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Turquía

La deriva autoritaria del Gobierno turco pasa factura a la economía

Erdogan en el aeropuerto

La crisis diplomática con Rusia –después de que el pasado 24 de noviembre dos cazas turcos destruyeran en la frontera turco-siria un avión ruso– le está pasando factura a Turquía. Se invita a los turistas rusos (los más numerosos, sólo por detrás de los alemanes) a boicotear las playas turcas. El suministro de gas se ve amenazado. Medidas todas ellas que enturbian un panorama ya de por sí sombrío.

“Las empresas que pertenecen a nuestra Cámara pasan muchas dificultades”, se advierte en el editorial, de noviembre de 2015, de la Cámara de Comercio Franco-Turco (CCI Francia Turquía). El artículo, que confía en “la promesa del fortalecimiento de la economía”, señala las razones de dicha preocupación: “Falta de visibilidad, retrasos e impagos angustiosos, elevada inflación, tasa de cambio difícilmente previsible, crecimiento insuficiente, proyectos de inversión y de colaboración pospuestos sine die y pérdida de motivación de los inversores y de los exportadores potenciales”.

La pujanza de los años 2004-2010 se ha visto truncada. Las cifras de récord han dado paso a un crecimiento que ha quedado reducido a la tercera parte de lo que fue (3% en 2015, frente al 8,9% en 2011). Se importan energías fósiles y el sector privado está muy endeudado, mientras la libra turca, que sufre un efecto yoyó, es percibida como una de las divisas más frágiles de los países emergentes. La inflación del 8% es la segunda más elevada de Europa y las tasas de desempleo se sitúan al alza.

En la década pasada, el Gobierno turco –muy cuestionado por no respetar la libertad de prensa y las libertades individuales o por reprimir los movimientos sociales– podía preciarse de gozar de una buena salud económica. Esta dinámica, posible gracias a los tigres de Anatolia, ha sido una de las claves del éxito del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), que ha encadenado sucesivas victorias electorales. Dicha dinámica se encuentra tras el ascenso de su principal fundador, Recep Tayyip Erdogan, el que fuera alcalde de Estambul y primer ministro, elegido jefe del Estado en agosto de 2014 y actual hombre fuerte del país.

Cuando el AKP llegó al poder en 2002, la libra turca acababa de sufrir una devaluación del 60%. “Erdogan, tras seguir al pie de la letra las consignas del Banco Mundial y sanear de forma drástica el sector bancario, logró encarrilar a Turquía”, explica un hombre de negocios francés, establecido en Estambul desde hace años. Unas políticas que permitieron que el país hiciese frente a la crisis de 2008 y 2009 sin grandes contratiempos. El AKP invirtió en salud, en educación y consolidó su base electoral. “Las fortunas turcas radicadas en el extranjero volvieron. Los empresarios extranjeros, sobre todo franceses, se interesaron por el país. Turquía se recuperó. Hasta 2011, habría votado al AKP con los ojos cerrados. A partir de ese año la situación comenzó a deteriorarse y, en 2013, se agravó”, explica.

Para el mundo de los negocios, Turquía presenta diferentes ventajas. La agencia de rating Fitch recientemente señalaba las fortalezas del país: la población es joven, la deuda pública es pequeña, el sistema bancario está saneado y cuenta con un sector privado dinámico. El país es un actor industrial de primer orden en el mundo del automóvil ya que cuenta con la presencia de 13 fabricantes de vehículos, numerosos fabricantes de componentes y subcontratas. Turquía es competitiva en la industria textil, en el sector del mueble, de los equipamientos eléctricos o en el sector agroalimentario.

Pese a todo, se trata de un mercado que presenta riesgos. El dinamismo económico ahora se concentra en la construcción, un sector muy opaco que más bien parece una bomba de efecto retardado. “La cuestión no es saber si va a estallar una burbuja inmobiliaria, sino cuándo”, explica el hombre de negocios francés. Según los economistas, Turquía necesita reformas de calado y las medidas más urgentes pasan por mejorar la productividad, reducir la dependencia energética, apoyar la investigación y el desarrollo, reformar el mercado del trabajo. Se hace necesaria una reforma para evitar la evasión de capitales. Se trata de cambios estructurales impopulares que necesitan solidez política. Pero, el país acaba de pasar por varios comicios electorales, sinónimo de parálisis económica.

Estos procesos electorales han puesto de manifiesto la pérdida de confianza en el AKP. Si el declive económico le ha supuesto la pérdida de algunos votos, los casos de corrupción –que saltaron a la luz en diciembre de 2013 y que han salpicado al entorno de Erdogan– y el hambre de poder del dirigente turco han tenido mucho peso en las urnas. Y el AKP ha terminado por caerse del pedestal. Las elecciones de junio de 2015 fueron una magnífica sorpresa para la sociedad civil turca, pero mala para Erdogan y para el mundo de los negocios.

El periodista Soli Özel, que trabaja en la sección de Economía del diario Habertürk, reconoce que un crecimiento “del 3% para un país como Turquía no es signo de buena salud”. Pese a todo, se muestra confiado: “La crisis que vivimos en Turquía no es la misma que atraviesa Brasil. Erdogan ha conseguido su cuarta victoria política. Ha borrado del mapa a los otros tres partidos así como a la oposición interna en el seno del AKP, lo que una gran ventaja para llevar a cabo las reformas necesarias”. No obstante, se muestra preocupado por el intervencionismo creciente del jefe del Estado, que interfiere cada vez más en el Ejecutivo y que conlleva presiones en el mundo de los negocios.

Degradación del Estado de Derecho

En parte, los malos índices actuales del país están vinculados con factores externos. Irak representaba el segundo mercado de exportación de Turquía: el comercio ha caído a la mitad; los intercambios comerciales con Siria pesaban menos pero iban en aumento, hasta que la guerra civil los detuvo. Turquía, como Brasil, se ha visto afectada por las recientes decisiones de la Reserva Federal Americana (FED), que han derivado en el desvío de las inversiones internacionales de los países emergentes. Sin olvidar la crisis de la Eurozona que representa el 50% de las oportunidades de la economía turca. No obstante, a día de hoy, la pérdida de confianza del sector empresarial es fruto fundamentalmente del autoritarismo del jefe del Estado, que interfiere cada vez más en el Ejecutivo.

En primer lugar, declaró la guerra a parte de la patronal. Tras el divorcio entre el Gobierno turco y el imam Fethullh Gülen –a raíz del escándalo de corrupción destapado en diciembre de 2013– los medios progubernamentales intimidan a los empresarios sospechosos de pertenecer al movimiento Gülen. Estos empresarios, a su vez, también sufren presiones por parte de los representantes del Estado.

Por si fuese poco, el presidente turco ha iniciado un pulso con el gobernador del Banco Central. Para hacer que la economía vuelva a despegar, el Gobierno ha promovido obras faraónicas (tercer aeropuerto de Estambul, nuevo canal en el Estrecho del Bósforo). Pero, más allá de los montajes financieros más que dudosos, necesita tipos de interés bajo. “En los últimos meses, el jefe del Estado ha revolucionado los mercados presionando al Banco Central para que rebaje los tipos de interés y para que proteja el crecimiento”, señalan expertos del mundo de las finanzas.

Pero lo más preocupante es la degradación a pasos agigantados del Estado de derecho, tal y como recoge el último informe anual de la Comunidad Europea, en el marco del proceso de adhesión a la UE. Una situación que ha pasado a ser alarmante. Dicho informe denuncia los “graves retrocesos” de la libertad de expresión, la paralización del diálogo sobre la cuestión kurda, las presiones del político sobre el poder judicial.

Una situación que se agudizó entre junio y noviembre. Para volver a controlar el Parlamento, el presidente Erdogan –que ya no puede recurrir a los buenos índices económicos– instrumentalizó los sangrientos atentados de Suruç y de Ankara. En el este del país, la violencia ha ido en aumento, a raíz de la guerra civil en Siria y de las amenazas del Daech. Este clima de terror contribuyó a que parte del electorado volviese a depositar su confianza en el AKP.

Sin embargo, el hecho de que el AKP recuperase la mayoría parlamentaria no ha servido para apaciguar los ánimos del gobierno en su deriva autoritaria. Al contrario, la amplificó. Hay periodistas que han sido encarcelados, se han producido arrestos arbitrario, cada vez más a menudo las manifestaciones concluyen con la muerte de civiles. En el este del país, ciudades importantes como Diyarbakir viven en guerra. Se multiplican las violaciones del Estado de derecho.

A pesar de la situación por la que atraviesa Turquía, Erdogan asegura que llevará al país del 18º al 10º puesto económico mundial antes de 2023, año en que se conmemora el centenario de la Turquía moderna. Una apuesta imposible sin ayuda de capital extranjero. “Necesitamos dinero exterior porque la economía turca tiene un déficit de ahorro importante”, explica Seyfetting Gürsel, director del centro de investigaciones en economía social de la Universidad de Bahcesehir de Estambul. “Las instituciones democráticas son más favorables al desarrollo económico que al autoritarismo”, explica. De hecho, las inversiones directas extranjeras están en franco retroceso.

Para conseguir recuperar la mayoría en el Parlamento, “el Gobierno realizó promesas populistas que van a ser un lastre, a saber, aumento de las pensiones, subida del 30% del salario mínimo y de los salarios de los policías, numerosas exenciones fiscales etc. Todo esto va a costar muy caro”, explica Seyfettin Gürsel. Este profesor universitario se muestra pesimistas: “La productividad ha retrocedido en este 2015. Las pymes van a sufrir, el déficit presupuestario va a aumentar”. Gürsel concluye: “La economía turca tenía dos anclajes, las negociaciones con la UE sobre la adhesión y una disciplina fiscal que permitía mantener el déficit presupuestario a niveles muy bajos. El primer anclaje ha dejado de estar de actualidad y el segundo, derrapa”.

La mayoría absoluta alcanzada en el Parlamento turco prometía un marco estable a las empresas y un contexto favorable al regreso a la senda del crecimiento, pero el presidente Erdogan tiene otras prioridades. Su ambición es transformar el régimen parlamentario para dotarse de plenos poderes. Para conseguirlo, es necesario modificar la Constitución y convocar un referéndum. Es decir, vuelve a haber un nuevo proceso electoral paralizante a la vista, mientras la situación económica no deja de empeorar. Contrariamente a las declaraciones tranquilizadores del Gobierno, en opinión de un experto en el ámbito de las finanzas: “Hoy por hoy, la economía turca es una de las más vulnerables de los países emergentes”.

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Traducción: Mariola Moreno

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