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Macron, el candidato desconocido

Mathieu Magnaudeix (Mediapart)

“Mi intención es convertirme en presidente”. El martes 28 de marzo, a 25 días de la primera vuelta de las elecciones francesas, el fundador del movimiento ¡En Marcha! convocó a la prensa. Emmanuel Macron tenía un mensaje claro que transmitir: es el “amo y señor del tiempo”. Su intención es “cambiar las costumbres y las caras”. No “aspira a ser un presidente de la IV República” que gobernaría con una mayoría de “circunstancias”. Además, también anunció que para ser candidato de ¡En Marcha! aquellos miembros que militan en otros partidos deberían dejarlos. De este modo no hay equívocos en cuanto a la posible “doble pertenencia” evocada hace dos meses.

La urgencia era evidente: Macron corría el riesgo de que las adhesiones a su candidatura se convirtiesen en una trampa. Todos los días hay nuevas figuras políticas que le dan su apoyo explícito. Algunas son de peso, como el ex primer ministro francés Manuel Valls, el actual ministro de Defensa Jean-Yves Le Drian, el exalcalde de París Bertrand Delanoë o el todavía presidente del Movimiento Demócrata (MoDem) François Bayrou. Pero otros, como Robert Hue o Alain Madelin, huelen a naftalina o al reciclaje de personalidades carrozas o barrocas; muy lejos de la imagen de “renovación” y de “alternancia” que cultiva Macron.

“No me fío de la agenda oculta de los políticos”, proclama Macron, quien asegura que: “Todos los apoyos son bienvenidos, pero ninguno me impedirá que introduzca reformas o que avance. Un apoyo vale un voto, no una investidura, ni una participación en la campaña, ni una modificación de nuestro programa”. Según varios medios de comunicación, estos mensajes de apoyo estaban dirigidos al ex primer ministro socialista Manuel Valls.

“Convertirse en presidente”. En la recta final de campaña, ésa es la obsesión de Emmanuel Macron. Hace tres años, el influyente asesor del Elíseo, desconocido para el gran público, ni siquiera había sido nombrado ministro. De resultar elegido, este hombre de 39 años se convertiría en el presidente más joven de la V República, nueve años menor que Giscard d’Estaing cuando ganó en 1974.

En un panorama político hecho añicos, eclipsado por los casos de corrupción y perseguido por el Frente Nacional, el exministro de Economía está convencido de su buena estrella. Sin perder de vista los sondeos, Macron sabe, sin embargo, que su candidatura es frágil. Porque es joven, no tiene una imagen de hombre de Estado y su personalidad, sus relaciones y su patrimonio suscitan serias dudas. “¿Están dispuestos los franceses a darle las llaves del país? Esta es la cuestión capital”, teorizó ya hace meses su portavoz Benjamin Griveaux.

Según sus amigos, Macron debe “encarnar” las funciones de un presidente. Como sucede ya con ¡En Marcha!, esto pasa por una buena dosis de storytelling. A mediados de marzo, ya ejerció, de alguna manera, como presidente: durante una visita a una comisaría de la capital, en un discurso sobre la Justicia en Lille y durante el anuncio del establecimiento del servicio militar obligatorio durante un mes. En una entrevista en Le Journal du Dimanche, alabó sus propias cualidades: “Ya he demostrado mi liderazgo. Los analistas y los políticos estaban convencidos desde el primer día de que ¡En Marcha! era una aventura loca y aislada, después de que era una burbuja y, luego, consideraron que se trataba de una anomalía política. Los que expresan tales dudas probablemente no hubieran elegido a Valéry Giscard d’Estaing, que no tenía experiencia en labores presidenciales aunque había sido ministro de Economía y Finanzas [...]. Ni a Mitterrand en 1981, al que la derecha hacía los mismos reproches [el expresidente socialista fue antes ministro, de Justicia y de Interior]. O a François Hollande en 2012”.

El “favorito” para ser presidente, presente en todos los sondeos y gacetillas, oculta otro interrogante. Si resulta elegido el 7 de mayo, ¿qué presidente será Macron? La pregunta, que no se le ha formulado mucho, no es una mera curiosidad para los lectores de prensa rosa. La V República ofrece tantas prerrogativas al jefe de Estado que su forma de gobernar, incluso su carácter, marca al país y marca la acción del Gobierno. El quinquenio (la vida política y el país entero) de Nicolas Sarkozy –hombre brutal, inquieto y que despierta pasiones y odio a partes iguales– estuvo marcado por la histeria. Hasta el punto de provocar rechazo. Un adepto a los resúmenes, como cuando era el secretario del Partido Socialista, François Hollande terminó siendo engullido por Hollande François, tachado a la vez de inactivo y de ser poco fiel a sus promesas.

Macron promete la “renovación”, la “renovación democrática” o la “revolución”. Quiere reducir el número de parlamentarios, prohibir la acumulación de mandatos, revalorizar el Parlamento, impedir que los diputados condenados accedan a cargos. Seguro de que su personalidad es un punto a su favor, el mensaje central de su campaña (joven, moderno, “y de derechas y de izquierdas”, no es diputado) no ha incidido demasiado en su idea concreta del poder. Sin embargo, esta personalidad plantea algunas dudas. Y lo que parece indudable es que Emmanuel Macron sólo pensaría en él.

Socialistas de todas sensibilidades lamentaron la “aventura individual” de Macron cuando dejó el Gobierno para entrar en la carrera presidencial. Anne Hidalgo, alcaldesa de París, que apoyo a Benoît Hamon, dijo “no haber percibido en su trabajo diario ni una modernidad deslumbrante, ni una relación con la democracia que le inspirara confianza”. El primer ministro Bernand Cazeneuve, uno de los hombres de confianza de Hollande, no dudó en hablar de su “pasmosa inmadurez”. “En política no basta con prometer o hablar. Hay que cumplir lo prometido”. La política, afirma, no puede “reducirse a un ejercicio de seducción pura, hecho a base de portadas de revistas y de discursos sin proyecto”.

En el foro de Bercy del 19 de marzo, donde se apoyó públicamente a Benoît Hamon, la ex ministra de Justicia Christiane Taubira criticó a Emmanuel Macron, sin nombrarlo, tachándolo de candidato que piensa “transformar un programa en evento y confundir un proyecto con una biopic”biopic. Macron atrae pero irrita. Por su descaro, sus númeritos de chico de buenos modales… Esa ambición devoradora que ni se molesta en ocultar. Es el candidato revelación de los comicios, como esas bolsas de contenido desconocido que se regala a los niños: el embalaje es atractivo, pero el interior puede ser decepcionante.

¿Reproches de envidia? Puede ser. Sin embargo, sucede que los que rodean a Macron también dudan en ocasiones. Como ese antiguo colaborador, decepcionado, que pide anonimato y que confiesa: “Tiene absoluta confianza en su destino personal. Hay en él una gran cantidad de desmesura. En el fondo, es muy monárquico”.

El rey, ese “ausente”

¡En Marcha! es, sobre todo, Macron. Un partido con sus iniciales, cuyo lema está escrito con su puño y letra y que está al servicio de su ambición presidencial. El movimiento, que cuenta con 220.000 miembros, está descentralizado pero es moderadamente participativo. Unas 15 personas, en su mayoría jóvenes –“los mormones”, bromea un afiliado–, constituyen su guardia personal, que se dedica en cuerpo y alma al jefe.

Macron, que es muy exigente, quiere verlo y controlarlo todo. Lo consulta todo –por SMS o por mensajería instantánea– y pide opinión a varias personas, pero en su círculo de amigos, de representantes electos, compañeros de partido o empresarios, cuyos nombres guarda con celo. La transparencia no es una característica de una campaña, que sigue sin contar con un organigrama. Incluso el nombre de una gran parte de los “expertos” que han trabajado en su programa se mantienen en secreto. Oficialmente, porque muchos de ellos trabajan en la administración pública o porque no quieren mostrar su apoyo. Uno de ellos, Jean-Jacques Mourad, dimitió después de que una asociación revelara que existía conflicto de interés con el laboratorio Servier.

Cuando Mao Peninou, adjunto a la alcaldesa socialista de París, le anunció a su amigo Jean-Christophe Cambadélis su intención de unirse a Macron, el primer secretario del Partido Socialista galo le contestó: “Te vas a ver superado, incluso desestabilizado. A todo esto le falta deliberación colectiva”. Dos meses más tarde, Peninou, ex secretario nacional de afiliados del PS, ya tiene formado su juicio: “No es mentira”.

Varias personas que respaldan a Macron, tanto de izquierdas como de derechas, reconocen off the record, estar preocupados por su capacidad para “hacer grupo”. ¿Unos y otros han repetido durante meses que la formación era sólo una “burbuja”? “Puede ser bastante autócrata”, estima uno de sus primeros apoyos, que apunta que: “Si resulta elegido, le deberá su victoria única y exclusivamente a sí mismo”. “Es completamente nuevo, hay una especie de apuesta”, concede Mao Peninou: “Si gana las elecciones presidenciales, el lugar de discusión y de desarrollo colectivo será crucial”. Peninou ha apostado durante mucho tiempo, como Manuel Valls, por superar al Partido Socialista y construir una “casa común” de los progresistas y constituir así la columna vertebral de una posible mayoría.

Que no cunda el pánico, responden los allegados de Macron: esta verticalidad es ante todo preocupación por la eficacia de la campaña, necesariamente caótica en un partido que acaba de crearse. Al candidato le gusta sugerir que sería lo contrario a un presidente new look, una especie de CEO que controlaría el rumbo, no gestionaría todo sino que haría que sus ministros obtuvieran resultados.

“Presidir no es gobernar”, explicó Macron a principios de marzo en una entrevista en RTL donde aseguró que “es el garante de nuestras instituciones, de la dignidad de la vida pública y el encargado de darle un rumbo al país. [...] El modo de Presidencia que pretendo desarrollar se centra en las prioridades, un área reservada y un gobierno que tendrá como tarea las responsabilidades políticas”.

En Talence, el 9 de marzo, afirmó que no creía en “la recuperación pensada desde arriba”. Los homenajes a la “sociedad civil” o las exhortaciones a “liberar las energías” salpican sus discursos. A menudo recuerda sus esfuerzos por llegar a un compromiso con la mayoría con respecto a la ley que lleva su nombre, que finalmente salió adelante gracias al artículo 49-3 [que permite aprobar una ley sin pasar por el Parlamento] impuesto por François Hollande y Manuel Valls. Fue en ese momento cuando varios de los diputados socialistas que lo apoyan, como Richard Ferrand, ahora secretario general de ¡En Marcha!, dicen que descubrieron su paciencia y su talento de negociador.

El exbanquero también ha decretado la desaparición omnipresidente. En Londres, el 21 de febrero, denunció un “sistema casi monárquico donde, normalmente, el que es presidente o el que quiere serlo dice ‘voy a investigar un plan o tal programa, éstas son mis prioridades, voy a explicarle lo que es bueno’”. Esa tarde, también afirmó que “el empresario [...] no es capaz, si dirige una empresa de automóviles, de ser tan bueno como su mejor ingeniero”. El martes 28 de marzo, en su cuartel general de campaña, incluso denunció la “hiperesponsabilidad” del jefe de Estado. Macron dice “querer acabar con un presidente de la República responsable de todo o la Sala de Apelaciones de los deseos de cada uno” y también quiere revalorizar el papel de los ministros, que quiere “que lleguen a una parte sustancial de la sociedad civil”.

Sin embargo, ciertas actitudes dejan divisar una relación con el poder más compleja: dominada, confusa e, incluso, megalómana.

Cuando todavía era ministro, el pasado 8 de mayo, durante un homenaje a Juana de Arco en Orleans, uno de los personajes a quien idolatra, Macron hiló una comparativa muy evidente entre él y la heroína quemada por los ingleses: “Juana de Arco rompe el sistema, ella cambia la injusticia que debía encerrarla”. Delante de la catedral de la ciudad gala aseguró también que “ella sabe que no nació para vivir, sino para intentar lo imposible. Juana de Arco era pastora pero se abrió un camino hasta el rey. Juana de Arco no es nadie pero lleva sobre sus hombros el deseo de progreso y de justicia para todo un pueblo. Esa mujer era un sueño loco, pero se impuso como una evidencia”.

En Lyon, el 4 de febrero, su discurso se parecía mucho al de un telepredicador. Al igual que en la entrevista concedida a Le Journal du dimanche, la semana siguiente, en la que se desahogó con la relación entre la política y la religión, dejando titulares como “la política es mística", su “poder carismático”, la “dimensión cristiana” de su compromiso, del que él “no reniega”.

Él mismo alimenta la ambigüedad. Cuando Hamon aboga por un tipo de presidente modesto y Mélenchon por una VI República, el exministro de Economía se adapta a las instituciones presidenciales de la V República.

Al contrario que François Hollande, no cree en el “presidente normal”. En la política francesa, echa de menos una figura “ausente”: la “figura de un rey” cuya muerte, piensa, “el pueblo francés no quiso”. “El periodo del Terror dejó un vacío emocional, imaginario, colectivo: el rey ya no está”, explicó en julio en el semanario Le 1, de su amigo y mentor empresarial Henry Hermand. “Hemos tratado de reinvertir ese vacío, de colocar otras figuras en él, durante las épocas napoleónicas y gaullistas. El resto del tiempo, la democracia francesa no copa ese vacío. Lo vemos bien con el constante cuestionamiento de la figura presidencial desde la salida del general De Gaulle. Después de él, la normalización de la figura presidencial ha vuelto a colocar un sillón vacío en el centro de la vida política. Sin embargo, lo que se espera del presidente de la República es que ocupe esta función”.

Presidencia 'gaullista-mitterraniana'

Este otoño, en la revista Challenges, aclaró esta idea: “Evidentemente, no creo que haya que restaurar la monarquía. Sin embargo, es absolutamente necesario inventar una nueva forma de autoridad democrática basada en un discurso de la razón, en un universo de símbolos, en un compromiso continuo de proyección futura, todo eso anclado en la Historia del país. La Presidencia y los compromisos no podrán construirse siguiendo la actualidad: sería sumirse en una especie de obsesión con la política que nunca define los términos y las condiciones de su propia eficacia. Una Presidencia basada en la anécdota, los acontecimientos y la reacción banaliza la función. Este tipo de presidencia no permite reconciliarse con el largo plazo y el discurso de la razón”.

Macron dijo que aspira a una “presidencia de tipo De Gaulle y Mitterrand”, con un jefe del Estado que dé muestras de una “capacidad de aprender, de enunciar un sentido y una dirección enraizada en la Historia del pueblo francés”. Retoma así la vieja idea de que la elección presidencial por sufragio universal, querida por De Gaulle, encarna “la relación entre un hombre, un proyecto y un pueblo”. Una forma también de establecer un paralelismo entre su estrategia de “adelantar” a los partidos tradicionales, a los que considera agotados, y la visión de De Gaulle de un presidente por encima de todas las partes, que “reconcilia” y “unifica”.

“Nuestras instituciones se han visto atrapadas durante años por los partidos políticos que han intentado rehacer las reglas”, explicaba en enero. “Ahora bien, las habían hecho un hombre que estaba tratando de liberarlas de la influencia de los partidos políticos”. ¿El mensaje subliminal? Macron se presenta claramente como heredero del hombre al que él llama “el General” y al que alude cada vez que puede.

El candidato de ¡En Marcha! tampoco es insensible a la figura del monarca republicano... incluso en sus aspectos más tradicionales. Si es elegido, Macron se ha comprometido a reabrir las cacerías presidenciales con las que acabó Nicolas Sarkozy. “No hay que estar avergonzado. Hay que verlas como elemento atractivo”, aseguró recientemente ante la asamblea general de la Federación de Cazadores de París: “Esto es algo que fascina en todas partes, representa la cultura francesa y es un punto de partida”. Incluso llegó a asegurar que iría de caza en compañía de los líderes extranjeros.

Muy cercano ahora a Macron, el exdirector del Crédit Lyonnais Jean Peyrelevade, también hombre de confianza de François Bayrou, crítica el “error de Emmanuel Macron”. “Todo apunta a que las elecciones presidenciales centrarán la confluencia milagrosa entre un hombre y su pueblo. Este relato es ficción, novela nacional, donde aflora la peligrosa idea del hombre providencial”, escribió en el periódico económico Les Échos, donde también explicó que “aparte del fundador de la V República, el propio general De Gaulle, que llegó al poder en condiciones muy particulares, todos los presidentes elegidos desde entonces eran, en el momento de la victoria, los campeones elegidos por un aparato de partido, lo que les permitió acto seguido contar con una mayoría legislativa”

Estas quejas las escucha a menudo Macron. Finge que no le importan. Los candidatos de ¡En Marcha! para las elecciones parlamentarias no se conocerán hasta después de los comicios presidenciales. Es una forma de no desalentar antes del gran momento. ¡En Marcha! cuenta con un censo de más 14.000, a menudo los marchadores más motivados.

Desde su sede de campaña, el 28 de marzo, Macron mostró su sorpresa al enterarse que “muchos responsables o analistas” creen que ¡En Marcha! “no tiene la capacidad para obtener una mayoría parlamentaria” en las elecciones legislativas del 11 y 18 de junio de 2017, un mes después de la segunda vuelta. Si resulta elegido, está convencido de que los franceses le darán “la capacidad de gobernar”. Sin embargo, Macron sabe que, incluso si gana las elecciones presidenciales, con una izquierda rota y un Frente Nacional fuerte, le será muy difícil disponer de una mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. Él mismo lo reconoció en Talence (Gironda, suroeste del país) a principios de marzo: “Nadie puede pretender gobernar mañana legislando con un solo partido. Actualmente nadie supera un 25% de intención de voto en los sondeos. Sólo podemos contar con el hecho mayoritario francés para coger el timón del país mañana haciendo verdaderos equilibrios y con un auténtico debate. Debemos construir una mayoría para el proyecto”.

Esta mayoría debería reunir a los “a los socialdemócratas, al ala moderada y progresista del PS, los radicales de la izquierda, los ecologistas razonables, el centro, el centro-derecha, Los Republicanos europeos y razonables y la derecha orleanista”. Esta mayoría estaría dirigida por un primer ministro, aunque no descarta que se trate de una mujer, que debería tener una “fuerte experiencia en la vida política, en el arte parlamentario y en la capacidad de gobernar”. Dependiendo de las leyes, él o ella podría llevar a cabo consensos interpartidarios, por los que apuesta Macron.

Macron aún no ha dado ningún nombre de posible ministrable. Por ahora, sólo se conocen los nombres de los que se convertirían en los pesos pesados de su gobierno. De hecho, el fundador de ¡En Marcha! no tiene ningún interés en entrar en detalles. Contrario a lo que dice, no es el único “amo y señor del tiempo”.

Si gana las presidenciales, habrá logrado el golpe del siglo. Pero todavía tendrá que apostar por la capacidad de ganar los comicios legislativos con aquellos a los que François Fillon llama (con “desprecio”, según Macron) sus “diputados de internet”. En caso de mayoría relativa, después deberá llegar a acuerdo en las leyes importantes con diputados que no serán de ¡En Marcha!.

Y si pierde, su gran sueño de una recomposición política desde el Elíseo se convertirá en humo. En cuestión de segundos.

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  Traducción: Alba Precedo

Leer el texto en francés: 

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