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La mayoría de masacres en EEUU las cometen hombres blancos próximos a la extrema derecha

El sospechoso del tiroteo escolar Nikolas Cruz comparece en video en la corte del condado de Broward ante la jueza Kim Theresa Mollica.

Nikolas Cruz lo tenía todo previsto. Anunció la masacre en YouTube, hasta el punto de despertar la curiosidad del FBI. El pasado miércoles 14 de febrero, con la mochila llena de municiones, el joven de 19 años mató a 17 alumnos y docentes del instituto Marjory Stoneman Douglas de Parkland (Florida); cayeron abatidos por las ráfagas de su AR-15, arma de guerra que se puede encontrar en cualquier establecimiento, más fácil de conseguir que una pistola, y utilizada en la mayoría de las grandes matanzas recientes de Estados Unidos. Otras 15 personas resultaron heridas.

Después de los ataques de Las Vegas (58 muertos y más de 500 heridos, en octubre de 2017), Orlando (49 muertos, 50 heridos, en junio de 2016), Virginia Tech (32 muertos, abril de 2007), Sandy Hook (27 muertos, diciembre de 2012), Sutherland Springs (26 muertos, noviembre de 2017) y otras tres masacres ocurridas en 1966, 1984 y 1991, estamos ante la enésima mayor matanza de la historia moderna de Estados Unidos.

La tercera masacre en número de muertos perpetrada en una escuela, todavía más mortífera que la matanza de Columbine (Colorado), que dejó 13 víctimas y horripiló al mundo entero en 1999, sirviendo de inspiración a Gus Van Sant en su célebre película Elephant, que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes en 2003.

Casi 20 años después, una catástrofe de mayor magnitud recibe un eco mediático menor, como si esta tragedia repetitiva, la letanía de los dramas, hubiese terminado por cansar.

Tal y como suele suceder en estos casos, las televisiones de información 24 horas han difundido las imágenes del horror, grabaciones en directo de la matanza en las aulas realizadas con los móviles de los adolescentes. Mientras, los oficiales mostraban sus caras de circunstancia las cámaras y dedicaban sus “oraciones” a las familias, que lloran a sus muertos. Por su parte, los demócratas han vuelto a reclamar un mayor control de las armas de fuego.

Es probable que no suceda nada. Después de cada tiroteo, en caliente, se reabre el debate momentáneamente. Sin embargo, hace años que cualquier intento por regular las armas de fuego en Estados Unidos cae en saco roto.

Estados Unidos es el país que cuenta más número de armas de fuego en circulación, más de 300 millones sin duda, la mitad de las armas civiles del mundo. Se produce una masacre –un ataque con arma que causa al menos cuatro heridos, sin contar al atacante– al día: 346 en 2017; 383 en 2016; 333 en 2015; 271 en 2014, según la web especializada Gun Violence archive, que contabiliza las víctimas de forma metódica. Más de 13.000 personas mueren cada año por arma de fuego, tres veces más si se tiene en cuenta a los suicidas. No existen estadísticas oficiales; hace 20 años que una ley limita los estudios que miden el impacto de las armas de fuego sobre la salud...

Como sucedió con la matanza de Las Vegas del 1 de octubre pasado, la mayor masacre de la historia moderna de Estados Unidos, Donald Trump ha vuelta a dirigir sus oraciones a las familias de las víctimas e instado a combatir mejor “el grave problema de la enfermedad mental en Estados Unidos”. Cruel ironía para un presidente cuyo partido ha diezmado, en los Estados en los que gobierna, la financiación de los establecimiento especializados...

“Cada vez que se comete una matanza, el ritual es el mismo”, lamenta la historiadora Roxanne Dunbar-Ortiz. “Los liberales, los demócratas, los partidarios del control de las armas de fuego alzan sus voces. Los defensores de las armas rechazan atribuir el origen de estas masacres a las armas, para ellos son actos de criminales o de locos. La realidad es que lo que sucede en Estados Unidos es excepcional. En otros países, puede haber muchas armas en circulación, pero en ninguna parte se registra una violencia semejante, semejante recurrencia de las masacres”.

Loaded, el libro que Roxanne Dunbar-Ortiz acaba de publicar en Estados Unidos se subtitula “una historia que desarma la segunda enmienda”. En la Constitución estadounidense, la segunda enmienda garantiza desde hace más de dos siglos el derecho de los ciudadanos del país a dotarse de armas para velar “por la seguridad de un Estado libre”. Y ese se ha convertido en el mantra casi sagrado de los partidarios de las armas de fuego, que la presentan como muralla ante cualquier intento de control por parte del Poder Legislativo.

En el libro, Dunbar-Ortiz, también autora de una Contrahistoria de Estados Unidos (contada desde el punto de vista de los pueblos indígenas americanos), muestra cómo la historia misma de la segunda enmienda está ligada a una violencia consustancial a la historia americana, de la masacre metódica de los indios americanos al imperialismo guerrero de la primera potencia mundial, pasando por el control violento del cuerpo de los negros, “esclavos y libres”, o la persistencia en la cultura popular del mito del cazador y de la figura del “rebelde al margen de la ley”.

“Esta violencia extrema está en el ADN de la cultura americana y muchos no quieren verla”, explica Dunbar-Ortiz. “Incluso en los círculos liberales o para algunos historiadores, esa negación existe. Sin embargo es la historia de esta especificidad americana lo que hay que mirar de frente”.

Sin negar la influencia de grupos de presión como la NRA (National Rifle Association), el lobby proarmas, que cuenta con cinco millones de miembros lobbyy que financia a cargos electos o la influencia del complejo militar-industrial (siete de los diez mayores fabricantes mundiales de armas son americanos y dan empleo a más de 800.000 empresas), considera que el mal es todavía más profundo: la gun culture, lejos de ser bastante reciente como creen otros historiadores americanos, se encuentra profundamente enquistada en la identidad americana.

En su libro, Dunbar-Ortiz también vincula el “fetichismo de las armas de fuego” a la masculinidad. “El 74% de los propietarios de armas de fuego en Estados Unidos son hombres y el 82% son blancos, lo que significa que el 61% de los adultos que poseen armas de fuego son hombres blancos, un grupo que representa el 31% de la población”. Esta predominancia masculina queda patente en las estadísticas de las matanzas. Del centenar de masacres ocurridas desde 1982, en las que fueron asesinadas al menos cuatro personas, casi todas fueron cometidas por hombres.

Y más de la mitad de los autores son blancos. Dunbar-Ortiz establece una vinculación histórica consustancial entre la violencia fundamental de la sociedad norteamericana y el “nacionalismo blanco”, históricamente opuesto a la igualdad de derechos, hoy nutrido por una gran angustia ante la evolución demográfica de Estados Unidos, donde los blancos están destinados a convertirse en minoría.

De hecho, la historia norteamericana reciente está salpicada de terroristas más o menos inspirados en tesis ultraderechistas.

En mayo de 2014, el joven Elliot Rodger, movido por su aversión a las mujeres y a las parejas interraciales, mataba a seis personas en California antes de suicidarse. En junio de 2015, Dylann Roof, un nacionalista simpatizante neonazi de 21 ans, mataba a nueve negros en una iglesia de Charleston (Carolina del Sur). Hace dos meses, William Edward Atchison, supremacista de 21 años, asesinaba a dos estudiantes en Nuevo México.

En cuanto a Nikolas Cruz, autor de la masacre del 14 de febrero en Parkland, sus actividades en la Red y sus antiguos amigos marcan el itinerario de un niño racista. El responsable de una milicia de ultraderecha de Florida aseguró que Cruz era miembro integrante, para retractarse a continuación.

Según el Southern Poverty Law Center, organismo que controla a la ultraderecha, el año 2017 estuvo marcado por una recrudescencia inédita de los actos racistas mortales perpetrados por los alt-right, esa nueva derecha americana que apoya brutalmente a Donald Trump, la cual, reunida el pasado verano en Charlotesville (Virginia) se saldó con la muerte violenta de una joven militante.

El presidente de Estados Unidos rechazó entonces condenar las artimañas de la ultraderecha y puso al mismo nivel a las dos partes. La historiadora Roxanne Dunbar-Ortiz está convencida: “Para los nacionalistas blancos, Donald Trump y su retórica han dado una especie de luz verde”. Según excompañeros citados por el Daily Beast, Nikolas Cruz a veces llevaba gorras rojas con las siglas Make America Great again, el lema de campaña de Donald Trump. Se trata de un chico cerrado y perturbado, conocido en su barrio por disparar a pollos con un fusil de plomo. Ahora se ha convertido en autor de una masacre. Su momento de gloria.

 

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Traducción: Mariola Moreno

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