COP21

Quién gana y quién pierde tras la cumbre del clima de París

Quién gana y quién pierde tras la cumbre del clima de París

El pasado domingo 13 de diciembre por la mañana, tan sólo unas horas después de firmarse el acuerdo de París, un hombre mostraba su consternación en Twitter: “¿Alguien me explica qué hay de nuevo y de revolucionario en la cumbre COP21 y en el acuerdo de París? Soy todo oídos".

El autor del tuit es Yeb Saño, el exresponsable de las negociaciones sobre cambio climático de Filipinas. En 2013, con motivo de la COP19, pronunció uno de los discursos más emotivos que se han oído en las cumbres del clima. Mientras el tifón Haiyan arrasaba su país, provocaba la muerte de miles de personas, Saño suplicaba entre lágrimas a los Estados que alcanzaran un acuerdo contra el cambio climático. Y se puso en huelga de hambre durante el tiempo que duró la cumbre. Meses después, el Gobierno filipino prescindió de él al frente de la delegación. Actualmente trabaja con la sociedad civil

El acuerdo sobre el clima alcanzado en Le Bourget (París), el sábado 12 de diciembre, ha generado reacciones de entusiasmo e incluso apasionadas. “Hoy la raza humana se ha unido en torno a una causa común”, dijo Kumi Naidoo, de Greenpeace Internacional. “Supone un hito para la humanidad”, en opinión de Michael Brune, director de Sierra Club, una de las principales ONG medioambientales norteamericanas. En cambio, las asociaciones y movimientos de justicia climática (Amigos de la Tierra, Attac...) son mucho más críticos. Desde aquel sábado se han sucedido diferentes reacciones a la cumbre COP21. Unas y otras no son sino el fiel reflejo de las discrepancias ideológicas pero también de los cambios que ya están en marcha en la relación de fuerza entre Estados y grupos de países.

Los países vulnerables

El cambio climático aumenta el número de desastres climáticos: huracanes, inundaciones, sequías... La toma de conciencia de esta amenaza ha dado lugar a una nueva noción geopolítica: la vulnerabilidad, que incluye criterios geográficos –países insulares, dotados de importantes franjas costeras, territorios bajo el nivel del mar, desérticos...– y económicos –cuanto más pobre se es, menos medios se tienen para protegerse de las catástrofes climáticas–. En el seno de las negociaciones de la ONU sobre el clima, los países más vulnerables hace años que luchan por que se fije en 1,5º C el umbral máximo de subida de la temperatura.

Hasta la fecha, la ONU había ignorado una demanda que, en la cumbre de Copenhague de 2009, quedó establecida en un aumento máximo de la temperatura no superior a 2º C. La diferencia entre una cifra y otra no es baladí. Para limitar el calentamiento a un máximo de +1,5º C, sería necesario reducir las emisiones de gas de efecto invernadero entre el 70%-90% antes de 2050. Mucho. Por esa razón, numerosos países (sobre todo Arabia Saudí e India) se oponían a esta demanda.

Pero Francia y la Unión Europea se aliaron. Era la manera de conseguir el apoyo de los países vulnerables al acuerdo en curso, pero también una forma de hacer más frágil la unidad del bloque del sur, el G77+China. El artículo 2.a del acuerdo de París (“al perseguir los esfuerzos para limitar el aumento de las temperaturas a 1,5 grados”) supone una victoria para los países vulnerables. Lo mismo ocurre con el artículo 8, sobre las “pérdidas y perjuicios”, es la primera vez que un tratado internacional reconoce la importancia de una cuestión que apareció en la COP19 de Varsovia, sobre cómo asegurar, indemnizar y ayudar a las naciones víctimas de daños irreversibles.

El problema radica en que esta victoria es puramente teórica: no hay nada en el acuerdo que proporcione las herramientas necesarias para conseguirlo. De ahí el enfado de Yeb Saño: “El mecanismo de pérdidas y daños PODRÍA ser mejorado y fortalecido. ¿Seguro? Pregúntenle a las islas”. Y también: “Hay muchas inexactitudes. 'Perseguir los esfuerzos para limitar el aumento de las temperaturas a 1,5 grados', viene a ser como un propósito de año nuevo. No existe obligación alguna”. Las negociaciones climáticas siguen siendo víctimas del “cisma de realidad” que estudiaron los historiadores Stefan Aykut y Amy Dahan: sin vinculación con la realidad física, económica y política del mundo. Se busca limitar los gases de efecto invernadero aunque sin modificar aquello que los provoca.

Los grandes emergentes

La gran batalla de la COP21 ha sido la distinguir entre norte y sur. En 1992, la convención sobre el cambio climático dividía al mundo en dos: los países “desarrollados”, que son los más ricos y los responsables históricos de las emisiones de gases de efecto invernadero, y los países en vía de desarrollo, que deben recibir ayudas para crecer reduciendo las emisiones de dióxido de carbono y adaptarse a la crisis climática.

Pero esta distinción ya no sirve porque el mundo ha cambiado. Ahora, China es el primer emisor de dióxido de carbono, por delante de Estados Unidos. Nadie quiere discutir el derecho al desarrollo y a la salida de la pobreza de los 300 millones de indios que no tienen acceso a la electricidad. Por esa razón los países adoptaron en Lima, en 2014, un nuevo sistema de regulación, en virtud del cual cada uno fija sus propios objetivos de reducción de emisiones de gas de efecto invernadero (los INDC: los objetivos de contribuciones nacionales). Por definición, varían en función de la riqueza y del modelo económico de los distintos países. Etiopía propone bajar sus emisiones de dióxido de carbono mucho menos que la UE, pero a su nivel, ya es mucho. Esta diferenciación está en el centro del éxito de la COP21: más de 180 Estados han aceptado participar. Por esa razón, el acuerdo de París es universal.

Por ese motivo también los grandes países emergentes, reunidos en el grupo de los Basics (China, India, Brasil, Sudáfrica) tenían mucho que perder con este nuevo sistema: se encuentra también con que tienen que bajar sus emisiones de dióxido de carbono. No obstante, decidieron sumarse por los altos niveles de contaminación del aire que está asfixiando sus principales ciudades. Y lo hicieron por diferentes motivos: las energías renovables son un sector económico en pleno auge, porque están directamente amenazados por el cambio climático.

Pero estos cambios alteran la geopolítica climática. El G77+China, que representa al 85% de los habitantes del planeta, es reticente a esta diferenciación que les hace perder influencia. En realidad, la unanimidad es sólo aparente. En el mismo saco se encuentran las islas del Pacífico –amenazadas por el aumento del nivel del mar– y Arabia Saudí –que se opone a cualquier reducción obligatoria de sus emisiones de dióxido de carbono–. Las grandes potencias como China, India, Brasil y Sudáfrica anteponen sus intereses a corto plazo –seguir dotándose de centrales de carbón o la desforestación– a las necesidades de los más vulnerables.

En los últimos meses, en el seno de este sur heterogéneo se han abierto varios frentes diplomáticos: la declaración sino-norteamericana del otoño de 2014, la Alianza Solar entre Francia e India, la creación de una coalición de alta ambición entre la UE y varios países de África, del Caribe, del Pacífico... Esta fractura en el seno del bloque del sur es el germen del debilitamiento de la obligación moral de los países ricos a pagar su deuda climática. Pero también puede servir a los intereses de las naciones más vulnerables: “Después del año 2020, la financiación para el clima no podrá proceder sólo de los países desarrollados, es algo fundamental: hace falta más dinero y por tanto más donantes”, explica Mónica Araya, una de las expertas en el Foro de Vulnerabilidad Climática.

En este contexto, China luchó hasta el último minutos en defensa de sus intereses. Hizo que desapareciese del texto del acuerdo una frase relativa a la cooperación financiera sur-sur, cuando había anunciado su voluntad de aportar 3.100 millones de dólares para ayudar a los países pobres a hacer frente a la crisis climática. Esperó a última hora del sábado 12 de diciembre para dar su apoyo al acuerdo, que nunca habría firmado sin Estados Unidos. Mientras en las sesiones plenarias de los 15 días que ha durado la cumbre COP21 se mantuvo bastante comedida, durante las negociaciones sobre financiación fue muy dura, llegando a oponerse, según un negociador. Uno de sus representantes fue acusado de defender los intereses norteamericanos.

Los países más pobres

Supone una de las sorpresas de la COP. Los países más pobres, sobre todo los africanos, apenas se han dejado oír. Presentes en algunas ruedas de prensa, presentaron pocas interpelaciones críticas en las sesiones plenarias. Tampoco llevaron a cabo ninguna ofensiva estratégica dirigida a obtener garantías y financiación antes de 2020, para sorpresa de la Presidencia francesa. Nada de protestas cuando del artículo sobre la financiación a largo plazo desaparecieron sus medidas más ambiciosas (objetivos de financiación para la adaptación, etapas intermedias...). El G77+China no se centraron en este asunto y no han hecho de él un motivo de discrepancia con respecto a los países del norte. El artículo que impone una financiación del 50%, equitativa, entre las partida destinada a atenuación (reducción de emisiones) y la adaptación, reclamado desde hace tiempo por los países menos desarrollados, desapareció de la mesa de negociaciones por presiones de China, India y Brasil. “Para tener peso en las negociaciones, hay que estar dispuesto a decir que no”, apunta un observador. “Los países pobres y vulnerables quieren apoyo financiero, esto les lleva a decir que sí”.

Su docilidad se vio alimentada por los numerosos anuncios de inversión y de ayudas a corto plazo efectuados al comienzo de la cumbre COP21. París ha comprometido mil millones para la adaptación y dos mil millones antes de 2020 para las energías verdes en África. Una jugada maestra. Antes incluso del inicio de las negociaciones, numerosos jefes de Estado y de Gobiernos de países pobres habían logrado ya las razones para volver con la cabeza alta. Esto no ha impedido que África sea la gran olvidada en el apartado sobre los beneficiarios a las ayudas a la adaptación.

Estados Unidos

Muy discretos, apenas tomaron la palabra en las sesiones plenarias. Sin embargo, el país es uno de los principales artífices del acuerdo. Cada artículo, cada apartado se analizó al milímetro para que no entrase en conflicto con el executive order de Barack Obama, su poder de decidir por decreto, con el fin de que pudiese firmar el acuerdo sin necesidad de llevarlo al Congreso, donde tienen mucho peso los escépticos del clima. Ningún tipo de obligaciones sobre los objetivos de reducción de gases de efecto invernadero, las obligaciones financieras quedan diluidas, desaparece la partida de 100.000 millones de dólares que el los países del norte debían pagar antes de 2020... Todos estos aspectos tuvieron mucho peso hasta el momento de las negociaciones. El artículo relación a la financiación, uno de los más controvertidos, recupera las formulaciones de la declaración sino-norteamericana del otoño de 2014. La víspera de la clausura de la COP21, el presidente norteamericano apeló a los jefes de Estado francés, indio y brasileño. La noche en que se firmó el acuerdo, declaró: “Ningún acuerdo es perfecto, incluido éste [...] Pero establece el marco sostenible, que necesita el mundo para resolver la crisis climática”.

Europa

Es la gran ausente de la COP21. Se ha dejado oír poco y ha perdido varias batallas, como la relativa al mantenimiento de las emisiones marítimas y aéreas. Pero ha contribuido a eliminar del acuerdo el objetivo de descarbonización, lo que debilita el tratado. Europa –divida entre dos modelos energéticos contradictorios, encarnados por Polonia (el todo carbón) y Alemania (la transición energética)– parecía paralizada. Su representante en Le Bourget, el comisario Miguel Arias Cañete, se ha limitado a ceñirse a las directivas sobre el clima y la energía.

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Traducción: Mariola Moreno

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