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Las acusaciones de tolerancia con el antisemitismo debilitan a Corbyn

El lídel del partido laborista británico, Jeremy Corbyn

En el norte de Londres, el Partido Laborista tenía todas las papeletas para hacerse con el control de Barnet el pasado 3 de mayo. Este barrio del Gran Londres, en manos de los conservadores desde 2002, se ha considerado durante mucho tiempo una fortaleza impenetrable para la izquierda. Pero debido a la desastrosa gestión ultraliberal de la derecha en esta zona de las afueras de la capital, este año la victoria parecía finalmente al alcance de los laboristas.

En 2013, una parte muy importante de los servicios municipales de Barnet quedaron en manos de una subcontrata, Capita, una multinacional. Con recortes en personal municipal y dejando en manos de este grupo privado la concesión de licencias de obras, el mantenimiento de la red viaria o la gestión de los centros de ayuda para personas con movilidad reducida, la derecha local pretendía ahorrar y “mejorar la calidad de los servicios municipales”. Cinco años después, cuando ha transcurrido la mitad del periodo de la concesión, el descontento es generalizado y el ayuntamiento tiene un agujero presupuestario equivalente a 45 millones de euros. Y Capita pasa por importantes dificultades.

Pese a todo, los laboristas no vencieron en las recientes elecciones local en Barnet. El pasado 3 de mayo incluso perdieron cinco concejales, mientras los conservadores obtenían siete representantes más que en 2014. ¿Qué ocurrió? En plena polémica sobre el auge del antisemitismo en el Partido Laborista y sobre la falta de liderazgo de Jeremy Corbyn al respecto, los electores laboristas judíos de Barnet le dieron la espalda a la izquierda. La dirección del Partido Laborista no vio venir el castigo aunque, según el censo de 2011, en torno al 15% de la población de Barnet es de confesión judía.

“Jeremy Corbyn tenía previsto pronunciar un discurso de victoria en Barnet el 4 de mayo”, asegura Adam Langleben, uno de los laboristas derrotados en las últimas elecciones locales. Durante la campaña, este hombre, de unos 30 años y de confesión judía, trató de alertar a la dirección del partido de la hostilidad con que se encontraba en cada esquina. “Es muy sencillo. Toda la campaña estuvo marcada por el problema del antisemitismo en el partido laborista”, resume este militante, muy contrariado a título personal por el revés sufrido en las filas laboristas.

En las altas instancias, nadie prestó atención a las advertencias de Adam Langleben sobre el potencial castigo electoral. El problema del antisemitismo en el laborismo no se limita a Barnet. Y no es nada nuevo. La polémica ha ido a más desde la primavera de 2016.

En ese momento, varios casos que afectaban a miembros del Partido Laborista, entre ellos a varios cargos electos, saltaron a los periódicos. Uno de los blogs políticos de derechas, de los más influyentes de Westminster, Guido Fawkes, reveló que Naz Shah, diputada laborista de Bradford en 2015, publicó mensajes de carácter antisemita en las redes sociales en 2014, es decir, un año antes de ser elegida. Una de estas imágenes, compartida en Facebook, muestra a Israel incrustado en un mapa de Estados Unidos. La publicación llevaba por título: “Solución para el conflicto árabe-israelí: la relocalización de Israel en Estados Unidos”.

La marcha de Livingstone

Un día después de la publicación de Guido Fawkes, Ken Livingstone, exalcalde de Londres y próximo a Corbyn, salía en defensa de la diputada. Señaló entonces que Hitler había apoyado el sionismo en 1932, “antes de volverse loco y terminar matando a seis millones de judíos”. En otra entrevista concedida el mismo día, Livingstone denunciaba “una campaña bien orquestada por parte del lobby pro-Israel destinada a acusar de antisemitismo a cualquiera que critique las políticas de Israel”.

Estas palabras causaron un escándalo nacional y una crisis interna en el laborismo. Pero hubo que esperar hasta el pasado 21 de mayo para que Livingstone, de 72 años, presentase la dimisión. “La polémica permanente en torno a mi suspensión del Partido Laborista se ha convertido en una manera de distraer el problema central actual, a saber, cómo echar al Gobierno conservador que supervisa la bajada del nivel de vida y la espiral de pobreza”, decía en un comunicado. Corbyn aseguró estar “triste” por una decisión que, no obstante, calificó de “correcta”.

¿La marcha de Livingstone acabará con esta polémica que fragiliza a Corbyn? Desde su elección en 2015 al frente del partido, el líder laborista –militante pacifista y que apoya la causa palestina– rápidamente fue acusado de falta de firmeza frente a las crecientes declaraciones antisemitas en la formación. Tras la salida de Livingstone en 2016, y presionado por una veintena de diputados laboristas, el nuevo líder empezó, a título provisional, por suspender al exalcalde laborista de Londres.

También puso en marcha una investigación interna: le solicitó al abogado militante de los derechos humanos  Shami Chakrabarti un informe sobre el antisemitismo y el racismo en el seno del Partido Laborista. Ante la proximidad de la elección del alcalde de la ciudad y que Sadiq Khan tenía posibilidad de encantar a la derecha, era urgente calmar las tensiones en el partido y enviar una respuesta fuerte al electorado londinense de izquierdas.

Dos meses después, se publicaba “la investigación de Shami Chakrabarti”. Conforme a la consigna dada por la dirección del Laborismo, el documento de 41 páginas no se centra en el antisemitismo. Aún más sorprendente, dado el contexto, no incluye ni un sólo testimonio sobre la cuestión. El abogado describe los casos de antisemitismo como “desgraciados incidentes que no hacen honor al Laborismo”.

La conclusión, que aparece ya en la primera línea del informe, es que el “Partido Laborista no está dominado por el antisemitismo, la islamofobia o cualquier otra forma de racismo”. Shami Chakrabarti nota sin embargo que el término “zio” (abreviatura de zionist, sionista) se ha convertido en un vocablo corriente “en los campus universitarios y en concreto en las redes sociales”. “Es un insulto, pura y simplemente, y en mi opinión no tiene cabida en el vocabulario de los miembros del Partido Laborista”, escribe Chakrabarti.

Para el sociólogo David Hirsch, de la Universidad Goldsmiths en Londres, el informe Chakrabarti incluye algunas recomendaciones válidas que no siempre se han aplicado. Pero no aborda de lleno la cuestión. “El informe, voluntariamente, ha dejado de lado el carácter político de este antisemitismo y la razón por la que el antisemitismo se ha convertido en un problema para el Laborismo”, advierte el profesor universitario, miembro del Laborismo y autor de un libro sobre el antisemitismo contemporáneo. Shami Chakrabarti se ha negado a analizar el antisemitismo como una de las maneras en que la gente de izquierdas define su identidad, en relación con su hostilidad hacia Israel. "En lugar de esto, ha definido el antisemitismo de manera obsoleta, como un problema de moral individual”, explica.

Hasta comienzo de los años 2000, en Inglaterra, hubo un antisemitismo de izquierdas limitado a organizaciones al margen de los grandes partidos, según David Hirsch. En opinión de este sociólogo, la campaña de boicot, de desinversión y de sanciones (BDS) contra Israel en las universidades, apoyada desde 2007 por el principal sindicato de universitarios del Reino Unido, el UCU, marcaba un punto de inflexión.

¿Desestabilización para debilitar a Corbyn?

Con la elección de Jeremy Corbyn al frente del laborismo en septiembre de 2015, se marcaba otro punto de inflexión. El diputado socialista pertenece “a una corriente de izquierdas donde siempre ha existido un cierto antisemitismo”, quiere creer Dave Rich, autor de The Left’s Jewish Problem [El problema judío de la izquierda] y uno de los responsables de la Community Security Trust, ONG de la comunidad judía en Reino Unido. Esta izquierda antiamericana y antiimperialista, más que reacia a criticar el apoyo de Rusia al régimen de Assad en Siria, representa sobre todo una corriente importante en el interior de Stop the War Coalition, la organización creada en 2001 contra la guerra de Irak y que Corbyn presidió de 2011 a diciembre de 2015.

En la línea de Corbyn, personalidades de izquierdas de primer orden, conocidas por su antisionismo, han vuelto al panorama laborista. Entre ellos, el realizador Ken Loach y Ken Livingstone, próximo a Corbyn. Aunque lo rechaza, Ken el rojo también tiene un largo pasado antisemita tras de sí.

En los años ochenta, cuando estaba al frente de la autoridad del Gran Londres, el responsable laborista editaba The Labour Herald. En 1982, el semanario afirmaba que los sionistas habían colaborado con los nazis y que “el Estado de Israel fue  enteramente construido sobre la sangre de los judíos de Europa, que los sionistas abandonaron en el momento en que más lo necesitaban”. Esta generalización entre nazis y sionistas será recurrente en boca de Ken Livingstone en los años siguientes; de ahí que sus declaraciones de abril de 2016 no sean un simple desliz.

Las palabras del propio Corbyn y sus actos merecen también ser analizados. Su cercanía a personalidades y organizaciones antisemitas desconcierta a más de un observador. En 2012, el diputado de Islington tomaba el té en la terraza del Parlamento con el activista palestino y líder religioso Raed Salah, que Theresa May quiso expulsar hace poco del territorio por antisemitismo. Corbyn, por su parte, lo definió como “un ciudadano muy honorable” aunque, en 2007, Salah acusó a los judíos de haber matado a niños no judíos con fines rituales en Europa, una alegación antisemita muy antigua.

Corbyn también salió en defensa de un pastor anglicano sancionado por la Iglesia de Inglaterra por haber compartido en las redes sociales un artículo titulado “El 11 de septiembre: Israel lo hizo”, en alusión a los atentados de Al Qaeda contra las torres gemelas de Manhattan.

A esto hay que sumarle la indulgencia de la que ha dado muestras Corbyn hacia sus “amigos” de Hamás y de Hezbolá, cuyo objetivo es la destrucción de Israel (expresión por la que se excusó después); sus lucrativas intervenciones entre 2009 y 2012 en la cadena iraní estatal Press TV, donde se entrevista regularmente a negacionistas; o el hecho de que Corbyn hasta hace poco siguiera a grupos de Facebook en los que se han publicado palabras antisemitas. “Nunca he conocido a un hombre que haya estado tan a menudo del lado de los antisemitas y que no haya sido consciente hasta que ha centrado su atención”, ironiza el periodista Hadley Freeman en The Guardian el 27 de marzo pasado. “Alguien debería hacer una sitcom sobre las aventuras [de Corbyn] con los antisemitas”.

El 23 de marzo, un nuevo episodio vino a alimentar la polémica, que los medios de comunicación británicos se divierten en difundir. La diputada laborista judía Luciana Berger (véase el vídeo bajo estas líneas), objetivo de un torrente de palabras antisemistas en las redes sociales, recordó que en 2012 el diputado londinense se opuso a la retirada de un mural de carácter muy claramente antisemita, en el que se veía a banqueros jugando en un tablero de Monopoly situado sobre las espaldas desnudas de trabajadores. Tres días después, varios cientos de personas, entre ellos 50 diputados de todos los colores, se manifestaron contra el Laborismo ante el Parlamento de Westminster, convocados por dos organizaciones judías de Reino Unidos bajo el lema “Demasiado es demasiado”.

“Una manifestación así contra el Laborismo es algo completamente inédito”, asegura Dave Rich, du Community Security Trust. “Pero desde 2016, el enfado ha ido a más entre la comunidad judía. Tras dos años durante los cuales el Partido Laborista no actuaba contra el antisemitismo, las revelaciones relativas al mural fueron la gota que colmó el vaso”.

La polémica fue mayor por que, en el mismo momento, la responsable de asuntos de disciplina interna en el partido estaba en el punto de mira, a raíz de su intervención a favor de Alan Bull, candidato por Peterborough en las elecciones locales del 3 de mayo. Éste había compartido una publicación negacionista en Facebook y The Times revelaba entonces que Christine Shawcroft medió para que se levantase la suspensión de Alan Bull. Su argumento: la publicación compartida en las redes sociales había “sido sacada de contexto”. La publicación en cuestión se titulaba: “Un informe de la Cruz Roja internacional confirma que el Holocausto de seis millones de judíos es un bulo”.

En ese momento, Christine Shawcroft dimitió de todos sus cargos en el Partido Laborista. Jeremy Corbyn presentó sus excusas por no haber seguido más de cerca el mural, “cuyo contenido es profundamente conmovedor y antisemita”. Se comprometió a que los casos de antisemitismo denunciados a la dirección del partido serían examinados con mayor premura en el futuro. El 24 de abril, el líder laborista también se entrevistó con los responsables de las dos organizaciones promotoras de la manifestación del 23 de marzo. Sin embargo, la controversia no ha acabado. En absoluto.

En el Laborismo, las líneas se han movido algo en las últimas semanas. El 2 de abril, Momentum, el movimiento central del corbynismo, afirmaba que las acusaciones de antisemitismo en el Laborismo “no debían ser sólo consideradas como ataques difamatorios de la derecha o de conspiradores” contra Jeremy Corbyn. El comunicado precisaba que el antisemitismo “está mucho más extendido en el seno del Laborismo de lo que creemos”.

La controversia está lejos de haber acabado, sin embargo. Los apoyos más fieles de Corbyn repiten incesantemente que las acusaciones de antisemitismo son una tentativa de desestabilización al líder laborista. El 25 de abril, el secretario general de la central sindical Unite, Len McCluskey, acusaba a los diputados críticos con su jefe de filas de “hacer horas extras para probar que el Partido Laborista es un lodazal en el que reinan la misoginia, el antisemitismo y el acoso”.

Jeremy Corbyn no condenó públicamente las palabras de Len McCluskey hasta dos días después, en una entrevista en la BBC, pero su tono se endureció. “Debemos hacer frente al problema del antisemitismo”, dijo el líder laborista. “El antisemitismo es un veneno de nuestra sociedad. Estoy dispuesto a declararle la guerra, también cuando se manifiesta en el seno de mi partido y es lo que estoy haciendo” (aquí se puede leer su tribuna del 24 de abril en The Evening Standard).

Pese al compromiso verbal de Corbyn y el cambio de tono significativo por su parte, las organizaciones judías promotoras de la manifestación del 23 de marzo se muestran escépticas. Esperan que los laboristas muevan ficha. La dimisión, el lunes de Ken Livingstone, ¿bastará para convencerlos de que se ha pasado página? _________

Sin recetas mágicas: el fenómeno Corbyn

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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