Canadá

Justin Trudeau: primer ministro canadiense y maestro del ‘postureo’

El ministro chino de Exteriores reprende a una periodista canadiense que preguntó por los derechos humanos en el país

Es uno de esos episodios que habría pasado desapercibido en muchas democracias parlamentarias. Sin embargo, en Ottawa, en el acogedor interior del Parlamento canadiense, el empujón del primer ministro, Justin Trudeau, conmocionó a la clase política e incendió las redes sociales. La pasada primavera, mientras los candidatos federales se disponían a votar una moción del Gobierno, Trudeau se interponía de forma enérgica en mitad de un pequeño grupo de parlamentarios y, de pasó, dio un codazo en el pecho, de forma involuntaria, a una diputada del Nuevo Partido Democrático (NPD).

Una vez superado el revuelo provocado por el incidente y las reacciones airadas de los diputados de la oposición, Justin Trudeau presentó sus disculpas “sin reservas” a la diputada, después de reconocer que el golpe, aunque involuntario, era “inaceptable”. Y la polémica quedó más o menos ahí. El episodio es representativo del primer año de mandato del primer ministro canadiense: cada vez que se perfilaba una situación de crisis, por anecdótica o simbólica que fuese, Justin Trudeau, cual felino, sabía caer de pie.

Desde que resultó elegido, hace exactamente un año, Justin Trudeau mantiene intacta su popularidad. “Algo nunca visto”, resume Louis Massicotte, politólogo en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Laval, en Québec: “En general, los primeros ministros gozan de un periodo de gracia que se prolonga durante seis meses. Pasado ese periodo, la realidad del ejercicio del poder les atrapa. No parece sucederle así al joven Trudeau”. En un sondeo realizado en septiembre de 2016, casi el 70% de los encuestados consideraban que Justin Trudeau seguía teniendo todas las cualidades de un buen dirigente político.

Esta popularidad se debe tanto a su habilidad y a su omnipresencia en los medios de comunicación y en las redes sociales como a la falta de liderazgo en el resto de formaciones canadienses, matiza Louis Massicotte. Por un lado, el Partido Conservador de Canadá (PCC) no termina de pasar la página de los años Harper y todavía no ejerce su papel de fuerza de oposición en el Parlamento de Ottawa. Por otro lado, el Nuevo Partido Democrático (NPD) no ha digerido la derrota en las elecciones federales de 2015 y, aunque aún no ha sido oficialmente invitado a salir, Thomas Mulcair, el líder del partido, quedó desautorizado por la militancia en primavera. Eso sí, entre los logros del año I de la era Trudeau, los observadores destacan la aprobación de la ley de asistencia médica para morir y la apertura de una investigación de ámbito nacional para esclarecer lo sucedido con las mujeres y las jóvenes del país desaparecidas y asesinadas.

En este contexto muy favorable y precisamente debido a su popularidad, es muy difícil dirigir críticas al Gobierno Trudeau, afirma Christian Nadeau, profesor de Filosofía en la Universidad de Montreal: “Antes, el Gobierno conservador de Stephen Harper tenía gestos tan antidemocráticos y existía tal división que las críticas, muy radicales, se trasladaban a los medios de comunicación y a la opinión pública. No sucede así con Justin Trudeau, que gusta del consenso”. Para que la crítica surta efecto, a decir del filósofo, es necesario que sea más sutil. De lo contrario, choca con las insolentes curvas de los sondeos de popularidad.

Pese a todo, en determinados asuntos, el primer ministro canadiense se ha mostrado más a la defensiva en estos últimos meses lo que, el año que viene, puede pasarle factura. Así lo cree Frédéric Boily, politólogo y profesor en la Universidad de Alberta: “El Gobierno liberal ha puesto en marcha numerosas políticas cuyos efectos tardarán en llegar. Sucede así con una de las promesas estrella de campaña: las inversiones en infraestructuras para estimular la economía canadiense. Sin embargo, los proyectos concretos escasean y, hasta la fecha, la economía canadiense permanece estancada, como la mayoría de economías occidentales. Pero los canadienses esperaban que el despegue económico fuese más rápido”.

Otro terreno resbaladizo para el primer ministro es el diplomático. Después de los años de letargo conservador, el regreso de Canadá al panorama internacional ha sido bien recibido por numerosos observadores y por los países socios de Ottawa. Como prometió al ser elegido primer ministro, Justin Trudeau ha recuperado la imagen de una Canadá sincera y abierta en su relación con el mundo. El mejor ejemplo lo dio coincidiendo con la gestión de la crisis migratoria internacional, con la acogida de 25.000 refugiados sirios en cuatro meses, poco después de la llegada de los liberales al Gobierno. Las imágenes de Justin Trudeau, muy sonriente, recibiendo a las primeras familias en el aeropuerto de Toronto dieron la vuelta al mundo. “Una lección refrescante de compasión”, escribió la revista norteamericana GQ, en una alusión directa a sus propios líderes políticos, claramente menos amigables con los refugiados.

Primeras medidas

Pero este storytellling controlado no debe hacer olvidar los numerosos casos sensibles que tiene sobre la mesa Justin Trudeau: venta de material militar a Arabia Saudí, importantes acuerdos comerciales con China, acuerdo de libre comercio Canadá-UE, cambio climático... El caso de la venta de armas es sin duda uno de los más paradójicos, en opinión de Christian Nadeau. En primavera, la confirmación del contrato de venta de vehículos blindados militares a Arabia Saudí provocó reacciones airadas en una parte de la oposición parlamentaria y en las asociaciones de defensa de los derechos humanos. Varias voces reclamaron la anulación del contrato por valor de 15.000 millones de dólares canadienses, firmado en 2014, cuando los conservadores de Stephen Harper dirigían el país. Las asociaciones alegaron que existía “el riesgo más que razonable de que los vehículos blindados ligeros fabricados por General Dynamics Lans Systems Canada sirviesen para cometer múltiples violaciones de los derechos humanos”.

Justin Trudeau respondió a la polémica que su país debía “proyectar mundialmente la imagen de un país que respeta sus compromisos”. Su ministra de Asuntos Extranjeros, Stéphane Dion, tuvo que hacer malabarismos para salir del atolladero: “Si Canadá tiene que dejar de hacer negocios con los países que ejecutan y que defienden la pena de muerte, la lista puede ser larga y no hay que ir muy lejos”, en alusión a algunos Estados del vecino norteamericano, primer socio comercial de Canadá.

No obstante, el asunto es sensible. Tras resultar elegido, Justin Trudeau suspendió la participación de Canadá en la misión militar en Irak y en Siria para concentrar los esfuerzos de los soldados canadienses en la formación de las tropas locales y en la distribución de ayuda alimentaria para los refugiados. Meses después, se veía obligado a defender la política de su país, que desde 2016 es uno de los mayores vendedores de armas y de material militar del mundo. Según los datos publicados en julio por el instituto IHS Jane's, Canadá es el segundo país exportador de armas a Oriente Medio. “Estamos en las antípodas del discurso, de la imagen y de la figura del guardián de la paz que trata de dar Justin Trudeau en el extranjero”, constata Christian Nadeau. Para Louis Massicotte, en esos casos, los intereses económicos canadienses priman sobre cualquier otra consideración.

La crisis petrolífera internacional y las desastrosas consecuencias que acarreó para las provincias canadienses productoras de petróleo de arenas bituminosas, con Alberta a la cabeza, han perjudicado el modelo económico canadiense.

Para salir de la crisis, Justin Trudeau multiplicó las promesas y los compromisos. Coincidiendo con la cumbre del clima COP21 de Francia, de 2015, apareció como actor entusiasta y colaborativo de la lucha contra el cambio climático. “Sin embargo, pareció olvidar todos sus compromisos apenas había puesto un pie en Ottawa”, lamenta Anne-Céline Guyon, portavoz de Coule pas chez nous!, una campaña ciudadana contra los proyectos de transporte de petróleo, procedente de las arenas bituminosas, a través de Canadá. “La realidad de hoy es que el Gobierno liberal mantiene los mismos objetivos de reducción de gases de efecto invernadero que con los conservadores en el poder; y eso pese a que Canadá ya va muy por detrás en lo que a los países occidentes respecta y el Gobierno sigue buscando cómo exportar su petróleo y gas de esquisto”. El país es el noveno mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero (500 millones de toneladas de dióxido de carbono).

Los primeros compromisos del Gobierno liberal no se digirieron a tranquilizar a los ambientalistas canadienses ni a las Primeras Naciones, algunas de las cuales luchan por impedir que los proyectos de extracción de los recursos naturales saqueen sus territorios ancestrales. A principios de octubre, el Gobierno Trudeau aprobó el Pacific Northwest LNG, un proyecto de exportación de gas natural licuado desde la Costa Oeste canadiense por un montante de 36.000 millones de dólares. “Estamos hablando de gas de esquisto, un importante contaminante”, dice Anne-Céline Guyon. La Agencia canadiense de Evaluación Medio Ambiental (ACEE, por sus siglas en francés) determinó que Pacific Northwest LNG emitiría entre 6,5 y 8,7 millones de toneladas de gas de efecto invernadero.

Al mismo tiempo y mientras Canadá acababa de ratificar el acuerdo de París sobre el clima, Justin Trudeau anunció la instauración de una tasa de carbono en 2018 de aplicación en las provincias que no se respeten los compromisos canadienses. Ottawa impondrá un precio de 10 dólares canadienses por tonelada en 2018, hasta alcanzar los 50 euros tonelada en 2022. Un montante claramente insuficiente, según Anne-Célice Guyon, que opina que el precio debería fijarse en 100 dólares y que recuerda que varias provincias ya hacen lo que está en su mano por luchar contra el cambio climático.

Apariencias

Por último, Justin Trudeau ha de hacer frente a la resistencia de las localidades de Québec, grupos ciudadanos y organizaciones de protección del medio ambiente contrarios desde hace muchos meses al proyecto de gasoducto de Énergie Est de la empresa Transcanada. Si ve la luz, el gasoducto puede llegar a transportar a diario 1,1 millones de barriles de petróleo, directamente salidos de las arenas bituminosas de Alberta con dirección a Nuevo Brunswick, a través de Québec. “Supone un grave peligro para Canadá, para los cientos de cursos de agua que atravesaría y para el río Saint-Laurent”, precisa Anne-Céline Guyon.

Pero frente a la presión de las compañías petroleras y a los imperativos económicos, Justin Trudeau no parece estar dispuesto a renunciar al maná financiero que representa para la economía canadiense la explotación de las energías fósiles. Una postura que no sorprende a Nadeau: “En varias cuestiones, el Partido Liberal coincide con los conservadores; es el caso de los recursos naturales y la seguridad interior”.

El filósofo y presidente de la Liga de los Derechos y Libertades recuerda que Canadá vive desde 2015 bajo el régimen de la ley C-51, “un conjunto de medidas de seguridad de las más opacas y más coercitivas que Canadá ha conocido en los últimos años y en las que Trudeau no está dispuesto a dar marcha atrás”. La ley, aprobada por el Gobierno anterior, no ha sido cuestionada por los liberales. “Una parte de la sociedad civil canadiense se preocupa por los debates sobre el estado de excepción en Francia cuando vivimos nosotros en un estado de excepción sin que los medios ni la opinión pública se hagan eco de ello”.

Otro asunto que no apasiona a la opinión pública, pero que puede tener una importante repercuión, es el acuerdo de Libre Comercio Canadá-UE (CETA), calificado de “progresista” por Justin Trudeau en el G20. A un lado y al otro del Atlántico, sin embargo, el futuro acuerdo preocupa. Invitado por el Consejo de Canadienses, sindicatos agrícolas y opositores al CETA para hablar del acuerdo, el diputado ecologista José Bové vio cómo los servicios de vigilancia fronteriza le impedían el acceso al territorio canadiense. En las redes sociales, la numerosa comunidad francesa de Québec destacaba lo absurdo de la situación: “Con el CETA se dice sí a las mercancía, pero no a los diputados europeos ecologistas en contra del libre-comercio y sus efectos negativos para los agricultores, sobre la sociedad y el clima”. Una publicidad de la que habría prescindido perfectamente Justin Trudeau a unos días de la firma definitiva del tratado.

¿Hasta cuándo la omnipresencia de Justin Trudeau en los medios de comunicación, más a menudo en modo selfie que de forma oficial, va a ocultar los verdaderos desafíos? Para Louis Massicoote, el primer ministro tiene bastante margen de maniobra y mientras la oposición permanezca callada, tendrá el control de la agenda política. Frédéric Boily es más sutil: “Por supuesto no se puede pedir a un Gobierno que lo haga todo el primer año. El problema es que los liberales pusieron alto el listón en campaña al multiplicar las promesas. Era una forma de decirle a los canadienses: 'pese a la juventud de Justin Trudeau, estamos listos para gobernar.' En ese sentido, son en cierto modo víctimas de su propio mensaje electoral". Aunque al día siguiente de las elecciones, se lanzó la página www.trudeaumetre.ca para comprobar si el Gobierno cumplía sus promesas. O no. ____________

Traducción: Mariola Moreno

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