Terrorismo islamista

Scott Atran: “La desaparición inmediata de Daesh es una ilusión”

Scott Atran: “La desaparición inmediata de Daesh es una ilusión”

Scott Atran, antropólogo norteamericano, profesor en la Universidad de Oxford y en la Universidad de Michigan, ha visitado recientemente Francia para presentar su libro L'État islamique est une révolution [El Estado Islámico es una revolución], una obra que identifica al Estado Islámico con un proyecto movilizador –comparable a cualquier movimiento político moderno de naturaleza revolucionaria– para muchas personas de orígenes y de estatus sociales muy diversos. “Nos equivocaríamos si reducimos la revolución que ha llevado a cabo el EI como una mera vuelta a un pasado medieval”, escribe. “La idea no tiene más sentido que ésa que argumenta que el Tea Party de Estados Unidos quiere retroceder a 1776…”. Por tanto, en opinión de este experto, “reducir el Estado Islámico a una simple expresión del terrorismo o del extremismo violento supone enmascarar la verdadera amenaza que representa”.

El antropólogo y su equipo han estudiado una batalla reciente librada en el norte de Irak, entre yihadistas y las fuerzas de la coalición, en el transcurso de la cual se puso de manifiesto la potencia de la “voluntad de luchar” de los miembros del EI, articulada en el “compromiso por la causa y la noción de camaradería”. A partir de esos diferentes escenarios, Atran señala “que lo necesitamos es una nueva estrategia militar, política y psicológica, adaptada a la muy particular naturaleza de la revolución del EI (infraestructuras dispersas, lealtades tribales y religiosas, valores muy diferentes, etc.)”.

Pregunta: ¿Todavía queda mucho por descubrir –y que, por tanto, desconocemos– sobre el EI, en un momento en el que son muchos los libros que abordan el yihadismo, tras los atentados de París y de Bruselas?

Respuesta: El tejido social y religioso, las ideas, los deseos, los sueños y las historias de los combatientes del EI siguen siendo poco conocidos o se conocen de forma superficial. Y la realidad del EI se interpreta a partir de las consecuencias que la organización tiene en nuestras sociedades; nos centramos en las causas, que pueden resultarnos familiares, pero que no dan cuenta de la capacidad de atracción que tiene el EI. Recurrimos a nociones vacías de sentido, como la del nihilismo o la del lavado de cerebro. Y rebajamos la violencia del EI a la única que conocemos: la violencia criminal. De modo que, si hay individuos capaces de unirse a esta forma de violencia, sólo pueden ser delincuentes.

De esta manera no se explica de dónde procede un movimiento global capaz de conseguir la adhesión de decenas de miles de personas de un centenar de países y que ha conseguido crear, en dos años, un centro estable en pleno Oriente Medio, pese a que existe una coalición integrada por 60 naciones que tratan de combatirlo. Decir que los combatientes del EI son nihilistas, es negarse a comprender la integridad y el carácter moral, dentro de su propia lógica, de su compromiso. Pero para ello, es necesario comprender que hombres y mujeres prefieren unirse a una organización que preconiza principios claros, frente a los valores occidentales, como la jerarquía entre los sexos.

P: La tesis de “la islamización de la radicalidad” propuesta por Olivier Roy para explicar el terrorismo del EI no le convence, ¿por qué?Olivier Roy

R: Pese a la calidad del trabajo de Olivier Roy, creo que elabora su análisis a partir de casos concretos de Francia. En este país, los puntos más conflictivos son, es verdad, barrios donde se puede constatar lo que él describe, pero en Gran Bretaña, los puntos de mayor conflicto se encuentran, en primer lugar, en las universidades. En Sudán, el EI recluta entre la población más acomodada. Un amigo me contaba hace poco que los 17 mejores estudiantes de la mejor facultad de medicina acababan de unirse al EI.

Es verdad que en Francia hay un problema de marginación y de delincuencia, una búsqueda de identidad difícil que puede llevar a algunos jóvenes a unirse al EI, pero eso no explica gran cosa. Aunque se calcula que hay unos 3.000 jóvenes musulmanes que han caído en las redes radicales y terroristas, se debe comparar esta cifra con los 20 millones de franceses a la búsqueda de su identidad y con los, digamos, tres millones de musulmanes en situación de marginación. Un Gobierno que pretenda impedir la existencia de esas 3.000 personas, reduciendo los problemas de esos tres millones de musulmanes marginados, va mal encaminado. Esto no quiere decir que no haya que hacer nada por estos tres millones. Es como querer matar una mosca a cañonazos.

Cualquier movimiento revolucionario –y el Estado Islámico es una revolución–, cualquier movimiento político importante, se sustenta inicialmente en una base que se muestra receptiva al mensaje. Así ocurrió durante la Revolución Francesa o con la revolución bolchevique. En Francia o en Bélgica, la base receptiva al mensaje del EI se encuentra en el universo de los delincuentes de poca monta, sobre todo porque los jóvenes musulmanes están sobrerrepresentados en las cárceles.

Tal y como acertadamente señaló el Premio Nobel de Economía Gary Becker, uno se convierte en delincuente de poca monta por razones vinculadas a una relación entre coste y oportunidad, cuando es difícil entrar en el círculo de la mayoría y cuando existen redes previas que permiten vivir de esos actos vandálicos menores. El Estado Islámico viene a decirles a esos delincuentes de poca monta, activos o en potencia: “Recurrid al saber hacer que habéis tenido que acumular para conseguir no sólo vuestra propia liberación, sino también la de vuestros congéneres y la de la humanidad entera”.

Todas las entrevistas que mi equipo y yo mismo hemos podido realizar con personas que han pasado a engrosar las filas de Al Nosra o del EI ponían de relive que habían tenido la sensación de que pasaban de tener un futuro incierto a la salvación. Y varios de mis estudiantes me llegaron a decir acto seguido: “Yo también quisiera tener la posibilidad de hacer algo grande”.

El enorme poder del EI viene de ahí, con independencia de las particularidades que se den en Francia. El poder de atracción del EI es el de penetrar en cualquier entorno social y buscar, hasta lo más recóndito del ser de cada uno, frustraciones, reivindicaciones, ambiciones personales para hacerlas coincidir con su propio relato y plan de acción. Para reclutar y convencer a una sola persona, son capaces de dedicar cientos de horas. Por eso los contrarrelatos desplegados por algunos Gobiernos, los “centros de desrradicalización”, que se parecen a centros para no fumadores o a centros de inserción de delincuentes de poca monta, son ridículos y no funcionan como contrapeso ante la capacidad de persuasión del EI.

P: Usted dice que lo que explica la fuerza del EI y la determinación de sus combatientes es el compromiso con la causa y el espíritu de camaradería. ¿Cómo es posible combatirlos? La alternativa militar, aunque no es suficiente, ¿no es necesaria? ¿Qué enseñanzas ha sacado de la batalla de Kudilá –en la provincia de Erbil, al norte de Irak, y que enfrentó al Estado Islámico con las tribus árabes sunitas aliadas de los kurdos del ejército iraquí nacional y a los peshmerhas del Gobierno regional kurdo– que tuvo ocasión de estudiar de cerca?peshmerhas

R: Que será muy difícil. En esta localidad, los habitantes aceptaron, en un primer momento y en unas semanas, al Estado Islámico, al que llamaban Al Thawra, “la revolución”. Los militantes del EI anunciaron una amnistía general para todos los habitantes y después se fueron informando de aquellos que habían sido policías o habían participado política y los ejecutaron a todos. También se dirigieron a los más pobres preguntándoles: “¿Por qué este cheikh, que es de tu familia, tiene varios coches, tierras y una casa grande mientras que tú no tienes nada? Coge y sírvete”. Los aliados sunitas de la coalición internacional son principalmente cheiks de tribus o de familias importantes. ¿Qué van a hacer si recuperan los pueblos? ¿Van a recuperar sus tierras y matar a los pobres que ocupan sus casas? Un cheikh, asesinado la semana pasando mientras combatía contra el EI, me explicó que Irak no le importaba ni lo más mínimo, pero que quería recuperar su casa, que había caído en manos de “un hijo de puta de su familia”.

Y la “voluntad de luchar” de los combatientes del EI es muy superior a lo que he podido ver al otro lado, salvo en el caso de algunos combatientes kurdos. Se apoya sobre todo en los inghamasi (literalmente, los que se hunden), combatientes kamikazes que visten chalecos explosivos que el EI envía al frente al comienzo de los ataques. Además, el material del EI no se parece a las columnas de blindados que se pueden destruir fácilmente mediante bombardeos. Es difuso y nómada.

Además, cuando los mandos norteamericanos me cuentan que la coalición va a disponer pronto de 12 batallones, es decir, de 50.000 hombres, para recuperar la ciudad de Mosul, donde hay unos 10.000 combatientes del EI, pienso que eso puede funcionar en una teoría militar clásica donde existe una coordinación perfecta entre las diferentes unidades del ejército. ¡Pero el ejército iraquí está lejos de eso! Incluso cuando existe una supuesta operación conjunta entre los peshmergas kurdos y el ejército iraquí, en realidad sólo se lleva a cabo con los combatientes kurdos del ejército iraquí. Hay divisiones entre kurdos y sunitas, entre sunitas, entre sunitas y chiítas, a eso hay que añadirle la desconfianza que sienten todos hacia Estados Unidos.

He tenido ocasión de entrevistarme con un alto mando de la coalición que me decía que pese a existir la idea creciente de que se estaban llenado a contener militarmente el EI, incluso que se avanzaba en su territorio, las cosas iban mal, por las divisiones y porque se había recuperado menos territorio de Ramadi de lo que se había destruido. Y añadía: “No se puede hacer lo mismo en Ramadi y en Mosul, una ciudad de casi dos millones de habitantes. ¿Acaso piensas que recuperando el control y destruyendo Grozni, los rusos consiguieron la adhesión de los chechenos? Lo que hicieron fue preparar, sobre todo, futuras guerras”.

Si se logra resolver todos estos problemas a priori insolubles, conseguiremos desinflar la atracción que supone el yihadismo porque sin la extensión continua del califato, el proyecto del EI perderá su poder de fascinación. Una fuerza militar aplastante podría destruir el mando, la organización y el actual ejército del EI, pero ¿qué pasaría con el mundo sunita, cada vez más fragmentado? Y, ¿cuál es nuestra propuesta en caso de conseguir derrotar al EI en el plano militar?

P: Dicho esto, ¿qué cabe esperar?

R: Hay que estudiar bien el perfil de los que se unen al EI o a AlQaeda. No son individuos aislados, sino grupos de amigos, hermanos, padres, conocidos del barrio. Si yo fuese investigador, lo único que le preguntaría a Salah Abdeslam, hoy por hoy, es si conoce las razones por las que alguien de su círculo más cercano no se uniría nunca a los grupos terroristas. ¿Por qué Mohamed Abdeslam no siguió el mismo camino que sus hermanos Salah y Brahim? Si conseguimos dar respuesta a esa pregunta, habremos avanzado mucho a la hora de saber como contener esta epidemia.

En todas mis investigaciones, he podido constatar que las actividades terroristas y criminales encuentran su apoyo en una vasta red social que no tiene nada que ver con estas actividades terroristas y criminales, pero sin cuyo sustento éstas no existirían. ¿Por qué en Molenbeek, Salah Abdeslam pudo permanecer oculto durante meses mientras le buscaban todas las policías? Porque lo escondían personas próximas a él, de su mismo entorno, que no son en absoluto terroristas, sino que han levantado murallas que los separan del resto de la sociedad y que son más sólidas que las murallas de acero de dos metros.

Si se quiere luchar de forma eficaz contra el terrorismo, no queda más alternativa que introducirse, que no infiltrarse, lo más cerca posible en este mundo que desconocemos. Si seguimos dándonos por satisfechos con organizar reuniones de expertos sobre la desradicalización sólo conseguiremos disputas escolásticas ineficaces. Coincido con Churchill cuando decía que, para combatir a Hitler, estaba dispuesto a pactar con el diablo. Soy partidario de los pactos, en Oriente Medio con Al Nosra, con Al Qaeda, con quien ahora es posible hablar, y en Occidente con todos los salafistas e islamistas dispuestos a convivir con nosotros sin querer acabar con nuestros valores liberales. Eso no quiere decir comprometerse, la libertad de expresión o de opinión no es negociable. Pero hay que asociarse con las personas que actúan en sus propias comunidades, dejándoles una autonomía para hacerlo, sin tratar de aniquilarlas de cooptarlas o de asimilarlas.

El departamento de Estado Norteamericano me envió a Marruecos para “evaluar” un programa de ayuda destinado a crear centros de acogida para jóvenes desfavorecidos con riesgo de caer en las redes del yihadismo y en el que la US Agency for International Develpment había invertido millones de dólares. Allí tuve oportunidad de comprobar que había grupos de jóvenes que consultaban páginas webs yihadistas, pero también pornográficas, y que se habían inventado una pertenencia, una identidad y una lengua propia, mezcla de francés, de inglés, de español y de árabe. Ninguno de ellos quería hacer la yihad. Al Departamento de Estado le transmití que era el mejor programa que había visto en mucho tiempo, pero decidieron cerrarlo inmediatamente con el argumento de que el Congreso norteamericano no aceptaría que el contribuyente norteamericano pagara por eso.

P: ¿Qué le dice a los Gobiernos que le preguntan cómo tienen que actuar para combatir el yihadismo?

R: Primero les digo que dejen de hacer lo que hacen. No sólo no funciona, sino que eso alienta los futuros actos terroristas. El 11 de septiembre le costó 400.000 dólares a Al Qaeda y Estados Unidos gastó acto seguido cuatro billones de dólares en declarar la guerra al terrorismo, mientras la inseguridad no ha dejado de empeorar. Cuando se repite ad nauseam lo mismo, que no funciona, en psicología se habla de locura. Los Gobiernos han invertido en recetas que responden a cuadros de pensamiento de los que no logran separarse, pese a los hechos.

A continuación, les explico que la solución al terrorismo que se practica en nombre del islam no saldrá ni de mí ni de los dirigentes, sino de las comunidades musulmanes comprometidas en sus respectivos contextos locales. Me invitaron a Singapur para hablar con los dirigentes musulmanes. Éstos empezaron a presentarme su problema con un PowerPoint que recogía las tres causas principales, según ellos, de la radicalización: las reivindicaciones, la ideología y la dinámica de grupo. En un momento dado, les paré para preguntarles por qué recurrían a un esquema elaborado por investigadores del King's College de Londres y si se podía aplicarse a sus propios jóvenes. Me respondieron que no, pero que lograban ponerse de acuerdo entre sí y que habían preferido adoptar un cuadro explicativo lejano… Damos muy poca importancia a cuestiones psicológicas y sociales, que sólo pueden resolverse en su contexto y con actores comprometidos, aunque es verdad que proporcionando mejores puestos de trabajo a los potenciales yihadistas no resolveremos los problemas.

P: Cada vez se dice más que el EI retrocede, territorial, financiera y políticamente. ¿Por qué cree que nos engañamos con ilusiones sobre el final inmediato del EI?

R: Efectivamente, todo ese ruido de fondo que se escucha en los medios de comunicación me parece prematuro. Aunque consiguiéramos matar a quien fuera se identifica hoy como perteneciente al EI, se perpetuarían los mismos problemas, por no decir que se agravarían. En Irán, entre 2007 y 2009, durante lo que se llama el surge, se acabó con el 80% de los efectivos de Al Qaeda, que ya se hacía llamar EEIL (Estado Islámico de Irak y el Levante). Pese a hacer desaparecer de 10 a 15.000 objetivos de “alto valor”, como se decía, los pagos a las familias de los mártires, los impuestos recaudados, la estructuras de mando no desaparecieron. E, incluso, la organización se ha visto reforzado gracias al caos sirio…

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Traducción: Mariola Moreno

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