Lo mejor de Mediapart

Budapest y la restricción progresiva de las libertades

Movilización de ONG húngaras ante el Parlamento, el pasado 4 de junio de 2018.

Nuevo golpe a la democracia húngara. Este miércoles 20 de junio en Budapest, el Parlamento votaba la ley que Viktor Orbán prometió en campaña, el pasado invierno, antes de que el partido fuese reelegido. Dicha ley, conocida como “paquete anti-Soros”, tiene como objetivo limitar la actividad de las ONG, que supuestamente ayudan a los refugiados en Hungría.

Para el Fidesz, formación en el Ejecutivo, estas ONG son financiadas fundamentalmente por el multimillonario norteamericano, de origen húngaro, George Soros. Se trata de una figura, que ha contribuido a la emergencia de las democracias en Europa central desde 1989, muy discutida actualmente por el poder, muy a la derecha, por considerarla razón de todos los supuestos males del país. En concreto, el Gobierno húngaro culpa a la democracia de haber favorecido la llegada masiva de refugiados a Europa en 2015.

¿Qué dice la ley? Quien lleve a cabo “actividades organizadas para permitir que alguien en su país de origen presente una demanda de asilo en Hungría […] y no ha sido objeto de persecución […]” o quien “para permitir la obtención de un permiso de estancia a una persona que ha entrado de forma ilegal a Hungría ilegalmente” puede ser encarcelado por “delito”. “Quien proporcione medios financieros para cometer la infracción penal mencionada o quien lleve a cabo de forma regular este tipo de actividades, puede ser condenado a una pena de hasta un año de cárcel”.

En resumen, esto significa que individuos u organizaciones que ayuden a inmigrantes a llevar a cabo trámites administrativos o que les proporcionen apoyo material en lo sucesivo podrán ser perseguidos por la Justicia. Además, el texto introduce una tasa que no figuraba en el proyecto de ley presentado en el Parlamento a comienzos de junio: las ONG que lleven a cabo actividades como la “promoción de la inmigración” serán gravadas en un 25% por el fisco húngaro.

Paralelamente se ha introducido una enmienda a la Constitución que estipula que no se puede establecer “población extranjera” en Hungría. Se trata de un nuevo golpe al programa europeo de “reubicación” de los demandantes de asilo iniciado en septiembre de 2015 y contra el que Hungría lucha desde el comienzo.

Evidentemente, las ONG húngaras se muestran contrarias a esta nueva legislación, que se suma a tantas otras leyes desde que el Fidesz, en el poder desde 2010, dirige el país con mano de hierro. Pero lo mismo que la oposición política en el Parlamento, su audiencia se ha reducido a medida que se endurecía el régimen.

Sin embargo, estas organizaciones han intentado un último gesto simbólico. El pasado 4 de junio, cuando el proyecto de ley –menos duro que el texto final– se presentó en la Asamblea, las principales ONG de Budapest se reunieron ante el Parlamento para llevar a cabo un happening destinado a los periodistashappening. Apenas se congregó una treintena de personas en representación de estas organizaciones comprometidas con la defensa de los derechos humanos, la libertad de expresión, o la ayuda a los más desfavorecidos. Por encima de ellas, un enorme corazón hinchable preconizaba el amor de la sociedad civil, pero la campaña de comunicación no funcionó. No hubo manifestación en solidaridad, como ocurrió el año pasado cuando la Universidad de Europa Central se vio amenazada por cierre, o hace dos meses, cuando miles de ciudadanos de Budapest se echaron espontáneamente a la calle, en dos ocasiones, para protestar contra la reelección de Viktor Orbán. Esta vez, el objetivo al que ataca el Gobierno parece desconectado de la población.

Sin embargo, la situación es grave, avisan las ONG. “Esta ley quiere intimidar a los defensores de los derechos humanos y criminalizar la asistencia humanitaria y jurídica. No tiene cabida en un país democrático en el que rige el Estado de derecho. No tenemos motivos para dejar de hacer lo que hacemos”, afirma Marta Pardavi, vicepresidenta del Comité Helsinki –ONG de primer orden en Europa central, que obtiene parte de su financiación de las fundaciones Open Society, dirigidas por George Soros. “Desde los 50, no se privaba a la gente de asistencia legal en Hungría. Hoy las víctimas son los refugiados. Mañana puede serlo cualquier húngaro”. Amnistía Internacional y el Comité Helsinki pretenden llevar el caso ante todas las jurisdicciones posibles, a nivel nacional y europeo.

Los avisos enviados en múltiples ocasiones por las instituciones europeas al Ejecutivo de Budapest no han surtido efecto. El primer ministro húngaro sigue, inexorablemente, su marcha autoritaria. En este cuarto mandato de Viktor Orbán (el tercero consecutivo) la capa de plomo nunca ha sido tan pesada.

No obstante, existen bolsas de resistencia. ONG, asociaciones, colectivos, individuos a título particular… Aunque los pasos que se dan son dispares y no tienen nada de movilización masiva, los que todavía tratan de presentar alternativas ciudadanas a las políticas xenófobas y autoritarias no tienen la intención de rendirse. Al contrario.

“En una burbuja”

Aurora es uno de esos lugares que sortean las dificultades para seguir existiendo. Cafetería-cocina de barrio, lugar de conciertos, de debate, de formaciones, espacio de trabajo para diferentes ONG (entre ellas organizaciones judías): Aurora es todo a la vez. Situada en el Distrito VIII de Budapest, aúna diferentes luchas, contra la pobreza, contra la discriminación, en defensa de la libertad de prensa…

Fanni Toth, que sirve en la cafetería, cuenta la génesis del proyecto: “En un primer momento, existía otro lugar, Sirály [igual]. Era un lugar de okupas, muy crítico con el Gobierno: organizó una ocupación del Fidesz, por ejemplo. Tuvo que cerrar. Esta experiencia hizo posible otras, entre ellos Aurora. El objetivo era crear una pequeña ciudad dentro de la ciudad y poner a personas en los centros comunes de interés en red. No nos levantamos contra el gobierno, pero en cierta manera nos vimos obligados a ello porque en un país normal podríamos haber organizado nuestros debates, sesiones LGTB o talleres “medios de comunicación libres” sin problema. Aquí hacer eso implica estar contra el Gobierno, ¡menuda estupidez!”.

El lugar a punto estuvo de cerrar, el año pasado, por un supuesto tráfico de drogas del que le acusaban las autoridades. Ahora, un coche de los servicios sanitarios de la ciudad estaciona regularmente a las puertas del local, para mantener la presión. Fanni relativiza: “El 8 de julio se celebraron elecciones parciales para el ayuntamiento del Distrito VIII. El Fidesz pretende sacar pecho para engatusar a los habitantes del barrio”.

Como muchas otras personas con las que hablamos durante nuestra estancia en Budapest, esta joven de 27 años todavía no se puede creer los resultados del Fidesz del pasado 8 de abril que hicieron posible que la formación lograse una mayoría de dos tercios en la Asamblea. “En Aurora estamos en una burbuja. Cuando vi el resultado de las elecciones, me di cuenta de que no conocía a mis conciudadanos. ¿Qué ocurre? Hablamos el mismo idioma, vivimos en la misma ciudad y vivimos al lado unos de otros sin cruzarnos nunca”, dice.

Hungría, como otros país de Europa central, parece efectivamente un Estado dividido. Por un lado, élites urbanas políglotas, tolerantes, proeuropeas, muy preocupadas por la trayectoria que toma el país. Al otro lado se sitúa una población replegada sobre sí misma, permeable a los discursos nacionalistas, ganada para la causa xenófoba, sin haber entrado nuca en contacto con extranjeros. En medio, se respira una gran indiferencia –abstencionistas en busca de oferta política o resignados frente a una dinámica sobre la que ya no sienten ninguna atracción–. El 8 de abril, el 32% de los electores no acudió a las urnas; el Fidesz logró 2,8 millones de votos en un país con casi 10 millones de habitantes.

Adam Schönberger se niega a que se estigmatice Hungría como el país retrógrado y xenófobo del continente. Él trabaja para la asociación Marom, que cofundó Aurora. “Lo que sucede aquí no está lejos de vuestras casas, de vuestro mundo”, dice dirigiéndose a los lectores de estas líneas. “No sólo nos corresponde reaccionar a la sociedad húngara: se trata de un trabajo de todos los demócratas en Europa. Orbán toma sus ideas de Francia, de Alemania, de Italia… Pone en marcha unas políticas que ya hace el conjunto del mundo occidental. Ahora bien, los demócratas son incapaces de reaccionar y de comprender que estamos en un mundo que ya ha cambiado”. Y cita como ejemplo las subvenciones europeas que han permitido, en Hungría, financiar muchas empresas cercanas al poder. “¡No es posible que la UE siga financiación al Gobierno húngaro!

Lo peor, para este joven como para las demás personas entrevistadas, pertenecientes a entornos culturales o a activistas de Budapest, es ese sentimiento de estar acorralado en un papel de opositor político a Orbán. “Asuntos que eran, hace diez años, causas sociales o humanitarias se han convertido en causas partidistas. Hoy, para las autoridades, si militas por el derecho a la vivienda o si ayudas a un inmigrante clandestino es que porque tienes opinión política y no por que tienes preocupaciones humanitarias”.

A pocos minutos del lugar, un poco más al sur, el Gólya agrupa a personas a que se autogestionan. Se trata de un bar alternativo que lucha contra la gentrificación del barrio y se dispone a poner en marcha nuevos locales en una antigua fábrica desafectada, Gergő Birtalan, uno de los miembros del colectivo, explica su punto de vista: “No respondemos a la tensión creada por el Gobierno porque si entramos en su juego saldremos perdiendo siempre. Más bien, tratamos de crear nuestra propia agenda, un movimiento a la vez económico y político –porque las dos cosas deben pensarse juntas–. Desarrollamos cosas muy concretas como acciones de solidaridad, una red de ayuda mutua, una cooperativa económica. Así, el equilibrio de fuerzas actual, que nos es muy desfavorable, puede cambiar”.

El joven treinteañero está convencido. Húngaros y europeos tienen delante de sí más de una década en la que van a ver de todo. “No tenemos, de momento, las herramientas necesarias para revertir la situación”. En definitiva, un combate que ha de librarse. A orillas del Danubio. Aunque no solo.

Traducción: Mariola Moreno

El partido ultraderechista de Orbán arrasa en las elecciones de Hungría

El partido ultraderechista de Orbán arrasa en las elecciones de Hungría

Leer el texto en francés:

   

Más sobre este tema
stats