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Los pasadores de migrantes de la ruta libia se profesionalizan

Una barca de refugiados a su llegada a las islas griegas.

Ellos le hicieron cruzar lo que denomina “el infierno”. Michael, de 26 años, no olvidará a los hombres que repetían a los migrantes: “You are my people”. Esos hombre que le pidieron 2.000 dinares (1.260 euros) para cruzar Libia por etapas, pasando por Sebha (al sur), Trípoli y, después, Sabratha (noroeste)” entre febrero y junio de 2017. Esos hombre que consideraron que, una vez pagado el “viaje”, se habían acabado las reglas. “Entre dos paradas, me encerraron durante dos meses y me golpearon con una porra, querían que mi familia (desde mi país) les pagase, además del dinero acordado, 1.000 dinares más (630 dinares) para liberarme”. Se le acelera la voz se le acelera, su mirada se pierde y se le tensan las manos. “Cuando habíamos embarcamos todos en una lancha con otros 100 migrantes, apenas unos metros después, nos pidieron más dinero y trataron de quitar el motor”. A día de hoy, los pasadores, esos hombres odiados por Michel, influyen en el flujo de personas que quieren llegar a Europa por el Mediterráneo. Son esos pasadores quienes coordinan el itinerario, deciden el trato (o incluso la muerte) de los migrantes que toman la peligrosa ruta libia.

Oscura para Libia, su actividad ilegal prospera en este Estado fallido de seis millones de habitantes, cargado de historia, de violaciones, de racismo, según cuentan los migrantes. Un desorden que beneficia a este negocio difuso del que se empiezan a adivinarse algunas líneas. Se paga antes de emprender cada trayecto, en metálico. O por el sistema Hawala, en el país de origen donde los pasadores disponen de agentes locales. Los costes son muy variables, en función de la nacionalidad del migrante. El nigeriano Michael pagó 1.260 euros por llegar a Italia, pero los precios pueden dispararse.

Una sola plaza en barco puede oscilar entre los 700 y los 3.500 dinares (de 440 a 2.200 euros). Los transportes terrestres o marítimos se hacen sobre todo por la noche, para evitar a la Policía. “Los cerebros de las organizaciones de pasadores son libios”, precisa Salvatore Vella, fiscal italiano encargado de la lucha contra los traficantes en Agrigente (sur de Sicilia). “Pasadores de otras nacionalidades, sudaneses, eritreos, egipcios… les echan una mano”. A menudo son los propios migrantes los que pagan el viaje emprendido a Europa haciendo trabajillos, por ejemplo vigilan las llamadas connection houses, las casas cerradas donde permanecen los migrantes antes de cada salida.

Y estos traficantes siguen encontrando a sus clientes en una Libia violenta. Algunos son de origen subsahariano y viven en el país desde hace años. Son extranjeros atrapados en una violencia creciente: primero en 2011, con la caída de Trípoli; después en 2014, cuando el país, entregado a las milicias, estalló. Pese a todo, Libia era el “destino final” para Bobby, nigeriano de 28 años.

“Vine en 2007 a trabajar, donde realizaba chapuzas en Misrata, sobre todo en la construcción, haciendo trabajos para libios, que me pagaban a 15-20 dinares”. Tras la caída del dictador Gadafi, la psicosis, para Bobby, fue a más. “Hay menos trabajo, la gente trata de hacer dinero a tu costa. Si eres negro, ya no duermes por la noche”. Bobby, padre de una niña de seis meses, “no veía otra solución” que marcharse; desembarcó en Italia a finales de junio. “El 90% de los refugiados que hay en Libia (42.000 de los miles de migrantes establecidos) hace años que vivían en el país. Hoy es uno de los únicos territorios del mundo donde no hay una presencia permanente de personal internacional de la ONU, lo que da una idea de la magnitud del problema”, dice Roberto Mignone, de la oficina de Acnur Libia, deslocalizada en Túnez. Gambianos, malienses, eritreos…

Reconversión 

Otros refugiados o migrantes que huyen de la situación económica o de la inestabilidad política tratan, pese a todo, de cruzar el país, con la ayuda de los pasadores. “Antes de marcharme de Gambia sabía que los pasadores son violentos, que les importa un comino los humanos, que sólo les preocupa el dinero. También sabía que no podría cruzar Libia sin que me atacaran”, cuenta Sambou, de 16 años, ahora residente en Palermo. “Otros migrantes vienen, mientras que están mal informados de los peligros”, añade Roberto Mignone de Acnur. Y en este Libia fractura, la economía a la baja también acelera la proliferación de cualquier negocio de lo humano”. “En estos últimos años, mucha gente que se ha reconvertido al tráfico de migrantes”, dice Sara Prestianni, investigadora de la Asociación Recreativa y Cultural Italiana (Arci) y de la red Migreurop. “El negocio, se expande del sur al norte, es rentable y se está convirtiendo en importante para la economía. Las milicias que gestionan este tráfico no responden a ningún Gobierno”.

Los observadores europeos muestran su preocupación al ver, año tras año, que estos pasadores perfeccionan sus técnicas en la ruta libia. El frágil Gobierno de Unión Nacional (GNA) de Fayez el Sarraj, con base en Trípoli desde 2016, y sus guardacostas, cuyo papel denuncian las ONG y con quien Europa ha alcanzado un acuerdo muy controvertido, no tiene control sobre estas salidas masivas. “Se ha registrado un aumento del 21% de las llegadas por esta vía en los seis primeros meses del año”, dice Ewa Moncure, portavoz de Frontex. “Los aumentos se deben a las capacidades de los pasadores; para organizar un tráfico así, hace falta conseguir vehículo, barcos y motores…”, dado que estos últimos generalmente son destruidos por los navíos militares o por las ONG después de cada rescate.

El 17 de julio, la UE aprobó unas reglas para impedir la exportación de lanchas hinchables y motores fuera borda hacia Libia. ¿El objetivo? Acabar con el modelo de negocio de estos pasadores, que “despachan más barcos en una única vez, a niveles nunca antes alcanzados”, dicen desde Frontex. En un corto lapso de tiempo decenas de embarcaciones dejan las orillas del oeste del país. A veces se registran picos de salidas por las noches, los días de luna nueva, cuando las sombras se confunden con la noche y se hacen invisibles en un mar en calma.

El suceso permanece grabado en las memorias italianas; una tragedia, muy a su pesar, que influyó en la estrategia de las lanchas neumáticas de los pasadores. Era octubre de 2013 cuando un arrastrero vetusto navegaba, al despuntar el alba, a unos 500 metros de la orilla de Lampedusa, isla en el corazón del Mediterráneo. Sólo lograron sobrevivir 150 migrantes de los 500 que se encontraban a bordo. Habían salido dos días antes de Trípoli, a 300 kilómetros de allí. La opinión italiana se encontraba en estado de shock. Las autoridades pusieron en marcha entonces la operación Mare Nostrum, destinada a salvar al mayor número posible de migrantes marítimos y a vigilar la frontera; la marina italiana realiza labores de vigilancia en sus aguas (a 12 millas marinas del país).

Cuatro años después, los guardacostas italianos, ONG y algunos barcos de Frontex todavía participan, no lejos de esta frontera marítima, en las operaciones (nadie interviene en aguas libias). Los pasadores se han adaptados. “Antes de 2014 necesitaban grandes barcos –tipo arrastrero– para llegar a Sicilia o a Lampedusa [la costa más próxima, a varios cientos de kilómetros], por lo que necesitaban capitanes experimentados. Ahora, saben que los guardacostas están en aguas internacionales, sobrecargan zodiacs que no pueden ir muy lejos”, dice el fiscal Salvatore Vella.

Aunque los viejos petroleros obsoletos transportan varios cientos de personas, a día de hoy son menos numerosos; las lanchas neumáticas o las barcas de madera atestadas proliferan. Según el fiscal, los traficantes “dan a los conductores barcos teléfonos satélite de tipo Thuraya. Cuando llegan a aguas internacionales, llaman a los guardacostas italianos, el MRCC”, el Centro de coordinación de rescates en el mar de Roma, centro de operaciones, el único habilitado para ordenar operaciones para los navíos militares o de ONG.

Los migrantes hablan de travesías que duran una decena de horas, en barcos que duplican su capacidad. A menudo realizan travesías de un centenar de kilómetros, un largo camino cuando se encuentran solos y amontonados en el desierto azul. Algunos dicen haber telefoneado al “número proporciona por los pasadores” para su rescate. Otros explican que los traficantes se contentan con enviar los barcos a una zona en las costas de Sabratha, guiados por la noche por la luz de los territorios offshore de Bouri. Los motores de las embarcaciones a veces no cuentan con suficiente gasolina. Algunos se pierden. En 2017, 2.200 personas sin identificar murieron o desaparecieron en el Mediterráneo. _____________

Traducción: Mariola Moreno

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