Unión Europea

Adiós al 'espacio Schengen' o cómo Europa se desmantela con el restablecimiento de las fronteras

Manifestantes sostienen pancartas con la imagen de Angela Merkel para protestar en contra de su política migratoria.

De Bruselas a Davos, donde estos días se da cita el Foro Económico Mundial, la amenaza de ver desaparecer el espacio Schengen procede de todas partes. Los acuerdos que rigen la libre circulación de personas en el seno de la Unión Europea, desde hace 30 años, corre serio peligro a corto plazo. Hay dirigentes europeos que llevan su particular cuenta atrás en meses, otros en semanas. Los miedos son fundados: unos tras otros y en el caos más absoluto, los distintos Estados miembros han ido restableciendo los controles fronterizos para limitar el flujo de migrantes. ¿Ha muerto ya Schengen?

Francia fue de los primeros países en suspender la aplicación del acuerdo De forma oficiosa, lo hizo en primavera, en la frontera con Italia para impedir el paso de los subsaharianos llegados a Italia; oficialmente, después de los atentados del 13 de noviembre, cuando se decretó el estado de emergencia. A día de hoy, nadie sabe cuánto tiempo más va a prolongarse el estado de excepción. Entre los más alarmistas, el primer ministro francés es también el que antes ha apuntado a los responsables del “gravísimo peligro” al que debe hacer frente el continente. Este año, Europa no podrá acoger a todos los refugiados que huyen de las “terribles guerras” en Irak y en Siria, advirtió en una entrevista concedida en la BBC, emitida el 22 de enero, “de lo contrario nuestras sociedades se van a ver completamente desestabilizadas”. 

En el momento en que realizaba estas acusaciones, las autoridades griegas tenían conocimiento del fallecimiento de al menos 44 personas, 20 de ellas niños, en su intento por alcanzar Europa, vía Grecia y atravesando el mar Egeo desde Turquía. Estas últimas semanas, a pesar del frío y de las condiciones del mar, el goteo de personas no ha cesado (entre mil y dos mil al día, según la Organización Internacional de las Migraciones), mientras se suceden los naufragios (173 personas se han ahogado o han desaparecido en lo que va de año). Pero no parece quedar ni rastro del estupor que sobrecogió a la opinión pública al hallarse el cadáver del pequeño Aylan, el niño sirio de tres años, ahogado en una playa turca. ¿Por qué? Porque parece que los migrantes ponen en peligro a Europa.

No solo “el espacio Schengen puede morir”, tal y como insistió el primer ministro francés, sino que “si Europa no es capaz de proteger sus fronteras, incluso la idea de Europa se cuestionará”. En cuanto a las soluciones, Manuel Valls ha afirmado que además de resolver conflictos en Oriente Próximo y Oriente Medio, los Estados miembros han de poner “muchos medios” para distinguir mejor, a su llegada a Europa, a los demandantes de asilo de los migrantes “económicos”, que deberían ser devueltos a sus países de origen. En resumidas cuentas, ha exhortado a Berlín a acabar con la política de acogida: “Un mensaje que consiste en decir: 'Vengan, serán bien recibidos' provoca importantes movimientos en Europa, apenas unos segundos después está en los smartphones en los campos de refugiados de los alrededores de Siria”.

También en Alemania, donde en septiembre se restablecieron los controles fronterizos, preocupa la eventual muerte de Schengen. Para evitarlo, el presidente Joachim Gauck hizo un llamamiento en Davos, al Gobierno de su país, con el fin de fijar un número anual máximo de demandantes de asilo acogidos. La canciller Angela Merkel se niega, pese las reiteradas peticiones de su socio bávaro la Unión Social Cristiana y de una parte de su propio partido la Unión Demócrata Cristiana (CDU) para establecer un “techo” de 200.000 personas para este 2016. Esta posición no es ideológica. La idea de fijar un umbral es plantea problemas desde el punto de vista jurídico con con respecto al derecho internacional: el asilo se inscribe en una lógica de criterios y no de cuotas –según la convención de Ginebra, cualquier persona que “teme, con fundamento, que pueda ser perseguida” en su país es susceptible de encontrar refugio en el país donde realiza la solicitud.

Al igual que Alemania, Austria ha ratificado este tratado. Pero esto no impidió al canciller del país, Werner Faymann, socialdemócrata, anunciar el 20 de enero su intención de limitar a 37.500 el número de demandas de asilo para 2016 y reforzar los controles fronterizos. Austria no es un país que haya sufrido una avalancha migratoria, pese a lo que dicen las autoridades. En 2015, 90.000 personas pidieron asilo en el país, la mayor parte refugiados que prosiguieron camino a Alemania. Berlín no ha tardado en denunciar esta medida: “Apostamos por las soluciones europeas comunes aprobadas y deseamos evitar, en la medida de lo posible, respuestas nacionales; en particular, las que tienen consecuencias para los demás”, dijo el ministro alemán del Interior Thomas de Maizière el 21 de enero, que confía en las negociaciones iniciadas con Turquía para limitar la llegada de refugiados. Tras esta llamada al orden, el ministro austriaco de Asuntos Extranjeros, también desde Davos, se justificó reprochando a Alemania que mandase a los migrantes a la frontera común. Según la Policía austriaca, alrededor de 200 personas son expulsadas cada año por Alemania desde principios e año.

Francia, Alemania y Austria no son los únicos países que han restablecido los controles fronterizos. En la larga ruta que siguen los refugiados, aquéllos que no lo han hecho constituyen ahora una excepción. Hungría y Eslovenia (en las fronteras exteriores), así como Dinamarca y Suecia (en el interior) han suspendido de facto la aplicación de los acuerdos Schengen que garantizaban la circulación de personas sin visado en el interior de la UE. Estas medidas, a las que se han sumado en algunos Estados (Autria, Hungría, Eslovenia, Croacia, Macedonia y Grecia) la construcción de muros, se han tomado de forma aislada sin alcanzar acuerdo alguno.

Tampoco Suecia ha escapado a esta tendencia, pese a su tradición y la realidad de su acogida –más de 160.000 refugiados registrados en 2015, es decir la proporción más elevada por habitante en la Unión Europea–. Frente a la falta de solidaridad, este país nórdico, junto con Alemania, se ha situado en primera línea. Hasta el punto de que sus capacidades para alojar a refugiados se han visto saturadas, lo que llevó, a finales de diciembre al Gobierno socialdemócrata, muy a su pesar, a endurecer las políticas migratorias. Desde el 4 de enero, cualquier persona que cruce el Puente de Oresund, sobre el que transitan casi 15.000 personas para ir a trabajar y principal puerta de entrada en el país para los refugiados, debe contar con los papeles en regla, a riesgo de ser deportado a la frontera.

Esta medida ha provocado inmediatamente una reacción en cadena de Dinamarca, que anunció que restablecería los controles en su frontera con Alemania. “Está bastante claro que si la UE no puede proteger sus fronteras exteriores, cada vez habrá más países obligados a introducir controles en las fronteras interiores”, se ha justificado el ministro danés Lars Lokke Rasmussen (Partido Liberal), antes de dar el visto bueno a un proyecto que autoriza a la Policía a confiscar los bienes de los demandantes de asilo “para cubrir sus necesidades de alimentación y de alojamiento”.

Para poder restablecer temporalmente las fronteras, Berlín y Viena alegaron a la Comisión Europea, en septiembre, “circunstancias excepcionales”. Según el reglamento, la autorización tenía una validez máxima de seis meses, según el reglamento. Acto seguido se solicitó una prórroga de la moratoria de seis meses más, con el pretexto de que concurrían circunstancias “que amenazaban la seguridad interior”. ¿Qué va a suceder en mayo? El código Schengen permite prolongar los controles hasta dos años, pero el proceso es farragoso y arriesgado puesto que es susceptible de provocar la exclusión de un país –potencialmente Grecia– al que se acusa de que no vigilar suficientemente las fronteras exteriores de la UE. “Sólo tenemos dos meses para salvar Schengen”, afirmó el presidente del Consejo Europeo Donald Tusk, el 19 de enero en el Parlamento, en Estrasburgo.

Sorprende ver cómo los Estados miembros se alarman por la desaparición de Schengen, cuando son los primeros en contribuir a su pérdida al replegarse en sus egoísmos nacionales. Pese a que durante un tiempo llevó la iniciativa, la Comisión Europea parece desbordada por estas estrategias individuales, incapaz de volverse a hacer con la voz cantante después del fracaso de su plan de reparto de demandantes de asilo (351 personas de 160.000, según el último balance oficial). En ausencia de soluciones viables sobre la mesa, los refugiados, pese a las políticas de cierre, continúan llegando a un ritmo elevado. Algunos mueren, otros logran helados, abrirse un camino en esta Europa ahora hostil.

Marcan con pulseras rojas a los refugiados alojados en albergues públicos de Cardiff, en Gran Bretaña

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Traducción: Mariola Moreno

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