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“Tuve que meter el brazo en el agua para agarrar al bebé que se hundía”

Migrantes a bordo del 'Aquarius'.

Para referirse a su regreso a casa, en noviembre de 2017, tras cuatro rotaciones en el Aquarius, después de rescatar a 2.000 migrantes, Juliette realiza su propio diagnóstico clínico: “Me encontraba en shock postraumático”. shockDurante dos meses, esta matrona no pudo volver a trabajar. “Tenía pesadillas, no lograba reenganchar con mi vida, con la gente a la que adoraba. La vuelta a la realidad es de una violencia inaudita”. No obstante, cuando esta treintañera decidió embarcarse ya había vivido otras misiones con Médicos Sin Fronteras (MSF). Antes había estado en Sudán del Sur, en Kivu del Norte (Congo), en Kabul (Afganistán). “Pero nadie sale del Aquarius siendo el mismo. De hecho, yo necesité dos meses para salir adelante”.

El navío de la ONG SOS Méditerranée y de MSF arribaba este domingo al puerto de Valencia y Mediapart (socio editorial de infoLibre) ha hablado con varios integrantes de las distintas tripulaciones, médicos o marinos mercantes profesionales, bretones o ingleses, todavía embarcados o veteranos, para que hablen en primera persona de una movilización ciudadana inédita, que se remonta a febrero de 2016 con la ayuda de un armador alemán (Klaus Vogel), financiada en un 95% por donaciones privadas, y que ya ha permitido rescatar a unos 30.000 exiliados, a menudos hombres martirizados en Libia, incluso esclavizados, y mujeres casi todas violadas. ¿Cómo contar las vivencias de estos ambulancieros del mar?

“Sacamos a la gente de la muerte”, resume Juliette. Se trata de un lapsus, quería decir “salvar”. Pero en el fondo, cuando cuentan sus rotaciones a bordo del Aquarius, estos voluntarios dan la impresión, efectivamente, de haber atravesado el Estigia, ese río de la mitología griega que separa la vida de los infiernos y que hay que lograr cruzar para ir a buscar a los muertos. Al tender la mano a los náufragos, el personal a bordo del Aquarius tocan con sus dedos el otro lado. Ven. Y como Orfeos modernos, descubren inconsolables que no han sabido coger a todo el mundo. No han podido, en realidad.

“Ese día, desde mi bote salvavidas, tuve que meter todo el brazo en el agua para atrapar al bebé, le hice un masaje cardiaco convencido de que ya estaba muerto, subió así al Aquarius”. Édouard Courcelle había navegado bastante antes de embarcarse en la aventura en 2016, trabajó en la construcción y en la vendimia, como animador de personas con problemas mentales y de menores extranjeros solos, antes de reconvertirse en Bretaña a la ostreicultura, la pesca y después el instituto marítimo hasta que se convirtió en capitán. Pero cuando este hombre gallardo de 35 años cuenta lo sucedido el pasado 27 de enero, llora.

Sobre el papel, el modus operandi siempre es el mismo: nunca hacer el trasbordo de barco a barco con las embarcaciones en peligro. El Aquarius se detiene a media milla (unos 900 metros) de distancia, después echa al agua dos botes salvavidas. ¿Su nombre? Easy 1 y Easy 2. Uno de ellos se acerca primero con el fin de efectuar un reconocimiento con un “mediador cultural”, que habla varias lenguas y que se esfuerza por tranquilizar a los migrantes. Es la clave: cualquier movimiento agitado en las lanchas de mala muerte de los migrantes, pensadas para aguantar hasta aguas internacionales antes de romperse o deshincharse, puede resultar dramático. Se reparten chalecos salvavidas y comienza la evacuación, uno a uno, empezando por los más débiles. Pero el 27 de enero, la embarcación de los migrantes y el bebé ya estaba hundiéndose.

“Descubrí al subir, al final, al Aquarius que había sobrevivido, pero durante el rescate, sólo tenía su rostro en la cabeza, de pronto había atrapado toda mi capacidad de absorción emocional. A mi alrededor, la gente se ahogaba. En esos casos, no hay trucos: tragas saliva porque estás asustado y después sigues el procedimiento, te conviertes en una máquina, te centras en lo que puedes hacer, salvar una persona de cada tres. Sacamos a unas 90 personas del agua, a toda velocidad. Me acordaré mientras viva”. Varios bebés fueron reanimados con agua en los pulmones, pero decenas de personas desaparecieron. De hecho, a Édouard no le gusta “demasiado la palabra salvador” porque los supervivientes “nunca están al final del túnel”. Él “auxilia”. Cuando puede.

Un billete de vuelta para el infierno

El mismo día, la tripulación asistió a la intercepción de otra lancha neumática por parte de los guardacostas libios sin poder mover ni un dedo. Sin embargo, el Aquarius había sido enviado a la zona por el MRCC italiano (el centro de coordinación de auxilio en el mar), que se encarga de distribuir las “fuerzas” de salvamento cuando se encuentran en aguas internacionales. Demasiado tarde. La tripulación del Aquarius al completo (una decena de rescatadores contratados por la ONG SOS, una decena de hombres encargados del barco, una decena de personal de MSF) vio, impotente, cómo los migrantes conseguían un billete de vuelta para el infierno.

“Por razones de resiliencia, se evitar mantener a los equipos en el Aquarius más de nueve semanas”, precisa Antoine Laurent, encargado de contratación en SOS Méditerranée. Desde 2016, 85 equipos se han dado el relevo en el equipo conocido como SAR (Search and Rescue), la mayoría socorristas o marineros, voluntarios y remunerados –nadie se embarca gratis–. “En un primer momento, no todos son necesariamente sensibles a la migración, pero todos deben hacer frente al debate sobre la migración a la vuelta, cuando  hay gente que les dice: ‘Europa no puede acoger a todo el mundo...’”, cuenta, Antoine Laurent.

“A bordo, hay muchos marineros bretones como yo”, dice Tanguy Louppe, que hace apenas tres semanas que desembarcó del Aquarius. “La solidaridad en el mar es una regla de oro, lo llevamos en los genes. A mí, si me pasa algo en mi barco de pesca, enseguida vendrá la caballería. Esta gente merece beneficiarse de los mismos derechos, aunque tengan perfiles diferentes”.

Como “Responsable de operaciones marítimas” en SOS, Antoine Laurent se encarga de las formaciones y presenta las decisiones de la UE a los rescatadores, a golpe de PowerPoint. “Ven que la UE deja hacer, ven los vídeos sobre lo que sucede en Libia y las condiciones de detención”, subraya este exoficial de la marina mercante. “Entonces explico por qué la UE actúa así, los acuerdos firmados, Libia, etc. Eso permite centrar el enfado en el sistema que nos rodea, puede ayudar a digerir”. Sin ni siquiera hablar del acuerdo secreto entre Italia y los guardacostas libios del otoño pasado, que se sospechan benefician a milicias y traficantes.

En un primer momento, el proyecto SOS Méditerranée nace cuando se pone fin al Mare Nostrum, el programa de rescate iniciado en 2013 por Italia (con un gobierno de centro-izquierda) después de un naufragio dramático en aguas de Lampedusa, y financiado por el país sin ningún apoyo económico de Bruselas (por importe de nueve millones al ames). Como era de suponer, en 2014, Roma dijo basta. Hoy, si navíos y aviones europeos patrullan en el Mediterráneo central, lo hacen en el marco de acciones de la UE que no tienen como objetivo primordial salvar vidas, sino más bien vigilar las fronteras (Frontex) y luchar contra el tráfico de migrantes (Sophia). “Aviones de patrulla marítima europeos señalan donde hay embarcaciones al MRCC italiano, que nos envía de inmediato al lugar”, cuenta Nick Romaniuk, otro habitual del equipo SAR (Search and Rescue), inglés. Pero también puede enviarse un mensaje a los guardacostas libios. Al llegar, eso complica mucho las cosas”. A veces hay que negociar el rescate persona por persona, embarcar al máximo número posible, obligar y forzar a los libios. En un primer momento, si Nicke dejó su carrera de buzo “en el mundo del gas y del petróleo” fue por la muerte de Alan Kurdi, el pequeño refugiado kurdo de tres años hallado muerto en una playa de Turquía.

Desde marzo de 2016, el inglés encadena las rotaciones y nos quedamos cortos si decimos que las “sutilidades” de las políticas migratorias europeas le hacen dudar. “Lo que buscan atacando a las ONG es eliminar los testigos”. En el agua, la plaza de las ONG ha variado según los años. En 2016, la proporción de los rescates realizados por las fuerzas italianas llegaba al 46%, frente al 8% efectuado por los buques mercantes (que se desvían), 25% por la UE (Frontex y Sophia) y 22% por las organizaciones humanitarias. Pero, en los últimos años, el porcentaje de estas últimas ha subido hasta el 40% (según algunas estimaciones), con más de una decena de barcos presentes. En estos momentos, en cambio, no quedan más que tres o cuatro ahora en el mar, entre ellos el Aquarius, el mayor.

Estamos ante una estrategia de denegación sistemática puesta en marcha por Italia, movida por la falta de solidaridad europea, y dirigida a endurecer el tono por presión de su extrema derecha. Al acusar a los navíos humanitarios de complicidad con los traficantes, de jugar a “los taxis del mar”, Roma obligó a las ONG en 2017 a firmar un “código de conducta”, so pena de cerrarles los puestos, exigiendo por ejemplo una presencia policial a bordo. El pasado verano, incluso se iniciaron procesos judiciales y se secuestraron dos barcos, entre ellos el Iuventa alemán, símbolo de la criminalización de las ONG.

“¿Cómo se puede acusar a las organizaciones humanitarias de connivencia con los traficantes cuando la mayoría de los rescates los llevan a cabo marinos europeos”, apunta Pierre Mendiharat, director adjunto de operaciones en MSF. “Pero todo es bueno para desacreditarnos”. Mientras SOS Méditerranée firmó el “código de conducta” (obteniendo modificaciones entre ellos que se embarquen policías), MSF se negó. Durante este tiempo, Trípoli ha extendido su zona de “rescate” con el aval de la UE y Bruselas financia equipamiento para los guardacostas libios así como formaciones, para varias decenas de millones de euros.

Y funciona: las interceptaciones llevadas a cabo por estos últimos explican en parte la caída reciente de las llegadas a Italia, de lo que se alegran los países europeos (descenso del 74% en el primer trimestre de 2018, es decir, sólo 6.300 travesías). “Pese a los testimonios de atrocidades en los centros de detención en Libia, de connivencia entre guardacostas y traficantes de la zona, Europa e Italia juegan esta carta”, denuncia Pierre Mendiharat, que se pregunta hasta dónde puede llegar la situación: “Mañana, cuando la marina salve vidas, ¿irá a devolverlos a los libios? Lo que buscan atacando a las ONG es acabar con los testigos”.

Según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, la tasa de mortalidad se duplicó en la ruta entre Libia e Italia, pasando de un cadáver por cada 14 rescatados, en los tres primeros meses de 2018, a 1 de 29, en el mismo periodo de 2017.

En el Aquarius, rumbo a Valencia, viaja Clément Turrel. “No tenemos nada que hacer en España”, se indigna este miembro del equipo SAR por sms. “El tiempo que nos lleve desembarcar y de volver supone ocho a nueve días de ausencia de un sitio donde muere gente. Antes de ser migrantes, refugiados o lo que sea, son seres humanos, padres, madres, hermanos, hermanas, amigos, gente con una historia... Y por si fuese poco, vamos a Valencia con otro buque útil en esta zona de rescate [un barco de la marina italiana que ha trasbordado a parte de los 630 migrantes y que los acompaña a España]! Por no hablar de que actualmente, el Sea Watch 3 [otro barco humanitario] está bloqueado en la misma situación que nosotros desde hace cinco días. De modo que ¿quién está en la zona? ¿quién va a salvar a estas personas enviadas del infierno libio hacia el infierno mediterráneo? No se si es la peor rotación que he vivido, pero es la que más me saca de mis casillas”.

Clément tampoco puede con el sufrimiento adicional que deben soportar los 630 rescatados. “Duermen en el suelo, los más afortunados han conseguido un trozo de cartón; sólo comen dos veces al día. Uno de los hombres, cuando ha sabido que debería permanecer a bordo todavía varios días, ha amenazado con saltar por la borda. Ahora está en el barco italiano”. Europa en las bodegas del absurdo.

No sólo se indignan los rescatadores. “Recuerdo que cuando me embarqué en la primera misión, en febrero de 2016, el capitán ruso decía que haría falta una inspección para comprobar si los migrantes tenían armas y el cocinero avisaba de que les prohibía poner un pie en su cocina”, bromea Anne Kamel, médica de formación, presente en la rotación inicial de Médicos del Mundo (colaborador antes de MSF). Duró poco: el mar estaba muy agitado. No salió ningún barco de Libia. “Y después estaba el mar en calma”, sigue Anne, de 54 años. “Al alba vislumbramos una forma blanca, una zodiac, pensamos que habría unas 20-30 personas. Con la salida del sol, a medida que nos acercábamos, descubrimos una masa humana. Todo el mundo se puso manos a la obra, incluso los periodistas. Después, el cocinero quiso cocer arroz porque los sacos MSF eran demasiado asquerosos. Es así, el Aquarius transforma a todo el mundoAquarius”. En unas horas.

Ese día, Anne curó heridas en los pies y en las piernas bastante graves, “porque había clavos que sobresalían del fondo del barco en el que viajaban”. Deshidrataciones. Prevención de enfermedades de transmisión sexual. En el segundo rescate, esta doctora vio heridas de bala: “Nos han contado que los guardacostas les dispararon en el momento de embarcar”. Siempre es el momento más duro: no el hambre o las quemaduras por el fuel que se estanca en el fondo de las embarcaciones, sino los relatos de Libia. Tras desembarcar “de mala gana” del Aquarius, Anne vendió su consulta para ser útil en la ruta que esperaba a los migrantes en Italia y en los Balcanes.

Esta misma semana, acaba de poner en marcha una delegación de SOS Méditerranée en Caen [norte de Francia], para sensibilizar y recaudar fondos –cada día en el mar cuesta unos 11.000 euros–. “Todos somos responsables”, dice, mientras se niega a “poner el acento en la ultraderecha italiana. Cada uno se devuelve la pelota, pero siempre ha habido movimientos de población, desde hace siglos. No puede creer que no se encuentra una solución”.

En el barco, Juliette, se centró en las mujeres y en los niños. “He tenido a recién nacidos venidos al mundo uno o dos días antes en la playa, en Libia”, recuerda la matrona, que tiene en su haber cuatro rotaciones y que ha constatado, sobre todo, las consecuencias de las reiteradas violaciones de que estas exiliadas son víctimas. Un día, Juliette vio a una “mujer que vomitaba, que no comía, que no bebía nada, que se estaba dejando morir. Al hablar con ella, supimos que estaba embarazada, por una violación. Trataba de deshacerse del bebé mediante desnutrición”. En tierra, las personas son atendidas por otros médicos, Cruz Roja, una delegación de MSF en Sicilia, etc. ¿Es posible abortar en Italia? Sin duda, pero Juliette no sabe qué suerte corren los pacientes una vez desembarcan. En todo caso, desde 2016, han nacido cinco bebés a bordo del Aquarius.

Como Édouard y muchos otros, Juliette ha visto a gente ahogarse ante sus ojos y desde el pontón. “De repente, la embarcación con más de 140 migrantes a bordo se partió en dos”, suspira todavía, a punto de llorar. En esos sacos, recurrimos a otros materiales, unas especies de salchichas grandes inflables de varios metros de longitud, a las que las personas pueden engancharse para evitar hundirse”. Tras ser rescatada, “una mujer pasó los cuatro días siguientes en el Aquarius buscando a sus dos hermanos, tuvimos que decirle que se habían ahogado”. Juliette se encuentra en estos momentos al norte de Nigeria, donde se ha marchado con MSF para participar en un proyecto de maternidad. “No pienso volver al Aquarius”Aquarius, dice. “Pero he visto tanta gente procedente de Nigeria, existe semejante tráfico de prostitución que venir aquí tiene sentido para mí”. Nunca ha visto la diferencia entre refugiados políticos y migrantes llamados “económicos”. Desde el pontón del Aquarius, todos tienen el mismo rostro. ______________

Día Mundial de los Refugiados: ¿Quiénes son y dónde viven?

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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