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Las razones de la derrota de Valls

El ex primer ministro de Francia, Manuel Valls.

Las urnas han confirmado la derrota, que se veía venir. Valls no ha conseguido que ni el Partido Socialista ni sus simpatizantes se sumen a su oferta social-liberal y occidentalista. Toda ella se basaba en una supuesta amenaza: la de un declive cultural, en caso de no defender los “valores de la República” frente a los fantasmas gemelos del FN y del islamismo, y la de un declive económico, en el supuesto de que Francia no mejore su competitividad, en el seno del mercado mundial, de las demandas incuestionables.

La violenta campaña vivida entre las dos vueltas –por las supuestas complacencias de Benoît Hamon para con el radicalismo religioso y el irrealismo que se ha atribuido a su propuesta de renta universal– estaba completamente estructurada conforme a esta visión del mundo, que esta vez no ha triunfado en la izquierda. Aunque esta visión se ha forjado en el medio plazo, su derrota también se explica por toda una serie de hándicaps que Manuel Valls ha ido acumulado con el paso de los años. Y que se pueden resumir gráficamente en: marginalidad estructural en el PS, incoherencia(s) estratégica(s) y arrogancia.

Las razones fundamentales de la derrota de Valls radican en la inadecuación entre el mensaje que debía defender, la audiencia a la que se dirigía y el marco en el que tenía que convencer. Frente a esta madeja de obligaciones, Valls no arregló su situación; en primer lugar, al dejar de lado la mayor estructuración de sus apoyos en el partido cuya cultura pretendía cambiar y, después, al apoyarse en exceso en los recursos institucionales que había conseguido conquistar.

Ascenso

Bien es verdad que el ascenso, hasta convertirse en primer ministro, fue todo un golpe maestro, bastante fascinante si se piensa que, después de vivido en la estela de Rocard y de Jospin, Valls sólo se hizo con su propio espacio con una serie de gestos iconoclastas, acabando poco más o menos con todas las reliquias que unían aún el PS a la izquierda, aunque reformista. Rechazo a la reducción de la jornada laboral, oda a la empresa y al IVA, apuesta por la seguridad en lugar por las libertades públicas... Valls no ha dejado de cuestionar la doctrina oficial del partido, hasta el punto de presentarse como una posible vía a la “apertura” de Nicolas Sarkozy en 2007, año en que Valls rechazó la propuesta de aquél para entrar en el gobierno, dejando eso sí una puerta abierta.

La perspectiva de la alternancia le evitó tener que revivir el dilema. Su presencia en las primarias socialistas de 2011 le convirtió en el centro de las burlas –era conocido como Señor 5%–, pero le permitió ganar notoriedad, convertirse en director de comunicación del candidato Hollande (puesto que ya ocupó con Jospin) y sobre todo le facilitó la llegada al Ministerio del Interior, último trampolín previo a Matignon. En el Congreso del PS de 2012 (Toulouse) y de 2015 (Poitiers), se cuidó mucho de no hacerse notar directamente, pese a que la comunicación estuvo vertebrada sobre la expresión regular de sus diferencias. Y eso es lo que ha hecho siempre, incluso en 2008 en Reims, cuando después de haber firmado una de las contribuciones más a la derecha con Gérard Collomb y Jean-Noël Guérini, se integró en la moción de Ségolène Royal.

En la cima del poder, la doctrina vallsista se confirmaba aún más con Jean-Marie Le Guen al frente. En un ensayo de la Fundación Jean-Jaurès, éste consigna la visión de mundo de este primer ministro que quiere hacer cuajar definitivamente una “cultura de Gobierno” en el partido, romper los vínculos con una izquierda antiliberal y relativista, pero “reflexionar” y “pasar por alto las alternancias” y trabajar con la derecha que sabe mantener las distancias con el FN. Para los vallsistas, el contexto actual (el de la guerra a la puerta, la mundialización insuperable y la presencia de una derecha radical poderosa) exige en efecto subvertir la vieja oposición derecha-izquierda, para defender mejor a la República (tal y como ellos la interpretan, estática y vertical) frente a los que la atacan o la debilitan.

Proyecto alejado de la bipolarización derecha-izquierda

El problema –y constituye una contradicción principal del proyecto de Valls– radica en la estructura de la competición política en Francia. Ésta, sobre todo porque las elecciones se celebran a dos vueltas en las presidenciales, se caracteriza por la bipolarización de las fuerzas políticas. Sigue preservando un juego de alternancia entre una derecha dominada por Los Republicanos (antigua UMP) y una izquierda dominada por el Partido Socialista, y más por la inversión del calendario electoral, deseado por Jospin, coincidiendo con el comiezo del quinquenato, que ha reducido la probabilidad de que un jefe de Estado reelegido no tenga mayoría en la Asamblea Nacional.

Los partidarios de una cooperación más estrecha entre el centroderecha y el centroizquierda, cuando son consecuentes con ellos mismos, lógicamente quieren desbloquear el sistema que impide dicha cooperación. El es el caso del politólogo Gérard Grunberg, que hace tiempo defiende un sistema plenamente proporcional, “para hacer posibles coaliciones políticas de geometría variable”. Podría parecer que los vallsistas habían hecho suya esta idea. En una nota anterior a la de Le Guen a finales de 2014, el senador alcalde Luc Carvounas había defendido un régimen presidencial a la francesa, que incluya precisamente la proposición de una proporcional integral “a partir de 2017”.

¿Es el efecto de las departamentales de marzo de 2015, cuyo sistema electoral de mayoría relativa permitió preservar las posiciones socialistas o la causa de una adhesión de principios a la V república, que Valls defendió sin rodeos en una nota del PS en 2011 (sugería una dosis proporcional, peor muy débil)? La proposición Carvounas nunca se consideró al más alto nivel, al aludir Le Guen en lugar de una hipotética “casa común”, “la recomposición política [que debía, en su opinión] preceder la evolución institucional”. Una apuesta atrevida...

Esta incoherencia, inherente al proyecto vallsista, se puso de manifiesto en todo su esplendor en el momento de las primarias, cuando el candidato se vio obligado a dirigirse al “pueblo de izquierdas”. Valls en un primer momento mantuvo una postura aglutinadora, pero ésta le hizo perder su originalidad, sin convencer a mucha gente. Posteriormente recuperaría su “batalla identitaria”, cuyo potencial movilizador, sin embargo, es parcialmente exterior a la audiencia privilegiada de las primarias.

Sin embargo, las personas de su entorno trataron de dotar de más contenido a su agenda económica y social, con el objetivo de evitar que encerrase en la postura soberana que tanto le gusta. A finales de 2014, Valls pronunció un discurso sobre el Estado del bienestar en la Fundación Jean-Jaurès, después de hacer mención, por primera vez, en una entrevista en L’Obs, la noción ambigua pero prometedora de predistribución. Sin embargo, dicho concepto no volverá a salir de su boca. Está claro que Valls no juzgó útil trabajar más este tipo de desafíos. Los atentados yihadistas que golpearon el país desde 2015 le llevaron a replegarse en un imaginario antitotalitario, alimentado por numerosos intelectuales, en el que el islamismo tomaba el relevo de las amenazas pardas o rojas del pasado.

El hecho de anteponer la autoridad y la laicidad de combate sin embargo se vio enturbiada por la polémica en torno a la retirada de la nacionalidad, que desmentía el credo universalista inherente a la cultura de los socialistas y de la izquierda en general. Además, no sólo la población francesa se revelaba resistente a a los atentados sucesivos, sino que los desafíos socioeconómicos se situaban en primera línea, con la contestación de la reforma laboral y la aparición del movimiento Nuit Debout, que incluía también en la agenda la cuestión democrática frente a un Señor 5%, que se había convertido en Señor 49-3.

Cuando la renuncia de François Hollande abrió por fin la vía a Manuel Valls en diciembre pasado, este último se presentó arrastrando el lastre del balance de Gobierno (un fardo que ha desanimado en masa al electorado de izquierdas), sin un posicionamiento original sobre la cuestión social (en plena crisis estructural del capitalismo) e identificado con una postura autoritaria que choca en buena medida con el electorado “natural” que vota en las primarias.

Un problema de organización y de timing

Hay otros dos aspectos que han terminado por lastrar una candidatura mal encaminada. Por un lado, Valls no ha podido contar con una red de apoyos estructurados y correctamente movilizada. Los apoyos oficiales que ha conseguido, ciertamente superiores a los logrados por sus adversarios, no representaban a una mayoría del aparato y no se han traducido en la movilización de la militancia. Su floja campaña sobre el terreno, con numerosos mítines anulados, han sido un claro ejemplo de ello. Por contra, además de los asuntos que le han ayudado a atraer a más gente a los mítines, Benoît Hamon se ha beneficiado del saber hacer y del efecto arrastre de los integrantes de su corriente.

Como subraya el investigador Thibaut Rioufreyt en su último libro, se trata de una diferencia notable con respecto a Blair, otro iconoclasta de centroizquierdas con el que se compara con frecuencia a Valls. El primero efectivamente renovó la identidad y las estructuras de su partido, antes de conquistar y ejercer el poder sobre su nombre. Valls ha pecado de orgullo al creer que su condición de primer ministro de la V República le ahorraba ese trabajo organizacional ingrato, creyendo que podía sustituirlo por una campaña en forma de guerra relámpago. Al contrario, ni siquiera ha conseguido unir a toda el ala izquierda y al centro del partido, ni ha conseguido el apoyo del presidente de la República, desaire último que contraría el reflejo legitimista con el que contaba y que recuerda a la marginalidad de la derecha en la que ha retozado durante tantos años.

En resumen, Valls recurrió al golpe de la “facción externa” del partido, es decir, aquélla que trata de traducir los éxitos de opinión en una mayoría en el seno del PS y entre los simpatizantes socialistas. Su mentor Michel Rocard no logró este reto, lo que le obligó a verse desdibujado en dos ocasiones por su histórico rival François Mitterrand. Ségolène Royal sólo lo consiguió parcialmente, durante las primarias semiabiertas de 2006. Valls, en la primera línea de la “victoria robada” en el congreso de Reims de 2008, estaba especialmente bien situado para acordarse. En su caso, no sólo sus recursos del partido eran inicialmente débiles, sino que sus recursos exteriores al partido le han jugado malas pasadas. A raíz del proyecto de retirada de la nacionalidad y tras la reforma laboral, su índice de confianza cayó por debajo del 30%; en cuanto a su posición institucional, ésta le ha impedido dedicarse a un partido cuya movilización necesitaba en unas primarias con tan escasa participación.

Las tergiversaciones de François Hollande han hecho que Valls pierda un tiempo precioso a la hora de trabajar en su candidatura. Emmanuel Macron aprovechó para irse del partido y fundar su propio movimiento. Su exministro de Economía materializó aquello que Valls nunca se atrevió a hacer o a preparar, es decir, salir de un espacio demasiado reducido para su oferta política. El barómetro del Cevipof para 2017 dio la razón a Macron en la medida en que los apoyos que ha ido logrando poco a poco dibujan claramente un espacio de centro derecha, antes ocupado por figuras como Bayrou o Juppé.

Gracias a esta estrategia, Macron atrajó a las élites económicas y mediáticas en busca de un candidato del “círculo de la razón”, que supiese defender sus intereses sin verse incomodado por una base política de aspiraciones redistribuidoras o identitarias, suscitando desafíos periféricos incómodos para la buena marcha de los negocios. En el momento de afrontar la verdad de las urnas, Valls se ha encontrado presionado por un espacio político que aspiraba a desbordar en su discurso y en su práctica, debilitado por una popularidad en descenso, sin poder contar con un apoyo masivo del entorno de los negocios que habrían podido recurrir a sus propios medios para influir en su favor.

Sea como fuere, la derrota de Valls es la de una mutación posible del PS francés, en la fase de conmoción que atraviesa el orden electoral en Francia desde 2007. El núcleo sociológico de los electores socialistas se ha mostrado reticente al cambio conservador que el exprimer ministro proponía. Al defender una vez más el balance del quinquenato en su discurso de derrota, pero felicitándose por la victoria de Benoît Hamon por ser la de un miembro de “nuestra familia política”, se prepara –a todas luces– a seguir su combate en el seno del Partido Socialista.

Valls abandona al candidato socialista: en las presidenciales francesas votará al centrista Macron

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Traducción: Mariola Moreno

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