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El 'hemisferio' derecho de Macron

El recién nombrado primer ministro de Francia, Édouard Philippe (d), y su predecesor, Bernard Cazeneuve.

Estamos ante un nombramiento calcado a la campaña de las presidenciales: improbable. Por lo menos hasta hace diez días. Porque, cierto es, que últimamente su nombre estaba en boca de todos. Se hablaba de él como de la elección más racional de Emmanuel Macron. También la más táctica. Después de horas de negociaciones, de silencios y de especulaciones, la confirmación llegaba este lunes. El diputado y alcalde de Le Havre [norte de Francia], Édouard Philippe (Los Republicanos), de 46 años, se ha convertido en primer ministro, uno de los más jóvenes de la Quinta República.

La entrada en escena en Matignon de este hombre, próximo a Alain Juppé, es sin duda una bonita maniobra política. Al haber nombrado a un diputado, desconocido para el gran público, el presidente francés empieza trazar la respuesta a su reiterada promesa de “renovación”. Y, sobre todo, consigue desestabilizar un poco más a una derecha que atraviesa por dificultades tras el fiasco de François Fillon. Mientras los dirigentes de Los Republicanos –de François Baroin a Christian Jacob–ya denuncian lo que tildan de “fuga”, de “toma de rehenes” y de “aventura individual”, todos saben que el golpe puede resultar fatal para su familia política.

Pocos son los que conocen a Édouard Philippe pese a no ser un recién llegado. Hijo de profesores de letras y nieto de estibador, se dedica a la política municipal desde hace 16 años, tras cursar Ciencias Políticas en París. Tampoco oculta cierta admiración por Jean-Luc Mélenchon, de quien escribió un perfil en la revista Charles. Llegó a militar en el Partido Socialista cuando Rocard parecía que iba a convertirse en el sucesor de Mitterrand. “Me gustaba su visión de una socialdemocracia abierta, pero lo dejé, cansado del sectarismo intelectual de los partidarios de Laurent Fabius”, reconocía a Mediapart, socio editorial de infoLibre, en 2014.

Al dejar la Escuela Nacional de Administración en 1997, episodio que describe como “bastante menos divertido”, entra en el Consejo de Estado, donde se especializa en Derecho Público. Pero la política no termina de deslumbrarle. “Siempre me ha apasionado, siempre me encantó”, explica en el documental Édouard, mon pote de droite [Édouard, mi colega de derechas], de Laurent Cibien. Y añade: "Bien es verdad, que cuando tienes un crío de 12 años al que le apasiona la política, nunca falta alguien en la familia que pregunta: ‘¿Entonces, qué quieres ser? ¿Cuando seas mayor, quieres ser presidente de la República?’. Y como eres imbécil y tienes 12 años, es posible que un día respondiese que sí, pero eso no tiene sentido ninguno…”.

Sentido ninguno. Entonces, quizás. Pero más tarde, Édouard Philippe revisó al alza sus ambiciones nacionales. Durante 10 años, este hombre impaciente por naturaleza, liberal en todos los sentidos de la palabra, siguió los pasos de Alain Juppé y de Antoine Rufenacht. El exalcalde de Le Havre, quien le incluyó en su Gobierno de mayoría en 2011 como adjunto al frente de Asuntos Jurídicos, le cedió el sillón en 2010. En 2000, con 30 años, concurrió por primera vez como candidato a las legislativas. No consiguió entrar en la Asamblea Nacional –lo haría diez años después–, pero no le fue mal del todo en esta primera vez.

Será Juppé quien lo descubre y, al término de una entrevista exprés, se convertía en uno de los pilares fundacionales de la UMP, convirtiéndose en director general de servicios del partido hasta 2004. Él que “jamás había estado en un partido de derechas hasta entonces” queda impresionado por la confianza que depositó en su persona el actual alcalde de Burdeos. Los nexos entre ambos serán desde este momento inquebrantables. Se siente respaldado, incluso cuando hace “tonterías”. Empieza a sentir por él una gran admiración. A su lado “en los buenos momentos, como en los momentos de soledad, tras ser condenado, cuando éramos muy pocos”, permanece “pegado” a su segundo mentor.

Cuando Juppé se exilia a Canadá, en 2004, Édouard Philippe comienza a trabajar en un bufete de abogados y se convierte en ser consejero regional de Alta Normandía. A su regreso, se va con él al Ministerio de Ecología, donde apenas permanecerá dos meses, tras la derrota del alcalde de Burdeos en las legislativas obligándole a renunciar a su cartera ministerial. Durante tres años, será director de Asuntos Públicos de Areva, en pleno caso Uramin.

Durante las primarias de 2016, el flamante primer ministro se convirtió en uno de los principales portavoces de Juppé. En los platós de televisión, en las redes sociales, en los actos públicos, defiende con uñas y dientes a quien denomina “el jefe”. A algunos les molesta su brusquedad, en ocasiones. Otros prefieren alabar su seriedad. Al igual que al alcalde de Burdeos, a Philippe le gusta soltar frases con gancho. Le gustan muchas cosas en el negocio pero no pasarse horas vendiendo humo. Relativamente solo en sus propias filas, aprovecha su cargo en Los Republicanos y en el comité de organización electoral, para acabar, día a día, con los intentos de sabotaje de Nicolas Sarkozy.

Políticas “ni de derechas ni de izquierdas”

Édouard Philippe es diputado desde hace dos años, cuando fue reelegido alcalde de Le Havre en 2014, en la primera vuelta. Y se convierte en el aguafiestas del sarkozysmo, también en el seno de su partido. Cuando sus colegas se aferran a cuestiones identitarias y sociales, se niega a caer en la demagogia. Al igual que Juppé, quiere “dirigirse al córtex de los electores”. Se encuentra entre los pocos diputados de la UMP que se abstuvieron en la ley del matrimonio para todos. “Seamos claro: opinamos que un niño puede ser criado, y bien criado, por una pareja homosexual”, escribía en 2013 en una columna que firmaba con Nathalie Kosciusko-Morizet, en la que justifican la abstención.

En 2015, también en contra de la práctica totalidad de su grupo, vota en contra de la ley de inteligencia. “Este texto, cuya eficacia no se ha demostrado, plantea serias dudas en materia de libertades individuales. No resulta exagerado decir que, a día de hoy, representa un riesgo en ese sentido”, advertía en Atlantico. Dos años antes, por el contrario, se opuso, con su familia política, a las leyes de transparencia post Cahuzac. También fue condenado por no proporcionar determinada información patrimonial en 2014. “He tratado de conciliar el respeto de la ley y una forma de mal humor”, justificó.

Durante las presidenciales, también se desmarcó en varias ocasiones planteando lo que considera buenas preguntas. La del agotamiento de la Quinta República, por ejemplo. “La necesidad de una VI República debería […] convertirse en un asunto central de esta campaña”, escribía en Libération. “Sé que es un reflejo muy francés querer cambiar las instituciones cuando reina el descontento de los que reclaman una nueva Constitución. Hoy, constato que la crisis es inminente y que en Francia se sale de ella o bien con la violencia o con las instituciones. Y a veces con las dos”.

Para tratar de conocer mejor al personaje, hay que seguirle hasta su casa, en Le Havre, ciudad cuyas méritos podría relatar durante horas. Allí decidió quedarse, una vez promulgada la ley que impide la acumulación de mandatos, antes de ser nombrado primer ministro. Allí desaparece también su “mal humor”. “Sólo esboza una sonrisa cuando habla de Burdeos. Lo entiendo. Le Havre me produce el mismo efecto”, subraya al hablar de Alain Juppé. En la ciudad portuaria se desvincula de las divisiones de partido para llevar a cabo políticas “ni de derechas ni de izquierdas”, vertebrada sobre la cultura en general y la lectura en particular. “El alcalde de Le Havre es actualmente un espantapájaros para el electorado socialista o para el electorado comunista”, decía a sus tropas durante la campaña de las municipales de 2014, fruto del documental realizado por su “amigo de izquierdas”, Laurent Cibien.

“Colegas”, Édouard Philippe tiene algunos. Funcionarios de alto rango como Alexandre Bompard, actual máximo dirigente de la Fnac. Políticos como los diputados Thierry Solère, Benoist Apparu o Gérald Darmanin (LR). Pero Gilles Boyer supera con creces la condición de “colega”. Y se convierte en “hermano”. Giller Boyer es exdirector de campaña de Alain Juppé y actual candidato LR-UDI en las legislativas. Coautores de dos novelas políticas, los dos hombres comparten el mismo humor, la mismas exigencias y la misma admiración por el “jefe”. Nicolas Sarkozy los odia y ellos no se quedan cortos. El alcalde de Le Havre, gran amante del boxeo inglés, solo le faltó pelearse con el exjefe del Estado en el congreso fundacional de la UMP.

Transgresión en Matignon

Por múltiples razones, el nombramiento de Édouard Philippe no ha sido fácil. Sin embargo, por encima de ambiciones personales, la decisión se enmarca en lo que Alain Juppé destacaba cuando todavía se imaginaba en el Elíseo. “Quizás un día haya que pensar en cortar los dos extremos de la tortilla para que la gente razonable gobierne junta y deje de lado a los dos extremos, de derechas y de izquierdas, que no han comprendido nada del mundo”, decía el alcalde de Burdeos en Le Point en enero de 2015. “¿Qué nos deja? Una forma de misterio y lo esencial: la ambición de hablar con sensatez y de actuar bien, la preocupación por unir, el rechazo a la demagogia, la primacía del fondo, el sentido de Estado. Y la energía de estar a su altura”, parecía responderle el nuevo primer ministro a principios de marzo.

Muchos juppeistas estarían tentados de responder a esta situación rocambolesca a base de hipotesis. Si las cosas hubiesen pasado “como estaba previsto”, si Juppé hubiese ganado las primarias de noviembre de 2016, si hubiese sido elegido presidente de la República en lugar de Emmanuel Macron, Édouard Philippe probablemente no hubiese sido primer ministro. Sin duda habría sido nombrado ministro del Interior, como soñaba entonces. Sin duda, su nombramiento como primer ministro puede sonar a venganza para esta derecha que nunca se ha reconocido en el discurso identitario y reaccionario de Nicolas Sarkozy y François Fillon. Esta derecha que se desmarcó muy pronto de la campaña de éste último, organizado entre la demagogia y las mentiras.

Esta derecha, sobre todo, que ha terminado por mirar con mayor atención lo que proponía el fundador de En Marcha. Alain Juppé y Emmanuel Macron comparten “puntos de vista que, hay que reconocer, no está muy alejados”, decía Édouard Philippe a Mediapart dos días antes de la segunda vuelta. “No digo que sea el mismo, sino que existen coincidencias. Son proeuropeos y adeptos a la economía de mercado. Piensan que hay que hablarle al córtex de los electores, que la educación debe ocupar el centro de los debates. También hay cercanía en el método de explicación y en la claridad”.

“Yo comparto probablemente un determinado número de elecciones o de análisis con Macron, nunca lo he ocultado, lo he dicho siempre”, admitía ese mismo 26 de abril. “No estoy seguro de que comparta más [con él que con miembros de LR], pero estoy seguro de que hay cosas que me harían decir que lo que comparto con él es más importante”. Empezando por la actitud frente al Frente Nacional. El diputado y alcalde de Le Havre, al lamentar la tibieza de su partido entre las dos vueltas, quiso ser muy claro, enseguida, sobre el asunto, no sólo iba a votar a Macron, sino además, le ayudaría a ganar.

Los dos hombre coincidieron por primera vez en 2011. A día de hoy, todavía no se conocen tan bien y sin embargo, tienen muchas cosas en común. Al presidente de la República le gusta cantar a Johny Hallyday en los karaokes, mientras que a su primer ministros le gusta la música del boss, Bruce Springteen. Pero ambos adoran la literatura. El primero cita a Stendhal, Giono, Gide, Hugo, Giraudoux y Flaubert; el segundo devora los autores americanos en inglés, le encanta hablar de la Roma antigua, relee a menudo a Dumas y a Rostand y adora escribir, acaba de terminar su primera obra en solitario.

Políticamente, el nuevo tándem están en la misma longitud de onda. Liberales, proeuropeos, convencidos de que “el Estado debe desempeñar un papel, pero que no lo puede todo”. A Macron se le reprocha que está demasiado a la derecha para un hombre supuestamente de izquierdas. Pese a su proximidad intelectual y política, el diputado y alcalde de Le Havre desconfió del exministro de Hollande. “El romano que se parece más a Macron no es Brutus, es Macron. Naevius Sutorius Macro, conocido como Macron, funcionario (si si) convertido, merced a una revolución palaciega, en asesor de Tiberio, emperador alejado de los asuntos corrientes, terminará por asesinarlo”, escribía en Libération a mediados de enero.

La “transgresión” que deseaba triunfó sobre sus dudas. Él hombre que se negaba a formar parte de un Gobierno al estilo de Éric Besson, el exsocialista que apoyó a Sarkozy en 2007, deber formar el suyo propio. En él figurarán otras personalidades de derechas. Trabajarán con representantes del centro y de la izquierda. Para tratar de salir, como sueña Philippe, del “cara a cara antiguo, cultural, institucionalizado y cómodo de la oposición derecha-izquierda a constituir una mayoría de un nuevo tipo”. "Su camino será angosto. Y arriesgado. Resulta difícil imaginar el famoso sistema de dejarse llevar”. Escribía sobre la apuesta de Macron, días antes de la elección de éste. Una advertencia que ahora puede aplicarse a sí mismo.

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  Traducción: Mariola Moreno

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