Lo mejor de Mediapart

Trump carece de medios para imponer su proteccionismo

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.

La probable decisión de Donald Trump de imponer nuevos derechos de aduanas, del 25% para el acero y del 10% para el aluminio, ha desatado una ola de preocupación en los mercados y en entornos económicos. El método elegido ha hecho reaparecer el fantasma de una guerra comercial donde los socios comerciales de Estados Unidos eventualmente pueden responder, a su vez, con un aumento de los derechos aduaneros. Y esto conllevaría el descenso del comercio internacional, lo que puede arruinar la economía mundial y quebrar la recuperación.

Este escenario catastrófico ¿es posible? En concreto, las medidas afectan al 2% de las importaciones de bienes y servicios que tienen como destino Estados Unidos, es decir, 29.000 millones de dólares para el acero y 17.000 millones de dólares en el caso del aluminio. El coste directo rondaría los 9.000 millones de dólares. Una cantidad muy pequeña en términos macroeconómicos para una economía de 18,7 billones de dólares.

Sin lugar a dudas la factura sería mayor en el caso de las industrias consumidoras de acero y de aluminio, que pueden verse tentadas a la hora de trasladar el aumento de costes a los precios. No obstante, hay que recordar que la medida va acompañada de un descenso masivo de la fiscalidad para las empresas de EE. UU. De ahí que la repercusión al precio final no sea matemática, puesto que algunas empresas pueden mantener sus ingresos después de impuestos al tiempo que moderan el alza de precios.

Agitación en los mercados

Sin embargo, si los hogares norteamericanos tuviesen que abonar este incremento arancelario –algo probable–, ¿podría derivar en un alza inflacionista? Este temor ha agitado notablemente los mercados porque cualquier eventual aumento de precios puede ir parejo a un endurecimiento monetario (es decir, un aumento de los tipos de la Reserva Federal), que rompería el crecimiento, limitando el acceso al crédito. En realidad, en una economía tan firme como la de Estados Unidos, el verdadero peligro es ése: el crecimiento al otro lado del Atlántico depende poco de la dinámica comercial, aunque mucho del crédito y por tanto... de la política.

Pero mientras se mantengan las medidas anunciadas, existen pocas posibilidades de que se entre en una lógica semejante. El consumo de los hogares representa 13 billones de euros; de donde los gravámenes al acero y al aluminio ascienden al 0,07% de este importe. El incremento en el precio de los coches, por ejemplo, podría rondar los 200-300 euros por automóvil, es decir, la subida sería del 1% en una categoría, los vehículos nuevos, que tiene un peso inferior al 4% en el cálculo del índice de precios...

Por tanto, no hay motivos para que se produzca un aumento general de los precios ni para exigencias salariales que llevarían a la Reserva Federal a cerrar el grifo del dinero. En resumen, como subraya Christopher Dembik, economista en Saxo Bank, de momento, se trata de “medidas homeopáticas de débil impacto”.

Más aún si tenemos en cuenta que Donald Trump ya ha indicado que Canadá y México pueden quedar exentos de pagar estos aranceles si las negociaciones sobre la reforma del Acuerdo de Librecomercio Norteamericano (Alena) prosperan. “La Casa Blanca juega al engaño político; trata de hacer presión en estas negociaciones”, explica Christopher Dembik. Ahora bien, Canadá es el principal proveedor de acero y de aluminio de Estados Unidos y México, el cuarto... Si estos dos países finalmente no se ven afectados por las medidas, el impacto macroeconómico automáticamente será mucho menor.

No hay peligro inmediato por lo tanto para la economía mundial. Por lo demás, las medidas proteccionistas son corrientes: George Bush también subió los derechos aduaneros en 2001 y Barack Obama sometió a gravámenes el acero chino en 2009. En cada una de estas ocasiones, hubo reacciones, pero el efecto negativo sobre el crecimiento mundial fue muy limitado, incluso nulo. No en vano, el nivel medio de los derechos aduaneros de Estados Unidos es bajo, inferior de media a los de la UE, y dos veces menor que los de China... Incluso si subieran, este nivel de protección seguirá siendo reducido y no debería modificar el nivel de los intercambios comerciales.

Advertencia china y europea

Evidentemente, los mercados temen la subiday un escenario catastrófico en caso de que las medidas Trump deriven en una ola proteccionista que desembocaría en una guerra comercial. De hecho, China, por boca de su titular de Asuntos Extranjeros Wang Yi, ha amenazado a Estados Unidos con dar “una respuesta justificada y necesaria”.

Y la UE ha hecho otro tanto. De modo que cabe la posibilidad de que se levanten barreras proteccionistas... Aunque este escenario no sea 100% seguro. De hecho, Christopher Dembik no lo cree así y habla de respuestas, también aquí, ampliamente “simbólicas”, que no cuestionarían en lo esencial el orden comercial mundial. “Nadie tiene verdadero interés en iniciar una guerra comercial de gran magnitud”, explica. Todo podría quedar en mera retórica.

Sin embargo, Donald Trump tiene su propia lógica que podría llevarle lejos: pretende reducir el déficit comercial y alimentar la inversión dirigiendo los fondos liberados por su reforma fiscal hacía sectores protegidos por sus derechos de aduana. En este lógica autárquica, la Administración de Estados Unidos tendría todas las razones para no temer una guerra comercial. Como en la edad de oro del desarrollo de Estados Unidos, a finales del siglo XIX, la industria nacional prosperaba en el mercado interior, protegida por barreras aduaneras y la benevolencia del Estado federal.

Para tener acceso a este mercado próspero, los demás países no tendrían más opción que someterse al orden de Estados Unidos. Por eso Trump ha declarado que “las guerras comerciales son beneficiosas y fáciles de ganar”. Detrás del proteccionismo de Trump, existe una nostalgia autárquica y una voluntad de potencia que están estrechamente vinculadas. Y que pueden conducirlo a echar un pulso aduanero al resto del mundo, desencadenando con ello una guerra comercial de gran magnitud.

Pero esta estrategia tiene muchos límites. Primero porque el efecto de sustitución vinculado a las tarifas aduaneras es muy reducido; la globalización ha derivado en una división del trabajo a nivel mundial de la que es difícil sustraerse con simples derechos aduaneros, aún más para Estados Unidos, país ampliamente desindustrializado. Para producir un retroceso en las importaciones, sobre todo asiáticas, haría falta que las industrias de EE.UU construyan fábricas, formen personal y resulten rentables frente a los chinos o a los coreanos.

Incluso con derechos aduaneros elevados, no está claro que fuese el caso. Más aún por cuanto las sumas liberadas por las políticas fiscales de la Administración republicana pueden dar con otras industrias más rentables en otro lado, por ejemplo en los mercados financieros, en Estados Unidos o en el extranjero. Siempre que la política inflacionista no produzca efectos sobre el empleo, sino que sólo alimente los precios y los tipos, la Casa Blanca puede decidir no ir más allá.

Contradicciones de Trump

Pero existe un segundo obstáculo, mucho más poderoso, a la voluntad de Trump de batirse en duelo en el plano comercial: la deuda. Las políticas de bajada masiva de impuestos para los más ricos y para las empresas van a incrementar enormemente el déficit público. En 2018, está previsto que ascienda a 666.000 millones y, según algunas fuentes, rondaría el billón de dólares en 2019... En el contexto legislativo actual, este déficit deberá ser financiado por los mercados financieros y, por tanto, por los acreedores habituales del Gobierno federal, sobre todo China y Japón.

Donald Trump puede esperar que sus conciudadanos utilicen una parte del dinero obtenido de las bajadas de impuestos para financiar este déficit, pero ¿por qué lo harían en un contexto de subida de tipos? Y eso sería mientras no sirviese para financiar las inversiones productivas. En resumen, habrá que contar con la buena voluntad de los países “ahorradores”, dicho de otro modo, de grandes exportadores como China y Alemania.

Y ese es el dilema frente al cual corre el riesgo de chocar la estrategia de Donald Trump. Por un lado, se encuentra obsesionado con la reducción, a base de derechos aduaneros, del déficit comercial, pero aumentando su déficit público; refuerza su dependencia frente a las potencias exportadoras que pretende castigar en el plano comercial... De manera que la verdadera represalia puede ser no la guerra comercial, sino el rechazo de las potencias ahorradoras mundiales a financiar el déficit público federal. Esto desencadenaría un alza de los tipos y un hundimiento del dólar que pondría en peligro su estatus de principal moneda de reserva mundial.

Para Christopher Dembik, acarrearía un verdadero peligro para la economía mundial. Pero en realidad, este peligro incluso limita en la práctica la capacidad de guerra comercial de Donald Trump, que no tiene razón alguna para contrariar a sus acreedores. El pasado 10 de enero, un rumor, finalmente desmentido por Pekín, anunciaba la venta de bonos del tesoro estadounidenses en manos de China, país que cuenta con más de un billón de dólares de esta deuda; inmediatamente los mercados empezaron a retroceder. Todo un aviso para Washington.

Por tanto no es seguro el escenario de una guerra comercial de gran amplitud, nada más lejos de la realidad, pero no se puede descartar la posibilidad. En ese caso, ¿sería grave? La mayoría de los economistas responden afirmativamente. Sin embargo, la visión habitual que identifica una correlación directa entre el aumento de los derechos de aduana, la bajada del comercio mundial y la bajada del crecimiento no es tan clara en la práctica. Como se ha dicho, la división del trabajo a escala mundial convierte en imprescindible el comercio, con o sin derechos aduaneros. Por lo demás, no existe vinculación directa entre los derechos de aduana y el descenso de los intercambios. Todo depende de las condiciones económicas.

A menudo se habla, con razón, de la crisis de los años 30 que condujo a una guerra comercial nefasta. Pero esta guerra fue nefasta sobre todo porque la demanda mundial estaba entonces en mínimos y porque se contrajo por las políticas de austeridad mortíferas. Por el contrario, la primera globalización, la del periodo entre 1900-1914, se efectuaba en un contexto muy proteccionista, pero con una demanda sostenida, una fuerte innovación (la segunda revolución industrial) y un sistema monetario mundial estable.

Ahora bien, los intercambios comerciales se han reducido mucho recientemente. Según la OMC, en 2016, el volumen del comercio de bienes manufacturados era inferior en casi un 5% en su nivel de 2013. Globalmente, el nivel de los intercambios es muy inferior desde 2009, a la media de los años 1990 y 2000. La razón no es la aparición de derechos de aduanas, sino más un problema de demanda mundial que sólo se ha paliado en parte recurriendo de forma masiva a la deuda y a la financiación monetaria de la economía.

De hecho, como precisa Christopher Dembik, “el carburante del crecimiento actual es más el crédito que el comercio mundial”carburante. De ahí que el verdadero temor de los mercados no sea en realidad la guerra comercial, sino más bien su corolario, la inflación, que pone en peligro el apoyo monetario al crecimiento. Pero ahí también no hay que llevarse a error: si la economía mundial teme una inflación tan buscada, es porque sus fundamentos son frágiles.

Recurso al proteccionismo

También se suele olvidar a menudo que, para responder a esta fragilidad, los bloques económicos mundiales ya han recurrido al proteccionismo. Éste puede adquirir otras formas bien diferentes a los derechos aduaneros de los que tanto se habla hoy. Los sistemas normativos y reguladores constituyen obstáculos a menudo infranqueables para las empresas. Pero hay otros, como la competencia fiscal y social, percibida muy positivamente entre los defensores del librecomercio pero que formar de hacer imposible la competencia en muchos mercados.

Los Estados han recurrido a ella masivamente a raíz de la crisis, a base de reformas estructurales y con la bajada impositiva a las empresas. Por último, está el uso de la moneda. Aun cuando ningún banco central lo reconoce, las políticas de expansión cuantitativa han influido en los tipos de cambio, llevando, a partir de 2008, a una guerra comercial de facto, sin recurrir a los derechos de aduanas. Shinzo Abe, el primer ministro japonés, durante un tiempo confesó que influyó en el valor del yen para favorecer las exportaciones niponas. Pero cuando el BCE compra masivamente títulos en los mercados para subir la inflación, espera mucho también del efecto de cambio para aumentar las importaciones... Un efecto comparable (y a menudo más eficaz) que los derechos aduaneros de Trump.

De modo que el mundo no pasaría de la luz a las tinieblas con las medidas anunciadas por el presidente de Estados Unidos. El proteccionismo está latente desde hace varios años, tal y como demuestran las voluntades de varios países o regiones a la hora de alcanzar acuerdos concretos de librecomercio. O, dicho de otro modo, de reaccionar a un ralentización de los intercambios. Cuanto más pequeño es el pastel del comercio, mayor es la competencia y más se recurre a las medidas de protección.

El crecimiento es frágil, los intercambios se ralentizan y todos recurren a medios más o menos leales para conservar o aumentar su parte del pastel. Las medidas de Trump sólo son la parte más visible de una realidad mayor. De hecho, la guerra comercial empezó hace mucho tiempo y el hecho de que un país tan protegido como China ahora se convierta en el campeón del librecomercio debería ser una de las pruebas más evidentes.

La reacción proteccionista es el reverso del decorado de una globalización que ha llevado a profundos desequilibrios, sociales y económicos. Pero el proteccionismo al estilo de Trump no es una solución, es un medio de defender un liberalismo nacional basado en un pseudoescorrentía, en el seno de economía protegida. Está condenado al fracaso porque se basa en una economía financiada que desarrolla todavía mediante la desregulación y las bajadas de impuestos. No se preocupa de proteger a la población, sino a las élites económicas.

En este marco, un proteccionismo de gran magnitud sólo se puede traducir en una pérdida en los ingresos más bajas y en los empleos. Pero si quieren salvar la globalización, sus defensores sólo pueden defender el statu quo colocándose detrás de la bandera de los que aprovecharon la globalización de los años 2000. Deben reflexionar sobre la instauración de intercambios comerciales y financieros más justos, más respetuosos con el medio ambiente y más proteccionistas para la población. De otro modo, el debate entre proteccionismo y librecomercio corre el riesgo de ser un falso pretexto.

Donald Trump cesa al secretario de Estado de EEUU

Donald Trump cesa al secretario de Estado de EEUU

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

Más sobre este tema
stats