Cambio climático

Cumbre del clima, la máquina de blanquear conciencias

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Jade Lindgaard (Mediapart)

Para aquellas y aquellos interesados en el cambio climático y que hace años que trabajan en la materia, que consideran que no es un problema de química de la atmósfera, sino una cuestión provocada por la sociedad, estamos en un momento muy extraño. Las siglas COP21, la 21ª Conferencia de las Partes de la ONU, el nombre técnico con que se conoce la cumbre del clima que comenzará en Le Bourget [en las inmediaciones de París] el 30 de noviembre, están omnipresentes: en las pantallas publicitarias de los pasillos del metro, en los comunicados de prensa de las empresas del CAC 40, en los proyectos de exposición de arte contemporáneo, en las salas de cine, en la Torre Eiffel, en las manzanas cultivadas en el Mosela, en los sondeos de opinión, en boca de Jean-Pierre Elkabbach en Europe 1, en los tuits de la estación espacial norteamericana. Es innegable: el interés por las negociaciones relativas al clima, en marcha desde hace 20 años, no se limita al círculo de expertos. La perspectiva de alcanzar un acuerdo contra el cambio climático se ha convertido en una cuestión que interesa al gran público.

Pero, para esperar y decir qué. Más tarde será demasiado tarde. Bienvenidos aquéllos que vienen a defender al planeta. Queremos que la COP21 sea un éxito. Si se presta atención los eslóganes de la campaña oficial de la conferencia, se podría decir que se avecinan una suerte de encuentros en la tercera fase y que un ovni se va a posar a las puertas de París durante 15 días, acaparando todas las miradas en dirección a su futura pista de aterrizaje. ¿Será nuestra salvación o nuestro fin?

Sin embargo, los problemas del clima están relacionados con los gases de efecto invernadero, empezando por el más común, el dióxido de carbono. El dióxido de carbono se produce sobre todo por la combustión de energías fósiles (carbón, petróleo, gas), que se queman en los motores de los vehículos, las calefacciones comunitarias, las chimeneas de los cementerios y las grandes fábricas, las centrales eléctricas y en la deforestación y en el cambio de los usos del suelo. El cambio climático lo provocamos nosotros, desde el Gobierno al pequeño consumidor, pasando por los sectores productivos, la agroindustria y los gobiernos locales. Emana de la proliferación de hormigón en suelo agrícola, de la expansión urbana, de la incapacidad de reducir el espacio que ocupan los vehículos, del auge del tráfico aéreo, de la sobreacumulación de desechos, de la mundialización de los intercambios comerciales, del llamamiento continúo a consumir cada vez más.

Es necesario refundar los sistemas de movilidad y de producción de valores para atenuar el cambio climático. Estos aspectos no se abordarán directamente en el acuerdo en marcha de cara a la cumbre de París. Se tratará a posteriori, se busca limitar los gases de efecto invernadero aunque sin modificar aquello que los provoca. Ésta es una de las razones que lleva a los historiadores Stefan Aykut y Amy Dahan a hablar de “cisma de realidad”, a la hora de referirse a estas negociaciones.

Cuanto más hincapié se hace en presentar la cumbre de París como un acontecimiento singular, extraordinario, dominante, por encima de la economía y la política, más se acentúa esta lógica de desresponsabilización, muy cómoda. Se ha puesto en marcha la maquinaria, la de la construcción del clima como asunto ajeno a nosotros mismos, sin vinculación estructural con nuestras políticas públicas, nuestros modos de vida, nuestras decisiones electorales, nuestra visión del crecimiento y del desarrollo. Cuanto más se habla de la COP21 y de los objetivos nacionales con relación a los gases de efecto invernadero, menos se hace mención a las subvenciones que reciben las energías fósiles, de las muertes causadas por la contaminación y de las desigualdades sanitarias, de la guerrilla jurídica de las multinacionales contra las protecciones medioambientales del país, de las trabas de la energía nuclear al desarrollo de las renovables, de la fiscalidad ecológica a todas luces insuficiente.

Pero la COP21 no es sólo eso. Es un asunto complejo, imposible de resumir. Es conveniente que los Estados se comprometan a reducir las emisiones de gas de efecto invernadero, lo que permite pedirles cuentas, así como calcular el dinero destinado a disminuir las emisiones de dióxido de carbono, adaptar a los países más vulnerables a las nuevas condiciones de vida que se avecinan, asegurarles formas de compensación con relación a las pérdidas irremediables que van a sufrir, permite constatar que las cuentas no salen y hacer presión para que los Estados ricos paguen más.

Más vale que los Estados miembros de la ONU hablen abiertamente del clima, en sesión plenaria, y que se dejen oír los países más pobres y los más amenazados, en lugar de hacerlo de forma secreta, en las negociaciones bilaterales. El problema no es el proceso de las COP en sí, sino lo que estamos haciendo al albergar falsas esperanzas: una quimera. La cumbre del clima de París no puede ser más que un vínculo secundario de acción. El secretario de Estado norteamericano, John Kerry, lo confirmó en el plano jurídico al declarar al The Financial Times que el acuerdo de París “no será desde luego un tratado. [...] No habrá objetivos de reducción jurídicamente vinculantes, como en Kioto”.

En el plano científico, las enseñanzas que ofrecen los climatólogos son cristalinas. En caso de que se alcance un acuerdo sobre el clima en París, en diciembre, no entrará en vigor hasta 2020. Así que los cinco próximos años son cruciales a la hora de actuar contra el cambio climático. De las proyecciones realizadas se desprende que para el periodo entre 2015 y finales de 2019, las emisiones mundiales de dióxido de carbono se elevarán a los aproximamente hasta los 220.000 millones de toneladas. Esto significa que estos cinco años de emisiones van a representar entre una quinta y una sexta parte del dióxido de carbono total que se puede emitir de aquí a finales de siglo, si se quiere respetar el objetivo de los dos grados. Y van a contribuir al calentamiento en más de una décima de grado. Estos cinco años perdidos van a pesar mucho. Cuanto más tarden los Estados en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, la pendiente será más dura y resultará más costoso y más doloroso superarla. El eventual acuerdo de París no concierne a este periodo inmediato.

Uno de los principales objetivos de la conferencia pasa por evitar que el calentamiento planetario sea superior a 2º C con respecto al periodo preindustrial. Es uno de los objetivos que ha conseguido mayor consenso en las negociaciones (aunque discutido por los pequeños Estados insulares, que quieren limitarlo a 1,5º C). Pero los análisis de los científicos muestran que no hay más que una remota posibilidad de conseguirlo. Es una realidad física palpable. Entonces ¿por qué tanta gente parece que sigue creyendo aún en ello? Por varias razones: les permite ejercer una actividad profesional y asegurarse una plaza en el debate público, porque no saben cómo hacerlo.

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Para el filósofo Clive Hamilton, “es muy peligroso que la gente piensa que siempre daremos con la manera de reparar la situación”. Teme que tranquilizándonos sin motivos, las empresas no reaccionen conforme a lo que sería deseable. El optimismo exagerado puede alimentar la negación de las realidades. Ahora bien, el cambio climático ya está en marcha. Las señales precursoras de hundimiento de las condiciones materiales de nuestro sistema económico y social (sobre todo una energía abundante y barata), de recursos minerales pletóricos se acumulan. Los cambios requeridos son masivos e urgentes.

Esa es la razón por la que los movimientos sociales y las diversas formas de movilización ciudadana tienen un papel crucial antes, durante y después de la COP21. No tanto para presionar a los negociadores y obligarlos a firmar un acuerdo un mejor –será necesariamente el reflejo de las relaciones de fuerza actuales y el heredero de 20 años de errores estratégicos y de bloqueos geopolíticos–, sino para apuntar a los responsables, defender soluciones alternativas (soberanía alimentaria, eficacia energética y lucha contra la precariedad, redistribución de la riqueza...) y abrir espacios de acción, creando nuevos imaginarios.

____________Traducción: Mariola Moreno 

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