Elecciones a la Casa Blanca

De Obama a Trump: EEUU empequeñece

De Obama a Trump: EEUU empequeñece

Rara vez, el resultado de unas elecciones presidenciales han sorprendido a tanta gente en Estados Unidos. Ni tan siquiera sucedió así en el año 2000, cuando se enfrentaban Al Gore y George W. Bush. No sólo han errado entendidos, expertos en demoscopia, analistas y, por supuesto, periodistas. Buena parte de los jerarcas del Partido Republicano tampoco creía en que Donald Trump fuera a obtener un resultado así. Su mensaje nacionalista populista, xenófobo y sexista iba en contra de lo que la mayor parte de politólogos y de demógrafos constataba de la evolución de EEUU: un país que cada vez era más multicultural, urbano, socialmente progresista (matrimonio homosexual, legalización de la marihuana).

Con la constatación de esta transformación, el Partido Republicano, el día después de las elecciones presidenciales de 2012, llevó a cabo un estudio en profundidad de las razones de su derrota en los dos últimos comicios. La conclusión a la que llegaron los cientos de representantes electos y de expertos consultados fue muy clara. El partido tenía que abrirse a los cambios en marcha en la sociedad norteamericana: sobre todo, al crecimiento de la población hispana y a la apertura al resto del mundo. De otro modo, corría el riesgo de desaparecer.

Ahora bien, Donald Trump acaba de demostrar exactamente lo contrario: al llevar a cabo una campaña estrecha y polarizada, ha despertado a las clases populares blancas que se habían apartado de la política y del partido conservador.

Nadie sabe lo que piensa realmente Trump. Lo ha dicho prácticamente todo y lo contrario. Por contra, se sabe prácticamente lo que piensan sus electores y por qué han visto en él a su improbable campeón. Los obreros y los asalariados condenados a los mac-jobs han elegido a un multimillonario. Un hombre, que recurrió a inmigrantes en situación irregular para materializar sus proyectos inmobiliarios, ha prometido construir un muro con México para luchar contra la inmigración. Un hombre de negocios, que se ha hecho especialista en eludir las leyes para no pagar impuestos y conseguir subvenciones públicas, asegura que va a reformar el Gobierno...

Podríamos proseguir hasta el infinito con esta lista de contradicciones y apostamos que mucha gente va a citar a Antonio Gramsci en los próximos días (“El viejo mundo se muere, el nuevo mundo tarda en aparecer y en este claroscuro surgen los monstruos”), pero la realidad es que ha resultado que decenas de millones de norteamericanos se han decantado por Donald Trump para encarnar su futuro. ¿Por qué?

La revuelta popular. Una parte del electorado ha decidido hacerle una peineta a la élite que, hace demasiados años, los mira por encima del hombro. La mayoría de los electores de Trump aluden a la dimensión epidérmica de un voto “liberador”, cansados como están de los políticos que recurren a los discursos hueros y políticamente correctos. Ven a representantes de derecha que proclaman su voluntad de defender a las clases medias, pero que sólo proponen políticas para los más ricos y las grandes empresas. Ven que representantes de izquierdas se sitúan en el centroderecha. Ven a representantes que se venden a los lobbies de toda índole. Entonces, ¿por qué no votar a un paria que insulta al sistema y que promete dinamitarlo desde dentro (aunque no sea más que un actor de telerrealidad)?

Tampoco hay que desdeñar la dimensión monárquica de ver a una Clinton suceder a un Obama que sucedía a un Bush que sucedía a un Clinton que sucedía a un Bush. En un país que venera a los self made men, los hombres hechos a sí mismos, y que se ha construido sobre el rechazo a la nobleza europea, perviven los deseos de cortar las cabezas precipitadamente coronadas.

La deriva del Partido Republicano. Al aceptar alinearse ciegamente con George W. Bush y sus guerras, cerrando los ojos ante su incompetencia manifiesta (Katrina, las reformas abortadas de las pensiones, el aparato de vigilancia secreta), el Partido Republicano aceptaba renunciar a su espíritu crítico. Tragó con políticas contrarias a su discurso oficial. Siguió su carrera ciega abrazando a Sarah Palin, después abriendo la puerta al tea Party, movimiento rebelde ultaconservador y racista. En lugar de combatir a éste último, los barones del partido pactaron con él. Y todo ello para acabar por abrir la veda a Trump, que sólo ha tenido que agacharse para recoger las migajas de un partido hecho jirones a fuerza de hacer equilibrios. También ahí, numerosos conservadores han apoyado al promotor inmobiliario pensando llegar a controlarlo o apostando por su derrota. Una vez más, se equivocaron. Donald Trump no es más que el fruto de una represión ideológica unido a un extremismo de la base electoral. Es la criatura de Frankenstein que escapa a sus aprendices de brujo.

El fracaso de los demócratas. Uno de los grandes temas de discusión de los próximos años va a ser: ¿Habría sido Bernie Sanders un candidato mejor que Hillary Clinton? O dicho de otro modo, ¿por qué Obama, presidente todavía relativamente popular, no ha conseguir imponer a su heredero ideológico? Se puede pensar legítimamente que a la vista del entusiasmo que ha suscitado Sanders durante las primarias demócratas, a la vista de la plataforma progresista adoptada por los militantes, a la vista de los éxitos locales del partido en cuestiones importantes (salario mínimo, energías renovables, tributación progresiva), Barack Obama y Hillary Clinton se han mostrado timoratos en exceso, no lo suficientemente progresistas.

Es verdad que Obama ha “salvado” la industria del automóvil y permitido a Estados Unidos no hundirse en una depresión gracias a su plan de estímulos de 2009, pero no quiso llevar a los tribunales a los responsables de la crisis financiera, no “reformó Wall Street”, tal y como había prometido. Creó un sistema de sanitario mal organizado y horriblemente complicado, no tocó los recortes fiscales para las mayores fortunas aprobadas por Bush. Durante su mandato, asistió a un crecimiento de las desigualdades desconocido en el país desde comienzos del siglo XX, mantuvo el salario mínimo a unos niveles insuficientes para salir de la pobreza y dejó que la desindustrialización del país continuase sin ofrecer alternativas. Todo esto, por supuesto, no es sólo responsabilidad de Obama, sino de la incapacidad de la izquierda norteamericana para saber responder a las expectativas y al sufrimiento de los que representaban, hace todavía poco, su base electoral.

Aunque Trump sea un charlatán, no cuenten con ningún proyecto real para reducir las desigualdades, representa un test de Rorschach para numerosos electores, sobre todo de izquierdas y de desencantados. Mientras, Hillary Clinton ocupa una posición bien conocida: la misma que la de la izquierda socialdemócrata que, de Bill Clinton a Tony Blair, de Gerard Schroeder a José Luis Rodríguez Zapatero, de François Holande a Barack Obama, sigue eligiendo aceptar los dogmas liberales de la derecha con más o menos comodidad.

La dimensión xenófoba y machista. Es el aspecto más preocupante. Un candidato que discriminaba a los inquilinos negros, cuando –de joven- gestionaba apartamentos, que ha calificado a los inmigrantes mexicanos de violadores y de criminales, que prevé prohibir el acceso al país a los musulmanes, que considera a las mujeres objetos, sucede al primer presidente afroamericano y derrota a una contrincante feminista. ¿Qué dice esto de los norteamericanos? Sin duda es la dimensión más sombría de estas elecciones.

Indiscutiblemente hay una parte de la ciudadanía norteamericana que está a disgusto con la evolución del país en el último medio siglo: los paneles bilingües en los edificios públicos, los matrimonios mixtos, la emancipación de las mujeres, la pérdida de influencia de la religión en los medios de comunicación, la amenaza difusa del terrorismo islámico... Han optado por votar a una personalidad que dice en alto lo que piensan, también ellos, en alto.

Será necesario esperar varios meses, incluso varios años, para saber si estas elecciones han sido una reacción impulsiva y desesperada o si marcan un verdadero punto de inflexión, un empequeñecimiento duradero de Estados Unidos.

Trump es el presidente

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

Más sobre este tema
stats