Atentado terrorista en Francia

El periodismo frente al terror

Edwy Plenel

"Queremos informar rápido en lugar de informar bien. La verdad no gana nada en eso". Esa constatación introduce uno de los primeros editoriales de Camus en el periódico Combat del día de la Liberación, el 8 de septiembre de 1944, cuando Europa estaba aún lejos de ser liberada y la Alemania de Hitler todavía no había sido vencida. Bajo el título "El periodismo crítico", defendía un "periodismo de ideas" en el que el "comentario crítico", en un escrupuloso respeto de la verdad de los hechos, ayudaría a "la comprensión de las noticias por un conjunto de observaciones que den el alcande exacto a las informaciones cuya fuente e intención no son evidentes". 

En la era de la información digital, sin papel ni frontera, inmediata y participativa, con sus redes sociales y sus actores anónimos, sus intercambios infinitos y sus efectos multiplicados, Albert Camus (1913-1960) armaría mucho más revuelo hoy que ayer. Bajo el riesgo de desagradar siempre, en todos los campos, el periodista que fue constantemente, del Alger Républicain a L'Express pasando por Combat, rechazaba en efecto las medias verdades consoladoras que no vislumbran más que lo que conviene a los prejuicios dominantes. 

De la misma forma que el fin no podría justificar los medios, ninguna causa justa podría acomodarse en la injusticia de una mentira, aunque fuera por omisión. Tratándose del deber de informar, esta exigencia excluye las facilidades que se enlazan con nuestra holgazanería, las demagogias que halagan nuestras bajezas o las vengazas que animan nuestras aversiones. 

En un primer momento, esa actitud de rigidez y de altura, donde la independencia crea distancia, aísla a los que la adoptan, suscita malentendidos o alejamientos, provoca rupturas y aversiones: la vida de Camus, libertario inclasificable, da abundante testimonio de ello. Pero, a la larga, salva las vigilancias sin edad de las que sabrán disfrutar las siguientes generaciones. 

Así, el resistente Camus, antifascista indiscutible, no dudaba en hacer frente a la vulgata dominante, la de la victoria contra el nazismo, al día siguiente incluso de la destrucción atómica de la ciudad de Hiroshima, viendo en ella ese momento en el que "la civilización mecánica acaba de alcanzar su último grado de salvajismo" (Combat, 8 de agosto de 1945). De la misma forma que, durante la guerra de Argelia, su condena absoluta de los atentados, "arma loca de un odio elemental", no le impidió advertir contra "las bodas sangrientas entre terrorismo y represión", el engranaje fatal en el que "cada cual se autoriza mediante el crimen del otro para ir más lejos".

Camus era de una generación brutalmente diezmada por las tragedias vividas: crímenes, guerras, masacres, etc. No dejó de pensar el presente teniendo como paraguas esa lucidez expresada por David Rousset, de regreso del universo de los campos de concentración, en 1946: "Los hombres normales no saben que todo es posible". Todo es posible, incluido lo peor del hombre, negación de su propia humanidad. Ahora que lo aprendemos, por nuestra parte, a través de la experiencia concreta, obligatoriamente dolorosa, sin duda duradera, debemos comprender su advertencia. Aunque necesario, el pesimismo lúcido sobre los peligros que nos amenazan no podría ser una excusa para ceder a las pasiones tristes de las propagandas y las ideologías, de sus cegueras o de sus ignorancias. 

Para los que se dedican al oficio de informar, revisitar ahora su llamada del verano de 1944 a "un profundo cuestionamiento del periodismo por los propios periodistas" supone salvar un pasado que ilumina el presente en un momento de peligro. Oigamos lo que nos dice: a la contra de los seguimientos patrióticos o de los conformismos estáticos, debemos, ahora más que nunca, buscar comprender, lo que significa interpelar, cuestionar, analizar, investigar, discutir, poner en duda y en perspectiva

Con mal tiempo no solamente político, sino también mediático, tan maltratado el oficio y desestabilizada la profesión, es una invitación a armarse de valor y encontrar de nuevo dignidad en la exigencia del derecho a saber del público y en la preocupación de nuestra responsabilidad frente a los ciudadanos. 

A contracorriente, corriendo incluso el riesgo de zarandear a veces a algunos de sus lectores, Mediapart [socio editorial de infoLibre] lo intenta desde esos días funestos de enero de 2015 que significaron la entrada de Francia en un nuevo contexto geopolítico donde las amenazas pasan del exterior al interior. A través de nuestros informes como puzles para aproximarse a una realidad inaprensible (se pueden encontrar aquí, aquí y aquí), a través de tantas investigaciones como preguntas que enfaden (leer especialmente esta), a través de nuestras tomas de partido con respecto a los gobernantes encargados de nuestra protección colectiva (leer, por ejemplo, aquí y aquí), no nos hemos desviado de nuestro rumbo. Lejos de toda indiferencia, la exigencia que nos anima es la de fidelidad a la memoria de las víctimas, la preocupación por la seguridad del país, el rechazo a ofrecer a los terroristas lo que piden, a saber, nuestra democracia a media asta y en peligro

Si fuera necesario, el debate provocado por la comisión de investigación parlamentaria sobre los atentados de 2015 justifica esta actitud (leer aquí y aquí). Uniéndose a las preguntas que no dudamos en plantear desde los primeros atentados, su informe interroga las fallas del antiterrorismo, los fracasos de los servicios de inteligencia y el estancamiento de la seguridad (leer aquí). Haciéndose eco de nuestro relato de los interrrogatorios en el seno de las administraciones afectadas (leer aquí la investigación de Matthieu Suc), muestra cómo los profesionales son más abiertos a las críticas y, como consecuencia, más pragmáticos que los gobernantes que las barren con desprecio, persistiendo en reaccionar ideológicamente más que eficazmente. 

No podremos plantar cara colectivamente al terrorismo más que asumiendo y reivindicando nuestra libertad y los derechos que la constituyen, en el respeto, la escucha y el intercambio: el derecho a saber, a discutir y deliberar, a criticar e inventar, a proponer y protestar, etc. Las crispaciones autoritarias y altivas que se han convertido, desgraciadamente, en habituales entre los que nos gobiernan, hoy como ayer, nos debilitan en vez de protegernos. 

Nos desarman por las divisiones que crean cuando deberíamos unirnos en la preocupación de comprender mejor y reaccionar bien. Lejos de retrasar la victoria del terrorismo que sería nuestro desgarro nacional, por el odio al otro y el rechazo al mundo, la precipitan por una falta de altura y de visión. 

El 10 de diciembre de 1957, en Estocolmo, en su discurso de agradecimiento por el premio Nobel de literatura, Albert Camus nos puso en guardia: "Cada generación, sin duda, se cree abocada a rehacer el mundo", decía, "La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea es quizás más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga". En el contexto de la época, el de la Guerra Fría, de las luchas anticoloniales, de los imperialismos y de las independencias, de las dictaduras incluso en Europa, del comunismo militante y de las juventudes rebeldes, en suma, de las emancipaciones y las resistencias, el propósito pudo parecer pusilánime, como en retroceso o en reserva. Sin embargo, oído hoy, a cerca de 60 años de distancia, parece más actual que nunca. Y, lejos de parecer una invitación a la prudencia o la indiferencia, suena como una llamada al compromiso

Cuando se silencia la libertad

No el compromiso estrechamente partidista de los que querrían plegar la realidad a su dogma, ese compromiso ciego de los que, porque creen pensar acertadamente en lo político, se creen también seguros de decir la verdad. Es a un compromiso más esencial al que nos invita Camus: un compromiso existencial, el de nuestra condición de hombres y de mujeres libres. Nuestra libertad nos requiere, y exige nuestra responsabilidad. Somos contables del mundo, y aún antes de su sentido. De su comprensión, y por tanto de su cohesión. De su razón, contra las sinrazones que lo arruinan

Acudir a la cita de nuestra libertad no es añadir al desorden del mundo la locura de los miedos y la excitación de los odios, ese velo de opacidad y de ignorancia que aumenta nuestro desarraigo y acentúa nuestra desgracia. Es, al contrario, buscar comprender, exigir saber, afrontar la verdad, aunque sea dolorosa e incómoda. Para ser verdaderamente libres en nuestras elecciones y autónomos en nuestras decisiones, tenemos que ver claro. Si no, no seremos más que juguetes de nuestras ilusiones, llevados por la catástrofe que acompañan y precipitan.   ________________________

Traducción de Clara Morales

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