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“He permanecido callada durante 20 años. Me han culpado, acosado, maltratado. Soy como vosotros”. Desde que escribió en Twitter “HW me violó”, Rose McGowan no había hablado. La actriz reservó su primera aparición pública a los 4.000 congresistas asistentes a la sesión inaugural de la Women’s Convention, celebrada en octubre en Detroit (Michigan).

El acto, inédito, tenía como objetivo dar continuidad a la impresionante marcha de las Mujeres del 21 de enero de 2017. Entonces, un día después de la investidura de Donald Trump, entre tres y cinco millones de norteamericanos se echaron a la calle en más de 650 ciudades. Un número de manifestantes nunca visto en la historia norteamericana. Mayor que en las marchas contra la guerra de Vietnam de 1969 y 1970. Mayor que en las protestas de 2003 contra la guerra en Irak. Y, a día de hoy, el movimiento social más fuerte de la era Trump.

Sobre el escenario, Rose McGowan, orgullosa y temblando, pronunció el viernes 28 de octubre un discurso muy directo. “Es hora de cambiar de paradigma; hemos aguardado tanto tiempo. Somos las mujeres y nos escucháis rugir. Hollywood no es un caso aislado. El rostro del monstruo aparece en todas partes en mis pesadillas. Soy la misma que esa niña violada por jugadores de fútbol en una pequeña ciudad. La letra escarlata no es la nuestra. Somos puras, fuertes, valientes y vamos a pelear”.

Cuando salió a la luz el caso Harvey Weinstein, Rose McGowan, conocida por sus papeles en la película Scream y en la serie Charmed, se negó a ofrecer su testimonio. Temía a los abogados del productor más poderoso de Hollywood, con el que había alcanzado un pacto económico secreto. Ahora, junto con otras 81 víctimas declaradas (a día de hoy) de Weinstein, Rose McGowan ha pasado a ser parte de los millones de #MeToo, mujeres célebres o anónimas, que han contado los manoseos de nalgas, los contactos sexuales sin consentimiento, las agresiones, las violaciones.

En Estados Unidos, las mujeres se dejan oír y las consecuencias del caso Weinstein llegan a todos los estamentos de poder. Un célebre guionista de Hollywood, James Tobback, ha sido acusado de acosar o de agredir a 38 mujeres. El responsable de los estudios de Amazon, Roy Prince, dimitió después de que una productora denunciase acoso sexual. El comportamiento de dos figuras del periodismo, el comentarista Mark Halperin (NBC) y Leon Wieseltier (The New Republic), ha provocado su caída. 300 mujeres californianas, cargos electos, colaboradoras o lobbistas han denunciado la cultura machista y el acoso del que han sido víctimas en el Parlamento de Sacramento…

La organización de la Women’s Convention ya estaba prevista antes de que saltase el escándalo, pero en los pasillos del importante centro de congresos donde se dieron cita, durante tres días activistas, cargos electos, responsables de asociaciones o de organizaciones de campo, el debate fue continuo.

En un marco en el que las presentes no se veían vejadas, muchas de ellas narraron sus respectivas experiencias de “supervivientes” (ésa es la palabra que se emplea en inglés para describir a las víctimas de agresiones sexuales). En un taller, una mujer tomó el micrófono para rememorar la violación que sufrió, de niña, por parte de un político. Dee Poku, antigua directiva en el mundo de la cinematografía, evocó un momento glacial con “un realizador”. “Espero que sea el próximo en la lista”, dijo.

Para todas estas mujeres, hablar tiene un carácter marcadamente político. Sobre todo desde que el actual inquilino de la Casa Blanca, encarnación del macho blanco y dirigente de un gobierno de plutócratas, encarna todo aquello contra lo que ellas combaten. En un vídeo, difundido hace un año, el entonces candidato republicano a la Casa Blanca se vanagloriaba de “coger” a las mujeres “por el coño” (pussy).

Durante la campaña electoral, 16 mujeres acusaron al actual presidente de acoso o de agresiones sexuales: una actriz, varias antiguas misses, una periodista, una profesora de yoga, una recepcionista de la Trump Tower, una excandidata del programa The Apprentice, del que Trump que fue el personaje principal, etc. “Fake news”, clamó Trump, pese a que la denuncia la realizaban a cara descubierta y pese a tener testigos. “Mentirosas”, repite la Casa Blanca.

Inclusivo

“Donald Trump es el predador jefe”, resume Rosa Clemente, excandidata a la vicepresidencia del Partido Ecologista en 2008, que luce unos enormes pendientes con el lema Fuck Trump. La actriz Amber Tamblyn, muy implicada desde el principio en el caso Weinstein, odia a ese presidente al que ve como un “regalo”. Es una desgracia que ocupe ese cargo, sostiene, "pero Trump representa todo aquello que funciona mal en la masculinidad que hoy nos permite mantener un gran debate que probablemente nunca antes hemos tenido. Había un elefante en la sala y estamos echándolo”.

Además de estos actos, las activistas también luchan contra sus políticas. Demócratas, centristas partidarias de Hillary Clinton, partidarias de Bernie Sanders más a izquierda, abogadas, activistas de Black Lives Matters comprometidas contra las violencias policiales antiimperialistas… Todas tienen en común el rechazo en bloque de la agenda del presidente de Estados Unidos. “Respeto la Presidencia pero no a este presidente”, insiste Linda Sarsour, copresidenta de la Women’s March. Esta neoyorquina, una mujer que lleva velo que “no se justifica por ser musulmana”, detalla las decisiones de un “Gobierno que busca división”: Las personas transexuales, que tienen vetado el acceso al Ejército, los ataques a la sanidad y el derecho a disponer de su cuerpo en materia de reproducción, la inmigración...

Una decisión reciente de la ministra de Educación de Donald Trump suscita el rechazo generalizado: en nombre del derecho de los acusados y de la autonomía de los establecimiento, Betsy DeVos –a la sazón, una multimillonaria cuya familia financia desde hace tiempo el Partido Republicano– anulaba una serie de regulaciones que le indicaba a las universidades cómo debían gestionar los casos de violencia sexual.

“No obstante, una de cada cinco mujeres es víctima de abusos sexuales en la universidad”, lamenta Rosie Hidalgo, exdirectora adjunta de la oficina de lucha contra la violencia contra las mujeres en el Gobierno de Obama. “Se trata de un enorme retroceso. Ya no sabemos qué aconsejar a las víctimas, ya no saben cuáles son sus derechos. Ir a contar los hechos a la Policía no siempre es sencillo, sobre todo para los negros o para las personas transexuales, que se ven sometidas a brutalidades policiales”, lamenta Grace Starling, que dirige un grupo de lucha contra los abusos sexuales en la Universidad de Georgia.

En Detroit, las participantes, activistas, responsables de organizaciones, impulsoras en sus comunidades de este tipo de iniciativas, acuden de todo el país y son de todas las razas. El movimiento quiere ser inclusivo, interseccional (lucha contra las dominaciones económicas y sociales, está relacionado con el color de la piel, el sexo y el género), representativo de un país donde los negros, hispanos y asiáticos representan ya el 35% de la población, un porcentaje superior en el futuro.

En un discurso encendido, la activista Tamika D. Mallory, una de las cuatro copresidentas de la Women’s March, que trabajó con el gobierno de Obama en la regulación de las armas de fuego, fue la encargada poner el marco normativo, para evitar malentendidos: “Vuestro feminismo no me representa si sólo reivindica el derecho al aborto. Si no os preocupáis de que ni siquiera puedo tener hijos porque soy pobre, vuestro feminismo no me representa. Si los hombres no pertenecen a este movimiento, vuestro feminismo no me representa porque tengo un hijo de 18 años que debe ser protegido. Si vuestro feminismo no lucha contra las armas de fuego que golpean en nuestras comunidades, vuestro feminismo no me representa”.

En los talleres se hablaba de transición ecológica, de refugiados, de desarrollo económico, de la lucha por tener un agua de calidad, del acceso a los cuidados, al trabajo, de la revalorización del salario mínimo, de la defensa de las minorías y de los dreamersdreamers, esos 800.000 jóvenes inmigrantes llegados a Estados Unidos antes de los 16 años y amenazados de expulsión. Mucho más prosaico, también se hablaba de la forma de organizar un grupo local o una campaña de campo, de dar la tabarra a los políticos para que escuchen, de acudir a los tribunales para ganar batallas jurídicas.

También se organizaron sesiones de motivación para animar a las mujeres a presentarse a todas las elecciones, de la más local a los comicios de mitad de mandato de noviembre de 2018, cuando la Cámara de Representantes y un tercio de los senadores se renuevan. El combate no ha hecho más que comenzar. “El horror de los políticos de Trump nos lleva a conjugar nuestras fuerzas. Desde Weinstein, las voces se alzan como nunca antes”, se felicitaba Jess Davidson, de la ONG End Rape on Campus, comprometida a la hora de combatir las agresiones sexuales en la universidad. Pero “de momento, desgraciadamente, todo esto no es suficiente para contrarrestar las nefastas consecuencias de las políticas llevadas a cabo”, deploraba.

Ai-jen Poo, directora de la asociación nacional de teletrabajadores, un sector en el que coexisten la precariedad y la exposición a las agresiones sexuales, va un poco más allá. “Ahora hay que conseguir el próximo gran movimiento social que nos va a dar la democracia que merecemos. Atravesamos una tormenta, pero se vislumbra el sol”. Hay que organizarse de forma inmediata, instaba. _____________

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Traducción: Mariola Moreno

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