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Italia 2018 o Grecia 2015: dos formas opuestas de abordar la cuestión migratoria

Decenas de cadáveres de migrantes en el puerto de Lampedusa.

Demagogia, inconsciencia y provocación. Estas parecen ser las fuerzas motrices del ministro italiano del Interior, Matteo Salvini, desde que asumió el cargo el 2 de junio. En los últimos días, ha llegado a citar a Mussolini casi textualmente, vía Twitter, con motivo del cumpleaños del exdictador fascista: “Tantos enemigos, tanto honor”. En cuanto a los ataques racistas que han proliferado en el país en los últimos meses, respondía: “Recuerdo que, en Italia, los inmigrantes cometen al día alrededor de 700 delitos, es decir, casi un tercio del total y esta es la única emergencia real por la que lucho como ministro”.

 

Cabe recordar que el controvertido viceprimer ministro italiano comenzó su mandato con estas palabras: “Para los inmigrantes ilegales, la fiesta ha terminado”. Entonces sólo ofrecía un mal adelanto de lo que iba a ocurrir después: oposición al desembarco del Aquarius –y, más tarde, de otros barcos que habían rescatado a seres humanos en el mar–, una riada de comentarios xenófobos con la excusa del “sentido común”, anuncios de expulsiones masivas, fantasías sobre la realidad del fenómeno migratorio en Italia... En los apenas dos meses que lleva en el Ejecutivo, Salvini ha difundido su odio en los medios de comunicación, en las redes sociales y en los encuentros europeos, reduciendo el ejercicio de la política a una comunicación abyecta en todas direcciones sin aplicar medidas concretas.

De este modo, el jefe de la Liga (ultraderecha) se ha impuesto como el número uno de facto de este Gobierno italiano sin precedentes, eclipsando al muy discreto Giuseppe Conte, jefe oficial del Ejecutivo, pero también a su socio en el gobierno de coalición y a otro viceprimer ministro, Luigi Di Maio, cuyo Movimiento Cinco Estrellas, sin embargo, se impuso en las elecciones del 4 de marzo casi duplicando en porcentaje de votos a la Liga (33% frente a 17%).

De hecho, desde el Movimiento Cinco Estrellas apenas se discute la dirección que ha tomado el ministro del Interior. Parece que comparten con él el “rechazo a los inmigrantes”, las críticas a las ONG y su forma de ejercer presión sobre las autoridades europeas. Dentro del movimiento, sólo dos mujeres, representantes de la región, han expresado públicamente sus reservas con relación a la línea del M5S desde que llegó al Gobierno.

Pero el camino emprendido por Matteo Salvini es tan egoísta como las actitudes europeas que pretende denunciar. ¿Mostró alguna vez, cuando era eurodiputado, su solidaridad hacia Atenas cuando Grecia se enfrentaba a una afluencia de refugiados mucho mayor, hace tres años? ¿Ha propuesto alguna vez, durante sus dos mandatos en Estrasburgo, una solución europea a la cuestión migratoria?

La xenofobia ante una inmigración fantasmagórica

Sin querer minimizar las dificultades de Italia ni la acogida que este país viene dando desde hace años, frente a una Europa cada vez menos unida, hay que decir que la actitud de Salvini es ante todo reveladora de la forma en que un país puede sumirse en la xenofobia ante una inmigración fantasmagórica, mientras otros, por el contrario, han sabido dar muestras de humanismo y de solidaridad, al tiempo que recurren a la ayuda europea que tanto necesitan.

Cuando, en el verano de 2015, una Grecia asfixiada financieramente y atrapada por el chantaje europeo tras la llegada al poder de Tsipras, lidera las llegadas de exiliados procedentes de los conflictos de Siria e Irak, no surge ninguna ola xenófoba. Ni desde el gobierno ni en la sociedad. La organización criminal neonazi Amanecer Dorado –encausada desde la primavera de 2015–, que había obtenido alrededor del 6% de los votos en las elecciones de 2012 en el peor momento de la crisis económica, no logra arañar votos. Tanto desde la derecha como por parte del gobierno, el discurso suele ser moderado en lo que respecta a la cuestión migratoria.

Sin embargo, entre junio y diciembre de 2015, cerca de 900.000 personas pasaron por las islas griegas, después por la Grecia continental, para emprender la ruta de los Balcanes. En Lesbos –una de las islas más cercanas a Turquía–, en Idomeni –en la frontera con Macedonia–, pero también en el puerto de El Pireo, en Atenas, y en innumerables puntos de esta ruta, se perciben muestras de solidaridad y gente que nunca había ayudado se activa.

Vassilis Tsartsanis, que viajó a París el pasado mes de marzo con motivo de una exposición, se refería a esa reacción espontánea. Durante meses, este vecino de Idomeni vio cómo unas 500 personas cruzaban a diario la frontera entre Grecia y Macedonia. Hasta su desmantelamiento en mayo de 2016, el “campamento” de Idomeni tendrá capacidad para 15.000 personas. “La gente del pueblo abrió sus corazones, sus armarios, sus casas para ayudar a estos exiliados. No soy de los que suelen sentirse orgullosos de mi pueblo, pero debo decir que vivimos algo extraordinario. No hubo ni una sola manifestación racista”.

Hoy resulta casi sorprendente por el pacifismo y la tolerancia de los griegos ante la llegada de estos exiliados en 2015, cuando el país vivía su sexto año consecutivo de austeridad y recesión. De ello se deduce que, a diferencia de lo que sucede en Italia hoy en día, la sociedad griega no fue provocada por comentarios incoherentes y racistas por parte de su Gobierno. El partido gobernante de izquierda, Syriza, aunque transformado gradualmente por su líder Alexis Tsipras, no había olvidado su ADN como partido tradicionalmente comprometido con la defensa de los derechos de los inmigrantes.

Yannis Mouzalas, activista de la sociedad civil, ocupó el Ministerio de Política Migratoria desde septiembre de 2015 hasta principios de 2018. En una entrevista, concedida en septiembre de 2016, también reclamaba ayuda europea, pero su enfoque humanitario y sus palabras tranquilas no tienen nada que ver con las declaraciones de estos días, irracionales y demagógicas, de Salvini. La ayuda griega

 “Esto es lo que nos gustaría hacer”, explicaba Yannis Mouzalas ante la situación de los aproximadamente 60.000 exiliados atrapados en Grecia desde el cierre de la ruta de los Balcanes y el acuerdo UE-Turquía, “construir alojamientos que dejen de ser temporales. No en forma de tiendas de campaña, sino edificios permanentes, con áreas para cocinar, aulas para los niños, atención médica. En especial, hay que ayudar a los niños, que representan alrededor del 40% de los 50.000 refugiados del continente. Estos jóvenes necesitan volver a entrar en contacto con el sistema escolar, ya sea yendo directamente a las escuelas griegas más cercanas o a través de clases especiales en los campamentos”.

Esto está a años luz de la actitud del ministro italiano del Interior, que prometió “un buen tijeretazo” en los 5.000 millones de euros del presupuesto nacional destinados a la acogida de solicitantes de asilo. Apenas tres semanas después de su toma de posesión, Matteo Salvini viajaba también a Trípoli para continuar la cooperación de Roma con las autoridades libias y para defender la idea, en este Estado fallido, de los “centros de acogida e identificación” para inmigrantes que desean llegar a la UE.

Aunque Turquía y Libia no son comparables, el griego Yannis Mouzalas no estaba en absoluto de acuerdo con este tipo de enfoque bilateral centrado en el bloqueo de los lugares de paso. Mostraba sus reservas con respecto al acuerdo UE-Turquía y, sin cuestionarlo por completo, insistió en la absoluta necesidad de permitir que todas las llegadas a las islas griegas tengan acceso a una demanda adecuada de solicitud de asilo. Para este miembro del gobierno de Tsipras, era impensable concebir la expulsión si la persona en cuestión no había podido presentar su solicitud de asilo.

Cuando entrevistamos a Yannis Mouzalas, había pasado un año desde que se registrara el pico de llegadas a Grecia. Si bien el número había disminuido, los desembarques proseguían y no se detendrán en los años siguientes. Desde principios de 2018, más de 15.000 personas han llegado al archipiélago del Egeo.

Menos de 20.000 personas llegadas por mar

En Italia, un país seis veces más poblado que Grecia, son menos de 20.000 las personas que han llegado por mar desde principios de año. Sin embargo, se han registrado numerosos incidentes racistas. Entre los más destacables, se encuentra el tiroteo, a varios negros, por parte de un activista de la Liga en febrero en Macerata (centro del país) durante una campaña electoral que se había centrado enteramente en la migración. A principios de junio, un joven maliense, Soumaila Sacko, era asesinado en Calabria. Unos días más tarde, en Campania, tres hombres dispararon a quemarropa a dos malienses con una pistola de aire comprimido –y como muestra del impacto que la xenofobia de la que se hace gala desde los estamentos más altos del Estado puede tener en la población, los tiradores, según testigos presenciales, gritaron “¡Salvini, Salvini!”–.

El pasado 29 de julio, cerca de Turín, una lanzadora de disco, Daisy Osakue, sufría lesiones en un ojo después de que alguien le tirase un huevo desde un coche. Nacida en Italia de padres nigerianos, la agresión estuvo a punto de impedirle competir en el Campeonato de Europa que se celebrará en Berlín. También en el último fin de semana de julio, un marroquí era perseguido en coche por italianos que lo acusaban de ser un ladrón, en una pequeña ciudad al sur de Roma. Murió en el hospital... En Palermo, un senegalés era golpeado por un grupo de italianos al grito de “sucio negro”.

Por supuesto, en Italia también hay multitud de iniciativas solidarias con los inmigrantes. Pero el discurso predominante, alimentado sin escrúpulos por el jefe de la Liga, no es favorable. Hay que reconocer que los gobiernos anteriores ya habían preparado el terreno, acercándose a Libia, dificultando la regularización de los inmigrantes y terminando por poner obstáculos, en el verano de 2017, a la labor de las ONG. En cuanto a los medios de comunicación, también tienen su parte de responsabilidad en este desarrollo.

“Italia está haciendo campaña desde 2013”, escribió el autor de la investigación Gomorra, Roberto Saviano, en junio en Le Monde. ¿Qué es lo que significa? Que todo es comunicación política, y que la comunicación política es algo muy diferente de la política misma: es comunicación, popularización, simplificación. Esto significa que los italianos están rodeados, asediados, aplastados por el peso de una política que, lejos de ser real, se hace en los talk shows y en las redes socialestalk shows. [...] Esto significa que los que hablan de los migrantes como un azote que hay que erradicar ganan visibilidad de inmediato, sobre todo si han ganado credibilidad en los llamados círculos de izquierdas. [...] Pero la triste realidad es que, a pesar de todo, este gobierno gusta –y sus partidarios se multiplican– porque marca objetivos, enemigos que hay que lapidar, categorías de personas contra las que luchar”.

El periodista de investigación Roberto Saviano es una de las pocas personas conocidas en Italia que se ha pronunciado públicamente en contra del rumbo emprendido por Matteo Salvini. El ministro presentaba a mediados de julio una denuncia contra él, tras un tuit que lo cuestionaba. La sociedad italiana parece poco movilizada: sólo se ha producido una pequeña manifestación, en Roma, a principios de julio, para criticar la política migratoria del Ejecutivo.

Más allá del posicionamiento del gobierno transalpino, hay todo un caldo de cultivo que nutre al fantasma de la inmigración. “¿Cómo es posible que un país de 60 millones de habitantes se considere invadido por 150.000 personas?”, se preguntó Giuliano Giuliani, un hombre al que conocimos en Génova, donde trabajaba como voluntario con extranjeros. “Es una locura pensar así. Y es hipocresía. La economía de regiones ricas como Lombardía y Véneto se basa en gran medida en la mano de obra inmigrante...”. Al contrario que en su día en Grecia, esta “invasión” que Italia supuestamente sufre ahora forma parte del magma mediático dominante. _____________

Traducción: Mariola Moreno

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