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Elecciones a la Casa Blanca

Votantes al borde de un ataque de nervios

“¡Gracias, Cubs! Gracias por distraernos!”. El pasado viernes 4, en las calles de la tercera ciudad de Estados Unidos, el ambiente era festivo, incluso desenfrenado. La ciudad entera parecía que se había dado cita en la calle, con una camiseta azul, para celebrar la victoria del equipo de béisbol de los Chicago Cubs (los cachorros) en las World Series celebradas dos días antes. Hacía 108 años que los Cubs no ganaban, por lo que las autoridades municipales organizaron un desfile que el periódico local calificaba de “fiesta del siglo”. Ni más ni menos.

Pero el desfile era más bien, en opinión de algunos, una válvula de escape bien recibida en un otoño sombrío. Por supuesto, no han faltado los habituales tiroteos en una ciudad que, los lunes, hace balance de los muertos del fin de semana, caídos bajo el fuego de las balas de los ajustes de cuentas entre bandas, pero sobre todo se habla de la proximidad de una campaña que pasa factura incluso a los más forofos. “No aguanto estas elecciones. Tengo ganas de que pasen”, dice Jeff, de 38 años, mensajero. “Doy gracias a los Cubs por regalarnos por fin una ocasión para celebrar algo en lugar de ver a toda página, en los periódicos, a Trump y a Clinton”, precisa Laurie, profesora. Las elecciones comenzaron hace exactamente 18 meses y los estadounidenses parecen estar hasta el gorro. “Cada cuatro años es así, pero este año es especial. Estas elecciones son una locura: entre las idioteces de Trump y los temas Hillary, el suicidio colectivo del Partido Republicano, los medios de comunicación que no hablan de otra cosa…”, continúa Jeff.

Nunca antes se habían disputado la Presidencia de la Casa Blanca dos candidatos que generan semejante desconfianza, dos viejos conocidos del electorado, uno por su presencia en política, el otro por sus locuras mediatico-inmobiliarias. “Trato de resistir frente a todos mis amigos, que no dejan de repetir: '¡Son las elecciones más importantes de nuestra vida!”, pero no es sencillo, todo el mundo parece exaltado y dispuesto a hacer afirmaciones llamativas...”, se lamenta Anna, consultora en administración de empresas, que trabaja para la Alcaldía de Chicago, ahora en manos del ex director de gabinete de Barack Obama en la Casa Blanca. Sin contar con los presentadores de los programas políticos, los editorialistas y los militantes, cuyas intervenciones van siempre precedidas por una o dos frases de estas frases: “Son las elecciones más importante de las últimas décadas” o “la campaña electoral más nauseabunda de la historia está llegando a su fin”.

Y, de facto, nadie escapaba estos días a esta forma de psicosis colectiva. Para muestra, basten estos ejemplos:

Los equipos de campaña de Trump y de Clinton envían decenas de e-mails diarios en un tono alarmista del tipo: “¡Es la ofensiva final, no permitan que se nos escape la Casa Blanca! Si aportas 25 dólares ahora, tenemos la victoria al alcance de la mano”.

Los demócratas más paranoicos empiezan a averiguar cómo exiliarse a Canadá o a Europa, si vencen los republicanos, tal y como sucedió tras conocerse el resultado del Brexit, cuando querían conseguir un pasaporte europe.

Las milicias de ultraderecha se entrenan en los boques de Georgia para hacer frente “a la amenaza Hillary” quien supuestamente prevé confiscarles los fusiles de asalto, mientras que las suprematistas blancos amenazan con bloquear las votaciones en los barrios negros.

Presentadores de Fox News se preocupan muy seriamente por un “culto satánico” en la campaña Clinton. 

El electorado de izquierda hiperventila cada vez que los sondeos, muy ajustados en la recta final, presentan un punto de inflexión. Consultan 15 veces al día las numerosas páginas especializadas en analizar las sutilezas del colegio electoral y de los últimos sondeos. Estas páginas, por supuesto, disponen de su app correspondiente para Smartphone.

Los 33 millones de votantes que han ejercido su derecho al sufragio por correo comienzan a preguntarse si su voto será contabilizado correctamente, porque no han recibido acuse de recibido ninguno (normal, no lo hay). Y los que realmente tenían pensado depositar el voto en urna este martes, están preocupados por si hackers rusos piratean su sufragio (no hay ninguna posibilidad ya que las máquinas para votar no están conectadas a internet).

Los periódicos vienen plagados de consejos para saber qué hacer en las comidas familiares y en la cena de Acción de Gracias, de finales de noviembre, cuando se sienten alrededor de la mesa los tíos que han votado a Trump, las primas que apoyan a Hillary y los que no votan, hastiados de la política.

En resumen, nadie mantiene la calma y reina un ambiente apocalíptico.

En un país ahora megapolarizado, donde los adversarios no sólo presentan diferencias ideológicas, sino que se odian, muchos norteamericanos presentan dificultades a la hora de mantener la cabeza fría. “Me gustaría decirle que en la mañana del 9 de noviembre todo el mundo se dará la mano, que una minoría del país aceptará la derrota y que la mayoría aceptará la victoria con deportividad, pero ni siquiera yo me lo creo”, señala Walter Johnson, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Illinois. “Los republicanos empiezan ya a sacar sus armas, por si pierden, pensando ya en las diversas formas de impedir que Hillary Clinton gobierne. En cuanto a los demócratas, hacen como si no viesen esa parte de EEUU que teme al futuro, que se repliega sobre sí misma y que ya no disfruta de una prosperidad económica redistribuida entre todos”.

Si la jura de bandera sigue significando fidelidad a “una nación unida bajo la autoridad de Dios”, tan sólo quedan las victorias en el béisbol para conseguir unir a los norteamericanos y hacerles olvidar el estado de histeria política en que se halla sumido el país.

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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