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El dilema de Corea del Sur: acercarse o alejarse de los Estados Unidos de Trump

Donald Trump y Kim Jong-Un, en la pantalla de un televisor.

“Hay posibilidades, la dinámica está de nuestro lado. Créame, no lo digo porque soy militante del partido en la Presidencia, el Partido Democrático”, se entusiasma, aunque con reservas, Hwang Eun-ju, de 27 años, en campaña electoral en Daejong, ciudad de un millón y medio de habitantes, situada en el centro del país.

El 13 de junio, un día después de que se celebre la cumbre prevista para este martes entre Kim Jong-un y Donald Trump en Singapur, se celebran elecciones en Corea del Sur. Comicios municipales y locales, pero también se celebran 12 legislativas parciales. Un escrutinio escrutado, en un país donde reaccionarios y liberales están muy igualados. El presidente Moon Jae-in, liberal, ¿conseguirá sacar partido? ¿Se beneficiará del acercamiento con el norte, del que es artífice infatigable?

Moon llegó al poder hace un año, tras la destitución de la autócrata y corrupta Park Geun-hye (2013-2017), que sucedió al capitalista radicalizado, retrógrado y podrido hasta la médula Lee Myung-bak (2008-2013). El actual ocupante de la Cheong Wa Dae (la Casa Azul, sede de la Presidencia de Seúl) dejará por un tiempo fuera de juego a los fanáticos alineados con los peores neoconservadores de Washington, que durante nueve años han socavado la “política del rayo de sol” iniciada con el Norte por los presidentes Kim Dae-jung (1998-2003) y, posteriormente, Roh Moo-hyun (2003-2008)?

Los jefes de Estado surcoreanos son elegidos para permanecer en el cargo cinco años renovables en un escrutinio unipersonal, a una sola vuelta, que otorga la victoria a la persona más votada (sin que necesariamente haya obtenido el 50% de los sufragios). Moon Jae-in ¿aprovechará los resultados del 13 de junio, en caso de que le sean propicios, para llevar a cabo una reforma constitucional, que dote a Corea de un magistrado supremo perdurable, que no lo deje todo... a la buena de Dios? No queda otra alternativa que esperar y ver qué sucede en la cumbre de Singapur...

Choe Na-young, de 61 años, es una conservadora moderada –aunque no moderadamente conservadora–, que trabaja en la Universidad Dankook de Seúl. Es la responsable de seleccionar a los estudiantes que aspiran a entrar en el centro. No es partidaria del actual presidente Moon: “No se debe gobernar en función del estado de ánimo popular, mantenido, en una dialéctica de la emoción permanente; se debe gobernar teniendo en cuenta la opinión de los expertos”. Choe Na-young ilustra la presencia del neoconfucianismo hasta la fecha: someterse a las legitimidades superiores que confieren la edad y la experiencia; desconfiar de los impulsos y de los espejismos procedentes de un pueblo que se ha de domesticar siempre por su bien y el de la ciudad...

Esta mujer reflexiva, dulce, que sonríe con modestia –como para convencer de sus argumentos–, recurre a la metáfora del código de circulación para referirse a los tres últimos huéspedes de la Casa Azul: “Lee Myung-bak condujo como un bólido de 2008 a 2013; Park Geun-hye no cogió el volante y se lo dejó a su chamana conocida como Rasputina, de ahí la destitución de 2017. Desde hace un año, Moon Jae-in me parece que conduce sin permiso, lo que no es tranquilizador”.

Un cazatalentos francés, instalado en el país desde 1988, habla de la perplejidad con que se han recibido en el mundo de los negocios las medidas sociales en curso –pese a todo, muy tímidas vistas desde Europa–. Este coleccionista de arte, burgués, nos recibe en su vivienda tradicional de Seúl –una de las pocas que no fueron destruidas en la guerra de Corea– y, con un gesto de desaprobación, explica que en la gran tienda Shinsegae de Seúl “pasarán a trabajar 35 horas sin reducción de sueldo”: el candidato Moon Jae-in se comprometió a reducir la jornada laboral semanal máxima de 68 a 52 horas. Algunos responsables –autodesignados– temen verse frenados en su bulimia laboral y ya culpan al comunismo...

Moon A-young, de 36 años, activista tradicional de una joven sociedad civil en ebullición, coorganizadora de un desfile del orgullo homosexual, bisexual y transgénero, confiesa que le gusta el actual presidente de la República. No aprobó las oposiciones porque se manifestó en contra del matrimonio homosexual: “Fue una táctica, sin lugar a dudas. Quizás lo autorice. Reconocerlo de entrada quizás podía haberle dejado fuera del cargo, pero le privó de mi voto pues creo que hay que votar en función de las convicciones y no de ardides y de contorsiones a las que se ven obligados los políticos. Sueño con un giro a la izquierda de nuestro panorama electoral: los conservadores por fin serían considerados lo que son, la ultraderecha; el Partido Democrático del presidente Moon sería considerado centrista; en cuanto al Partido de la Justicia, al que voté, dejaría de ser considerado una formación de extrema izquierda que obtiene el 6% de los votos, sino una alternativa creíble y realmente progresista”.

Moon A-young es una insumisa sentimental, empática, que profesa una admiración sorprendente por el actual presidente: “Lo tuve cerca durante la campaña. Moon es de una dulzura increíble, pese a verse sometido a las burlas de sus adversarios de izquierdas. Es capaz de escuchar las voces de las minorías, algo muy raro en un hombre, sobre todo en un político. Y durante su primer encuentro con Kim Jong-un en Panmunjom, el 27 de abril, se mostró tremendamente adorable: luminoso, sonriente, atento. Como activista por la paz estoy impresionada,  aunque después me diga a mi misma que, con todo, es un político y que se debe ser sensato...”.

Ultrajes al presidente surcoreano

El presidente Moon Jae-in, nacido en el seno de una familia de Corea del Norte evacuada al Sur al comienzo de la Guerra de Corea en 1950, fue un activista de la causa democrática, encarcelado durante la dictadura del general Park Chung-hee (1961-1979), no puede ingresar en la judicatura, por lo que se reconvertiría en abogado de los Derechos Humanos, encarcelado durante el régimen liberticida del general  Chun Doo-whan (1980-1988). Pero primero, y antes que nada, Moon Jae-in es un católico convencido. Se trata de la religión la más respetada –por delante del budismo– en el país, por el papel que tuvo el clero y los fieles en defensa de la lucha por la democracia.

Bautizado mientras cursaba sus estudios de derecho, familiarizado con la doctrina social de la Iglesia, admirador del papa Francisco y vinculado a las redes del Vaticano activas en Asia, el presidente surcoreano comparte la “diplomacia de la reunión” que cultiva el actual pontífice. Moon cree en un ideal de “paz justa”, aunque sea durante la “guerra justa” de la que hablaba Santo Tomás de Aquino. De este modo se muestra a un pueblo coreano amante de la búsqueda espiritual y de la armonía. El mundo ¿no asiste a una partida ajustada, aunque no se la denomine como tal, entre el catolicismo campeón del multilateralismo en Seúl y las cruzadas cristianas evangélicas de Washington; la paloma del diálogo contra los halcones neocon?...

El presidente surcoreano, ultrajado y ninguneado por Donald Trump (que le acusaba de debilidad el año pasado por no alinearse con las políticas del botón nuclear de la Casa Blanca), ha sido continuamente injuriado por la propaganda del Norte, que lo ha descrito como el “mayordomo del imperialismo yanqui”. Sin embargo, Moon ha resistido manteniendo su sempiterna sonrisa en los labios.

Incluso Lee Jae-min, profesor de Derecho de la  Universidad Nacional de Seúl termina por confesar: “Corea del Sur necesita un presidente que tenga, por fin, una visión nacional. Y que deje de ser el juguete de un clan recompensado cada cinco años por los servicios prestados por aquel o aquélla al que debe el cargo. Necesitamos un Charles de Gaulle, que lleve a cabo una reforma constitucional por encima de intereses partidistas, materiales y a corto plazo. Moon me parece que tiene potencialidades para realizar un milagro político así”.

La referencia a De Gaulle, que liberó a su país del mando integrado de la OTAN en 1966, no es casual: la región no ha olvidado que los norteamericanos están dispuestos a morir hasta el último asiático (Hiroshima y Nagasaki), pero ¿cuál es el margen de maniobra del presidente Moon? ¿Podrá beneficiarse del aislacionismo caótico de Trump, para bien o para mal? El segundo encuentro, inesperado, de Panmunjom, el 26 de mayo, dos días después de la carta de ruptura del presidente Trump relativa a la cumbre de Singapur ha sido reveladora. Moon y Kim parecían entenderse a las mil maravillas, cual alemanes del Este y del Oeste en el último siglo, mirados con recelo por Moscú. Con el pretexto de ponerse al servicio de Washington, Moon Jae-in ¿no está poniendo las bases de una Corea coreana que se haga eco de la “Europa europea” que elogiaba De Gaulle ?

Aprovechando la visión contable de las relaciones internacionales desarrollada por Donald Trump – “cuanto menos cuesta, mejor”–, Moon Jae-in puede iniciar un sutil  alejamiento de la tutela del Tío SamTío Sam. Para enfado de los conservadores de la Corea meridional, que sólo juran por la protección de US, se trata de una suerte de servilismo consentido bautizado con una vieja expresión sinocoreana: sadaesasang , que bien podría traducirse por  “tendencia a la sumisión”. Una sumisión flagrantemente reivindicada al protector del otro lado del Pacífico hace fortuna política, en caso de crisis con el norte, de estos reaccionarios.

En la parte sur de la Península, donde se contiene la respiración sabiendo que la apnea puede durar años, las fuerzas políticas se espían. Semejante acecho local resulta metafórico de la situación de la región, donde China, Rusia, Japón y Estados Unidos de América se miran de reojo). El cineasta surcoreano Jéro Yun se atreve a decir en voz alta lo que muchos murmuran, sin dar su nombre. En Seúl, en el corazón del ciclón –es decir, el lugar al que no ha llegado todavía la tempestad–, formula la única pregunta que merece la pena mientras bebe un café con hilo: “¿Cuándo dejaremos de ser un posible teatro de operaciones para convertirnos realmente en actores de nuestro destino?”. __________

Traducción: Mariola Moreno

Un grupo disidente de la dinastía Kim ha contactado con el FBI tras asaltar la Embajada de Corea del Norte en Madrid

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