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Nicolas Hulot: una dimisión positiva, un punto de inflexión histórico

Fotografía de archivo que muestra al ministro francés de Transición Ecológica, Nicolas Hulot.

Edwy Plenel (Mediapart)

Decisión solitaria, tomada sin cálculo alguno, sincera y sopesada, la dimisión de Nicolas Hulot, ministro de la Transición Ecológica y Solidaria en el Gobierno de Édouard Philippe, tiene una doble dimensión.

En primer lugar, tiene una repercusión inmediata: pone aún más en evidencia el impasse en el que se encuentra la presidencia de Emmanuel Macron que, en un año, se ha deshecho de todos los falsos semblantes portados por su filosofía electoralista de "al mismo tiempo", revelándose oídos sordos frente a las aspiraciones profundas de la sociedad y a los desafíos decisivos de nuestra época. Seguidamente, tiene un carácter histórico: resuena como el grito de alarma de un hombre de buena voluntad, libre de todo prejuicio partisano, frente a la crisis de civilización que amenaza con sumergir nuestra especie y acabar con todo ser vivo.

"Nos esforzamos por mantener un modelo económico responsable de todos estos desórdenes climáticos": entre las explicaciones dadas por Nicolas Hulot durante el anuncio en directo, en la radio francesa France Inter, de su salida del Gobierno, esta frase calmada y sopesada es, al mismo tiempo, la acusación más despiadada contra la política impuesta sin miramientos por Emmanuel Macron desde su elección. Este poder pro-business del que alardea, sin ningún reparo, la ministra francesa de Trabajo, Muriel Pénicaud, en una nota confidencial revelada recientemente por el semanario L’Express, ha dado la espalda al interés general y a la preocupación por lo común.

Enumerando con emoción todas sus batallas perdidas frente a diversos lobbies de intereses privados, voraces y egoístas, hasta el punto de confiar el vértigo que se apoderó de él convirtiéndole, a su turno, en un cínico –"En algunos momentos, me sorprendí a mí mismo bajando mi umbral de exigencia"–, Nicolas Hulot muestra que el discurso ecológico es, en la comunicación macronista, un simple suplemento de alma, en discordia con las elecciones reales a favor de un capitalismo off shore, ávido de rentabilidad inmediata y ciego frente a las solidaridades colectivas. También y sobre todo, recalca que las políticas económicas ultraliberales, que nutren las desigualdades, desgastan los derechos sociales y promueven la competencia a ultranza, son incompatibles con el desafío ecológico al que se enfrenta la humanidad.

Sois el viejo mundo, dice en resumen Nicolas Hulot a Emmanuel Macron y a su pequeña tropa, cuando la urgencia reclama radicalmente un nuevo mundo, opuesto al que encarnáis: obsesión por el crecimiento, la acumulación, el consumo; defensa de la competencia, del cada uno por sí mismo, del enriquecimiento egoísta; ataca todo aquello que une a la sociedad, esta exigencia "solidaria" que Hulot había impuesto en el título de su cartera ministerial; indiferencia a los deberes imperativos que impone el destino común de una humanidad dividida frente a las migraciones provocadas por los desórdenes del mundo; rechazo a dar derecho, incluso a escuchar, hasta el punto de reprimir su expresión, a las reivindicaciones de todos aquellos que, en el terreno, inventan las alternativas del mañana, respondiendo a exigencias indisociablemente democráticas, sociales y ecológicas…

La modernidad reivindicada por Emmanuel Macron no es otra que la del eterno viejo mundo de políticas conservadoras que preservan el orden establecido al servicio de intereses económicos socialmente minoritarios. La misma que ilustraba el filósofo Emmanuel Terray en su obra Penser à droite (Pensar a la derecha, Galilée, 2012, leer aquí en francés): una política del hecho establecido, de un real inexpugnable, de la fuerza de las cosas y de la ausencia de alternativas, que fue puesta largamente en evidencia durante la entrevista concedida por Macron a Mediapart y RMC-BFM el pasado 15 de abril (ver aquí un resumen y aquí mi comentario). Desde este punto de vista, el macronismo es un presentismo, tal y como lo definió el historiador François Hartog: mientras que habría que asumir el riesgo de la ruptura y de la invención, el presentismo no imagina más allá del presente inmediato. Simplemente porque ha elegido preservar y reforzar los intereses de una minoría en detrimento del destino de la gran mayoría.

Mientras que el reinicio del curso político está marcado por la verdad brutal de las decisiones presupuestarias (regalos fiscales a los más ricos y a las grandes empresas, empobrecimiento del Estado, presiones sobre los hogares y los jubilados) y tras la revelación de una práctica monárquica del poder por el affaire Benalla (donde el placer del Príncipe reina en detrimento del sentido del Estado), la elección de Nicolas Hulot vacía de toda sustancia los discursos ecológicos de circunstancia de Emmanuel Macron, reduciéndolos a puros efectos de magia demagógicos. El planeta y la especie que le domina, nuestra humanidad depredadora y terriblemente inconsciente, necesitan una ambición política que vaya más allá del cuento para niños –ilustrado en un vídeo del Elíseo– en el que un presidente apaga sus propias luces (leer aquí el artículo de Jade Lindgaard).

Mediapart lo ha documentado con insistencia este verano (leer en particular nuestra serie aquí aquí sobre el estado del planeta): nos encontramos frente a una crisis de nuestra civilización occidental tal y como ésta se ha impuesto al mundo durante cinco siglos en su triple dimensión comercial, técnica y nacionalista. Interdependiente, nuestro mundo corre hacia la ruina por falta de solidaridad entre las naciones y entre los pueblos. Frente a este desafío, aquellos que nos gobiernan no son realistas, sino irresponsables porque creen que todo puede continuar como antes. En la historia de la humanidad, desde el final de la Edad de Bronce, de Roma hasta los Mayas, ha ocurrido, a menudo, que las civilizaciones se desmoronen como lo recuerda Pablo Servigne y Raphaël Stevens en su indispensable ensayo Comment tout peut s’effondrer (Cómo todo se puede derrumbar, Seuil, 2015 (leer aquí en francés). Interactuando entre ellas, las causas son siempre múltiples, pero hay algo que las une a todas: su ceguera a corto plazo sobre ellas mismas, el olvido de las relaciones que las sostiene para privilegiar las competiciones que las terminan arruinando. Ya es hora, si no es demasiado tarde, de cambiar de software.

En este sentido, esta dimisión ministerial es un feliz y saludable retorno a la casilla de salida, la de Llamada a las solidaridades (ver aquí la página web) que fue el único compromiso de Nicolas Hulot durante la campaña presidencial de 2017 (ver aquí), resueltamente del lado de la agitación de la sociedad civil, efervescencia creadora que encontramos este verano en la Universidad de Verano Solidaria de Grenoble. La sacudida que las circunstancias han ofrecido a Emmanuel Macron, este personaje en marcha reconvertido en un en fuerza autoritario desde que llegó al poder, dando la espalda a la mayoría de electores que no le eligieron por sus políticas, sino para frenar el ascenso de la extrema derecha, ha eclipsado esta dinámica defendida por más de ochenta asociaciones, entre las cuales se encuentra la Fundación Nicolas-Hulot (rebautizada como Fundación por la Naturaleza y el Hombre), pasando por la iniciativa de Emmaüs y de su presidente Thierry Kuhn (ver aquí, en francés, los vídeos de los debates organizados por Mediapart sobre el tema).

"Nosotros somos el mundo del mañana": basta releer esta Llamada de solidaridades para medir el abismo que se ha formado entre esta expectativa de buena voluntad, sin prejuicios ni a priori, y la brutal realidad de la presidencia de Macron, su cinismo económico y su amoralismo político. La dimisión de Nicolas Hulot, que obtuvo la única consecuencia lógica del callejón sin salida en el que se encontraba desde el primer día de su apuesta gubernamental solitaria, hace que estas palabras sean más relevantes que nunca, como un llamamiento a la movilización general de la sociedad para inventar colectivamente la alternativa que nos falta:

La nostalgia de los territorios perdidos, motor del nacionalismo húngaro

La nostalgia de los territorios perdidos, motor del nacionalismo húngaro

 

"Continuaremos afirmando que ningún ser humano es ilegal en la tierra y que cada hombre, cada mujer, cada niño tiene un lugar legítimo en ella. Continuaremos luchando, sin concesiones, contra un modelo que produce la exclusión y destruye el planeta. Continuaremos luchando contra cualquier forma de resignación y renuncia. Continuaremos enfrentando la ayuda mutua contra la competencia y la competencia de todos/as contra todos/as. Continuaremos defendiendo la justicia social, el acceso universal y sin condiciones a los derechos fundamentales, la solidaridad con las generaciones futuras. Continuaremos militando por la libertad de ir y venir, de crear, de innovar, de imaginar otras posibilidades. Continuaremos construyendo alternativas, oasis de libertad e igualdad. Continuaremos apostando por iniciativas, grandes y pequeñas, que vuelvan a colocar a la humanidad en el centro. Continuaremos reuniendo a todos/as aquellos/as que ahora están ideando las soluciones del mañana. Nos declaramos responsables de nuestra comunidad de destino, responsables del legado que dejaremos a nuestros hijos. Somos los artesanos de una nueva forma de radicalismo. Un radicalismo humanista y fraterno. Juntos, decretamos el estado de emergencia social, ecológica y solidaria. Juntos, ya somos el mundo del mañana".

A veces sucede que el sobresalto de un solo hombre despierta únicamente la indiferencia a su alrededor. Todo está conectado, la ecología, lo social, la democracia, esto nos dice la confesión del fracaso de Nicolas Hulot. Creer que una política social estrictamente nacional es suficiente en sí misma, en la indiferencia hacia el mundo y hacia los demás, supone hacer la cama a la xenofobia y al racismo como ilustra dramáticamente la alianza del Movimiento Cinco Estrellas con los herederos del fascismo italiano. Creer que menos democracia ayuda a resolver los desafíos colosales que se imponen a nuestra humanidad común es allanar el camino a los regímenes autoritarios tan desastrosos tanto para sus propios pueblos como para la paz del mundo. Creer que una política decididamente ecológica puede imponerse y florecer bajo los poderes que conducen a políticas sociales injustas y políticas económicas depredadoras, es alimentar los desórdenes y los peligros que queremos evitar. _________Versión y edición española : Irene Casado Sánchez.

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