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La desigualdad, en el origen del malestar social y de los populismos

Distribución de la riqueza en EEUU desde 1917.

A veces hay gráficas que dicen más que miles de análisis, por buenos y fundamentados que estén. A principios de abril, el Fondo Monetario Internacional publicó en su blog la evolución de la parte de la renta nacionalrenta nacional que recibieron los asalariados desde 1970. La gráfica por sí misma resume el origen del malestar, de los individuos y de la sociedad, que sacude a todas las economías avanzadas, incluso a todas las economías mundiales. Se trata de un momento crítico. Una situación crítica histórica que es difícilmente comparable a ninguna otra de la era industrial. En 45 años, la parte correspondiente a los ingresos del trabajo bajaron más de 5 puntos, hasta representar casi el 50% en las economías avanzadas. En los países en vía de desarrollo en estos momentos es de poco más del 36%.

Ahí se encuentra sin lugar a dudas el origen de todo el malestar occidental, del enfado de los que se sienten abandonados, de este sentimiento de exclusión, de ese pesimismo de padres convencidos de que sus hijos vivirán peor que ellos, de ese aumento de los populismos que conmociona a los países avanzados, unos tras otro, de esos fracasos económicos evidentes. Mientras que el PIB mundial se ha multiplicado por más de 25 veces en el periodo (ha pasado de 2,9 millones de dólares a 74,1 millones de dólares según el Banco Mundial), la productividad se multiplicó por 30 y las personas que consiguen sus ingresos exclusivamente del trabajo cada vez tienen menos vinculación con el aumento de las riquezas producidas.

Esta tendencia a la baja empezó en los 70. Las empresas comenzaron a echar mano de los sueldos para aumentar los márgenes. Pero el movimiento no ha dejado de ir a más y de crecer con el paso de las décadas. La edad de la gran compresión, documentada por economistas como Thomas Piketty, Joseph Stiglitz o Paul Krugman, empezó llevando a reducir una y otra vez el peso de la parte del trabajo en el valor añadido o en los PIB. Los salarios medios en moneda constante, en Estados Unidos y en menor medida en Europa, no han cambiado prácticamente desde 1980. En Reino Unido, el aumento de los ingresos de las rentas reales durante la última década ha sido la menor desde las Guerras Napoleónicas.

El impacto se resume en pocas cifras. Durante los años 60, el 90% de los hogares estadounidenses menos favorecidos recibían el 67% de los beneficios obtenidos en un ciclo económico. Durante los años de Reagan, sólo obtenían el 20%. En lo que va de siglo, esa parte cayó al 2%, mientras que el 10% de los más ricos reciben el resto. Para el economista estadounidense Thomas Palley, el círculo vicioso del crecimiento económico, “donde los beneficios de la productividad se revertían en los salarios, que alimentan el crecimiento de la demanda”, se rompió en los años 70.

El factor tecnológico

Las causas de esta ruptura son múltiples, insiste el FMI. Para el organismo, las tecnologías son el factor principal de este divorcio. “En los países avanzados, cerca de la mitad de la reducción de la parte del trabajo se debe al impacto de la tecnología. También se explica por la rápida proliferación de la información y de las telecomunicaciones y por la proporción elevada de las ocupaciones fáciles de automatizar”, asegura.

Esta revolución tecnológica que altera las fronteras clásicas del espacio y del tiempo sin duda ha amplificado el movimiento de globalización. Se ha puesto en marcha una nueva organización de la producción, dirigida a la búsqueda continua del abaratamiento de costes. Las tareas que requieren más mano de obra han sido deslocalizadas a países cada vez más baratos, primero al Sur de Europa, en el caso de las empresas europeas, después hacia la cuenca mediterránea, más tarde a China, etc. “La conjunción de la tecnología y de la integración internacional explica, en casi el 75%, la disminución de la parte de los ingresos que soportan los trabajadores en Alemania y en Italia y el 50% en Estados Unidos”, dice el FMI. Para añadir acto seguido: “El progreso tecnológico y la integración económica internacional han sido motores esenciales de la prosperidad mundial, efectivamente, pero sus efectos sobre la renta de los trabajadores complican la labor de los Gobiernos”.

Pero, ¿se puede hablar de esta gran ruptura, evitando mencionar la financiarización de la economía, con el neoliberalismo como telón de fondo que la sustenta, como lo hace el FMI? Imposible, responde la economista Petra Dünhaupt en un estudio sobre los efectos de la financiarización en el reparto de los ingresos del trabajo. La financiarización, en su opinión, era el principal motor de captación en beneficio del capital.

La preeminencia dada a partir de los 80 a una gestión a corto plazo, cuyo único objetivo es satisfacer a los accionistas, aumentando los dividendos, los salarios de los dirigentes “para alinear los intereses” multiplicando las operaciones financieras (fusión-adquisición) provocó un aumento creciente de la riqueza. El movimiento se llevó tan lejos que los grandes grupos antes eran deudores de capitales y ahora son acreedores. Prefieren comprar sus acciones en lugar de invertir. En cuanto a la Bolsa, ya no es el lugar donde se financia la economía –en París, en 2015, se obtuvieron menos de 10.000 millones de euros–, sino el sitio del reciclaje en circuito cerrado de los beneficios y de la especulación.

Todo esto en perjuicio de los asalariados cuyo poder de negociación en las empresas, incluso cuya aportación cada vez resulta más contestada. Partiendo del principio de que cuanto más desregulado está el trabajo, más debilitado se ve el poder de las negociaciones sobre los salarios –por no decir que queda reducido a la nada– y mayor es la eficacia económica.

La realidad supera a la teoría. Hoy la maquinaria económica, social y política entera está rompiéndose, con la aplicación ciega de estos principios, Los perdedores del neoliberalismo se cuentan por millones, cientos de millones. Las desigualdades han alcanzados picos desconocidos, la concentración de las riquezas en manos de unos pocos están en niveles sin precedentes.

“La parte de las rentas nacionales que van a los poseedores de capitales, a través de los beneficios empresariales, no deja de crecer. La parte destinada al trabajo está en descenso. No es así como una democracia se supone que funciona”, avisaba el economista Stephen Roach, expresidente de Morgan Stanley en Asia, inventor del concepto países Brics (Brasil, Rusia, India, China, y África del Sur) a finales de los 90. Sí, no es así como una democracia se supone debe funcionar. Los errores económicos cometidos nos llevan a día de hoy a esta cuestión política esencial.

Un simple gráfico que explica la principal injusticia de la gran recesión

Traducción: Mariola Moreno

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