El desafío yihadista

La estrategia antiterrorista de Obama patina en su lucha contra el Estado Islámico

La estrategia antiterrorista de Obama patina en su lucha contra el Estado Islámico

Iris Deroeux (Mediapart)

El pasado 2 de diciembre, una pareja abría fuego en un centro social de San Bernardino, en Los Ángeles (California): ambos acabaron con la vida de 14 personas. Aunque se ha abierto una investigación, dirigida a determinar el proceso de radicalización de los asaltantes, hasta la fecha se conoce ya que los dos terroristas, fallecidos en el tiroteo, se radicalizaron por lo menos en 2013, sin que se hallan podido establecer vínculos claros con organización yihadista algunos. No obstante, el día del atentado, la mujer, Tashfeen Malik, de 29 años, manifestaba en una página de Facebook abierta con un nombre falso, su lealtad al Estado Islámico. Días después, la organización celebraba un ataque perpetrado por sus “seguidores”.

El ataque de San Bernardino, que en un primer momento se presentó en los medios de comunicación norteamericanos como una nueva “matanza masiva”, se convirtió acto seguido en un “acto terrorista”, “el ataque más mortífero tras los atentados del 11 de septiembre de 2011”. De manera que, de forma inmediata, pasaba a formar parte de un proceso –el de la radicalización islamista, donde Estados Unidos se convierte en el objetivo– y reabría el debate sobre la lucha contra el terrorismo en suelo norteamericano, en Siria y en Irak, simultáneamente.

Esta cuestión nunca ha dejado de preocupar a la Casa Blanca, pero evita abordarla en público. Porque Barack Obama quería convertirse en el presidente que puso fin a la guerra contra el terrorismo de George W. Bush; el jefe de Estado que se retiró de Oriente Medio para concentrar toda su atención en Asia (de ahí que se acuñase la expresión “pivote asiático” para describir los objetivos de Barack Obama en materia de política exterior).

Y en esas estaba el mandatario norteamericano el pasado domingo 6 de diciembre; daba la impresión de que iba a rastras cuando se dirigió a la nación desde el Despacho Oval –algo poco frecuente, sólo ha hecho tres declaraciones desde allí en siete años de mandato–. Sus palabras estaban dirigidas a devolver la confianza a la población después del ataque, a recordar cuál es la estrategia de lucha contra el EI y a hacer una llamada a la armonía entre las comunidades que forman el país.

En este sentido, fue muy claro: en Estados Unidos, los musulmanes están en su casa y no se debe generalizar por la existencia de un puñado de extremistas. Estas precisiones constituyen la respuesta que dirige a sus adversarios republicanos, después de que –aquéllos más a la derecha– hallan multiplicado en los últimos tiempos sus declaraciones llenas de odio y xenófobas en contra los musulmanes.

El resto del discurso presidencial es menos eficaz. Parece poco inspirado. Trata de identificar el ataque mortal con la libre circulación de armas de fuego en Estados Unidos e insta al Congreso –por enésima vez– a legislar sobre la cuestión. Hasta la fecha, un fracaso. En cuanto a su estrategia de lucha contra el Estado Islámico, recuerda los objetivos de la Administración estadounidense y deja claro que no va a cambiar en nada de manera inmediata. 

Estados Unidos, que dirige la gran coalición nacida en septiembre de 2014, por un lado aboga por los ataques aéreos y por el envío de fuerzas especiales para recuperar los territorios que han caído en manos del EI y, por otro lado, apuesta por la diplomacia para poner fin a la guerra en Siria y lograr el derrocamiento de Bachar Al Asad. Es suficiente y funciona, vino a decir en esencia Obama en su comparecencia.

¿Fue la de Obama una oportunidad perdida? El presidente estadounidense se manifestó nuevamente al respecto este lunes 14. En una visita al Pentágono, Obama declaró: “Combatimos a los terroristas más que nunca”. “Daesh ha perdido varios miles de kilómetros cuadrados de territorios bajo su control en Siria [...] En numerosos puntos, han perdido libertad de movimientos porque saben que si agrupan sus fuerzas, los eliminaremos”, añadió Obama. “Desde el verano, el EI no ha conseguido llevar a cabo ni una sola operación de envergadura, ni en Irak ni en Siria”, subrayó para admitir que pese a todo son conscientes “de que los progresos deben ser más rápidos”.

De hecho, la estrategia norteamericana no convence. Y ese vacío es el que aprovecha Donald Trump, candidato a las primarias del Partido Republicano, que no pierde ocasión de hacer declaraciones polémicas y absurdas pero que inmediatamente hacen suyas sus rivales, así como el conjunto de los medios de comunicación. Una semana después de los ataques de San Bernardino, Donald Trump se impuso en el debate público con su último filón, el de querer prohibir a los musulmanes que entren en Estados Unidos. Y esto mientras las conversaciones serias sobre las estrategias de lucha contra el Estado Islámico se ven relegadas a las páginas interiores de los grandes diarios nacionales o incluso a las de las revistas especializadas en geopolítica.

Sin embargo, se plantean cuestiones cómo ¿a dónde se dirige la Administración Obama en Irak y en Siria? ¿Cómo se puede evitar que se produzcan ataques en suelo americano? ¿Cómo se puede evitar la radicalización de los jóvenes norteamericanos? Si bien estos asuntos en Francia son una constante desde los ataques de París, hasta la fecha no se habían planteado. Ahora, los ciudadanos de un país y otro comparten el mismo tipo de inquietudes. Según un reciente sondeo publicado por The New Times y la cadena CBS, los norteamericanos nunca habían estado tan preocupados por la posibilidad de sufrir otro ataque terrorista desde el 11 de septiembre de 2001. Hace cuatro meses, el 4% de los entrevistados consideraban que el terrorismo era el principal problema del país, ahora ese porcentaje ha aumentado hasta el 19%. El 57% de los encuestados dicen estar descontentos con la política antiterrorista de Barack Obama.

“Ante la situación de pánico general... Barack Obama pretende mostrarse tranquilo, mesurado, tranquilizador. Pero el ataque de San Bernardino supone un desafío monumental para su Administración”, advierte Scott Horton, profesor de Derecho en la Universidad de Columbia, conocido por sus trabajos críticos sobre la guerra contra el terrorismo. “Estamos obligados a admitir que la estrategia actual no funciona y que el discurso se corresponde cada vez menos con los actos”, prosigue. Para comprender esta crítica, se hace necesario repasar los puntos fundamentales de dicha estrategia estadounidense.

En primer lugar, están las herramientas dirigidas a limitar el riesgo terrorista en suelo norteamericano. Mientras que, desde los ataques de París, los republicanos se han mostrado favorables, en reiteradas ocasiones, al endurecimiento de las condiciones de acogida de los refugiados y a la reorganización del sistema de concesión de visados, Barack Obama se dice partidario de reformar el procedimiento de entrada en Estados Unidos de los turistas procedentes de 38 países –entre ellos Francia– que normalmente no necesitan visado. Una vez el Senado sancione el texto, estos viajeros deberán someterse a mayores controles en caso de que hayan viajado recientemente a zonas de riesgo como Siria o Irak.

Pero numerosos expertos ven insuficiente esta actuación, que parte de la base de que la amenaza terrorista procede necesariamente del exterior y que los controles fronterizos deben reforzarse. Acaba de publicarse un estudio de la Universidad George-Washington titulado “Isis in America: from Retweets to Raqqa” (Isis en América, de los retuits a Raqqa), que recoge el perfil de 71 personas detenidas en Estados Unidos desde marzo de 2014 por su complicidad con el Estado Islámico (de ellas 56 en 2015). Dicho estudio apunta que la mayoría de estas personas eran hombres, norteamericanos o que vivían legalmente y de forma permanente en territorio norteamericano. El 40% se ha convertido al islam. Tienen entre 26 y 47 años, viven tanto en la ciudad como en núcleos rurales, pero tienen en común que pasaron muchas horas en internet, receptivos a los mensajes del Estado Islámico en las redes sociales.

“Las herramientas clásicas para combatir el terrorismo no sirven para dar con estos perfiles e impedirles que se radicalicen”, juzga D. Cohen, profesor en la Universidad de Rutgers y exanalista del Departamento de Seguridad Interior. “También se revela insuficiente el seguimiento de los simpatizantes del EI en las redes sociales, que a Hillary Clinton le gustaría reforzar, en colaboración con la colaboración de los gigantes de Silicon Valley. La organización se adapta y cambia de plataforma tan pronto como se le impide publicar sus mensajes, lo que les permite pasar de Twitter a Whatsapp o a Kik”, prosigue.

“Las autoridades federales necesitan más que nunca apoyarse en el trabajo de actores locales, religiosos, psicólogos, educadores, capaces de escuchar y de vigilar a estos jóvenes. Por ejemplo, se podrían inspirar en métodos de lucha contra las bandas juveniles ya que cuentan con los mismos perfiles psicológico: gente frágil, procedente a menudo de familias desestructuradas. En el seno del FBI, cada vez son más los que dicen alto y claro que es necesario desarrollar este tipo de de alianzas, pero no es fácil. Muchos responsables de la Administración prefieren los viejos métodos y tienen dificultades para evolucionar”, analiza el investigador.

¿Una Administración norteamericana que se mantiene en sus trece aunque no obtenga buenos resultados? Esa es la crítica recurrente que se hace a Obama y a su equipo en materia de política exterior en Irak y en Siria. Es la segunda parte de la estrategia de lucha contra el Estado Islámico y, de momento, los resultados también ahí son pobres.

“No a la guerra”

La fórmula de Barack Obama consiste en aunar los esfuerzos militares y diplomáticos con el fin de “destruir al ISIS”, de alcanzar un alto el fuego en Siria y la salida de Bachar Al Asad. Esto se traduce, por un lado, en ataques aéreos, el envío de pequeños contingentes de fuerzas especiales militares norteamericanas que deben ayudar a las milicias kurdas y a grupos rebeldes sirios a recuperar los territorios conquistados por la organización islámica. Mientras que, por otra parte, se caracteriza por la convocatoria de cumbres en las que se da cita la diplomacia mundial en busca de una salida a la guerra en Siria. Estas últimas se asemejan a una tentativa de coordinación entre los países que se presentan como aliados, pero todos tienen intereses y objetivos muy diferentes en los territorios sirios y iraquí.

Lo que suscita críticas cada vez más feroces a Estados Unidos es la disparidad entre las palabras y los discursos y los hechos, ya que Barack Obama presenta regularmente esta intervención norteamericana contra el Estado Islámico en Irak y en Siria como “limitada”, “en asociación con los 61 países de la coalición [dirigida por los norteamericanos]” y “no se prevé el envío masivo de tropas terrestres”. Sucede que, a fuerza de errar el tiro, de participar en la entrega de más armamento aquí, de enviar más militares de las fuerzas especiales allí, la intervención ha dejado de ser mínima.

Por tanto, recapitulemos: la Administración norteamericana se decide a intervenir en junio de 2014, tras la caída de Mosul a manos del Estados Islámico. Comienza por temer por Irak, un territorio que controla mejor y donde todavía tiene hombres (sin negar que la frontera con Siria es cada vez más porosa y que es allí donde se sitúa el cuartel general del Estado Islámico). Primero se desplegaron soldados, dirigidos a proteger al personal norteamericano; después fuerzas especiales. En agosto, se autorizaron los primeros ataques contra el Estado Islámico en Irak.

En septiembre de 2014, llegaron los primeros ataques dirigidos en Siria. En enero de 2015, milicias kurdas, que contaron con el apoyo de los ataques aéreos norteamericanos, recuperaron Kobane, que había caído en manos del Estados Islámico. Se acababa de creer una alianza de facto.

De forma paralela, comenzaron las operaciones de la CIA en el sur de Siria para ayudar a un grupo de rebeldes sirios cuyo objetivo es derrocar a Bachar Al Asad. En octubre pasado se supo de la existencia de un programa paralelo, pilotado por el Pentágono, dirigido a entrenar y a armar a un grupo de rebeldes sunitas, en el norte de Siria, para combatir al Estado Islámico. Una operación costosa (estimada en 500 millones de dólares) que ha resultado fallida: a día de hoy sólo se han formado un centenar de combatientes y la mayoría de ellos han sido víctimas de ataques por parte de otras facciones rebeldes desde que han regresado de la formación.

En octubre y en noviembre pasados, Barack Obama aceptó enviar más armamento a los grupos rebeldes que se supone están combatiendo al EI en el norte de Siria; desplegó equipos adicionales de fuerzas especiales en Irak, pero también –por vez primero– en Siria. “Téngase en cuenta que en Estados Unidos se leen muy pocos informes de estas operaciones. Para obtener información, más vale interesarse por la presa turca o inglesa”, lamenta el investigador Scott Horton.

A fin de cuentas, “lo que comenzó en agosto de 2014 con 25 ataques y la entrega de agua y de alimentos a los yazidis amenazados, dio paso a una operación en que se lanzaban 600 bombas a la semana”, escribe el politólogo Micah Zenko, en un artículo publicado en la revista Foreign Policy, donde resume esta escalada, etapa a etapa. “Esta evolución refleja la deriva inevitable e inherente a las intervenciones militares norteamericanas en el curso de la historia, digan lo que digan los presidentes que primero prometen evitarlo”, estima el investigador.

Visto que los resultados son casi imperceptibles, el problema es si cabe mayor, según el coronel Steve Warren. Y es que el Estados Islámico sigue controlando vastos territorios sunitas y la organización recluta hombres a la misma velocidad que los aliados de la coalición los van eliminando...

“Esta escalada se ha producido porque Barack Obama persigue un objetivo estratégico que es totalmente inalcanzable. Estados Unidos y los otros 61 miembros de la coalición, ya sean solos o en asociación con fuerzas iraquíes o sirias, no van a recurrir a la fuerza militar para derrocar a Bachar Al Asad ni para destruir al Estados Islámico, sobre todo tras la intervención rusa y el notable despliegue de milicias apoyadas por Irán”, analiza Micah Zenko, partidario de una intervención más directa por Estados Unidos.

De momento, Obama se niega. Repite que los norteamericanos no quieren una nueva guerra y añade que es eso exactamente lo que la organización terrorista quiere provocar. El presidente apuesta por la diplomacia cuando aguarda a que los 17 países comprometidos en las conversaciones sobre el futuro de Siria –entre ellos Francia, pero también Rusia e Irán, que quieren la permanencia de Bachar Al Asad– participen en las reuniones que se celebrarán en Viena para alcanzar objetivos comunes y donde ponerse de acuerdo sobre la suerte de Bachad Al Asad y reforzar la coordinación para luchar con eficacia contra el Estado Islámico. Eso sí, de ahí a imaginar que se producirá una respuesta militar coordinada, de carácter internacional, con el despliegue de tropas terrestres, hay un buen trecho.

Así las cosas, la empresa es compleja y los resultados, inciertos. Los republicanos, ahora en campaña con motivo de la celebración de primeras, optan por la exageración sin llegar a proponer un plan de acción serio y detallado. Incluso Ted Cruz ha declarado que cuenta “bombardear al ISIS hasta que caiga en el olvido”, mientras Ben Carson explica que un musulmán nunca podría convertirse en presidente de Estados Unidos. Donald Trump tiene en mente un proyecto para “cerrar Estados Unidos a los musulmaes”.

“Estas elecciones primarias no va a proporcionar nada constructivo ya que la atención mediática se concentra en las primarias del partido Republicano y éste ha quedado fagocitado por los más extremistas dentro de sus filas, arrastrados por una espiral que lo lleva a su muerte... Para debatir con seriedad sobre la política norteamericana en Siria y en Irak habrá que esperar quizás a la campaña de las presidenciales, en el verano de 2016”, manifiesta el investigador Scott Horton. Mientras, los comentarios anti-musulmanes van viento en popa en Estados Unidos, el conflicto sirio sigue enfangándose y el Estado Islámico no retrocede.

Barack Obama, primer presidente de Estados Unidos en portada de una revista LGTB

Barack Obama, primer presidente de Estados Unidos en portada de una revista LGTB

Traducción: Mariola Moreno

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