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Crisis en la eurozona

El Deutsche Bank, el gran enfermo de las finanzas mundiales

Una señal de stop ante la sede del Deutsche Bank en Fráncfort.

Una frase, una simple frase, pronunciada el pasado fin de semana, ha bastado para reactivar la especulación en torno al Deutsche Bank. La frase es inconcebible en el entorno financiero: Alemania rechaza presentarse como garante último del gigante financiero. El domingo, la revista alemana Focus publicaba que Angela Merkel descartaba destinar dinero público al rescate del Deutsche Bank. La posibilidad de que Berlín no ayude al principal banco del país, que se encuentra en una situación complicada, ha desencadenado una deriva bursátil en los mercados. El lunes, la cotización del Deutsche Bank cayó un 6,9%, hasta alcanzar el nivel más bajo de los últimos 21 años. El martes, el banco retomó su recorrido bursátil caótico, volviendo a perder más del 2% en la sesión antes de recuperarse. La verdadera prueba para los mercados es la barrera simbólica de los 10 euros.

En un año, el Deutsche Bank ha visto cómo su cotización perdía más de un 56%. La capitalización bursátil del gigante alemán ahora es de apenas 14.500 millones de euros, dos veces menos que la de Uber, mientras su balance (1,6 billones de euros) representa más de la mitad del PIB alemán.

Desde entonces, los responsables del Deutsche Bank tratan de calmar los ánimos, desmienten cualquier reunión con el Gobierno. El banco, a quien la Justicia norteamericana puede imponer una multa récord de 14.000 millones de dólares (12.500 millones de euros), está en condiciones de hacer frente solo y no necesita ayudas estatales, asegura un portavoz de la entidad. Sin convencer a nadie.

Las confidencias de la canciller a Focus perseguían poner fin a los rumores que agitan Berlín desde el anuncio de la multa récord de la Justicia norteamericana. Si los responsables políticos no han reaccionado de forma oficial a las informaciones publicadas, off the record, no se habla de otra cosa. Se plantean diferentes hipótesis sobre cómo salir al rescate del Deutsche Bank, en caso de que fuese necesario, así como la manera de responder a Estados Unidos; la decisión norteamericana se interpreta como una represalia. Y es que son muchos los que creen que la sanción de 14.000 millones a la que debe hacer frente el banco alemán, no es sino la represalia a los 13.000 millones que la Comisión Europea reclama a Apple por evasión fiscal.

El lunes, Hans Michelbach, uno de los responsables de la CDU, próximo a Angela Merkel, trataba de precisar las líneas rojas fijadas por la canciller. “Es impensable ayudar al Deutsche Bank con dinero de los contribuyentes. Provocaría indignación general. Los políticos perderían toda la credibilidad si el Gobierno franquease esa línea”. Antes de añadir: “No se puede comparar el Deutsche Bank con Lehman Brothers. El banco está en condiciones de hacer frente a la situación con sus propios medios”.

Exactamente eso. Hace meses que observadores financieros comparan la trayectoria del Deutsche Bank con Lehman Brothers, símbolo de la crisis financiera de 2008, mientras se preguntan si el gigante alemán puede desencadenar una nueva crisis. La negativa del Gobierno alemán a ayudar al banco refuerza la comparación: en 2008, el Gobierno americano rechazó, por razones morales, salir al rescate de Lehman Brothers; consideró entonces que el sistema era suficientemente resistente como para hacer frente a una quiebra bancaria. Ya se sabe cómo terminó todo.

Pocas veces se repite la historia. La amenaza que supone el Deutsche Bank para el sistema financiero internacional no es menos real. El gigante bancario alemán se ha convertido en el gran enfermo de las finanzas mundiales: too big to fail, too big to jail y to big to help (“demasiado grande para quebrar”. Ilustra todas las derivas vividas, pero también la debilidad de los remedios concebidos a raíz de la crisis de 2008, así como las contradicciones de las políticas europeas.

Un pasado que no pasa

Después de que The Wall Street Journal publicase, el pasado 16 de septiembre, el montante de la multa que el Departamento norteamericano de Justicia quiere reclamar al banco, el presidente del Deutsche Bank, John Cryan, se quedó lívido. 14.000 millones de dólares. Semanas antes, los rumores eran algo más tranquilizadores: el montante de la multa norteamericana podía rondar los 2.500 millones de dólares, se decía. Suma ésta a la que el banco podía hacer frente. Sin embargo, 14.000 millones de dólares equivale a su capitalización bursátil.

“El Deutsche Bank no tiene intención de aceptar potenciales daños civiles que rondan dichas cifras. Las negociaciones acaban de comenzar”, declaraba de inmediato John Cryan. Por su parte, el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, insistía para que el tratamiento reservado al banco alemán fuese “equitativo”, en comparación con el de los bancos norteamericanos. Una manera de recordar que Goldman Sachs, sancionado también por el mismo caso, sólo ha tenido que abonar a la Justicia norteamericana 5.000 millones de dólares.

El proceso abierto por la Justicia de Estados Unidos tiene su origen en las subprimes. El Deutsche Bank está acusado de engañar a sus clientes, al venderles productos titulizados [residential mortgage backed security], respaldados por hipotecas de calidad dudosa, por no llamarlas hipotecas basura, entre 2005 y 2007. En el libro The Big Short, Michael Lewis describe las derivas financieras que llevaron a la crisis de las subprimes. Goldman Sachs y el Deutsche Bank llevaban la iniciativa en prácticamente todos los productos que el mundo descubriría con estupefacción en 2008.

Pero han tenido que pasar muchos años antes de que los reguladores comenzaran a imponer sanciones. Después de sancionar con una multa de 13.000 millones de dólares a JPMorgan en 2013 y de 16.600 millones al Bank of America en 2014, los reguladores transigieron con Goldman Sachs y le multaron con 5.000 millones de dólares, en enero de 2016. Ahora es el turno del Deutsche Bank.

En sus cuentas de 2015, el banco alemán –anticipándose a la amenaza del proceso judicial en curso– se aprovisionó de 5.400 millones de euros para pagar las eventuales multas. La suma es insuficiente para hacer frente a la sanción de la Justicia norteamericana. Este aprovisionamiento estaba destinado a pagar las acciones judiciales y los litigios pendientes (más de 6.000). Los dos últimos años, ya ha pagado más de 11.000 millones de dólares en multas y sanciones para evitar parte de los litigios.

Préstamos tóxicos, evasión fiscal, manipulación del Libor, manipulación del mercado cambiario y de materias primas... El nombre del Deutsche Bank se ha visto asociado a todos los escándalos financieros que estallaron después de la crisis de 2008. El Deutsche Skandal-Bank titulaba el semanal Der Spiegel, en diciembre de 2012, tras investigar al banco y sus prácticas indignas.

Oficialmente, el banco no le ha costado nada a los contribuyentes alemanes, al contrario de lo que ha sucedido con algunos bancos regionales, pero de forma soterrada dirigió parte de la cuestión griega y europea e influyó, como muchos otros, para que no cambiase la regulación. En Berlín, Angela Merkel quizás lamenta haber sido tan comprensiva, haber dado tiempo al tiempo en lugar de imponer una limpieza en toda regla de los balances de las entidades y la separación de las actividades bancarias.

Porque los cambios se han llevado con mucha circunspección. El mítico presidente del Deutsche Bank, el suizo Josef Ackermann, que propulsó al banco a la cabeza de los gigantes financieros mundiales, implicándolo en todo tipo de aventuras confesables e inconfesables, tras prometer beneficios del 25%, tuvo que salir de la Presidencia en 2013. El dúo que le sucedió, el británico Anshu Jain y Jürgen Fitschen, apenas se mantuvo en el cargo dos años, por los malos resultados y el escándalo de los bonos que se autoconcedieron en el mismo momento.

En 2015, les siguió el británico John Cryan en una posición igual de incómoda. Tras su llegada, suprimió más de 9.000 empleos. Vendió o puso punto y final a las actividades más peligrosas como el trading por cuenta propia o sobre el mercado de metales y de la electricidad. Trató de ceder las filiales extranjeras, sobre todo en China y en Rusia. Pero tuvo problemas para enderezar el rumbo. En 2015, el banco, por primera vez en 146 años de existencia, registró pérdidas por importe de 6.700 millones de euros. Estas pérdidas están ligadas –en parte– a los procesos judiciales pasados y futuros. En julio, la filial norteamericana de la entidad no superó por segunda vez las pruebas de resistencia impuestas por los reguladores norteamericanos, lo que la llevó a renunciar a pagar un dividendo a sus accionistas.

“Si la sanción impuesta por la Justicia norteamericana supera los 4.000 millones de dólares, el banco dejará de disponer de los fondos propios que precisa y tendrá que recapitalizarse”, avisa un estudio de Citi. “Los miembros del Departamento de Justicia norteamericano deberían saber que el Deutsche Bank no puede pagar una multa de 14.000 millones [...]. Por encima de los 4.000 millones, se verían comprometidos los fondos propios”, analiza Lionel Laurent, editorialista de Bloomberg. “Por curioso que pueda parecer, el Deutsche Bank no se encuentra en una mala posición para negociar porque es uno de las mayores bancos europeos y una de las instituciones más sistémicas”, añade, para recordar lo que el mundo financiero sabe pero que las autoridades judiciales norteamericanas diríase que han olvidado: el Deutsche Bank puede transformarse en una granada a la que se ha quitado el pasador.

El banco más sistémico del mundo

Habitualmente, el FMI no se pronuncia nunca sobre la solidez de un banco, dejando esa cuestión a los reguladores. Por esa razón, el aviso ha sido más que sorprendente. En junio, un informe del organismo internacional revisaba el sector bancario alemán. Sus conclusiones sorprendieron a todo el mundo: el Deutsche Bank, en su opinión, es el banco más sistémico del mundo, por delante del HSBC y el Crédit Suisse, por su tamaño e interconexiones con el resto del sistema financiero internacional.

La cifra es impresionante, de ahí que numerosos analistas la repitan: el Deutsche Bank posee 42 billones de dólares en productos derivados. El volumen no tiene parangón. Y eso que ha caído. Antes de la crisis financiera, rondaba los 75 billones de dólares.

Desde entonces, los mercados se han calmado un poco y el Deutsche Bank ha renunciado a algunas de sus actividades, comenzando a desmontar un poco la pirámide. Aunque no del todo. Porque el banco alemán, como muchos otros, está atrapado. El modelo tradicional de banco minorista se ve amenazado por la política de tasas cero de los bancos centrales: la intermediación ya no está suficientemente remunerado y los ahorradores pagan las consecuencias. Para asegurar cierta rentabilidad del capital a los inversores, el banco alemán y el resto, más que los otros, habida cuenta de la situación, se ha visto obligado a correr cada vez más riesgos, a seguir con las actividades más especulativas.

¿Qué puede pasar de seguir la deriva bursátil del Deutsche Bank? Los créditos ¿responderían? ¿Cómo plantear una nueva recapitalización –el banco ha obtenido más de 20.000 millones de euros desde 2010– necesaria si el Estado alemán le retira la garantía implícita de la que goza cualquier banco? El mundo de las finanzas tienen los ojos puestos en el gigante alemán. El Deutsche Bank ahora es un banco que da miedo.

Nuevas reglas bancarias europeas

El 1 de enero de 2016, entraron en vigor la nueva normativa bancaria europea. Reglas escritas inspiradas directamente desde Berlín. Ahora, el llamado sistema de bail-out no existe: las finanzas públicas ya no han de salir al rescate de los bancos que atraviesan dificultades, como sucedió en Irlanda, España y en otros países durante la crisis financiera de 2008. Son los accionistas, los acreedores y, en última instancia, los titulares de los depósitos los que deben pagar para salvar su bancos, a imagen y semejanza (bail-in) de lo que se hizo en Chipre.

Se ha creado un fondo de garantía en Europa que ejerce, en última instancia, el papel de garante instancia. Sin embargo, de europeo sólo tiene el nombre: cada país es garante sólo de sus propios bancos. Alemania ha exigido esta diferenciación, rechazando ser garante de los bancos de otros países, para no pagar por ellos.

Los responsables europeos, al negarse a aprender de la crisis de 2008, renunciaron a imponer la separación de las actividades bancarias. Una reglamentación reforzada, una vigilancia estrecha y una consolidación de los balances debía bastar. Entre los nuevos mecanismo en marcha, los reguladores recomendaron a los bancos que dispusieran de obligaciones convertibles en acciones con el objetivo de consolidar sus balances. Estas obligaciones están llamadas a convertirse en el colchón adicional a los bancos –remuneradas a tipos elevados, en torno al 6% de media–. Pero a cambio, son los primeros productos a los que se recurre en caso de problemas y se transforman en acciones.

En febrero, el mundo de las finanzas descubrió los efectos perversos de esta nueva reglamentación. En los mercados, comenzaron a circular persistentes rumores, según los cuales el Deutsche Bank tenía problemas de liquidez, por lo que podía no estar en condiciones de abonar el pago de los cupones obligatorios de 350 millones de euros que debía abonar en abril. Pese a los desmentidos de la dirección del banco, la reacción de pánico no se hizo esperar. Los titulares de estas obligaciones se apresuraron a vender, a malvender, fundiendo las reservas del banco. Hicieron falta varias semanas para que el Deutsche Bank recuperase el control.

Ahora el escenario de febrero se repite. Los hedge funds especulan con los problemas futuros del gigante alemán. Mientras que la cotización bursátil del banco se desploma, los credit default swap del Deutsche Bank –productos de cobertura conocidos por su efecto deflagrador desde el comienzo de la crisis del euro– muestran una curva ascendente. Ahora están más altos que en febrero. Al mismo tiempo, los titulares de obligaciones convertibles en acciones vuelven a liquidarlos. Los CoCo se negocian a penas a la mitad de su valor nominal.

Un banquero no necesita mucho tiempo para comprender el significado de estas cifras: esta pendiente es el índice de desconfianza del mundo financiero.

El dilema de Merkel

Angela Merkel, al mostrarse firme, tenía varios cálculos en mente. Primero mantener un pulso con las autoridades judiciales de Estados Unidos para obligarlos a hacer frente a sus responsabilidades, no hacerles creer que el Gobierno alemán podía sustituir de un momento u otro al banco. Atacar de forma imprudente al Deutsche Bank podía ser el detonador de un nuevo seísmo financiero, parece recordar de forma soterrada el Gobierno alemán.

Pero esta intransigencia también tiene una dimensión nacional y europea. Mientras el electorado le da la espalda, Angela Merkel quiere renovar los compromisos adquiridos: los contribuyentes no salvarán los bancos. Y más teniendo en cuenta que en el caso del Deutsche Bank la cuantía podría ser elevada.

Este toque de atención también está dirigido a todos los responsables europeos: Berlín no transige, cueste lo que cueste. Ceder con el Deustche Bank es ceder con todo, desde el punto de vista de la canciller. ¿Cómo negarle después al ministro Mateo Renzi, que no ha dejado de insistir estos días sobre la peligrosidad del Deutsche Bank, que recurra al dinero público para salvar el sistema bancario italiano? ¿Cómo infundir disciplina a los Gobiernos europeos que, a decir de Berlín, campan demasiado a sus anchas? Toda la paciente construcción de Angela Merkel en Europa, desde el comienzo de la crisis, acabaría por los suelos, según el análisis.

Pero hay realidades económicas que a veces pueden echar por tierra consideraciones políticas. Si la situación del Deutsche Bank sigue empeorando, Berlín ¿puede negar durante mucho tiempo la ayuda a este banco, que está en el corazón del mecanismo económico y que ha garantizado desde hace años el reciclaje de todos los excedentes comerciales alemanes? Angela Merkel ¿aceptará correr el riesgo de una grave crisis?

No creo que Alemania se niegue a intervenir si el Deutsche Bank estuviese realmente en problemas. Es demasiado importante para la economía alemana”, ha dicho Andreas Uterman, responsable de inversiones del grupo Allianz Seguros, en Bloomberg. Numerosos analistas coinciden: el Deutsche Bank es demasiado importante para Alemania y para el mundo de las finanzas para que Berlín se permita dejarlo caer.

Mientras el banco alemán está bajo el fuego de la especulación, corre el riesgo de acentuarse la presión para probar cuáles son los límites del banco, pero también del del Gobierno alemán. Esta situación puede durar días y apagarse. También puede empeorar.

El riesgo es que la situación escape a todo el mundo, que el Gobierno alemán tarde en reaccionar. Los precedentes de la crisis griega no son tranquilizadores. Por dogmatismo y por cálculo político, Angela Merkel ha retrasado el momento, sobre todo frente a Atenas, hasta poner la eurozona en peligro. Esta crisis, que se podía haber resuelto con varias decenas de miles de euros y una garantía de prestamista, se ha saldado con el hundimiento de un país, con la crisis de la eurozona y el rechazo de Europa. Si se repitieran los mismos errores con el Deutsche Bank, el coste sería todavía más elevado.

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Traducción: Mariola Moreno

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