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No hay paz para el Sahel

Atentado en Uagadugú (Burkina Faso), en una imagen de archivo.

El comienzo de las operaciones –previsto para este mes de octubre, según el presidente de Malí Ibrahim Boubacar Keita– de la fuerza conjunta de los países conocidos como G5 Sahel (Malí, Mauritania, Burkina Faso, Chad y Níger) hará que entre en escena un nuevo actor militar de envergadura –hasta 5.000 elementos– en una región donde una veintena de ejércitos y de milicias combaten ya con diferentes matices (rebeliones, autodefensa, yihadismo e intereses personales). “La fuerza G5 Sahel puede empezar sus operaciones a finales de octubre, avanza, pero hay un importante trabajo de organización, de planificación que llevar a cabo”, reconoce una fuente militar francesa en declaraciones a Reuters.

La primera misión de la FC-G5S será garantizar la seguridad en las fronteras y luchar contra los grupos terroristas y criminales y se espera que primeras operaciones precisamente se lleven a cabo en la zona conocida como de las “tres fronteras”, en el vértice que forman Malí, Níger y Burkina Faso. Tres países reunidos desde 1970 en la Autoridad del Liptako-Gourma, desempolvada en 2017 con la creación de una fuerza militar común.

En esta zona al margen de los Estados, la dimensión internacional del conflicto se reforzó de nuevo el pasado 4 de octubre con la muerte de militares norteamericanos y nigerianos en una emboscada, a 200 km al norte de Niamey, cuando el ejército americano “proporcionaba asesoría y asistencia” al ejército nigeriano. Después de dicha emboscada se solicitó el apoyo de la operación Barkhane”. Este acontecimiento ¿alentará a Estados Unidos a reconsiderar su participación financiera en la FC-G5S o llevará más bien al país a apostar por los drones, en un momento en que se está construyendo una base norteamericana en Agadez (Níger)?

La financiación de esta FC-G5S no está cerrada. La UE comprometió 50 millones de euros de un montante total de lanzamiento todavía indeterminado y que prácticamente se ha duplicado. La estimación a la baja –250 millones de euros– se corresponde con un poco más de la mitad del presupuesto de defensa y de seguridad de Malí, el más importante de los países del G5 Sahel.

Su cuartel general se inauguró en septiembre en Sévaré, en el centro de Malí, país “donde la violencia alcanza un paroxismo”, escribe el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, en su último informe del país, del 28 de septiembre. Los grupos yihadistas han arraigado en las zonas rurales y ampliado su radio de acción, los otros grupos armados se han multiplicado en bases identitarias al ritmo de los conflictos intercomunitarios cada vez más violentos.

“Deseamos desde hace mucho tiempo que la seguridad de los africanos quede garantizada por los propios africanos”, se congratulaba Jean-Yves Le Drian en julio, ante la comisión de Asuntos Exteriores de la Asamblea Nacional. Un mes antes, Francia había batallado con Estados Unidos en el Consejo de Seguridad por conseguir el voto de una resolución favorable a la FC-G5S.

Francia espera compartir el fardo de la lucha antiterrorista en el Sahel, que se ha hecho más pesado de llevar. Pronto se cumplirán cinco años desde el inicio de la operación Serval en Konna, en enero de 2013; la presencia francesa se critica de Bamako a Kidal, bajo el ojo interesado de Rusia. El ejército francés se impone en todas las batallas pero está perdiendo la guerra, pese a sus “430 operaciones” llevadas a cabo y de los “más de 410 terroristas fuera de combate o entregados a las autoridades de países amigos” desde el comienzo de la operación Barkhane en 2014. Los drones Reaper franceses, de cuyo uso informó el ministro de los Ejércitos a principios de septiembre, no golpearán antes de varios años.

La urgencia no es la misma para todos y la premura de Francia choca con con la espera de Chad, que quiere ganar tiempo a la espera de vender al mejor postor un nuevo compromiso de su eficaz ejército, convertido su mayor riqueza desde la cotización del petróleo empezó a caer. Chad –anfitrión del mando de la fuerza Barkane, héroe castigado en la batalla del Adrar de los Iforas, proveedor del tercer mayor contingente de la Minusma, comprometido contra Boko Haram en el frente del lago Chad en el seno de la Fuerza Multinacional Mixta (FMM)– “tiene el sentimiento de hacer muchos esfuerzos sin recibir tantas ayudas y consideración como sus vecinos”, se interpreta desde el lado francés.

Para empeorar la situación, Chad ha pasado a formar parte –para sorpresa general– del travel ban impuesto por Estados Unidos. Motivos adicionales para arrugar al presidente Idriss Déby, aliado histórico de Francia, en el poder desde 1991 y cuyo régimen era recientemente denunciado por Amnistía Internacional por la situación de los derechos humanos.

Por su parte, Malí, Burkina Faso y Níger no tienen manera de ganar tiempo. En Burkina Faso, donde se vuelven a dejar oír los partidarios del derrotado Blaise Campaoré, los ataques contra las fuerzas de seguridad y los asesinatos dirigidos de autoridades locales se multiplican en el norte del país. No se han despejado las dudas sobre la muerte del yihadista Ibrahim Malam Dicko, líder de Ansarul Islam. “Pura y llanamente, no sabemos si está o no con vida”, indica una fuente militar francesa, preocupada por “la utilización creciente de minas” en este país.

“Demasiadas armas”

Avatares de los ejércitos nacionales ya presentes en el terreno, los militares de la FC-C5S ¿podrán remediar la impotencia de los 13.000 cascos azules y de los 4.000 militares franceses de Barkhane? La militarización exponencial en el Sahel despierta poco entusiasmo. “Cabe temer que las cosas irán a peor”, teme Chrysogone Zougmoré, presidente del Movimiento de Burkina Faso por los Derechos Humanos y los Pueblos. “El despliegue de esta armada incitará a los grupos terroristas a atacar más a nuestros países. Sólo la retirada de las tropas extranjeras podría atenuar en parte las amenazas y los ataques”.

Además, la confianza sigue brillando por su ausencia entre los países del G5 y Malí, epicentro de la inseguridad regional desde 2012. “El Ejército de Burkina Faso es consciente de que es necesaria una colaboración en las fronteras y debe ser reforzada, pero tiene dudas sobre las capacidades operaciones de su vecino de Malí”, advierte Cynthia Ohayon, analista internacional Crisis Group.

“La FC-G5S no es una solución eficaz para un futuro próximo, aunque la seguridad fronteriza no sea mala idea”, dice Moussa Ag Acharatoumane, uno de los jefes del Movimiento para la Salvación del Azawad, tuareg, cuyos hombres hacen frente regularmente en la frontera de Malí-Níger a los de Adnane Abou Walid al-Sahraoui, exintegrante del Frente Polisario que ha jurado lealtad al Estado Islámico. “Ya hay demasiadas armas y demasiado ejércitos sobre el terreno y las comunidades locales no están suficientemente incluidas. Faltan ejércitos representativos de las poblaciones locales. Eso es lo que faltó ya en el pasado en el ejército de Malí”.

En una publicación reciente, la ONG Human Rights Watch acusaba a las tropas de Malí y de Burkina Faso de entregarse en el centro de Malí a “asesinatos, desapariciones forzadas y actos de tortura” sobre personas sospechosas de pertenecer o de colaborar con grupos yihadistas. En esta región de Mopti, donde el predicador Amadou Koufa reclutó, entre la comunidad peul, el desafío es no echar más a la población en brazos de los grupos armados, enemistándose con ellos a fuerza de errores.

“La gente se ha unido a estos grupos para gozar de apoyo y de protección, la cuestión religiosa es secundaria. En esta situación, ¿qué puede aportar una militarización creciente de la zona?”, pregunta Youssouf Barry, sociólogo especialista en gobernanza. Incluso allí donde se desencadena la violencia, como entre dogones y peuls en el círculo de Koro (centro), el ejército ya no se ve como una solución. “Una comisión local de mediación de los conflictos recomendó al ejército de Malí no desplegarse en la región donde su presencia correría el riesgo de exacerbar tensiones”, puede leerse en el informe del secretario general de Naciones Unidas.

La política no siempre consigue acabar con estas violencias, incluso si la CMA, la coalición de exrebeldes, y la Plataforma, una coalición de grupos armados de autodefensa, ha firmado recientemente un nuevo alto el fuego. “No se ha hecho casi ningún progreso en la aplicación del Acuerdo para la Paz y la Reconciliación”, constata Antonio Guterres. Dos años después de la firma del Acuerdo de Argel, la ONU se pone toda la confianza en la amenaza de aplicar sanciones individuales para reanudar el proceso.

“El marco en el que se firmó el acuerdo ha evolucionado mucho. Las realidades han cambiado, pero en un plano diplomático y político, la comunidad internacional y algunas cancillerías tienen problemas para seguir. Si se continúa a dirigirse sólo a la CMA y a la Plataforma, no funcionará. Hay que trabajar con la realidad existente sobre el terreno”, explica Moussa Ag Acharatoumane. “La diplomacia no se mueve, sólo se mueve la situación sobre el terreno”, lamenta Abda Ag KAzin, vicepresidente de las autoridades provisionales de Kidal en nombre del Estado de Malí. Francia y Argelia permanecen en 2011 y 2012”.

Esta impotencia militar y esta desidia política han reforzado las veleidades de negociación con los grupos yihadistas, tanto en el seno de la oposición como de la sociedad civil. La conferencia de entente nacional celebrada en abril recomendó “negociar con Iyad Ag Ghaly y Amadou Koufa preservando el carácter laico del Estado”. Una posición que defiende Andul Aziz Diallo, presidente de la influyente asociación peul Tabital Pulaaku.

“Hay que negociar con ellos si esto permite que la población viva en paz. Eso no impide que se haga Justicia, argumenta. “En el centro del país, los pueblos hablan ya con los yihadistas porque son los dueños del territorio, aunque hay un sentimiento de incomodidad general. Algunos optan por las revueltas pero se trata de una situación de David contra Goliat, de sables contra kalachnikov. Otros se van. Otros terminan por hallar un modus vivendi para salvar el cuello, aceptando plegarse a los requerimientos”.

Oficialmente, las posiciones son irreconciliables. Unos quieren la salida de las fuerzas extranjeras y la aplicación de la sharia, otros rechazan que se cuestione en lo más mínimo la laicidad del Estado. En su último mensaje sonoro, Koufa anunció el fin de las negociaciones y reafirmó su juramento a Iyad Ag Ghaly, jefe del grupo por el apoyo del islam y de los musulmanes. Oficiosamente, el diálogo es posible con algunos porque la religión sería sobre todo el vehículo más sencillo para las poblaciones cuyas reivindicaciones se acerquen más a las insurrecciones contra las campañas francesas que al extremismo del Estado Islámico en Siria o en Irak.

“Las declaraciones de Koufa son solo una parte de la verdad, se trata de apariencias”, dice Aurélien Tobie, investigador en el Sipri (Stockholm International Peace Research Institute). “Los peul no se han unido por razones religiosa, sino políticas para acabar con prácticas tradicionales consideradas injustaspeul, como el pago de los accesos a las zonas de pasto, que no nada tiene que ver con la sharia. La radicalización es una realidad, pero hasta cierto punto. La gente quiere sobre todo renegociar los privilegios y los vínculos tradicionales y el salafismo que promueve Koufa responde a sus expectaciones, al promover la igualdad. Es dar otro nombre a un combate que ha existido siempre. Y por ello sin duda es posible negociar con su apoyo, a falta de poder hacerlo con él”.

Más complicado resultará en Kidal, donde las lluvias de cohetes caen de forma regular sobre los casos azules, donde los eslóganes antiBarkhane decoran los muros y donde Iyad Ag Ghaly conserva cierto aura y apoyos políticas. “Resulta sorprendente que algunas voces digan que se vivía mejor en Kidal, en tiempos de Ansar Dine. A día de hoy ya no hay orden e imperan los conflictos intercomunitarios que se encuentran en el origen. La gente se dice: ‘Prefiero un Ansar Dine que no me excluye a una administración que me excluye. Prefiero un amigo a un hermano enemigo’”, argumenta Abda ag Kazina.

Traducción: Mariola Moreno

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