezará a preocuparse. Había también quien nos decía que era todo demasiado complicado, que nadie iba a entender lo que significa 350. Sin embargo, ha sucedido todo lo contrario. Todo el mundo entiende la idea de superación de los límites. Estos últimos años, se han publicado otras cifras importantes sobre la cantidad de carbono que se puede emitir todavía y la que hay que mantener bajo tierra. Las cifras son sorprendentemente útiles y poderosas.

P: Lleva a cabo una campaña para que el mundo deje de financiar las energías fósiles (carbón, petróleo y gas); es lo que llama la “desinversión” de los fósiles. ¿Era ese el objetivo inicial cuando creó la red 350.org con siete estudiantes, en 2008?

R: No. En un primer momento, pretendíamos educar a la población, animarlos a juntarse y a manifestarse por todo el mundo. Pero nos dimos cuenta de que requería de mucho tiempo. Decidimos movilizarnos contra los proyectos fósiles particularmente problemáticos, como el oleoducto Keystone XL de Estados Unidos, el proyecto de la mina de carbón Carmichael de Australia, los puertos mineros de la Costa Oeste de Estados Unidos, una mina de lignito de la RWE en Alemania… Supone una movilización increíble y ganamos algunas batallas. Pero se trataba de acciones defensivas, que no son lo bastante rápidas. También hay que pasar al ataque, a la ofensiva. La desinversión es una respuesta, para tratar de convertir en parias, a las industrias fósiles. Y dar al mundo la posibilidad de implicarse. La mayoría de la gente no vive al lado de una mina, pero todo el mundo tiene una vinculación importante con una fuente de recursos: la universidad, el Gobierno, la iglesia…

P: ¿Se inspiró en las llamadas a la desinversión de África del Sur, llevados a cabo durante las campañas antiapartheid de los años 80?

R: Sí, cuando iba a la escuela, milité contra el apartheid. Una de las personas que nos ayudó a establecer el vínculo entre esta movilización y la lucha actual contra el cambio climático es Desmond Tutu. Esta idea de la desinversión procede de las conversaciones con mi amiga Naomi Klein y de la lectura del informe del think tank Carbon Tracker sobre la cantidad de emisiones de CO2 que representan las reservas fósiles conocidas a día de hoy. Una vez que se entiende que si estas reservas se perforan, el clima cambiará completamente, se entiende que las empresas que siguen extrayendo petróleo, gas y carbón están al margen de la ley. Si siguen adelante con su plan de negocio, el planeta se irá a pique. Por tanto, estas empresas constituyen buenos objetivos.

P: Según sus cálculos, en estos momentos se están invirtiendo en todo el mundo casi 50.000 millones de dólares: en la Universidad de Stanford en California, Soas en Londres, los fondos de la familia Rockefeller (860 millones de dólares), los fondos soberanos de Noruega (40.000 millones de dólares)... A menudo estos anuncios son confusos sobre su contenido real y su calendario. ¿Qué presión ejerce usted concretamente sobre la industria de la energía?

R: La desinversión es real, pero el objetivo no es provocar la quiebra de Exxon. No llegaremos a ese extremo porque tienen más dinero que Dios. Es la empresa más rentable del mundo, pero su futuro depende en parte de su aceptación social. Necesitan cooperación del resto del planeta, necesitan permisos para perforar en el Ártico, para obtener ventajas fiscales...

Cuanto más gente les retire su financiación, más difícil les resultará ejercer su poder político. Soy prudentemente optimista sobre la eficacia de nuestras acciones. Están sucediendo tres cosas simultáneamente: la desinversión, la resistencia a los oleoductos y a las minas, el crecimiento del sector de las renovables. Las industrias fósiles pierden cada vez más mercado del suministro de electricidad. Shell va a perforar en el Ártico pero ya se ha quedado sin el apoyo de Hillary Clinton –quien nunca ha sido una líder valiente en esta materia, dicho sea de paso–. No obstante, no estoy convencido de que permita alcanzar los cambios necesarios a tiempo. No es descabellado decir que puede que ya sea demasiado tarde.

P: Al poner el foco en la industria fósil, pasa por alto a los humanos y su comportamiento contaminante: el hiperconsumismo, la adicción al coche, a los viajes incesantes en avión... ¿No supone esto un ángulo muerto en su discurso?

R: Es cierto. Este discurso, sobre los comportamientos individuales, hace 15 o 20 años que lo repiten los ecologistas, pero no nos ha llevado muy lejos. A fin de cuentas, es un problema estructural, sistémico, enraizado en el poder de las industrias fósiles. Si tuviésemos 100 años para resolver el problema, lo mejor sería superar una serie de cambios lentos, culturales. Y lo haríamos porque este tipo de cambios son los que la humanidad saber llevar a cabo mejor.

¡El problema es que no disponemos de 100 años! Hay que cambiar muy rápidamente. En lugar de hacer campaña por la desinversión, podríamos militar para que la gente dejase el coche en casa. Si trabajásemos mucho en ese sentido, quizás consiguiéramos que un 2%-3%, quizás un 4%-5% prescindiese del coche. Y esto solo supondría una leve disminución de las emisiones de carbono y no sería suficiente, en absoluto. Si pudiesemos convencer al 3%-4% de la población, políticamente comprometida, para cambiar las reglas del juego, para ponerle un precio al carbono, ya sería todo un logro a la hora de ganar y cambiar las costumbres de todo el mundo, a lo largo y ancho del planeta. No obstante, me puedo equivocar. Si alguien tiene una idea mejor para convencer al máximo número posible de personas de cambiar, estaré encantado de echar una mano.

P: La COP 21 va a ser la conferencia del clima más financiada por el sector privado. Entre los mecenas hay productores energéticos como EDF y Engie. ¿Supone un problema?

R: Sí, creo que sí. Mucha gente duda del proceso que rodea a las conferencias del clima (COP) actuales porque acumula una década de fracasos. Sería mucho mejor que este proceso quedase protegido de la influencia de los lobbies que tienen mucho peso en estas negociaciones. En cierto modo, no está mal que esto haya salido a la luz.

P: ¿Pretende llegar a colaborar con los investigadores?

R: Sí, cada vez más científicos están dispuestos a tomar partido en la cuestión del clima, siguiendo los pasos de James Hansen. Esta colaboración con los investigadores es muy importante. Pero muchas colaboraciones son muy importantes. El 21 de septiembre pasado, cuando se celebró la marcha de los pueblos por el clima en Nueva York, que logró reunir a 400.000 personas, la manifestación puso de manifiesto estas diferentes colaboraciones. En primera fila se encontraban los pueblos autóctonos y las comunidades más vulnerables al cambio climático. Detrás, había un grupo de científicos con batas blancas. A continuación había el grupo de las soluciones, etc.

Es un movimiento muy interesante. No hay un gran líder, no hay una figura al más puro estilo de Martin Luther King. Está bien. Hay que desarrollar una resistencia generalizada a las energías fósiles. La industria de los hidrocarburos es tan poderosa y está tan omnipresente en el mundo entero que hay que enfrentarse a ella allí donde se encuenre. Internet ayuda a organizarse de forma descentralizada y abierta.

Lo más importante no son los vínculos con los científicos, sino la emergencia de lo que se llama el movimiento por la justicia climática. Ha cambiado el movimiento ecologista haciéndolo mucho más diverso, más abierto. Es justo y está bien. Necesitamos una enorme coalición de personas para ganar esta batalla. Un pequeño movimiento ecologista solo puede conseguir pequeñas victorias. No basta para acabar con el poder de las industrias fósiles. Cuando 350.org organizó su primer día de acción mundial en 2009, se enviaron miles de fotos de concentraciones celebradas en todos los rincones del mundo. Se veían pobres, negros, asiáticos, jóvenes... la viva imagen de lo que es el mundo.

P: En su opinión, ¿por qué estas personas se comprometen con el clima?

R: ¡Porque les preocupa el futuro! Si no te protege el dinero, el futuro se ve todavía más aterrador. Si vives en Pakistán, sin duda ya habrás tenido que abandonar tu casa tras una crecida del río Indo. Así que entiendes lo que pasa, conoces los problemas de sequía.

P: Ha sido uno de los primeros autores en alertar al gran público sobre el cambio climático con su libro The End of Nature, publicado en 1989. ¿Qué le llevó a interesarse por la cuestión?The End of Nature

R: Era muy joven, tenía alrededor de 20 años y escribía para TheNew Yorker. No era especialista en medio ambiente. Escribí un artículo extenso sobre el origen de todo lo que había en mi apartamento: Brasil, el Ártico, las minas de uranio, etc. Me causó una fuerte impresión sobre la dimensión física del mundo. Me llevó a leer artículos científicos sobre el cambio climático en los años 80, cuando el GIEC aún no existía. Había desarrollado un sentido de la vulnerabilidad del planeta.

En Nueva York, el acceso al agua dependía de la cantidad de lluvia caída en el norte del Estado. Cuando escribí ese libro, en 1988, pensé que era la historia más importante del mundo. Y no comprendía verdaderamente el porqué los demás no lo veían de este modo. He releído el libro hace no mucho. Es sorprendente, la ciencia no ha cambiado tanto. Ya sabíamos lo fundamental de lo que sabemos hoy en día, salvo que nadie hablaba de la acidificación de los océanos. Y que no nos dábamos cuenta de la rapidez de los cambios.

Si, en 1989, le hubiésemos dicho a los científicos que el mar de hielo del Ártico se fundiría parcialmente, habrían respondido: ¡Ah, no, eso sucederá el próximo siglo! Se pensaba en el cambio climático como algo que se medía en siglos. Actualmente se mide en décadas.

Traducción: Mariola Moreno

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