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La presencia de Ejércitos extranjeros va en aumento en África

Misión de la ONU para la Estabilización en República Centroafricana (MINUSCA).

Por primera vez, desde el final de la Guerra Fría, Rusia acaba de implantarse militarmente en un país africano: desde hace unas semanas se encarga de garantizar la seguridad de Faustin-Archange Touadéra, presidente de la República Centroafricana (RCA). En torno a 200 instructores rusos se han instalado también en Bangui para formar a personal del Ejército centroafricano en el manejo de armas proporcionadas por Moscú, en un momento en que más del 80% del territorio está bajo control de los grupos armados.

Esta llegada desconcierta a los países occidentales, entre ellos Francia, que considera hace mucho tiempo a la RCA como su coto exclusivo –con el resultado catastrófico ya conocido–. Todos se preguntan por las intenciones del Kremlin: ¿su objetivo es echarle el guante a parte de los numerosos recursos mineros de la RCA, hoy en el centro de la grave crisis político-militar que asola el país o por el contrario estamos ante la primera etapa de un proyecto destinado a extender la influencia rusa en África?

Con independencia de los objetivos, Rusia forma parte de una realidad en un movimiento global: cada vez más potencias extranjeras mueven ficha militar en el continente africanomueven ficha. China también ha puesto un pie en la zona: posee, desde agosto de 2017, una importante base militar (se habla de 10.000 soldados), en Yibuti, puerta de entrada de África oriental y del océano Índico, donde también están representado Estados Unidos, Francia, Alemania, España, Japón, Italia, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos. India, que tiene un puesto de observación en Madagascar, también aspira a unirse a esta lista. Italia y Alemania recientemente desplegaron unidades en el Sahel.

Algunos de estos Estados también se han comprometido, junto con otros, en acciones multilaterales, como las operaciones de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas, establecidas en Mali (Minusma, 11.000 hombres), en la RCA (Minusca, 10.000), en la República Democrática del Congo (Monusco, 20.000), en Sudán del Sur (Minuss, 12.500). China, por ejemplo, tiene un contingente de cascos azules en el seno de la Minuss y de la Minusca, que pronto acogerá también a tropas canadienses.

En cuanto a los dos países presentes desde hace mucho tiempo en el continente, a saber, Francia y Estados Unidos, ambos multiplican las bases permanentes y temporales. Francia dispone de alrededor de 5.000 hombres deslegados y que se encargan de la formación, de los servicios de inteligencia y que combaten en Burkina Faso, en Costa de Marfil, en Yibuti, en Gabón, Níger, Mali, Mauritania, RCA, Chad, Senegal –antiguas colonias francesas todos ellos–. Alrededor de 4.000 pertenecen a la operación Barkhane, que abarca cinco Estados. Francia también tiene navíos patrullando en el Golfo de Guinea. Por lo tanto, las fuerzas especiales de EEUU están en primera línea: África es, por detrás de Oriente Medio, su segunda zona de intervención, según la investigadora Maya Kandel.

En torno a estos ejércitos al uso gravitan además numerosas empresas privadas de seguridad.

Oficialmente, estos Estados intervienen para ayudar a los países africanos a combatir los grupos armados terroristas que actúan en el Sahel, en torno al lago Chad y en África oriental, y a detener la piratería marítima. Pero también tienen otros objetivos ocultos, como Rusia. “Las zonas de intervención, las áreas de despliegue no se eligen al azar, siguen intereses estratégicos y comerciales. Los desafíos vinculados con la migración están, por ejemplo, en el centro del compromiso en el Sahel de Italia o de Alemania”, explica Ibrahim Maiga, investigador en el Instituto de Estudios y de Seguridad (ISS). La implantación de China en Yibuti tiene como objetivo asegurar su proyecto de “nueva ruta de la seda” marítima y acompaña el crecimiento exponencial de su presencia comercial en el continente. El compromiso de Canadá en la Minusma, en Mali, está visiblemente vinculado a la fuerte presencia de varias de sus empresas en la explotación aurífera en Burkina Faso y en Mali.

Por su parte, Francia protege sus intereses geoestratégicos y económicos. En el Sahel, cuyo subsuelo es rico en recursos mineros aún poco explotados, actúa para preservar especialmente su aprovisionamiento de uranio de Níger: garantiza el 30% de las necesidades de sus centrales nucleares –un cifra que deberá alcanzar el 50% desde 2020–. Y varias decenas de integrantes del Comando de Operaciones Especiales se han desplegado en las proximidades de las dos minas de Arlit y de Akokan, explotadas por el grupo Areva.

De manera más general, la presencia militar forma parte “de los medios de influencia por los que se puede hacer que, hoy y quizás mañana, la voz de Francia, en África, se deje oír un poco más que la de otras potencias que tienen la vista puesta en las riquezas y en los intereses estratégicos de este continente”, subrayaba en 2014 un documento informativo parlamentario dedicado a “la evolución del dispositivo militar francés en África”. Francia, “al ayudar a sus socios a luchar contra los riesgos que pesan sobre ellos”, podrá “beneficiarse de su gran potencial de desarrollo”, puede leerse también en dicho documento, que añade que el mercado africano del armamento ofrece “un potencial de exportación apreciable para la industria francesa”.

Otro informe parlamentario, publicado éste en 2015, señalaba a propósito de la intervención francesa en Mali que este tipo de vinculación también permitía “valorar el equipamiento francés, mejorando las posibilidades de la industria armamentística francesa y europea en la exportación”.

“Ejércitos de Francia, EEUU y Alemania, marchaos”

En la mayoría de las ocasiones, los ciudadanos africanos no han podido opinar al respecto; sus dirigentes han aceptado la llegada de estos ejércitos sin informarles de ello y, mucho menos, consultarles al respecto. Pocos cameruneses, por ejemplo, saben que el norte de su Estado alberga, desde finales de 2015, una base americana de explotación de drones que cuenta con 300 militares. Sin embargo se trata de la cesión de una parte de la soberanía y las implicaciones de un proceso así pueden ser importantes.

Baste un ejemplo muy gráfico y tremendo: el acuerdo alcanzado entre Francia y Níger sobre Barkhane da “a Francia derecho a llevar sola operaciones sobre territorio nigeriano, ataques incluidos”, según el informe parlamentario de 2014 mencionados. Otros acuerdos cerrados también por Francia protegen asimismo jurídicamente a sus militares. El firmado con Mali precisa que las autoridades francesas “ejercerán de forma prioritaria su derecho de jurisdicción por toda infracción cometida por cualquier acto o negligencia de un miembro del personal, cometido en el ejercicio de sus funciones oficiales”. Dicho de otro modo, un militar francés que cometa un atropello en Mali no podrá ser perseguido por la Justicia de Mali. El texto también recoge que “por los daños causados a los bienes o a la persona de un tercero por parte de las fuerzas o por un miembro del personal del Estado de origen en servicio, el Estado de acogida se sustituye por el Estado de origen”.

Atropellos o daños a terceros ya se han cometido varios, sobre todo en Mali. En este país, miembros de Barkhane causaron, en noviembre de 2016, la muerte de un niño de 10 años –intentaron disimularlo enterrándolo a escondidas–. Un año después, Barkhane mató, en un ataque contra un campamento de un grupo vinculado con Al-Qaïda en el Maghreb Islámico (Aqmi), 11 soldados de Mali que permanecían secuestrados. El hecho escandalizó al país, las autoridades francesas afirmaron que los militares abatidos se habían convertido durante el cautiverio en “combatientes terroristas”, antes de reconocer finalmente los hechos. Para Ibrahim Maiga, “se corre el riesgo de verse confrontado cada vez más a este tipo de problemas, Estados Unidos recientemente ha decidido dar más autonomía a sus tropas en el terreno: ahora pueden hacer uso de la fuerza y de armas letales sin el aval del país de acogida. No sé hasta qué punto puede tolerarse en el plano jurídico”. Los ghaneses han comprendido el peligro; a comienzos de abril de 2018, se manifestaron contra un supuesto acuerdo que preveía la instalación de una base de Estados Unidos. Su presidente, Nana Akufo-Addo, tuvo que desmentir la existencia de un proyecto tal: “Nunca seré el presidente que transija o venda la soberanía del país. Respeto la memoria de los patriotas, cuyos sacrificios nos han aportado nuestra independencia y nuestra libertad”, declaraba.

En los Estados de origen de los ejércitos que se instalan en África, también surgen dudas. Para la ONG Survie, la operación Barkhane escapa al control democrático, al no respetarse el artículo 35 de la Constitución. Dicho artículo estipula que “el Gobierno informa al Parlamento de su decisión de hacer intervenir a las fuerzas armadas en el extranjero, como mucho tres días después del comienzo de la intervención. Precisa los objetivos perseguidos. Esta información puede dar lugar a un debate al que no sigue ninguna votación. Cuando la duración de la intervención supere los cuatro meses, el Gobierno somete su prórroga a la autorización del Parlamento”.

Ahora bien, los objetivos de Barkhane nunca se han presentado formalmente al Parlamento, que no ha realizado ninguna votación para autorizar su prórroga más allá de cuatro meses, según Survie, en junio de 2015, en una carta a los diputados miembros de la Comisión de Defensa Nacional y de las Fuerzas Armadas. En Estados Unidos, la opinión pública no supo de la magnitud del compromiso de su Ejército en Níger hasta que no se conoció la muerte de cuatro de sus soldados y de cinco militares nigerianos, caídos en una emboscada en octubre de 2017.

Aunque a menudo los ciudadanos conocen poco los límites de esta militarización, genera cada vez más tensiones en algunos países. En Níger, “que ha vivido la colonización como una humillación, el regreso de cientos de militares franceses [...] y la llegada de soldados de Estados Unidos ha afectado notablemente a amplios sectores de la opinión”, revelaba en 2014 el Grupo de Investigación de Información sobre la Paz y la Seguridad (GRIP) en Bruselas. En febrero de 2018, los manifestantes se echaron a las calles en Niamey: “Ejércitos de Francia, de Estados Unidos y de Alemania, marchaos”, a los que se referían como “fuerzas de ocupación”. “Según numerosos nigerianos, Francia sólo piensa en sus propios intereses, en detrimento de la soberanía del país y sin una búsqueda de reciprocidad. Su intervención militar en el Sahel puede no responder a las causas de la desestabilización de la región y puede contribuir a mantenerla en el subdesarrollo. Además, franceses y americanos mentirían en las razones de su presencia, llegando incluso a mantener una violencia que sirve a sus propios intereses”, informaba el GRIP.

Las relaciones entre el Ejército francés y la población no son mejores en Mali, donde Francia está presente desde el año 2014. Moussa Mara, ex primer ministro, señala que “la gente no está contenta con la acción francesa. Dicen: ‘Tiene un Ejército aguerrido, que cuenta 2.000 hombres en Malí y otros 2.000 en los demás países del Sahel, con una notable capacidad de ataque. Y pese a ello, la crisis perdura. Por tanto, o Francia alimenta la crisis o no quiere resolverla”. El caso de la ciudad de Kidal, donde el Ejército de Mali se le impidió la entrada hace poco –un pequeño destacamento de militares se instaló a comienzos de mayo– ha suscitado muchas preguntas. “Cuando el Ejército francés intervino y liberó el norte del país [ocupado por los grupos yihadistas], trabajó con el Ejército de Mali en Tombuctú y en Gao. Pero fue sola a Kidal, llevando consigo a los grupos armados [entre ellos, los exrebeldes de la Coordinación de Movimientos de l’Azawad, CMA], derrotados antes por los grupos terroristas” vinculados a Aqmi, recuerda Moussa Mara. “Algunos actores franceses tienden a hacer de los grupos armados interlocutores imprescindibles en la cuestión del Norte, lo que alimenta esta sospecha de parcialidad francesa”, advierte también el ex primer ministro. Él mismo juzga que “el mandato del Ejército francés le lleva a perseguir a los grupos terroristas mediante operaciones de gran impacto, algo que hace bien y que tiene la ventaja de confinarlos en un perímetro delimitado. Sin embargo, no resuelve definitivamente los problemas planteados”.

Ibrahim Maiga ha constatado percepciones similares en los otros países del Sahel. “La población considera que la presencia de ejércitos extranjeros a veces es fuente de inseguridad para ellas porque los expone a los grupos yihadistas. Además, las potencias extranjeras no muestran sus intenciones a las claras. Ante esta falta de claridad, la sospecha es generalizada y se aplica a todos estos actores internacionales. La gente piensa que están allí sólo por razones geopolíticas, que buscan sus intereses en detrimento de la población y que son los responsables de todos los males que sufre la región”, añade.

Pese a la hostilidad que terminan por suscitar, estos Ejércitos extranjeros no se marcharán de forma inmediata: el contexto en el que se circunscriben en África y sus incontables riquezas se anuncia cada vez más competitivo.

El capitalismo neocolonialista en África

Traducción: Mariola Moreno

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