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Le Pen: un discurso único que termina calando

La líder del partido ultraderechista galo Frente Nacional, Marine Le Pen.

Cécile Alduy (Mediapart)

En el Frente Nacional, las campañas electorales se suceden y se parecen. Mientras que, tanto en la izquierda como en la derecha (y entre ambas), los candidatos a las presidenciales de 2017 tratan de reinventarse con anuncios efectistas (supresión de medio millón de funcionarios, en el caso de Fillon), propuestas inéditas (renta universal, en el caso de Hamon) o propuestas poco habituales (Macron), Marine Le Pen presenta una y otra vez el mismo programa, el mismo relato, las mismas cantinelas.

Su discurso de arranque de campaña, pronunciado en Lyon, el 5 de febrero, es un ejemplo de reciclaje digno de estudio, bastante ingenioso a veces, especialmente pernicioso y plagado de lugares comunes habituales en el Frente Nacional: crítica al “mundialismo” y a sus nocivas derivadas que a ojos del Frente Nacional son la Unión Europea y la inmigración, patriotismo integral, populismo identitario y garantías en materia de seguridad. ¿Y si la banalización del lepenismo fuese también fruto de esta estrategia machacona de repetición de los mismos temas, que terminan por parecer inofensivos, por lo repetitivo de unas fórmulas que, pese a todo, son inquietantes?

Porque si bien es verdad que Marine Le Pen a veces consigue sorprender en sus comparecencias dirigidas al gran público –por ejemplo cuando sorprendió a sus interlocutores al declarar el islam “compatible con la República” en septiembre de 2016–a sus simpatizantes les ofrece los discursos más esperados, los mismos por los que su padre ya cosechaba aplausos. Al escuchar a Marine Le Pen vociferar por enésima vez sus frases fetiches –“la seguridad primera de las libertades”, “dar la palabra al pueblo”, “la inmigración masiva, resorte del dumping social mundial”–, brota una gran sensación de déjà-vu.

Un déjà vu que se traducirá en cansancio para los analistas, en confirmación de opinión desfavorable para los opositores y en complicidad para la militancia. Pero para todos ellos, esta retórica basada en la reiteración engendra un sentimiento de reconocimiento que lleva a la banalización de las tesis del Frente Nacional: un reconocimiento que permite movilizar a los simpatizantes y ablandar, hasta el hastío, al resto.

Hasta el punto de hacer bajar la guardia a los analistas y a los periodistas, que buscan, por imperativo profesional, las news, la novedad. Veamos de nuevo qué pasó en el discurso de Lyon. Ese día, Marine Le Pen marcó todas las casillas de los grandes clásicos frentistas. Es fácil, ese discurso se parece a un ejercicio puramente estilístico de variación, donde reinan los estereotipos, que no dejan de ser menos falsos por le hecho de que se vengan repitiendo desde hace 30 años.

Todos los discursos de campaña de Jean-Marie Le Pen y de Marine Le Pen siguen el mismo formato: una introducción que permite entrar en materia y que dramatiza los desafíos y que paraliza al público con visiones apocalípticas; un diagnóstico catastrofista de los males que atenazan a Francia (en Lyon, como desde los 90, el “mundialismo” es la única causa”; una respuesta llena de brillo y de esperanza con un eslogan que chirría –“Francia aliviada” (1 de mayo de 2016), “Francia libre” (8 septiembre de 2016) o “revolución” (5 de febrero de 2017)–. Por último, una llamada a la unidad de los patriotas de todos los colores para escribir una nueva página, brillante, de la historia de Francia, bajo el liderazgo frentista.

El discurso de Lyon no se aparta de esta lógica argumentativa y viste esta estructura de lugares comunes perfectamente conocidos también. Dramatización de los desafíos: “Estas elecciones presidenciales no son como las otras; está en juego un debate crucial que compromete a nuestro país de manera fundamental”, anuncia Marine Le Pen, el tono grave. Y va más allá: “las presidenciales plantean nada menos que “una elección de civilización”, que precisa mediante toda una serie de interrogaciones angustiosas: “nuestros niños ¿vivirán en un país libre, independiente, democrático? [...] ¿Tendrán el mismo modo de vida que nosotros y que nuestros padres, previamente?”.

Primera falsedad: en realidad, sí, estas elecciones son como las otras, al menos en el sentido de que cada comicios, desde los 80, el FN los presenta como los últimos antes de que nos veamos sumidos en la barbarie. En 2007: “Estas elecciones de las que va a depender la supervivencia de Francia es un referendo solemne: sí o no, ¿están ustedes en contra del sistema de los tres cómplices del declive?”; 1988: “¿Existirá Francia en 2000?”. El problema de todo cambio de milenio, es que es continuamente termina siendo desmentido con el paso del tiempo, que sigue pasando sin hacer zozobrar a Francia en el caos.

Sigue el panorama apocalíptico del estado de Francia, que explica un único concepto: el “mundialismo”, que se desarrolla en dos pendientes simétricas e igualmente nefastas, el “mundialismo económico” y el “mundialismo yihadista”. El descubrimiento aquí es unificar bajo un mismo concepto, el “mundialismo”, estas dos “ideologías” que sin embargo se oponen a todo. Claro que la comparación tiene sus limitaciones... salvo en el discurso frentista, donde las semejanzas más superficiales bastan para justificar las generalizaciones más burdas.

Así, de estos dos “mundialismos” descritos como hermanos siameses, sus lógicas respectivas (si se acepta las premisas de la descripción) son antitéticas... lo que debe admitir la propia Marine Le Pen (“El mundialismo económico profesa el individualismo, el islamismo radical, el comunitarismo”), sin que ella saque conclusión alguna. Estos “dos totalitarismo” proceden del exterior, amenazan a la nación (financieramente, moralmente o físicamente): no hace falta más para que sean incluidos en el mismo concepto cajón de sastre de “mundialismo”, un neologismo tan elástico como exagerados son los argumentos para darle cuerpo.

Este espíritu de sistema, la ideología frentista se pliega a la complejidad de lo real, por más que haga caso omiso de cualquier matiz y se exonere de las cargas de la prueba, es de una gran eficacia retórica: nada sobresale, todo entra en las casillas del pensamiento frentista. Los individuos tienen identidades netas, puras y fijas: ellos o nosotros, extranjeros o franceses, sin mestizaje, sin identidades plurales, nada de “ambigüedad” (por esta razón el Frente Nacional quiere acabar con la doble nacionalidad). Lo real es sencillo, llano, claro, todo se explica, a cambio de una gran interferencia conceptual.

Liberalismo económico

Porque las palabras cambian de sentido en boca de Marine Le Pen. Así sucede con el “islamismo”, que también pasa a ser un concepto elástico. En resumen, ¿acaso dicha palabra no engloba a todo el islam “visible”? “El fundamentalismo islamista nos agrede en casa por el acoso calculado de las resistencias republicanas, por las exigencias incesantes, por las demandas de adaptaciones, que no son posibles, para nosotros, razonables y por tanto considerables”: ¿Acaso los menús sin cerdo de los comedores forman parte de las “adaptaciones razonables”?

¿El hecho de llevar velo en la universidad? El islamismo se manifiesta mediante el “velo integral o no” (por tanto, ¿cualquier velo pertenece al fundamentalismo islamista?), “por la solicitud de “salas de oración en las empresas”, “de oraciones en la calle” (¿todos los musulmanes que rezan en público por falta de espacio son islamistas?), “de las mezquitas catedrales” (¿hay que prohibir los lugares de culto musulmanes? ¿legislar la arquitectura al respecto?).

Marine Le Pen se cuida a la hora de redefinir la “libertad”, palabra clave más empleada junto con “pueblo” en su discurso. La libertad no es la “libertad del comercio, la libre circulación, la libre instalación” que invoca el “mundialismo económico” (entiéndase, el liberalismo globalizado). Ni la “libertad religiosa” “instrumentalizada” por el “fundamentalismo islamista”. No, la libertad tiene sus propios sinónimos en la lingua frentista.

La libertad es, en primer lugar, la “seguridad”, de ahí el “rearme”, que no es sólo moral, sino militar (“nos rearmaremos sin complejos”), policial, judicial, y se basa en nada menos que la afirmación de un “estado de guerra”. El estado de urgencia es para los alfeñiques. En la Francia de Marine Le Pen, los “dispositivos legales del estado de guerra” rigen la aplicación de las penas y enmarcan al derecho. En este marco, las medidas más coercitivas (ineficaces) ni siquiera deben ser justificadas:

- Los extranjeros fichados S serán reconducidos a la frontera.

- Los binacionales fichados S perderán la nacionalidad francesa, por lo que la terminarán siendo deportados.

- Los franceses fichados S serán perseguidos por los servicios de inteligencia junto con el enemigo, por indignidad nacional

- Estado de derecho, presunción de inocencia, individualización de las penas, no estamos lejos de las “argucias jurídicas” de Nicolas Sarkozy, tras los atentados del verano de 2016, en el momento en que Marine Le Pen le daba una lección sobre Estado de derecho.

Le siguen las “libertades individuales”, reducidas a las “libertades digitales” (¿quid de la libertad de consciencia y de culto, de la libertad de prensa cuando una de las proposiciones del Frente Nacional es facilitar las denuncias por difamación?).

La “libertad de emprender” no se pasa por alto, en una llamada a los decepcionados por el fillonismo: “reforma total de la ley de los autónomos”, “bajada de impuestos sobre los micropymes y de las pymes”, “protección contra la competencia desleal”, “simplificación administrativa”, “seguridad jurídica”, “disminución de las cargas”, las palabras bonitas del liberalismo económico, susurradas al oído de los huérfanos de la derecha conservadora.

El liberalismo económico, en el seno del marco nacional, es la “revolución de la libertad”; el liberalismo económico que se abre al exterior es “este totalitarismo del mundialismo económico”. Por último, la libertad tiene otro sinónimo: la “soberanía”, “monetaria, económica, legislativa y territorial”. Es la libertad “de los pueblos” y no de los individuos, que prima en definitiva y condiciona las otras libertades.

Nada nuevo en estas declaraciones: en ellas encontramos los lemas de Jean-Marie Le Pen (“la seguridad, la primera de las libertades”) y los de la campaña de 2012. Estaríamos buscando inútilmente la originalidad, la renovación de las ideas o de las medidas, la adaptación de los discursos a la evolución de la sociedad y del mundo. De tanto repetir la misma cantinela, Marine Le Pen termina por citarse a sí misma: “En realidad, como ya he dicho, esta visión del mundo lleva a hacer que fabriquen los esclavos para venderle a parados”.

Efectivamente, Marine Le Pen no sólo ha dicho, sino que ha repetido ad nauseam esta fórmula de la que parece muy orgullosa: “Este mundialismo lo había resumido en una frase, que fabriquen los esclavos para venderle a los parados (Calais, 2 de octubre de 2015); “Yo misma definí la mundialización así: la mundialización es hacer que fabriquen los esclavos para venderle a los parados” (France Inter, 29 de octubre de 2013); “Lo que veo hoy, señora, es que el mercado autorregulador, el mundialismo, el ultraliberalismo, el paso de obstáculo a ninguna parte” lleva a que los esclavos fabriquen lo que se vende a los parados (BFMTV, 31 de enero de 2012); “La elección es la ley de la jungla que hace que hoy, una vez fabriquen los esclavos lo que se vende a los parados” (France 2, 23 de junio de 2011); “No, pero es verdad, la mundialización, hacer que fabriquen los esclavos lo que se vende a parados, es una modernidad total” (J.-J. Bourdin, 17 de enero de 2011), etc.

La eficacia retórica y mediática del discurso frentista tiende a ese repetición obsesivo, por un lado, mientras que sus adversarios triangulan a cual más; la estabilidad de las máximas frentistas y de su marco conceptual aparece como un punto de autenticidad, el índice de convicciones inquebrantables. Esos axiomas n veces repetidos dan paso a una verdad revelada: a fuerza de reiterarlos, terminan por banalizarse, entran en los usos, pasan a ser lo que en retórica se conoce como “lugares comunes”, admitidos y compartidos por habituación subrepticia. Nada nuevo en el discurso frentista, aunque eso es lo que debería alertarnos.

Cécile Alduy es profesora de literatura en la Universidad de Stanford (California), investigadora asociada en el CEVIPOF (París).

 

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