Corrupción

El futuro político de la presidenta de Brasil pende de un hilo

La presidenta brasileña, Dilma Rousseff.

Frente a la crisis política, incluso los analistas más sesudos terminan por quedarse sin ideas. El pasado 7 de diciembre, el vicepresidente brasileño Michel Temer remitió una extensa carta a la presidenta Dilma Rousseff. “Verba volant, scripta manent”, decía en latín. “Lo escrito, escrito está y las palabras se las lleva el viento”, puede leerse en la carta filtrada a la prensa en su integridad poco después de que la hubiese recibido la jefa del Estado. Le siguen una lista de reproches, relativos a la supuesta “desconfianza” que la presidenta siente por el propio Temer, quien mantiene que ha sido tratado como un “vicepresidente florero y accesorio”.

Michel Temer, también presidente del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), una formación de centro presente en todos los gobiernos de los últimos 30 años, concluye en su escrito: “Por último, sé que en estos momentos no confía en mí ni en el PMDB y que mañana no tendré dicha confianza. Lo siento, pero estoy convencido”. El tono amargo de la carta ha dado lugar a numerosas bromas en las redes sociales, que presentan a Michel Temer como a un amante abandonado. Ahora bien, en el plano político, la consumación de la ruptura entre la jefa del Estado y el hombre que ha trabajado a su lado en los dos últimos mandatos puede precipitar la caída de Dilma Roussef.

El momento elegido por Michel Temer para lavar los trapos sucios en público no es casual. Lo hace ahora que se acaba de iniciar un proceso de destitución en contra de Dilma Rousseff. Precisamente uno de los correligionarios del PMDB, el presidente de la Cámara de los Diputados de Brasil, Eduardo Cunha, aceptó a trámite el proceso contra la presidenta, que promueven dos diputados de la oposición que acusan a la presidenta de maquillar las cuentas públicas en vísperas de su reelección en 2014. Para los opositores al Gobierno, se trata de un “delito de responsabilidad”, que puede acarrear la destitución del jefe del Estado.

Formalmente, Eduardo Cunha sólo ha admitido la solicitud de apertura del juicio político, poder que le confiere su cargo. Aunque, en realidad estamos ante toda una venganza. Horas antes, los diputados del Partido de los Trabajadores (PT, la formación de Dilma Rousseff y de su predecesor Lula) habían dado su visto bueno a que una comisión de ética pudiese apartar a Eduardo Cunha de sus funciones.

Porque si el mandato de Dilma Rousseff está en el punto de mira por la supuesta manipulación de las cuentas públicas, una cuestión discutible desde el punto de vista jurídico, las amenazas que planean sobre la cabeza de Eduardo Cunha son de otro orden. El diputado aparece citado en el marco del caso Lava-Jato, que investiga la malversación de 10.000 millones de reales (2.500 millones de euros) en diez años en Petrobras, la empresa nacional de hidrocarburos. Se investiga si durante años se hincharon facturas que benefició a un cartel de constructoras que se repartían los contratos. A cambio, éstas pagaban supuestas comisiones a altos cargos de Petrobras, que a su vez entregaba mordidas a los partidos de la coalición de Gobierno.

Eduardo Cunha siempre ha negado su implicación en el escándalo y contaba con el respaldo, como máxima autoridad en el Congreso, de una decena de diputados cuya fidelidad ha obtenido financiando sus respectivas campañas electorales. Por si fuera poco, Suiza ha confirmado que tenía nueve millones de reales en diferentes cuentas. Sin embargo, en una comisión de investigación juró tener cuentas en el exterior.

Desde la famosa “carta a la presidenta”, los acontecimientos se han precipitado. Se constituyó una comisión de ética que investiga a Eduardo Cunha, la Policía Federal registró su domicilio y sus oficinas y el fiscal general de la República pidió a la Corte Suprema que lo apartara de sus funciones. En una verdadera carrera contra el reloj, Eduardo Cunha parece dispuesto a arrastrar al Gobierno en su caída. Después de admitir la solicitud de investigación por un delito de responsabilidad, le corresponde convocar una comisión parlamentaria para que, al término de la investigación, inste (o no) a la asamblea plenaria de la Cámara a que se pronuncie sobre la destitución de Dilma Rousseff. De darse el caso, la oposición tendría que sumar el voto favorable de los dos tercios del Congreso y a continuación del Senado para que la destitución fuese efectiva.

Corrupción

Eduardo Cunha ha hecho las cosas a su manera: impuso que los miembros que integran la comisión fueran elegidos en una votación secreta. La mayoría de los integrantes de dicha comisión es contraria a la presidenta, lo que no hacía presagiar nada bueno para su futuro. La Corte Suprema anuló la votación el pasado 17 de diciembre, los “sabios” consideraron que los miembros de la comisión debían ser designados por el partido. El Tribunal también dio la última palabra al Senado, más próximo al Gobierno, en detrimento del Parlamento, sobre la eventual suspensión de 180 días de la presidente durante el juicio.

Todo un embrollo jurídico detrás del cual se oculta Dilma Rousseff. La presidenta se limita a repetir que es honesta y que cree en el Estado de Derecho. “Nadie cuestiona su rectitud, pero es asombroso que no se dirija al pueblo, que no explique por qué es fundamental luchar contra la derecha”, subraya Gilberto Maringoni, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Federal ABC, de São Paulo. La falta de pasión también se percibe en las manifestaciones en contra de lo que ahora se considera como un “golpe de Estado”. Si los activistas salen a las calles, lo hacen más en nombre de la democracia y en contra de todo lo que representa el diputado ultraevangélico Eduardo Cunha que para salvar a una jefa de Estado en quien ya no cree nadie. Son muchas las pancartas en las que se puede leer “Fora Cunha” (Fuera cunha) y “Não vai ter golpe” (No va a haber golpe de Estado). Aquéllas que dicen “Fica Dilma” (Dilma, quédate) son más raras.

Por descontado, dirigirse al pueblo cada vez más difícil para Dilma Rousseff. “Todos los políticos se acuerdan de 1992, cuando Fernando Collor, en aquel momento amenazado de destitución, pidió a la población que saliera a la calle con los colores de Brasil”, recuerda el politólogo Mauricio Santoro, profesor en la Universidad Estatal de Río de Janeiro. “Los manifestantes salieron a la calle, pero vestidos de negro, en ese momento entendió que tenía que dejar la presidencia”, explica.

Además, las manifestaciones consideradas como “pro-Dilma” (en contraposición a las anti-Dilma) reflejan una esquizofrenia que aleja a los brasileños. Se suceden los eslóganes “contra el golpe de Estado” y “contra la política de rigor fiscal”… de Dilma Rousseff. No en vano, la población ha conocido, este año, la dimensión de la crisis económica. El paro ha pasado de ser del 4,7% al 8,9% en apenas 12 meses. En opinión de Ricardo Summa, profesor asociado de Economía en la Universidad Federal de Río de Janeiro, “lo peor está por llegar porque la mayoría de las empresas ha preferido aguardar antes de hacer despidos”, confiando en la recuperación, en 2006.

No hay indicadores que digan que vaya a ser así. “El consumo de los hogares está en su punto más bajo, como el gasto del Estado, la inversión interna y externa de las empresas, no veo ninguna luz al final del túnel”, añade. El año 2015 puede acabar con un retroceso del Producto Interior Bruto de un 3,6%, al que se puede añadir otro descenso del 2,3% en 2016. Hay que remontarse a 1930-31 para encontrar dos años consecutivos de recesión.

La depresión económica tiene numerosas explicaciones. Rigor presupuestario contraproducente y mal calibrado, ralentización mundial, y sobre todo en China, caída de la credibilidad consecuencia de la inestabilidad política… pero la población sólo pone el foco en la última, la corrupción. La caja de Pandora que supone la operación Lava-Jato, que ha provocado el encarcelamiento de decenas de políticos y de altos cargos de las principales multinacionales, es la causa de muchos de los mareos que padecen los brasileños, por no hablar de náuseas. “La corrupción siempre ha sido una plaga en Brasil, se percibe como la principal causa de todos los males, incluida la recesión”, dice Renato Meirelles, director de Data Popular, un instituto especializado en las clases populares.

Las cifras de las que se habla son tan sorprendentes que la población, acostumbrada al pleno empleo desde los años de Lula, está redescubriendo ahora la desesperanza que supone el paro. Después de conocer un incremento del poder de compra del 30% entre 2002 y 2014, las rentas reales de los trabajadores ha bajado un 7% en octubre de 2015 con respecto al año anterior. “En un contexto económico favorable, la corrupción afecta más a los más pobres, pero las dificultades para sobrevivir en el día a día provoca rabia frente a la continua información sobre la corrupción”, reconoce André Singer, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de São Paulo.

No cabe duda de que el eco que han tenido los diferentes escándalos en los principales medios de comunicación difiere mucho según los partidos a los que afecte. Los grandes medios de comunicación, abiertamente próximos a la derecha, en la oposición, presentan al Partido de los Trabajadores (PT) como la viva imagen de la corrupción. Los titulares rozan lo caricaturesco. Implicado en el escándalo Lava-Jato, el terrateniente José Carlos Bumlai ha perdido hasta su propio nombre. Ya sólo aparece citado en los periódicos como “el amigo de Lula”. La intención de relacionar los rumores de malversación del expresidente, que pese a todo sigue siendo el más popular de los políticos, es manifiesta. Por el contrario, cuando el millonario André Esteves, director general de uno de los principales bancos comerciales del país, ha ido a prisión en el marco de la misma investigación, ningún periódico se ha referido a él como “el amigo de Aecio Neves”, el presidente del PSDB (Partido de la Socialdemocracia Brasileña) y candidato de la derecha, derrotado frente a Dilma Rousseff en 2014. Sin embargo, pagó la última luna de miel de Aecio Neves.

Crisis económica

“El partidismo de la prensa es manifiesto y alimenta el sentimiento anti PT, pero no es menos cierto que esta formación, que durante mucho tiempo fue ejemplo de ética, tiene las manos manchadas de corrupción, como los otros, lo que desmoviliza a sus electores”, explica Stéphane Monclaire, politólogo y experto en Brasil de la Universidad de París I-Sorbona. Los militantes no enarbolan la bandera roja de la estrella blanca del PT, mientras que la única persona a la que se podría recurrir como último recurso, Luiz Inacio Lula da Silva, se ha refugiado en un silencio atronador. Diez años después del primer escándalo que le ha salpicado (el “mensalao”, que acusaba al partido de haber comprado el voto de los diputados), el PT es incapaz de explicar las faltas de conducta cometidas por sus “ovejas negras”, cada vez más numerosas. O lo que es peor, ya no presenta ningún proyecto político, económico o social y se limita a repetir machaconamente los cambios positivos derivados de su llegada al Gobierno en 2003.

La falta de entusiasmo era palpable esta semana entre los que protestaron “contra el golpe de Estado”, pero eran más numerosos que los que, días antes, reclamaban abiertamente la destitución de la presidenta. “El hecho de que la tentativa de destitución de Dilma Rousseff haya sido orquestado por Eduardo Cunha, responsable de varias malversaciones probadas, enfría a parte de la clase media”, apunta Mauricio Santoro. Sobre todo por que las opciones de recambio de la presidenta no hacen soñar. A ojos de los brasileños, el PMDB del poco carismático Michel Temer, que permanece al acecho, simboliza todavía más que el PT el cinismo y la corrupción de los diputados. Y el partido no sale indemne del caso Lava-Jato, tras la caída programada de Eduardo Cunha se perfila la interpelación de otro de sus tenores, Renan Calheiros, el presidente del Senado.

El PSDB que milita activamente por la destitución no goza de mejor salud. Sueña con que el Tribunal Electoral Superior anule las elecciones presidenciales de octubre de 2014, en caso de que quedase probado que Dilma Rousseff recibió donaciones ilícitas para financiar su campaña. De ser así, el mandato pasaría a manos del segundo en la carrera, Aecio Neves. Pero la hipótesis es poco plausible. El senador, conocido sobre todo por sus locuras nocturnas en Río de Janeiro, no parece preocupado por conquistar al poder. Muy crítico con el Gobierno, el PSDB no ofrece ningún programa alternativo. Él mismo comienza a vérselas con los escándalos de corrupción que había logrado ocultar hasta la fecha. En cuanto a la ecologista Marina Silva, que finalmente logró promover su partido la Rede, no se deja escuchar demasiado.

Impensable hace unas semanas, el final precoz del mandato de Dilma Rousseff es ahora una posibilidad real. La izquierda le suplica que cambie de rumbo, que deje la política económica que beneficia sobre todo a los más acomodados. “Si cae, cae por una buena causa”, dicen los militantes. De momento, la presidenta no da ninguna señal de querer dar marcha atrás. Por otro lado, ¿no es demasiado tarde? Entre el hastío que provoca la corrupción y los daños derivados de la crisis económica, es posible que no recuperase a su electorado.

Más allá del PT, herido de muerte y que puede registrar resultados catastróficos en las municipales de octubre de 2016, las instituciones brasileñas son las que corren peligro. La población muestra una desafección creciente por la democracia, restablecida en 1985, tras 21 años de régimen militar. Un estudio publicado en junio de 2015 por la Fundación Getulio Vargas pone de manifiesto que la confianza de los brasileños en los partidos políticos ha caído aún por debajo del raquítico 7% de 2014, hasta el 5%. En cuanto a la confianza en el Gobierno federal, cae del 29% al 19%, mientras que el porcentaje que legitima al Congreso se estanca en el 15%. De este descrédito se benefician dos instituciones integrada por cargos no electos, la iglesia católica y el ejército, en quienes confían el 57% y del 68% de los brasileños, respectivamente.

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Dilma Rousseff, reelegida presidenta de Brasil

Dilma Rousseff, reelegida presidenta de Brasil

Traducción: Mariola Moreno

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