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Medio ambiente

La financiación es el aspecto clave en la lucha contra el cambio climático

El pasado jueves 10 de septiembre, el Elíseo organizaba una sesión informativa sobre la COP 21, la cumbre de la ONU sobre el clima que se celebrará en París en diciembre. Entre los asistentes, jóvenes, investigadores y directores generales de empresas ejemplares en su lucha contra el cambio climático. Entre los presentes, con toda probabilidad, se encontraría Gérard Mestralle, de Engie (antigua GDF-Suez, empresa francesa del sector energético), pese a las perforaciones de gas de esquisto que lleva a cabo en Gran Bretaña y las centrales de carbón hipercontaminantes que tiene por todo el mundo.

Pero la verdadera cita de Francia con el clima tendrá lugar el 27 de septiembre en Nueva York, cuando se celebren las reuniones de la ONU. Allí se hablará mucho de dinero. A menos de tres meses del comienzo de la sesión inaugural de la conferencia, la financiación de la acción contra el cambio climático es unas de las cuestiones que más conflictos genera y uno de los aspectos más sensibles de las negociaciones. También es una de las menos definidas. En 2009, durante la celebración de la conferencia de Copenhague, los Estados se fijaron un objetivo, según el cual, a partir de 2020, anualmente se destinarían 100.000 millones de dólares, de financiación pública y privada, al clima. Pero a día de hoy, no se ha establecido ningún mecanismo, no se ha definido ninguna clave del reparto entre Estados ni fijado ningún objetivo a medio plazo. Y lo que es peor, no existe estimación creíble alguna del montante destinado a día de hoy al clima en el mundo (el próximo 9 de octubre, está prevista la publicación de un informe de la OCDE sobre la materia). La cifra de 100.000 millones de dólares, soltada por los jefes de Estado a última hora, cuando las negociaciones destinadas a alcanzar un acuerdo vinculante sobre el gas de efecto invernadero fracasaban, en Copenhague, representa un coste político. No se corresponde con ninguna realidad económica, está muy por encima de las capacidades presupuestarias de los países ricos, y muy por debajo de los miles de millones de euros dirigidos a reorientar la economía mundial hacia las energías renovables, la eficacia energética, la relocalización de las actividades, etc., si se quiere limitar el calentamiento a un aumento de +2º C.

No obstante, para los países en vías de desarrollo, supone todo un símbolo; el reconocimiento de los países industrializados de la deuda que tienen contraída con ellos. Las naciones de la OCDE emiten más CO2 desde hace más tiempo que el resto y disponen de mayores capacidades financieras. El cumplimiento de la promesa de los 100.000 millones ha pasado de ser un imperativo moral a convertirse en una preocupación de justicia climática. Por ese motivo, sin un compromiso claro de las grandes potencias económicas sobre la financiación de la transición hacia un mundo en el que las emisiones de carbono sean bajas, no podrá alcanzarse un acuerdo sobre el clima en París.

Berlín, más generoso que París

La semana pasada en Bonn, durante la penúltima sesión de la negociación antes de la COP21, se celebraron varias reuniones sobre financiación. Entre los puntos abordados, que siguen sin conseguir el consenso, las fuentes de financiación y su medida, el seguimiento y la verificación de la ayuda y de la transparencia sobre estas informaciones sensibles, el aumento de los medios con el paso de los años, la disponibilidad de los fondos en proporciona con las necesidades y las prioridades del país en desarrollo. La lista de los problemas que se deben resolver todavía es muy larga.

¿Qué medios se pondrán en marcha antes de 2020? Este es otra de las cuestiones que generar malestar. En noviembre de 2014, se creó un fondo verde para el clima, años después de la promesa de su creación (en 2009). Está dotado de capital de unos 10.000 millones de dólares, ampliable progresivamente hasta 2018. Estados Unidos es el principal contribuyente, con 3.000 millones de dólares, seguido de Japón (1.500 millones), Reino Unido (1.100 millones), Francia y Alemania (1.000 millones cada uno). Pero este dinero todavía no se ha destinado al clima, ni siquiera los estados donantes han llegado a realizar el desembolso. A lo sumo en noviembre próximo, el consejo del fondo determinará aquellos proyectos que cuentan con su apoyo.

Pero tampoco las cosas son fáciles en ese sentido. Estados Unidos todavía no ha precisado de dónde sacará esos 3.000 millones comprometidos. Francia quiere financiar su contribución en parte con un impuesto a las transacciones financieras, que estableció en 2012. Sin embargo, aún no ha determinado el montante exacto que el país aportará. Buena parte de su contribución procede en realidad de préstamos: en torno al 35% de la suma total. Aunque para la Red Acción Clima (RAC), “el montante total de la contribución francesa, en forma de donación, no asciende a 1.000 millones, tal y como anunció el presidente en septiembre de 2014, sino a 758 millones de dólares”. Lo que supone 680 millones de euros. Bajo el capítulo que lleva por título “financiación del clima”, los Estados incluyen flujos y situaciones muy diversas. Así, Alemania, recientemente anunció que duplicaría la partida destinada a su ayuda al clima, al pasar de 2.000 a 4.000 millones de euros. Se trata de recursos presupuestarios y no de préstamos. Desde ese punto de vista, Berlín es mucho más generoso que París. El próximo 9 de octubre se celebrará en Lima una reunión ministerial sobre la financiación del clima.

A pesar de todas estas incertidumbres, el pasado día 7, durante la rueda de prensa de inicio del curso político, François Hollande destacó la importancia de la financiación en la lucha contra el cambio climático. “Todo depende de la financiación. Es un asunto clave”, dijo el jefe de Estado, para quien todavía “la financiación aportada está muy por detrás del desafío que representa. Las declaraciones estruendosas no son siempre contantes y sonantes”. Además, anunció que Francia deseaba alcanzar un preacuerdo sobre la financiación antes de la inauguración de la COP 21, el 30 de noviembre, sobre la base de montantes medibles, previsibles, verificables, transparentes y dotados de mecanismos de revisión a lo largo del tiempo. Es el tipo de mecanismo que desean los países en desarrollo. Faltan las cifras y los plazos para alcanzarlos.

Realidad poco gloriosa

Francia también tiene previsto anunciar que va a aumentar su contribución. En 2014, destinó 2.900 millones de euros a la financiación de proyectos contra el cambio climático, de lo que se encarga la Agencia Francesa de Desarrollo (AFD). Pero “detrás de los anuncios, la realidad del compromiso francés es menos glorioso”, denuncia la RAC. Porque una parte de estos fondos no son donaciones, sino préstamos a intereses no necesariamente preferenciales. Para la RAC, París “hincha de forma artificial su esfuerzo financiero haciendo pocas donaciones”. Hay otro problema, mucho más dinero va a la mitigación, es decir a la reducción de emisiones de gas de efecto invernadero, que a la adaptación. Ahora bien, lo que necesitan los países más vulnerables al cambio climático, que también son los países más pobres, es ante todo ayuda a la adaptación. En 2014, menos del 15% de la financiación del la AFD fue a parar a los países más vulnerables, según Oxfam. El desequilibrio es enorme, 2.360 millones de euros se destinaron a la mitigación del año pasado, frente a los 413 millonns de euros dirigidos a la adaptación.

En este contexto, ¿qué aumento de ayuda al clima puede anunciar Francia? Hay dos escenarios probables. El más posible es el del fortalecimiento de las capacidades financieras de la AFD, gracias a su mayor cercanía a la Caisse des dépôts et consignations, anunciada por François Hollande en la conferencia de embajadores. Un grupo de trabajo, dirigido por Rémy Rioux, secretario general adjunto del Ministerio de Asuntos Extranjeros, trabaja ya en este asunto. Esto permitiría a la AFD obtener mil o varios miles de euros adicionales. “El país anfitrión de la COP 21 daría muestras de ejemplaridad si anunciara ayudas adicionales de dos mil millones de euros anuales para el clima en el horizonte 2020”, apuntan desde la Fundación Nicolas-Hulot. “Se trata de financiar las proyectos de mitigación en los países más vulnerables”. ¿Cuál será el montante finalmente anunciado? ¿Qué porcentaje se dedicará a la mitigación? ¿Qué parte a los préstamos? Estas cuestiones son muy sensibles y determinarán la realidad del esfuerzo francés.

La otra opción pasaría por establecer una tasa europea a las transacciones financieras, que es lo que reclama especialmente la ONG Oxfam. Así lo anunció también François Hollande a principios de 2015 en France Inter: “Más vale gravar todos los productos financieros con una tasa baja para que no haya desorganización de los mercados”. Alemania es partidaria, también Austria. Sin embargo, en la realidad de las negociaciones de Bruselas, París ha mostrado muchas más reticencias que lo se podría creer dadas las declaraciones de sus dirigentes.

La cuestión de la financiación, como aspecto muy sensible, es uno de los asuntos más opacos de las negociaciones del clima. Una parte de las negociaciones se llevan a cabo a puerta cerrada, de forma bilateral. Por otro lado, en un contexto general de crisis económica y ante la derrota de la regulación pública, muchos actores políticos y económicos están convencidos de que el desafío de la reorientación de la economía hacia actividades que emitan pocas emisiones de gas de efecto invernadero está en gran parte en manos del sector privado. De ahí el aumento de las llamadas a la desinversión en energías fósiles. La especialista sobre la cuestión de Amigos de la Tierra, Lucie Pinson lo lamenta: “El sector privado no cambiará lo suficientemente rápido si no se produce un cambio en las políticas y en la financiación públicas”.

Traducción: Mariola Moreno

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